La revolución industrial no sólo fue producto de fenómenos internos de Inglaterra o Francia sino el resultado de un largo proceso de acumulación mundial de capital, extraído fundamentalmente de la explotación colonial proveniente de Asia, Africa y América.
Existen diferentes opiniones acerca de las repercusiones que tuvo en la generación del capitalismo europeo la extracción de metales preciosos y materias primas provenientes de la colonización americana. Mientras algunos manifiestan que el oro y la plata americanos no jugaron el papel tan decisivo que se les atribuye, otros, como Perry Anderson, sostienen que la conquista de América fue “el acto singular más espectacular de la acumulación originaria del capital europeo” (36).
Ya Marx había apuntado en 1847 que “en el siglo XVI, la cantidad de oro y plata en circulación en Europa aumentó a consecuencia del descubrimiento de las minas americanas, más ricas y fáciles de explotar. El resultado fue que el valor del oro y de la plata disminuyó con relación al de otros artículos de consumo (…) el salario disminuyó porque a cambio de la misma cantidad de dinero recibían una cantidad menor de bienes. Este fue uno de los factores que favoreció el crecimiento del capital y el ascenso de la burguesía en el siglo XVI” (37). Por eso resulta insólita la afirmación de Ciro Cardoso: “es falsa la creencia de que (…) el núcleo desde la semiperiferia y la periferia hayan sido el factor central en el surgimiento del capitalismo” (38).
Pierre Vilar sostiene que las ganancias de los empresarios europeos se hicieron a expensas de los trabajadores mineros latinoamericanos: “la intensidad de la acumulación monetaria en Europa, condición para la instalación del capitalismo, dependió del grado de explotación del trabajador americano (…) La acumulación primitiva del capital europeo dependió tanto del esclavo cubano como del minero de los Andes” (39). Hamilton ha calculado en 500 millones de pesos en oro el monto de lo trasladado de América por los españoles hacia Europa, entre 1503 y 1660. Las cuatro quintas partes de la producción mundial de metales preciosos provenía de América Latina. Enrique Semo afirma que “las colonias americanas le produjeron a España aproximadamente hasta 1518, alrededor de 70.000 pesos anuales, un total de 1.2 millones hasta 1554. Después de la conquista del Perú, el ingreso anual subió a 3.5 millones y llegó en tiempos de Felipe II a 45 millones”(40). En 1626 un alto funcionario de la corona, Pedro Fernández de Navarrete, “computaba los ingresos hasta su época en 1.536 millones, mientras el ilustre doctor Sancho de Moncada, lamentando la escasez de dinero, ya advertida en la Península, admite el dato de que los ingresos registrados de América habían sido de 2.000 millones sólo en el siglo XVI” (41).
La Cambridge History of the British Empire ha reconocido que los empresarios ingleses obtuvieron entre 200 y 300 millones de libras inglesas en oro de beneficio por el trabajo esclavo en las Indias occidentales. Las ganancias obtenidas por Francia en el tráfico de esclavos durante el siglo XVIII ascendieron a 500 millones de libras francesas oro. Más todavía, poco antes de la revolución burguesa de 1789, las dos terceras partes del comercio exterior francés provenía de la explotación de Las Antillas, especialmente del azúcar haitiano. En fin, puede afirmarse que América latina se constituyó en la periferia colonial más importante del capitalismo europeo en formación.
Las islas antillanas del azúcar fueron uno de los basamentos de la acumulación originaria, especialmente en los siglos XVII y XVIII en que el azúcar se convirtió en uno de los productos básicos del mundo. Los políticos y escritores ingleses, entre ellos John Ashley en 1744, reconocieron que el azúcar fue uno de los factores claves en la acumulación de capitales para el ulterior desarrollo manufacturero. El azúcar brasileño del siglo XVI y parte del XVII contribuyó a la acumulación originaria del capital en los Países Bajos sobre la base de la comercialización y el transporte de dicho producto controlado por Holanda. Durante el siglo XVIII, el oro y los diamantes del Brasil aportaron en gran medida al fondo de acumulación que permitió el despegue industrial, porque esos minerales preciosos pasaban a Lisboa y de allí a Londres. Con toda razón se ha dicho que “entre 1700 y 1770, el comercio anglo-portugués contribuyó sustancialmente al desarrollo de la economía inglesa ” (42). Celso Furtado ha remarcado también la importancia de Brasil en relación al proceso de acumulación originaria de capital inglés: “Para Inglaterra, el ciclo del oro brasileño proporcionó un fuerte estímulo al desenvolvimiento manufacturero, una gran flexibilidad a su capacidad de exportación y permitió una concentración de reservas que hicieron del sistema bancario inglés el principal centro financiero de Europa” (43). La acumulación de capital en este período -dice Mandel- superó millones de libras inglesas en oro, es decir, más del valor total del capital invertido en todas las empresas industriales hacia 1800 (44).
