por Carlos Moya Ureta
¿Decepción? No. Más bien impotencia. Estar hospitalizado a 300 metros de la más grande concentración popular y no ser parte de ella. Imagine usted. La concentración era inmensa. Una marea. De nuevo las grandes alamedas abiertas.
Salí de mi sala de enfermos a mirar si se veía algo de lo que sucedía en los alrededores.
El hospital, completamente vacío. Sus largos corredores vacíos. Ni siquiera estaban los guardias de seguridad de esa empresa privada que se ocupa de la vigilancia las 24 hrs. Largos corredores ahora bulliciosos, antes, silenciosos.
Llegué a la entrada principal. No había nadie. La reja cerrada y afuera mucha gente marchando. Por avenida Salvador pasaban cientos y cientos de jóvenes y familias con el entusiasmo y la adrenalina de la movilización social.
Ahí estaba yo, fuera. Parado bajo el arco de una fachada clásica, como un espectador. Sin duda, estaba en este lado de la valla. Mientras la historia corría al lado de todo ese pueblo que desbrozaba la historia. Estaba absorto imaginando los sentimientos y las esperanzas de todos y todas por poner fin a la expoliación, los abusos y la avaricia de una clase de usureros y corsarios que viven 30 años ya del despojo de nosotros como víctimas.
De pronto, de entre la pequeña multitud, un grupo de jóvenes me saluda desde la calle. Yo les respondo el saludo agitando la mano. Ellos interrumpen su marcha y se vienen a la reja exterior del hospital, comienzan un entusiasta caceroleo, me incorporan a su protesta. Siento que salto la valla, dejo de ser espectador, me hacen parte de ellos. Ahora soy parte de la manifestación.
El mundo aislado e invisible de los enfermos pasa a ser una extensión de la protesta popular. El sentimiento antioligárquico se desparrama por las frías baldosas y corredores del hospital hasta más allá de donde reina la quietud, los dolores y el silencio.
Les saludo con el puño en alto y se redobla el entusiasmo. Son decenas y decenas de improvisadas e improvisados fotógrafos los que quieren captar la imagen de ese paciente deslizado desde algún rincón del hospital. La fachada del hospital llama la atención. Me gritan afectos y solidaridades. Continúo con el puño en alto por largo rato, siento que soy parte y que participo de ese jolgorio inesperado. Vuelvo a sentir que soy parte de la misma historia.
Ahora son cientos los que se detienen, saltan, agitan brazos y cacerolean. Siguen las fotos.
Continúo con el puño el alto. Siento que la historia pasa por mi lado mientras desbrozamos futuro. Desde mi dolido corazón atesoro la imagen y el ejemplo del Presidente Allende.