Inicio estas líneas contradiciendo a mi buen amigo Luis Casado, quien en un artículo de su autoría expresó que “los peloteros (aquellos que gustan del fútbol) –vengan de donde vengan – suelen tener origen humilde”.
Previo a ello, quiero destacar que alguna vez las barras que acompañaban a los equipos profesionales de fútbol sirvieron realmente como megáfonos del pueblo. Ello acaeció durante los años de dictadura cuando en los estadios, de un momento a otro, una numerosa barra desafiaba al sistema y a las decenas de carabineros apostados alrededor del campo de juego, coreando el famoso estribillo “y va a caer… y va a caer… este gobierno va a caer”.
En esos duros años, digámoslo sin ambages, las barras futboleras prestaron valioso apoyo a la causa libertaria. Eso fue antes… hoy la cosa ha cambiado, y para mal.
La ‘verdad de la milanesa’ es que el origen de los peloteros puede ser tan variado como lo es el periodismo deportivo. Fíjese usted que, según yo veo el asunto, en esto del balompié hay, como mínimo, cuatro tipos de concurrentes activos y uno pasivo. Espero que concuerde conmigo en la siguiente clasificación.
Peloteros de esencia pelotera: son aquellos que no se pierden una sola jornada futbolera, sea ella en día domingo, hábil o festivo. Asisten al estadio premunidos de un par de audífonos para escuchar en los relatos radiales lo mismo que ven en la cancha, porque quizás no les crean a sus ojos ni a su capacidad de entendimiento, por ello eso de la radio. Además, luego de abandonar el estadio llegan a sus casas para acomodarse frente al televisor y mirar los goles que aplaudieron o sufrieron horas atrás. Pero no les basta, pues a lo largo de la semana sintonizan religiosamente cuanto programa futbolístico haya en la televisión. Compran los diarios para leer los suplementos deportivos a la espera de concurrir al estadio no bien su equipo juegue allí una nueva fecha del campeonato, un partido amistoso, o lo que sea similar. Socialmente hablando, en este sector del ‘peloterismo’ encontramos preferentemente a personas pertenecientes a los segmentos “clase media baja y pueblo llano”.
Peloteros de ocasión: aquí se ubica una de las mayorías del ‘peloterismo’, que es aquella aventada por las brisas del exitismo típico del chileno medio. Este segmento se interesa en el fútbol sólo cuando la jornada ofrece un partido que cierta prensa y ciertas autoridades califican “de alta convocatoria”, vale decir, un clásico del fútbol nacional (Colo Colo vs Universidad de Chile, o ésta vs Universidad Católica), una finalísima de campeonato, una actuación de la selección chilena, y así, cualquiera de esos encuentros deportivos que remecen a los programas de farándula, los que obviamente le adosan una buena cantidad de morbo y estupidez.
¿Socialmente se destacan por….?, bueno, aquí hay mucha juventud universitaria femenina que desea asistir porque es algo parecido a un megaevento musical; también hacen nata los adultos jóvenes clasemedieros, vale decir, profesionales, técnicos, oficinistas, etc. Es la clase media “aspiracional”. El problema se suscita cuando la ‘roja de todos’ (qué extraño apodo) debe disputar una fecha de clasificatorias para un Mundial de Fútbol, ya que ese público no es el público futbolero habitual, por lo que no canta, no grita, no hace barra ruidosa, no insulta… ergo, la ‘roja de todos’ no presiona al rival con su localía, y aquel se siente casi en casa.
Peloteros administradores del peloterismo: este segmento es muy pequeño numéricamente, pero muy poderoso en lo económico. En él se encuentra “la crème de la crème” de nuestra sociedad. Puro filete. Haciéndola cortita, se trata de los dueños de todo. De los clubes, de los recintos deportivos, de la ANFP, del CDF, e incluso de las barras bravas (y si no son propietarios de estas, en alguna medida al menos las financian porque les sirven de cobijo, de guardaespaldas y, aunque usted no lo crea, de reclutas de votos para cualquier tipo de elección).
La verdad es que a estos caballeretes, el fútbol (es decir, el fútbol, fútbol) les interesa un pepino, pero siempre se les ve instalados en las aposentadurías especiales, las más caras, las reservadas para autoridades de cualquier cosa; allí se presentan mostrando sus tenidas “cashual”, deportivas, pero ligeramente desordenadas (como exige el estilo, ¿no?). ¿A qué van? Simple, a vigilar el negocio. A eso van. Además, ya que pertenecen a alguno de los principales grupos económicos del país, aprovechan para hacer lo que mejor hacen: nuevos negocios.
¿Socialmente, quienes son? Ya lo dije: la crème de la crème, las guindas de la torta. Aristocracia criolla pura, lo más rancio del reino de Pelotillehue. Claro que también es posible encontrar entre ellos a más de un ‘colado’, el que pudo llegar a la repartija de caviar merced a los turbios negociados que realizó cuando su partido político estuvo en el gobierno.