Los europeos hicieron sustanciosas inversiones en las materias primas de América, obteniendo altas cuotas de ganancia que reforzaron el proceso de acumulación originaria. (45 y 46) Estas cifras demuestran que el despegue industrial de Inglaterra y Francia no fue el resultado de las virtudes tan ideológicamente sobreestimadas de los Europeos, sino el producto de la explotación de millones de indígenas y esclavos negros. Como decía Marx, el capital advino al mundo “chorreando sangre y lodo, por todos los poros, de la cabeza a los pies (…) el descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos representan otros tantos factores fundamentales en el movimiento de la acumulación originaria” (47).
Esta acumulación originaria de capital, hecha a base de la explotación colonial de América Latina tuvo dos fases: una, la del siglo XVI y parte del siglo XVII, en que la extracción de metales preciosos fue la base de la acumulación; y otra, la de fines del siglo XVII y todo el XVIII, en que las plantaciones, el oro del Brasil y la plata, fueron los principales productos que contribuyeron a la acumulación, junto a otra mercancía: los esclavos de Africa. Millones de esclavos negros fueron trasladados al continente americano, especialmente durante los siglos XVII y XVIII, a través de un sistema de comercio triangular, que consistía en llevar manufacturas de Europa al Africa; allí se cambiaban por esclavos y, luego, éstos eran vendidos en América, de donde se llevaban el oro, la plata y las materias primas de vuelta para colocarlos en los mercados europeos. El comercio triangular y la explotación del trabajo de los negros e indígenas produjo altísimas cuotas de ganancia a los colonizadores. Parece una paradoja histórica el que relaciones de producción precapitalistas -como la esclavitud negra y la mita indígena- hayan contribuído de modo tan decisivo al desarrollo del moderno capitalismo europeo. Asia participó en menor medida que Africa y América en el fenómeno de la acumulación originaria. Las culturas de China y la India, especialmente, pudieron defenderse mejor del saqueo y la colonización, por lo menos hasta fines del siglo XVIII. No obstante, los europeos obtuvieron suculentas ganancias vendiéndoles metales preciosos de América a cambio de “especies” y manufacturas chinas e indhúes que después vendían a precios elevados en Europa. Pierre y Huguette Chaunu sostienen que “fue sólo el comercio con América lo que permitió a Europa desarrollar su comercio con Asia.” (48). Para Andre G. Frank, existieron dos triángulos comerciales: el asiático-oriental y el atlántico, el primero de los cuales se formó antes de la colonización americana. “En términos de acumulación de capital a escala mundial, el intercambio de productos asiáticos por la plata americana producida con trabajos forzados representaba un intercambio desigual que beneficiaba a los europeos a expensas de los asiáticos (y, por supuesto, de los latinoamericanos), y así lo vieron los mercaderes y mercantilistas contemporáneos que encontraban que la plata americana obtenía su mejor precio en Asia, medido tal precio en excedentes realizables en Europa”. (49)
Los empresarios europeos hicieron otro negocio con el impacto inflacionario que provocó el oro y la plata de América Latina, especialmente en el imperio otomano, el imperio más grande del mundo en el siglo XV. “El influjo de los metales preciosos americanos en la Europa renacentista se había abierto paso hasta el imperio turco en las últimas décadas del siglo (XVI)” (50). El alud de oro y plata de América Latina desencadenó la llamada “revolución de los precios”, la inflación y el descenso de los salarios reales. Mientras los precios subían más de 4 veces, los salarios se estancaban, lo cual se constituyó en una fuente de la acumulación originaria. Otra, fue el negociado que hicieron los traficantes de armas para América y las contínuas guerras entre los países europeos. El surgimiento de la deuda pública, del préstamo en forma de valores de Estado negociables en la bolsa, fue otro factor que coadyuvó a la acumulación originaria, como asi mismo el pillaje de América Latina, Asia y Africa. Uno de los países que más rápidamente se enriqueció por vía del pillaje fue Inglaterra. El pirata Drake, respaldado por la reina Isabel, saqueó a los galeones españoles más de 600.000 libras esterlinas en una década. Beard estima que bajo el reinado de Isabel, los piratas se apropiaron de 12 millones de libras esterlinas.
