Recordando una tragedia con otra tragedia
Por Adán Salgado Andrade
El escepticismo y hasta cinismo con que se conduce el capitalismo salvaje es pasmoso. El planeta se ha ido convirtiendo en una gran trampa mortal, gracias a la tendencia a depredarlo y a destruirlo, con tal de materializar el muy confortable estilo de vida occidental.
Revisemos todos los peligros con los que cotidianamente convivimos, sobre todo en las áreas urbanas, y nos daremos cuenta de la vulnerabilidad de vivir prácticamente al límite. Así, tanques de gasolina, de gas, cables eléctricos, auto-tanques de sustancias tóxicas, millones de autos, contaminación, basura, sobreexplotación de acuíferos… ¡y ciudades atiborradas de construcciones cada vez más altas!, dan cuenta de que en cualquier momento masivas desgracias ocurrirán.
Esas desgracias obviamente se agudizan cuando enfrentamos fenómenos naturales, como huracanes, tsunamis, lluvias torrenciales y, sobre todo, sismos.
Aquí, en los momentos en que escribo estas líneas, el 19 de septiembre de 2017, se habrían cumplido 32 años del trágico acontecimiento telúrico, ocurrido en 1985, que dejó miles de muertos y cientos de construcciones dañadas o colapsadas. La lección que, supuestamente habría dejado ese, hasta entonces, peor sismo experimentado por esta muy poblada ciudad de México, era que debía de evitarse la saturación poblacional que estamos viviendo, alentada por la voraz corrupción inmobiliaria, en contubernio con las mafias delegacionales y distritales en el poder. Sin embargo, pareció olvidarse esa funesta, hasta ahora, lejana fecha.
Y lo que sucedió, desde entonces, contrario a la lógica anti-sísmica, fue, de nueva cuenta, saturar a esta ya, de por sí, congestionada ciudad. No sólo con la construcción de altísimas construcciones en donde antes existían estacionamientos, baldíos o casas unifamiliares, sino con obras viales que permitieran el aumento indiscriminado del empleo del automóvil. En esta ciudad y su área conurbada, ya circulan a diario casi 10 millones de vehículos, la mayoría de combustión interna (ver: http://www.roshfrans.com/sabes-cuantos-autos-circulan-en-nuestro-pais/).
Tantísimo vehículo contribuye, además de a decenas de horas perdidas diariamente por el intenso tráfico (la velocidad promedio es de 4.5 km/hora), a la cada vez más aguda contaminación, un agravante extra a la, de por sí, mala calidad de vida que tenemos los habitantes de esta megalópolis.
Habrá que agregar, también, la naturaleza hidrológica del valle de México, una cuenca, que, lo hemos visto recientemente, cobró daños, pero, sobre todo, algunas víctimas, debido a las intensas lluvias abatidas recientemente que inundaron varias zonas, incluso a nivel catastrófico, como sucedió cerca de Xochimilco. Eso mostró que entre más gente haya viviendo en esta aglomeración urbana, los daños se incrementarán (ver: http://www.jornada.unam.mx/2017/09/06/sociedad/034n1soc).
Todo, consecuencia, pues, de la saturación del DF y área conurbada.
Y es en cuanto a los sismos, que, el del martes 19 de septiembre del año en curso (2017), de 7.1 grados, con epicentro en Morelos, muy cerca de la ciudad, ha mostrado lo que sucede cuando hacemos caso omiso o pretendemos olvidar la naturaleza telúrica de esta aglomerada ciudad. Hay que aclarar que fue 1.1 grados menor al ocurrido el pasado 7 de septiembre (que fue de 8.2 grados, con epicentro en las costas de Oaxaca), pero por la cercanía del epicentro, su intensidad fue mayor y, en consecuencia, los daños provocados.
Me resultó muy dramático un video en donde una mujer filmó el momento en que una construcción, aparentemente reciente, se colapsa íntegramente, cuando aún sonaba la alarma sísmica (en el link se puede ver la escena del edificio que está por colapsar, seguramente con gente dentro, a partir del segundo 0:44 https://www.youtube.com/watch?v=xHl4Npa0t6U).
Hay que aclarar que, esta vez, la alarma sísmica sonó unos segundos después de iniciado el terremoto, como muchos pudimos constatar (en mi caso particular, me hallaba impartiendo clases en la FES Aragón, al momento del temblor y, en efecto, la alarma sísmica se activó tardíamente).
