por Franco Machiavelo
Chile es una tierra rica, bañada en cobre, mar y montañas. Rica en esfuerzo, en manos que trabajan, en sueños que no se rinden.
Pero esa riqueza no brilla para todos. Brilla para unos pocos que se reparten el país como si fuera su herencia.
El pueblo trabaja de sol a sol, y aun así, el sueldo no alcanza. Se vive al día, se cuenta la plata para el pan, para el gas, para el pasaje.
Mientras tanto, los poderosos se llenan los bolsillos con lo que produce el pueblo, y sonríen hablando de progreso.
Nos dicen que “Chile crece”, pero ¿para quién crece?
Crece para los bancos, para las mineras, para los políticos de turno que se visten de pueblo solo cuando hay elecciones.
Crece para los arrodillados, los serviles, los que llaman “libertad” a la desigualdad y “democracia” a la obediencia.
Nos privatizaron la vida.
Nos vendieron el agua, la salud, la educación y hasta la vejez.
Nos convirtieron en clientes, no en ciudadanos.
Nos hicieron creer que si no llegamos a fin de mes, es culpa nuestra, no del sistema que nos exprime.
Pero el pueblo no es tonto. El pueblo siente. El pueblo sabe.
Sabe que el cobre se lo llevan, que el mar se lo roban, que los bosques se los queman, y que los hijos deben endeudarse para estudiar.
Sabe que no hay justicia en un país donde unos pocos lo tienen todo y la mayoría solo tiene paciencia.
Chile es rico, sí.
Rico en tierra, en historia, en dignidad.
Pero es un país empobrecido por la codicia y la traición.
Porque los mismos que prometieron libertad siguieron sirviendo al patrón.
El pueblo ya no quiere discursos.
Quiere pan, techo, salud, respeto y verdad.
Quiere mirar al futuro sin miedo, sin deudas, sin humillación.
Quiere que su trabajo valga más que el dinero, que su vida valga más que la ganancia.
Porque cuando el pueblo despierte del engaño,
cuando entienda que su fuerza vale más que todos los mercados,
entonces Chile dejará de ser el país de los ricos para convertirse, por fin,
en el país de todos.
Se nota un pueblo dominado, cuando se conforma con migajas, también cuando tiene miedo de perder lo que no tiene. Pero más se nota cuando cree que con manifestaciones basta para torcer la mano del opresor. La calle es importante porque muestra la dimensión de un problema, pero no soluciona el problema en si. Esto lo saben los poderosos, se ríen, hacen fiesta, y asados en honor a sus victorias, chin-chin con el dedito parado. Victoria también para los políticos de turno, que se meten sendos sueldo con muy poco sudor o casi nada. El sistema, un gigante que se resiste a caer, pero cuando caiga, caerá sobre los traidores, y en especial, los que prometieron y nunca cumplieron. Esto deberían tenerlo presente los políticos que se dicen de izquierda. Porque les digo, hay que ser muy inocente para creer que este modelo durará para siempre.