Estos y otros métodos de violencia hicieron decir a Marx: “Los diferentes momentos de la acumulación originaria se distribuyeron más o menos, en sucesión temporal, entre España, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra. En Inglaterra se sintetizan sistemáticamente a finales del siglo XVII en el sistema colonial, el sistema de la deuda pública, el moderno sistema fiscal y el sistema proteccionista. Estos métodos se basan parcialmente en la violencia más brutal, por ejemplo, el sistema colonial.” (51). El proceso de acumulación originaria estuvo íntimamente ligado con la creación del mercado mundial. Mandel sostiene que la inaguración del mercado mundial de mercancías fue “la transformación más importante de la humanidad desde la revolución metalúrgica”.(52) De este modo, se aceleró el desarrollo del capital y del intercambio comercial. Como decía Marx: “La biografía moderna del capital comienza en el siglo XVI con el comercio y el mercado mundiales”(53). En las últimas décadas, numerosos autores han minimizado el papel del capital comercial en el proceso de gestación del modo de producción capitalista, motejando de “circulacionista” a quien se atreva a poner de manifiesto su relevancia. El argumento principal de algunos autores, como Theotonio Dos Santos, es que en la antigüedad romana existió capital comercial y no por ello se accedió al capitalismo. Creemos haber demostrado que el capital comercial de la formación social europea de los siglos XIV al XVII cumplió un papel diferente al del capital comercial de la época romana, contribuyendo a la acumulación originaria, que promovió la inaguración de nuevas formas de producción a través de la industria a domicilio y la manufactura.
Aunque el comercio es una actividad que, en sí misma, no engendra riqueza, sus intereses inmediatos condujeron al descubrimiento y colonización de regiones que jugaron un rol definitivo en el auge de la manufactura y el posterior advenimiento de la Revolución Industrial. Los viajes por Africa y América dieron origen a la formación del mercado mundial, inagurando una nueva etapa en la historia. En síntesis, el capital comercial no conlleva necesariamente al régimen burgés pero sería ahistórico desconocer su influencia directa en la génesis del sistema capitalista. En rigor, una parte sustancial de la revolución industrial fue financiada por el aporte colonial -no voluntario, por supuesto- de los metales preciosos y las materias primas al fondo de acumulación originaria. Mandel sostiene que estos productos coloniales financiaron “directamente la fundación de manufacturas y fábricas, dando así un impulso decisivo a la revolución industrial”. (54). La acumulacion originaria de estados unidos
La “contribución” de América Latina al proceso de acumulación originaria mundial ha sido especialmente estudiado en relación a la Europa capitalista naciente, pero poco analizado para el caso estadounidense. Sin embargo, existen pruebas fehacientes que demuestran el “aporte” significativo de América Latina al desarrollo del capitalismo norteamericano en su fase de acumulación de capital, en el momento preciso para el despegue de Estados Unidos. Hasta el siglo XVIII, el proceso de acumulación en este país había sido lento. Su condición colonial había determinado que gran parte del excedente se drenara a la metrópoli inglesa por vía de impuestos, transporte e importación de manufactura. Otra parte del excedente quedaba en manos de los colonos, pero no era significativo porque en el primer siglo de la conquista no encontraron oro ni mano de obra que explotar. Los indígenas eran escasos e indomables. La pobreza de recursos naturales, la ausencia de metales preciosos y la escasez de mano de obra condicionaron una sociedad de emprendedores artesanos y agricultores en el Norte.
