Imagen: Detención de Víctor Polay, miembro del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA)
www.elsaltodiario.com/ 5 MAY 2020
Entre los casi 100.000 presos repartidos en las 68 cárceles de Perú, con capacidad para 38.000 reclusos, la desesperación es total. Sin unanimidad en las cifras, se habla de cerca de una decena de fallecidos por covid–19 y de cientos de contagiados. En Lima, existe una cárcel con condiciones especiales ubicada que cuenta con seis presos: cinco políticos y Vladimir Montesinos, quien fue jefe de la inteligencia con Fujimori y ordenó construir esta instalación. En aislamiento desde hace años, uno de los presos políticos es Víctor Polay Campos.
EMILIA IGREDA 5 MAY 2020 06:26
Némesis, la diosa de la venganza, es el nombre con el que se conoce la prisión de la Base Naval del Callao, en la que se encuentra desde hace 25 años de los 28 que lleva recluido Víctor Polay, comandante en jefe del Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), organización político-militar que insurgió en armas en el país en la década de los 80. En esa base a orillas del Pacífico los presos se cuentan con los dedos de las manos y las visitas son minuciosamente controladas.
“…llego apresuradamente de los afanes cotidianos, el coche raudo ha atravesado los barrios más pobres y violentos del puerto del Callao. Luego de 45 minutos estoy frente al retén compuesto por dos marinos premunidos de armamento de guerra que no permiten que nadie ingrese. De allí en adelante se respira una gran tensión, agentes de la marina uniformados y otros uniformados y armados, presentar y explicar el motivo de mi presencia con todo el personal con el que me encuentro, varios retenes en el camino. Silenciosa, tranquila, aceptando todo, sabiendo que luego de ello veré a Víctor…”.
Nacido en el Callao el 6 de abril de 1951, Víctor Polay proviene de una prominente familia aprista, fundadora de uno de los partidos más antiguos del Perú, el Partido Aprista Peruano (APRA), en el que militó durante su infancia y juventud. En 1972 es detenido por primera vez y acusado por el Fuero Policial de participar en actividades contra la dictadura militar. En aquella ocasión estaría recluido por unos meses en el Penal de Lurigancho, situado en uno de los barrios más poblados de América Latina con casi un millón y medio de habitantes. Hoy, este penal situado apenas a un kilómetro de Castro Castro, es el más hacinado del país. Los presos, desde lo alto de los pabellones, protestan pacíficamente reclamando el derecho a la vida. “No queremos morir”, “queremos las pruebas del covid”. Perú es a día de hoy el país con más número de contagios de la región detrás de Brasil.
Al salir en libertad, Víctor viaja a España y Francia para estudiar Sociología y Economía Política en la Universidad Complutense de Madrid y en La Soborna de París. En Europa abandona su militancia en el APRA e ingresa en el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Retorna a Perú cinco años después, donde su compromiso y militancia política revolucionaria le lleva a integrarse en el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA).
En 1989 es detenido en la ciudad andina de Huancayo, pasando a engrosar el contingente de presos del MRTA e ingresando en el Penal de Canto Grande, considerado el primer penal de máxima seguridad moderno en el país. Desde el primer minuto de encierro se organizan para una evasión. Emulando las célebres fugas de los Tupamaros en Montevideo y del penal de San Carlos en Venezuela, junto a 47 compañeros protagonizan la famosa fuga del túnel, construido de afuera hacia adentro, en 1990 para continuar las actividades en el movimiento. Solo dos años más tarde volvería a ser capturado y recluido en el Penal de Yanamayo, en el altiplano, a más de 4.000 metros de altura. Esta caída coincide con el autogolpe de Fujimori, quien disolvió el Congreso para intervenir el poder judicial y establecer una dictadura que se prestó a violar todos los derechos humanos.
“Antes de salir del penal de Yanamayo, fuimos torturados (para hacernos bajar la cabeza como se hace a los toros antes de salir al ruedo) y nos pusieron trajes a rayas. Durante el viaje me amenazaron con tirarme del avión por orden de Fujimori. Sin embargo, durante todo el traslado nunca dejamos de resistir y protestar.