Ejemplos hay varios, entre ellos podemos citar a Ambrosio Rodríguez (fiscal militar en la Universidad de Chile y Procurador General de la República, todo ello durante la dictadura), José Yuraszeck (recordar el caso “Chispas”), y Jaime Estévez (BancoEstado: préstamo de millones de dólares a Andrónico Luksic para que este adquiriese el Banco Chile, donde hoy Estévez es uno de sus Directores).
Pelotudos: este es el grupo mayoritario (en referencia a quienes asisten domingo a domingo a los partidos del fútbol profesional). Son los vándalos (o los suevos, o los hunos). Son las “barras bravas”. Mucho matón, demasiados pequeños delincuentes, varios enfermitos del mate y no pocos ‘snobs’ que consideran ‘progre’ sacudir la propia payasa metidos en el medio del lote. Tienen una estructura interna, jerárquica, vertical. Manda el matón mayor y su pandilla. Protegen y son protegidos.
Dueños de los lienzos, el bombo, la marihuana, los estoques, las bengalas y las consignas. El tal “Pancho Malo” es claro ejemplo de ello.
Defienden al “administrador del peloterismo local”, de él reciben apoyo y a veces un centenar de entradas para una jornada deportiva, las que sirven para adquirir “materiales” y obviamente más poder. Amigos de la riña y el estropicio, se encargan de darle ‘color’ al campeonato destruyendo instalaciones del estadio y de los establecimientos aledaños al recinto. Gustan de enfrentarse con la policía,
pero su gozo máximo es agarrarse a palos y peñascazos con las barras adversarías.
¿Quiénes son, socialmente los que componen estos grupos? ¡No se vaya a equivocar, mi amigo!, mire que si bien la mayoría de los participantes proviene de poblaciones obreras alejadas del casco histórico citadino, hay también juventud estudiantil (la femenina es particularmente audaz) y mucha cabrería algo vagoneta, esa que rehúye el estudio y le hace el quite al trabajo enjundioso.
Pelotehuenses o “sofátletas”: y llegamos a la mayoría absoluta de aquellos que gustan del fútbol y del deporte. Aman el tenis, el boxeo, los Mundiales y copas sudamericanas, los juegos olímpicos y el basquetbol, el voleibol y el golf, incluso la fórmula uno. Van a todas… pero lo hacen cómodamente instalados en el sofá de su casa frente al aparato del televisor, o en algún local comercial como un restaurante o un bar donde disponen de atención sólida y líquida para asistir con sus amigos a “alentar”.
Sin remilgos, reconocen ser los mejores clientes de toda la propaganda que circula en el entorno de los deportes. Carne para asados, carbón, vino, cervezas, ‘pichangas’ de queso, causeo variado, salame y pickles. Son millones, y constituyen la clientela fiel de los canales de televisión.
Socialmente hablando, encontramos aquí gentes de todos los estratos y segmentos. En Chile no hay nada más democrático y socialmente igualitario que esos millones de compatriotas alentando a su equipo favorito frente a la tele, con la boca llena, y gritándole a tal o cual jugador, o al DT, cómo debe hacerse esa jugada que falló. Ah, y regalándole al señor árbitro y a sus ayudantes el rosario completo de insultos registrados en el libro gordo de las xuxadas chilensis. Más democrático e igualitario que este enorme lote, imposible, ¿verdad?
En fin, lo otro que es preciso puntualizar dice relación con la concurrencia masiva a un lugar público para celebrar triunfos (sean estos reales o morales). En Santiago el ‘respetable’ ha elegido la plaza Italia. Cada ciudad tiene su espacio para estos efectos. Allí se encuentran representantes de tres de los grupos mencionados en esta nota. Por cierto, el de los “administradores” no se hace presente, y el de los “Pelotudos” replica lo que acostumbra realizar al interior de un estadio, aunque en ocasiones como esta (de celebración popular) aprovecha el vuelo para asaltar negocios y locales comerciales. Lo bueno (si es que puede considerarse así) es que acá también se produce una cuestión democrática e igualitaria: todos –componentes de tres grupos– hacen lo mismo (por lo menos al comienzo de la celebración), gritan y aplauden. Después vienen los carrerones y las huidas.
Si años ha, las barras apoyaron la causa de la libertad y la recuperación de la democracia, hoy, definitivamente, algunas de ellas representan un peligro real, ya que se encuentran cooptadas y dirigidas por elementos del lumpen – encorbatado o a “pata pelá “– que en actitud amenazante desafía no solo a las autoridades de esa área y a las autoridades políticas, sino a la sociedad en general.
Al finalizar estas líneas, me parece que debo ser consecuente con lo que escribo y sostengo. Reconozco que durante muchos años formé parte del lote de los “Peloteros de esencia pelotera”… pero, hoy, más sabio (por viejo que por estudios), estoy inscrito desde hace un par de décadas en el vasto grupo de los “sofátletas”.