Los colonos nunca dejaron de reafirmar su autonomía relativa, rebelándose en Las Carolinas, en 1663, lo que ha conducido erróneamente a calificarlas de feudales. En realidad, en Carolina del Sur se formó una Asamblea de representantes del pueblo que reivindicó el derecho al gobierno local, ejemplo que siguieron los calvinistas de Massachusetts y los cuáqueros de Fidadelfia y Pensylvania. En la zona norte surgió la agricultura, pesca, ganadería y la explotación de pieles, cueros y lanas, además de astilleros y una fuerte burguesía comercial: Inglaterra prestó más atención al sur por las posibilidades de desarrollo de una economía de plantación: tabaco, arroz, añil y, sobre todo, algodón, en auge a aprtir del siglo XVIII. El proceso masivo de acumulación de capital comenzó con la piratería, el pillaje, el contrabando, el tráfico de esclavos y el comercio de mieles y azúcares. El transporte de mercancías de otras colonias y naciones permitió también una importante cuota de acumulación de capital. Estados Unidos contaba a fines del siglo XVIII con la segunda flota mercante del mundo, después de Inglaterra, gracias al desarrollo de sus astilleros. En 1750, la industria naval de Estados Unidos fabricaba el 30% de los barcos Ingleses.
Los buques piratas norteamericanos asaltaban las flotas españolas cargadas de metales preciosos, de azúcar, café, cacao y otras mercancías que navegaban por el caribe. La magnitud de estos actos de piratería fue tan notable que “se ha llegado a afirmar que en algunos períodos fue uno de los principales ingresos de Estados Unidos”(55). Grandes magnates, como Asa Clap e Israel Thorndike, se iniciaron como piratas o corsarios. En 1702, los norteamericanos se apoderaron en la bahía de Matanzas del galeón español “Jesús de Nazareno”, cargado de un rico botín. En 1774 había 113 corsarios norteamericanos dedicados a atacar al comercio español del Caribe. “En el apogeo de la piratería obtenía (EE.UU.) un capital estimado en 100.000 libras esterlinas anuales”(56). El contrabando fue otra de las actividades que facilitó la acumulación originaria. Rhode Island llegó a percibir 40.000 liibras anuales por contrabando y tráfico de esclavos.
La compra de azúcares y mieles de las Antillas permitió a Estados Unidos instalar las primeras destilerías, productoras de un ron de excelente calidad. “Durante un siglo Massachusetts había estado fabricando el mejor ron de las Antillas, el West Indian Rum, vendido generosamente en Inglaterra y dado obligatoriamente a los soldados del imperio”(57). A cambio del azúcar, los norteamericanos vendían harina, maíz, trigo y otras mercancías y se encargaban del transporte. En 1769 exportaban a las Antillas por valor de 800.000 libras esterlinas; pero importaban de Inglaterra diez veces más de lo que vendían; el déficit lo pagaban en productos vendidos a las Antillas. Benjamín Franklin, representante de Pensylvania, manifestaba en la Cámara: “Pagamos la diferencia gracias a los productos que llevamos a las Antillas”. Los norteamericanos cobraban en efectivo las mercancías vendidas a Jamaica y otras islas inglesas, francesas y holandesas. Pensylvania exportaba por valor de 700.000 libras esterlinas entre 1763 y 1766 y Nueva Inglaterra más de medio millón. Entre 1771 y 1773 las exportaciones de Estados Unidos a las Indias occidentales ascendieron a dos milllones de libras esterlinas trasportadas por quinientos barcos, sin contar el contrabando. Estados Unidos era el principal vendedor de harina a las Antillas y Venezuela; a partir de 1790 la harina norteamericana empezó a desplazar a la mexicana de los mercados del Caribe. También vendía harinas y esclavos a Puerto Rico a cambio de mieles y azúcar. Cuba, Haití y Puerto Rico fueron las colonias que más contribuyeron a la acumulación originaria de capital en Estados Unidos.
El transporte, realizado por la segunda flota del mundo, fue una de las fuentes principales de la acumulación. “A la ruptura del monopolio ibérico, de 1797 a 1808, los Estados Unidos, situados en primer plano por su condición de neutrales y por su marina mercante, ocuparon el primer lugar en el comercio con América Latina.” (58). En el fondo, las Antillas financiaron la industrialización norteamericana. El desarrollo manufacturero fue el resultado de la acumulación originaria producida por el contrabando, la piratería, el transporte, los excedentes agropecuarios y, fundamentalmente, la explotación de mano de obra barata. André Gunder Frank opina con razón que el desarrollo industrial del noreste norteamericano en el siglo XVIII no se debió a su mercado interno, como se ha dicho, sino que “dependió en gran medida del mercado externo de exportación” (59).