Ya en la Base Naval nos quitaron todas nuestras pertenencias y ropas. Nos dieron un mameluco como todo vestido, junto a dos pares de medias y dos calzoncillos. No teníamos contacto con nadie y sólo nos alimentaban por una ventanita. El trato era agresivo y prepotente. El personal estaba encapuchado”.
Durante más de un año Víctor estuvo completamente aislado, sin ver ni hablar con nadie. Su familia pudo ir a visitarle en mayo de 1994. Vivía en ascuas, con un temor permanente, y no descartaba que cualquier madrugada lo sacaran para ser pasado por las armas.
“El régimen en Némesis para los dirigentes del MRTA era de “silencio y reflexión”, hasta la caída de la dictadura a fines del 2000, fue muy cruel e inhumano. A diferencia de los dirigentes senderistas, que pasaban el día juntos y tenían una serie de gollerías supuestamente por los “acuerdos de paz”, nosotros estábamos aislados, salíamos al patio solos por 10 minutos y no podíamos vernos. Todas nuestras actividades las hacíamos solos, no teníamos acceso a libros, revistas o periódicos, ni a la radio ni a la televisión. Tampoco teníamos un espejo para mirarnos la cara, ni un reloj para saber la hora. Ningún calendario para saber qué día era. Las visitas familiares eran de 30 minutos al mes y con el Comandante al lado”.
Hasta que no retornó la democracia, el régimen que gobierna la diosa de la venganza no realizó ningún cambio. Por más de diez años se mantuvieron unas condiciones de reclusión deleznables. Hoy, los familiares directos pueden compartir con Víctor tres horas a la semana. Sin embargo, el régimen de aislamiento donde habita no ha variado. Una especie de eternidad monstruosa presiona y retiene.
“… ya estoy en lo que ellos llaman el CEREC, Centro de Reclusión del Callao. Una edificación de altos muros y rejas, rodeada de alambres de púas en medio de la nada, dentro de la Base Naval del Callao. Nadie sabe exactamente donde queda, porque todos los visitantes van en un vehículo completamente cerrado. En cuanto desciendo del vehículo, no me importan las horas de espera, la ambulancia en la que nos trasladan, totalmente cerrada y asfixiante, el trato altanero de los oficiales, luego el cateo minucioso. Nada de eso importa si voy a verte, si conversaré contigo durante tres horas a la semana. Si en ese tiempo infinito tentaremos a la felicidad, en esos dos metros cuadrados sin ventanas, con poca ventilación y los captores escuchándolo todo”.
Con tantos silencios acumulados y tanto tiempo en las arrugas de la piel, Némesis busca que los presos se pierdan a sí mismos. Sorprende la resistencia de la que es capaz el ser humano.
“Los dirigentes del MRTA que estuvimos en estas condiciones jamás nos doblegamos, ni estuvimos dispuestos a firmar ningún apoyo a la dictadura. Cuando, en 1998 nos enteramos que los jóvenes habían roto con el miedo y se movilizaban en las calles, iniciamos una huelga de hambre en protesta que duró 30 días, con el propósito de hacer llegar el mensaje de que, desde el lugar más controlado por la represión, era posible resistir y luchar”.
En el actual contexto, la crisis del Covid-19 se suma a una situación de vulnerabilidad que engrosa el cuerpo social carcelario de miles de almas presas en Perú y en el mundo. Con todas las visitas suspendidas, en la base la soledad es total. Regresan los viejos tiempos en los nuevos. El miedo retiembla en los familiares de los reclusos desde que el 16 de marzo inició el período de cuarentena.
”Ahora la muerte está tan cerca. Día a día nos asalta en las noticias, calles, hospitales y penales donde tienen un número cada vez más creciente de caídos por la pandemia. La ansiedad y angustia me recorren y me pregunto cómo estás en ese lugar helado y lejano, donde alguna vez te amenazaron de muerte colocando dos féretros en la puerta de tu celda. Cómo transcurre para ti la vida en estos días, ¿estás realmente seguro? Durante años, cuando no te veía por el cautiverio, tuve la certeza de que nuestros ojos se encontrarían nuevamente, ahora vivo a sobresaltos este confinamiento y solo la llamada semanal me calma. Escuchar tu voz al otro lado”.