El 12 de septiembre se iniciaba una ambiciosa tregua en Siria. Rusia y Estados Unidos pactaron un cese de hostilidades vendido como un punto de inflexión para una lucha conjunta contra el Estado Islámico (EI). Una semana después la tregua era historia y el enfrentamiento entre esas dos potencias más caliente que nunca.
Ulises Benito
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Realmente, la tregua fue relativa. El enfrentamiento entre los “rebeldes” y las tropas oficiales continuó. Los primeros lanzaron 200 ataques, según Rusia, especialmente en las proximidades a los Altos del Golán (donde Israel cada vez está más implicado en el auxilio de grupos islamistas). Por otra parte, el Ejército impidió el paso de ayuda humanitaria a Alepo, que era uno de los objetivos de la tregua. Durante esa semana de “paz”, murieron 27 civiles, de ellos 9 niños, y el último día hubo 150 muertos.
Quien tuvo el honor de dinamitar la tregua fue la potencia más belicista de la historia, Estados Unidos. El 18 de septiembre bombardearon posiciones militares de Al-Assad en la ciudad de Deir ez-Zor, que resistían el asedio del Estado Islámico. Este supuesto error se desarrolló durante una hora entera y en aparente sincronía con los “yihadistas”, preparados para la ofensiva en cuanto los aviones americanos cesaron. 90 soldados murieron.
Las treguas son parte de las guerras; sirven para la batalla de la propaganda y para el refuerzo de las posiciones y la preparación de nuevas batallas. A corto y medio plazo, el drama de la guerra continuará, porque la internacionalización de la misma se está haciendo más aguda. Siria se ha convertido en el principal campo de batalla de las potencias imperialistas globales y de la región. El propio mantenimiento de la guerra es un fin en sí mismo, ya que permite, amén de obscenos negocios armamentísticos, mantener la propaganda y la tensión “antiterrorista” que tan bien les viene a los gobiernos burgueses para criminalizar la lucha.
Agudización de la lucha interimperialista
No hay que olvidar nunca que los principales responsables de esta inmensa y larguísima tragedia son, junto al sanguinario régimen de Al-Assad, los gobiernos imperialistas. Uno y otros eran aliados en la práctica, todos tenían el mismo objetivo: desviar, distorsionar, descarrilar, el enorme potencial revolucionario de las masas sirias, que por encima de etnias y religiones se expresaba hace cinco años en las calles al calor de las insurrecciones tunecina y egipcia. Estados Unidos, Turquía, Arabia, Catar, probablemente Israel, inundaron de armas y mercenarios el país, y envenenaron con ideas sectarias el movimiento. Los dirigentes islamistas, que no jugaron ningún papel en las manifestaciones, fueron liberados rápidamente de la cárcel por el régimen sirio, apoyado a su vez por Rusia e Irán, potencias igualmente imperialistas.
La intervención imperialista está dando un paso adelante en los últimos meses. Por primera vez, el Ejército turco de tierra ha pasado la frontera, y no para una escaramuza, sino para quedarse. La posibilidad de un enfrentamiento directo entre tropas de Estados Unidos y de Rusia está presente en la situación.
En la intervención sobre Siria, el factor del Estado Islámico y de al-Qaeda juega el papel de excusa. Lubrica la propaganda bélica. Pero, además de las evidentes pruebas de complicidad de Estados Unidos, Turquía y Arabia en el origen y desarrollo del EI, estos países tampoco pueden esconder una enorme hipocresía, puesto que, aun siendo especialmente monstruosas las atrocidades de esa banda de delincuentes e iluminados (se han descubierto fosas comunes con los restos de 15.000 ejecutados, la mayoría simplemente por ser chiíes o yazidíes), no hay ninguna diferencia de fondo entre ellos y cualquier otro grupo paramilitar sectario. La práctica totalidad de los llamados “rebeldes”, incluyendo la gran mayoría de las milicias bajo el paraguas del “Ejército Libre Sirio”, son integristas suníes.
