Escribe Lukas Gómez
Puedo imaginar a Cristo ese martes 11 de septiembre de 1973 en La Moneda
cuidándo heridos y diciéndole a Pedro: Ve a buscar tu espada, hoy es cuando
debes usarla. Y tú -quienquiera que seas- también puedes imaginarlo.
Pero nadie en este planeta puede ni podrá jamás imaginarlo oculto en un bunker
junto a Pinochet, el cobarde que recién el domingo 9 decidió unirse a los
golpistas, cuando por la visita a su propia casa de Ariel González Cornejo, capitán
de Navío y jefe del Servicio de Inteligencia Naval en el Estado Mayor de Defensa
Nacional en Santiago, que acompañaba al vicealmirante Sergio Huidobro para
entregarle la carta que señalaba que el 11 de septiembre sería la fecha del golpe
de Estado y que firmaba como Comandante en Jefe de la Armada José Toribio
Medina. Eso lo decidió, porque Pinochet temía que el Vicealmirante Raúl Montero
Cornejo continuara al mando, porque era constitucionalista y respetaba el
juramento de lealtad al gobierno legítimo, pero por la firma de Merino comprendió
que sería destituido.
Nadie, ni el momio más recalcitrante puede imaginar a Cristo junto al canalla que
planea el asesinato del legítimo presidente de Chile, como se puede escuchar en
esta grabación que dice:
Carvajal: (…) o sea que se mantiene el ofrecimiento de sacarlo del país.
Pinochet: Se mantiene el ofrecimiento… pero el avión se cae, viejo,
cuando vaya volando.
Carvajal: Conforme, je, je… conforme.
Esto lo publica la BBC News Mundo, que no es comunista como todo el mundo
sabe y tú lo puedes escuchar en este enlace:
https://www.bbc.com/mundo/noticias-america-latina-45458820
Con absoluta certeza Cristo jamás avalaría los crímenes de lesa humanidad, la
traición y la cobardía. En cambio Cristo bien pudo haber estado al lado del
hombre que pronunció estas palabras que todo el planeta ha escuchado:
“Seguramente ésta será la última oportunidad en que pueda dirigirme a ustedes.
La Fuerza Aérea ha bombardeado las torres de Radio Portales y Radio
Corporación. Mis palabras no tienen amargura sino decepción. Que sean ellas el
castigo moral para los que han traicionado el juramento que hicieron: soldados de
Chile, comandantes en jefe titulares, el almirante Merino, que se ha
autodesignado Comandante de la Armada, más el señor Mendoza, general
rastrero que sólo ayer manifestara su fidelidad y lealtad al Gobierno, y que
también se ha autodenominado Director General de Carabineros.
Ante estos hechos sólo me cabe decir a los trabajadores: ¡Yo no voy a renunciar!
Colocado en un tránsito histórico, pagaré con mi vida la lealtad del pueblo.
Y les digo que tengo la certeza de que la semilla que hemos entregado a la
conciencia digna de miles y miles de chilenos, no podrá ser segada
definitivamente.
Tienen la fuerza, podrán avasallarnos, pero no se detienen los procesos sociales
ni con el crimen ni con la fuerza. La historia es nuestra y la hacen los pueblos.
Trabajadores de mi Patria: quiero agradecerles la lealtad que siempre tuvieron, la
confianza que depositaron en un hombre que sólo fue intérprete de grandes
anhelos de justicia, que empeñó su palabra en que respetaría la Constitución y la
ley, y así lo hizo.
En este momento definitivo, el último en que yo pueda dirigirme a ustedes, quiero
que aprovechen la lección: el capital foráneo, el imperialismo, unidos a la
reacción, creó el clima para que las Fuerzas Armadas rompieran su tradición, la
que les enseñara el general Schneider y reafirmara el comandante Araya,
víctimas del mismo sector social que hoy estará en sus casas esperando con
mano ajena reconquistar el poder para seguir defendiendo sus granjerías y sus
privilegios.
Me dirijo, sobre todo, a la modesta mujer de nuestra tierra, a la campesina que
creyó en nosotros, a la abuela que trabajó más, a la madre que supo de nuestra
preocupación por los niños.
Me dirijo a los profesionales de la Patria, a los profesionales patriotas que
siguieron trabajando contra la sedición auspiciada por los colegios profesionales,
colegios de clases para defender también las ventajas de una sociedad capitalista
de unos pocos.
Me dirijo a la juventud, a aquellos que cantaron y entregaron su alegría y su
espíritu de lucha.
Me dirijo al hombre de Chile, al obrero, al campesino, al intelectual, a aquellos que
serán perseguidos, porque en nuestro país el fascismo ya estuvo hace muchas
horas presente; en los atentados terroristas, volando los puentes, cortando las
vías férreas, destruyendo lo oleoductos y los aseoductos, frente al silencio de
quienes tenían la obligación de proceder. Estaban comprometidos. La historia los
juzgará.
Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no
llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a
ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal con la
Patria.
El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse. El pueblo no debe dejarse
arrasar ni acribillar, pero tampoco puede humillarse.
Trabajadores de mi Patria, tengo fe en Chile y su destino.
Superarán otros hombres este momento gris y amargo en el que la traición
pretende imponerse.
Sigan ustedes sabiendo que, mucho más temprano que tarde, de nuevo se
abrirán las grandes alamedas por donde pase el hombre libre, para construir una
sociedad mejor.
¡Viva Chile! ¡Viva el pueblo! ¡Vivan los trabajadores!
Estas son mis últimas palabras y tengo la certeza de que mi sacrificio no será en
vano, tengo la certeza de que, por lo menos, será una lección moral que castigará
la felonía, la cobardía y la traición”.