11 de julio de 2022
TU Senan, Comité por una Internacional de los Trabajadores (CIT)
El 9 de julio se marcó un día histórico en Sri Lanka, cuando las masas entraron con decisión en las páginas de la historia. Personas de todo el país descendieron a la capital, Colombo, para hacer oír su voz con fuerza. La gente vino, y vino, y siguió viniendo.
El 9 de julio fue elegido por los líderes de las protestas como día para deshacerse del infame presidente Gotabaya Rajapaksa (apodado Gota). El movimiento de masas que estalló a raíz de la crisis del costo de la vida alcanzó su punto álgido el 9 de mayo, día en que el primer ministro Mahinda Rajapaksa se vio obligado a dimitir. Éste organizó un ataque contra los manifestantes antes de dejar su cargo. Este latigazo de la contrarrevolución había desatado la primera erupción de ira: más de 100 casas de miembros del parlamento fueron incendiadas. La clase dirigente reaccionó ante esto y cooptó al ex primer ministro y al líder del derechista Partido Nacional Unido (UNP) para ocupar el palacio de Mahinda.
Esto provocó cierta fractura en el movimiento. Sin embargo, la ocupación «Gota Go Gama» continuó su protesta. Esta continuación, aunque a un nivel bajo, forzó la salida de otro Rajapaksa el 9 de junio, el infame Basil Rajapaksa, que fue nombrado antidemocráticamente ministro de Finanzas.
Pero la familia Rajapaksa sigue fingiendo que no ha hecho nada malo, y se niega a abandonar el crucial puesto de la presidencia ejecutiva. Basil ha declarado que volverá pronto. Todos los parlamentarios han subestimado por completo la enorme ira y el odio que se ha desarrollado en todo el país. A pesar de los muchos obstáculos, hay un sentimiento unánime de que el 9 de julio debe ser el fin de Gotabaya y de la familia Rajapaksa en su conjunto.
La familia Rajapaksa ha hecho todo lo posible para continuar su gobierno. Ha reforzado la seguridad en lugares clave, como la residencia oficial del presidente, la secretaría presidencial y Temple Trees (Arboles del Templo), que es la residencia oficial del primer ministro. Los servicios de inteligencia del Estado, junto con la policía, empezaron a detener a los principales activistas. Se pusieron en marcha diversas medidas represivas. También se desató la propaganda patrocinada por el Estado en los medios de comunicación progubernamentales.
Una vez más, parecía que Gota volvía a tener el control del parlamento. La mayoría de los parlamentarios temían el movimiento y se alinearon con Gota. El 9 de julio parecía que Gota había conseguido sobrevivir a la presión. Como último recurso, se lanzaron amenazas indirectas y se declaró el toque de queda la noche anterior a la jornada de protesta. Pero tras la condena generalizada y la determinación mostrada por quienes apoyaron la protesta el 9 de julio, el toque de queda se levantó por la mañana.
También se desconvocó la huelga de los trabajadores del transporte para que hubiera suficientes servicios que permitieran a los manifestantes viajar a Colombo. Para los que no podían permitirse viajar, otros pagaron. Las pequeñas empresas también patrocinaron los billetes en algunos lugares. Finalmente, trenes y autobuses llenos de gente llegaron a la capital. Sólo hay una cosa en la mente de todos: deshacerse de Gota.
Decenas de miles de personas marcharon hacia la casa del presidente y a Árboles del Templo con esta intención y se enfrentaron a varias barricadas que fueron instaladas por la policía, las fuerzas especiales y el ejército. No sólo una, sino muchas capas. Las masas las atravesaron. El ejército disparó balas reales contra los manifestantes. Un par de manifestantes fueron abatidos frente a la casa del presidente y posteriormente declarados muertos. Los manifestantes se enfrentaron a ataques violentos y despiadados por parte de las fuerzas especiales y la policía. Pero ni siquiera esto fue suficiente para detenerlos.