El papel de los kurdos sirios
Los únicos que podrían suponer una amenaza para los integristas de todo pelaje y, también, para el régimen, son los kurdos y sus aliados. Sus avances por Rojava (el Kurdistán sirio) se basaron fundamentalmente en su oposición a cualquier sectarismo religioso o nacional y al protagonismo de la población movilizada en las ciudades. En octubre pasado, las milicias kurdas YPJ e YPG dieron un paso más y constituyeron las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS). La mayoría de los grupos armados aliados de los kurdos, sean árabes, turcomanos o asirios, parecen ser grupos de autodefensa de determinadas poblaciones frente al Estado Islámico, y no se definen como grupos religiosos. Las FDS dicen defender “la unidad de las fuerzas democráticas” para conseguir una Siria democrática que respete a sus diferentes pueblos y a la mujer; también hablan de recuperar la revolución, secuestrada por la invasión externa. En abril formaron en el territorio que controlan (la mayoría de Rojava) una Federación del Norte de Siria, de unos 400 kilómetros cuadrados.
La existencia de una zona liberada de integrismo y sectarismo, fuera del control del régimen de al-Assad, y cuya fuerza se base en la participación popular, sería una pesadilla para el imperialismo, para el gobierno sirio y para los “rebeldes”. Sería también un referente para los kurdos de Turquía, actualmente en movilización contra la guerra “antiterrorista” del gobierno de Erdogan. Cada uno de estos motivos es suficiente para explicar la necesidad del régimen turco de intervenir de forma directa en Rojava.
Intervención turca directa
Así, el 24 de agosto, 200 militares turcos, 300 estadounidenses y milicianos islámicos proturcos, entraban en Yarábulus. Se vendió como una operación contra el EI, que dominaba la ciudad. Sin embargo, era un aviso contra las FDS, que están a 90 kilómetros. El objetivo de la incursión turca no es liberar del asedio a Alepo, a sólo 70 kilómetros, y donde sus aliados resisten a duras penas… Su objetivo son los kurdos. El mismo Erdogan lo reconoció. Pero, además, los hechos hablan por sí solos. Él no se quiere enfrentar directamente al Estado Islámico, con quien tan buenos negocios ha hecho (su propio hijo se ha beneficiado del contrabando de petróleo, según denunció el gobierno iraquí). Al llegar sus tropas a Yarábulus, la ciudad estaba vacía de miembros del EI; hubo quienes se pasaron a las milicias “rebeldes”, tan “yihadistas” como ellos mismos. Con quien sí mantuvieron combates los turcos fue con el Consejo Militar de Yarábulus, formado a iniciativa de las FDS por vecinos árabes y kurdos de la ciudad justo dos días antes de la intervención turca, con el objetivo de liberar la ciudad del EI. En dos aldeas cercanas mataron a 40 civiles e hirieron a 70, según el Observatorio Sirio de Derechos Humanos. Además, varias localidades controladas por las FDS fueron atacadas por la aviación, matando a 25 guerrilleros kurdo-sirios.
El próximo objetivo turco es Mambij, liberado por los kurdos hace dos meses. Estados Unidos ha exigido a las FDS su retirada de Mambij, amenazando con dar manga ancha al Ejército turco y con retirar el apoyo militar que hasta ahora ha estado prestando a los kurdos en su lucha contra el EI. Se demuestra así cuál era el objetivo del imperialismo USA en su apoyo logístico a la ofensiva kurda contra los “yihadistas”: condicionar la actuación de las FDS, convertirlas en dependientes suyas, y limar el potencial revolucionario que pudieran tener.
Las potencias imperialistas, da igual una que otra, las bandas islamistas, aliadas o enemigas a conveniencia, y el régimen de Al-Assad, sólo pueden ofrecer más sacrificios humanos en el altar de sus beneficios. Frente a ellos es imprescindible mantener una política de independencia de clase, no apoyarse en ningún grupo sectario ni subordinarse bajo ningún concepto a ningún bando imperialista, y defender un programa nítidamente revolucionario, nacionalizando los medios de producción para ponerlos bajo gestión democrática de los trabajadores sirios, rompiendo con el capitalismo.