El miedo al fracaso y a la derrota es propio sólo de los viejos que vivieron el golpe de estado de 1973, pero no de la muchachada actual
MUCHOS DE QUIENES hoy son abuelos y abuelas se permiten criticar a la juventud actual, tildándola de “rebelde, rara e irrespetuosa”. De tal crítica participan también varios políticos, curas, militares, profesores, policías y periodistas, quienes tienen frágil memoria, son ignorantes en el tema o simplemente poseen ‘mala leche’. Permítanme entonces refrescarles lo que ocurrió hace más de ocho lustros.
Pocas veces en mi larga vida he tenido que asistir, obligado por circunstancias propias del trabajo profesional, a presenciar festivales populares. La primera ocasión en que debí estar en uno de ellos ocurrió hace ya lejanas décadas, cuando el profesor Patricio García (Sociología I, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, Escuela de Servicio Social, Universidad de Chile) me endilgó un trabajo de investigación en terreno, específicamente en el Festival de Piedra Roja, en Santiago, que fue el émulo chilensis de Woodstock.
Era el año 1970, y yo, en ese entonces un joven e inmaduro universitario, aún creía que el mundo me pertenecería apenas lograse titularme. Fui a los Dominicos, asistí durante tres jornadas al festival de Piedra Roja y, a decir verdad, lo pasé ‘chancho’. Mi trabajo investigativo, con exposición incluida, Pato García lo calificó con nota 6,0. Todo un éxito para un alumno de tan exigente académico (García dirigiría luego, desde 1971 a 1973, la exitosa Editorial Quimantú, hecha cenizas y polvo por los ‘cultísimos’ integrantes de la brutanteque Junta Militar de Gobierno). Pero, lo que aprendí y vivencié en los Dominicos resultó impagable e inigualable. Ello sigue siendo uno de mis escasos motivos de orgullo profesional, pues un evento como el realizado en Piedra Roja jamás ha vuelto a repetirse en este Chile melancólico y ultra conservador. .
Piedra Roja fue un evento musical, al menos así comenzó, que a decir verdad tuvo un alma distinta, una conciencia explosiva que delineó rumbos sociopolíticos nuevos, atrevidos a tal grado que imbuyó de energías frescas a una sociedad hasta entonces provinciana y dependiente del establishment norteamericano. A partir de ese evento, la juventud chilena dijo ‘presente’ y marcó camino señero cuyo recorrido de solo tres años -hasta el fatal golpe de estado del 73- delineó el atisbo de una patria distinta, solidaria, justiciera, soberana e independiente. Especial y preferentemente en lo relacionado con la educación superior… la universitaria.
No soy un entendido en la materia; con suerte mi curriculum alcanza para ser un ‘opinólogo de 3ª categoría”, pero a pesar de ello me permito declarar que estoy más que harto de leer y escuchar mil y una teorías de los ‘expertos’ en educación universitaria respecto a la crisis de la misma en nuestro país. Me aburrí de soportar opiniones de eméritos especialistas como Schiefelbeim, Provoste, Marianita ‘la merme’, la Jiménez, el tal Bulnes, Beyer, el vivaracho egresado de 4º Medio (Brunner), y de todo un caleidoscopio de lacayos del capital cuyas propuestas y explicaciones han servido –en este tema- para maldita la cosa, salvo, claro está, para enriquecer más y más a los saurios y especuladores que se instalaron con ‘casas de estudios superiores’.
Respecto de la actual crisis que vive esa educación, el origen real de la misma yo se lo endilgo a los militares… ¡¡sí!!, a los militares y no exclusivamente a los “Chicago boys” ni a esos beatos politicastros ‘cantamañanas’ –como Jaime Guzmán- que aseguraban haber ‘convencido’ fácilmente a los cuatro uniformados que estaban a cargo de la dirección general de la dictadura.
Mi teoría es simple. Ella parte con el recordatorio de cuán menguada se encontraba la imagen ‘educacional’ de militares, carabineros, aviáticos y managuás (marinos) en las décadas anteriores al período de la Unidad Popular. No me discuta… ¿o ya olvidó lo que sucedía en el café Coppelia, en Providencia, cada fin de semana durante muchos años en la década de 1960? ¿No lo sabe? Bien, pues, me permito hacérselo conocer. Cada día sábado –al caer el sol- se juntaban en ese café decenas de jóvenes cadetes de la escuela militar, dispuestos a “barrer” con los ‘hippies’ criollos que pululaban por el sector. Peleas casi bíblicas.