Gran parte de las críticas a las pasadas, y actual, mafiosas administraciones de esta afectada ciudad, se han centrado en que por la corrupción, ha campeado la pésima planeación y su anárquica expansión. Esto ha permitido el crecimiento vertical de la ciudad de México, a niveles peores que los anteriores al año de 1985. Y la consecuencia de ese corrupto desorden es que actualmente abundan las construcciones altas o muy altas, de cinco pisos o muchos más. Varias de ellas se construyeron en lugares en los que antes existía una casa unifamiliar.
Refiriéndome, de nuevo, al mencionado video, otra muy probable causa del repentino colapso del edificio debe de haber sido una defectuosa y corrupta edificación, pues si no se cumplieron a cabalidad las normas actuales, entonces eso lo volvió vulnerable a los fuertes vaivenes y sacudidas del terremoto.
Por otro lado, hay que sumar que por la naturaleza heterogénea de los suelos en la ciudad de México, que van desde los muy fangosos, hasta los constituidos por sólidos estratos basálticos, la intensidad de las sacudidas y oscilaciones varía. Por ello, en algunos sitios se sentirán con más fuerza los efectos de un sismo.
Por si fuera poco, súmese la sobreexplotación de los acuíferos, la que provoca enormes oquedades subterráneas, que llevan al rápido hundimiento de la ciudad. Esos espacios huecos también incrementan los movimientos diferenciales de un sismo en ciertos lugares. Hasta el momento de escribir estas líneas, Protección Civil reportaba al menos 20 edificios colapsados, varios de ellos en la colonia Roma, en donde, justo, la corrupta voracidad inmobiliaria ha levantado decenas de nuevos edificios. Habrá que ver cuántos de los colapsados son recientes.
Por otro lado, la tan inflada alerta sísmica, demostró hoy, justamente, que no funcionó, pues, de haberlo hecho, quizá habría permitido algunas evacuaciones en las construcciones que se derrumbaron, como en la escuela Rebsamen, en donde siguen atrapadas muchas personas.
Esa “alerta” funciona solamente en los simulacros, los que son tomados por muchos a la ligera. Eso lo comprobamos hoy. Irónicamente, a dos horas del “simulacro” oficial de las once horas, para recordarnos que podíamos sufrir otro temblor de igual o mayor magnitud que el de 1985, quienes estuvimos en lugares públicos, como centros de trabajo o escuelas, pudimos constatar la inutilidad de tal medida. En mi caso particular, las escaleras de desalojo se saturaron y los estudiantes bajaron a duras penas, con riesgo de caer debido a las fuertes sacudidas. Muchos, como yo, preferimos permanecer junto a muros. De haber sido el sismo más intenso y haberse comenzado a colapsar las escaleras, los muertos habrían ascendido a decenas de cientos.
Muchos otros me dieron iguales testimonios sobre sus centros de trabajo, que sólo optaron por sostenerse de algo, a pesar de estar en altas construcciones, pues no les habría dado tiempo de desalojarlas, aún si la alerta hubiera sonado “a tiempo”.
No es, por tanto, la muy cuestionable alerta sísmica la solución a la sismicidad de la ciudad de México.
La solución es frenar los voraces intereses de las mafias políticas y empresariales que nos dominan. No permitir que impulsen una “planeación” solamente al servicio de sus mezquinos intereses, que están haciendo de esta ciudad un lugar cada vez más inhumano, lleno de peligrosas obras de todo tipo que en nada nos benefician. Esta ciudad está hecha para autos y megaconstrucciones.
Eso significa que debemos unirnos en todo momento, no sólo durante la adversidad.
Ni tampoco esperar a vernos afectados para reaccionar. En el temblor del pasado 7 de septiembre, como no hubo aquí daños de gravedad, mucha gente veía muy lejanas las tragedias que sí ocurrieron, y siguen, en Oaxaca y Chiapas. Ahora que experimentamos la destrucción cercanamente, es cuando reaccionamos. Dejemos de ser inmediatistas y desarrollemos una conciencia permanente y a largo plazo.
Sólo así será posible oponerse al capitalismo salvaje que todo lo vuelve una mercancía, hasta estas desafortunadas tragedias.
Por lo pronto, es de esperarse que este pasado sismo frene, por fin, cuestionables obras y desarrollos inmobiliarios los cuales, durante los terremotos por venir, se conviertan en peligrosos, masivos féretros.
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