“Hediondos; flojos; marihuaneros”, gritaban los cadetes a la muchachada hippie, la cual respondía con epítetos de mayor calibre, como: “incapaces; iletrados… cabezas cuadradas que no les dio el cuero para ingresar a la universidad” (no olvidemos que en esos años en nuestro país las universidades eran escasas, y para ingresar a una de ellas se requería obtener alto puntaje en la ya fenecida Prueba de Aptitud Académica). Y la mocha en Providencia se armaba en menos de lo que canta un gallo. ¡¡Inolvidable fue aquello!!
La pradera pareció arder en toda su extensión cuando la juventud santiaguina, especialmente la que vivía de Plaza Italia hacia la cordillera -imitando lo realizado por los jóvenes estadounidenses en Woodstock a mediados de 1969- decidió organizar un festival de rock en el sector de Piedra Roja (en Los Dominicos) el año 1970. Al 2º día de festival, miles de jóvenes provenientes de todos los barrios de la capital se hicieron presentes y la fiesta fue a plenitud. Desde ese mismo momento, la juventud (y muy especialmente la universitaria) se mostró ante el país como una fuerza emergente, con identidad y expresión propia que incluso iba más allá de la feroz contingencia política de aquellos años.
Según los miembros de los equipos de ‘inteligencia’ de las FFAA se estaba constituyendo un todo orgánico, una especie de ‘continuum rebelde, inteligente y audaz’ que tarde o temprano tomaría las riendas de la conducción de la república, lo que en palabras simples significaría para las escuelas matrices de los uniformados no tan sólo una nueva bofetada ‘social y educacional’, sino, también, un acelerado proceso de rechazo ciudadano a instituciones que, como el ejército (y ello hoy está nuevamente puesto sobre el tapete), fagocitaban parte importante del presupuesto nacional sin rendir frutos significativos en la lucha por el desarrollo integral y armonioso de la nación. Para la ‘inteligencia’ militar (y para la derecha dura) era imprescindible minimizar o derribar la privilegiada ubicación social que tenían, hasta ese momento, los jóvenes universitarios, quienes con su sola capacidad y potencia intelectual dejaban en pésimo pie a uniformados de todo orden.
“Piedra Roja” vino a exacerbar esa realidad… le dio el golpe franco a la piñata beata y conservadora que reflejaba el Chile de aquellos años. Replicando lo que habían hecho los jóvenes norteamericanos en Woodstock (Nueva York, 1969), la muchachada chilena, luego de ver la cinta cinematográfica exhibida el 17 de septiembre de 1970 en los santiaguinos cines Rex y Las Condes, llevó a cabo –contra viento y marea- un festival criollo de rock en terrenos pertenecientes al empresario Luis Rosselot, en los Dominicos, Las Condes.
El ‘festival’ se efectuó los días 11, 12 y 13 de octubre de 1970. La policía local -carabineros (pacos) y detectives de Investigaciones (tiras o ratis)- como siempre, anduvo perdido en el espacio, ya que los días 08 y 09 del mismo mes (me consta porque estuve allí), grupos de jóvenes del llamado ‘barrio alto’ de Santiago concurrieron durante la noche a “sembrar” marihuana, además de botellas de pisco, ron y whisky, en sectores donde luego se presentarían como participantes del festival, pasando limpiamente las barreras de carabineros que el día 11 de octubre registraban urbi et orbi a todos quienes ingresaban al sector.
Recuerdo a algunos de los grupos que actuaron en ese festival. Aún los llevo prendidos en mi corazón. Aguaturbia, Vidrios Quebrados, Los Blops, Lágrima Seca, Los Jaivas, Los Ripios…
Muchos de quienes hoy son abuelos y abuelas, seguramente defensores del sistema neoliberal salvaje y del duopolio gobernante, ocupan la primera fila en los grupúsculos que gustan criticar ácidamente a la juventud actual. Esos vejestorios (tan añosos como quien escribe estas líneas) mienten de manera descarada, pues hace cuatro o cinco décadas eran tanto o más rebeldes que sus nietos. La diferencia entre los ‘tatitas’ de 1970 y los jóvenes de hoy, es que los primeros no fuimos capaces de vencer, de imponer nuestras esperanzas… algo que la muchachada actual –por vías distintas a las que nosotros usamos en esa época- asegura lograr tarde o temprano… con o sin Piedra Roja, con o sin Woodstock… pero con la enjundia de quien sabe que hace lo correcto en beneficio del su futuro y de su país.
Muchachos… que sus ‘tatitas’ no les sigan engañando, ellos (me sumo a ese lote) fracasaron en su intento y fueron aherrojados por el actual sistema salvaje llamado neoliberalismo. El futuro es de ustedes, les pertenece. Tómenlo, pero háganlo ahora… ya no habrá más ‘Piedra Roja’ ni ‘Woodstock’… sólo hay y habrá lo que ustedes determinen que exista.