El mercado interno era muy estrecho e insuficiente para un despegue industrial. Las escasa manufacturas, como cordajes, velas, lonas, zapaterías, destilerías etc., estaban dedicadas más a la exportación que al interior de Estados Unidos. Antes de la Independencia, Estados Unidos tenía coartado su desarrollo por su condición colonial. La guerra de la Independencia (1776-1781) fue el inicio de la revolución democrático-burguesa, encabezada por los comerciantes, banqueros, manufactureros del norte y hacendados esclavistas del sur. Pero fue una revolución inconclusa porque no eliminó la esclavitud y se mantuvo subordinada a la estructura industrial de Inglaterra. Tuvo que realizarse la guerra civil del siglo XIX para culminar el proceso democrático-burgués. En represalia por la Independencia, Inglaterra cerró a los Estados Unidos el comercio con las Antillas, coartándoles el suministro de azúcar para las destilerías. A partir de entonces, Estados Unidos acentuó su comercio con las Antillas españolas, especialmente con Cuba y Puerto Rico y, posteriormente, con Haití, una vez independizada de Francia. El despegue capitalista de Estados Unidos se vio favorecido también por su pronta revolución agrícola. En 1783 apareció un tratado sobre Agricultura en el que se planteaba la siembra en surcos, en lugar de “al boleo” y la rotación de cultivos. En 1797 se fabricó el primer arado de hierro forjado.
Al mismo tiempo, la demanda de materias primas de la industria textil europea estimuló la producción de algodón a fines del siglo XVIII, reforzando la tendencia a la importanción masiva de esclavos. El algodón se constituyó en el principal producto de exportación de los Estados Unidos. Uno de los hechos más relevantes fue la inversión de capitales norteamericanos en Cuba. Moreno Fraginals sostiene que “es indudable que hubo un enorme capital norteamericano inversionista y que desde la década de 1780 fue levantando ingenios” (60). Esto significa que antes de la fase imperialista hubo un proceso de inversión de capitales, no solamente de Estados Unidos sino también de Inglaterra, Francia y Holanda en la región del Caribe.
¿PROTOIMPERIALISMO EN LA FASE DE ACUMULACION ORIGINARIA?
Parece una paradoja que en la fase de acumulación originaria de capital para el despegue industrial, las potencias europea y norteamericana hayan invertido capital en empresas agrarias coloniales. Hemos demostrado que tanto Inglaterra y Francia como Estados Unidos extrajeron significativos excedentes de sus inversiones en las Indias Occidentales. No se trataba de meras empresas comerciales sino de una fuerte inversión de capital que sobrepasaba la inversión realizada en sus industrias manufactureras y siderúrgicas metropolitanas.
Cabe entonces plantearse al siguiente problema teórico: ¿En qué medida la inversión de capital financiero es característica exclusiva de la fase imperialista?. Es obvio que el capitalismo experimentó un salto cualitativo a fines del siglo XIX al entrar a una fase superior, pero uno de sus rasgos distintivos -la exportación de capital- había estado madurando desde hacía por lo menos un siglo.
A las fuertes inversiones inglesas, francesas, holandesas y norteamericanas en los ingenios de la región del Caribe durante el siglo XVIII, le siguieron las inversiones en menor escala en la minería latinoamericana, como por ejemplo en La Rioja (Argentina) y en el Norte chileno durante la década 1820-30, aunque sin el éxito esperado. Los norteamericanos intensificaron la inversión de capitales en las empresas azucareras de Cuba a lo largo del siglo XIX.
Pararlelamente, comenzó a mediados del siglo pasado la inversión en telecomunicaciones y ferrocarriles en América Latina, es decir, inversiones de capital no destinadas al área directamente productiva, fenómeno que caracterizó la inversión de capital extranjero en los primeros ochenta años del siglo XIX. Por eso, estimamos que el proceso de inversión capitalista en el extranjero a fines del siglo XVIII y comienzos del XIX tuvo la especificidad de darse en el sector productivo, lo que llama a reflexionar e investigar más a fondo acerca de sus rasgos protoimperialistas.
La relación entre metrópolis y colonias hispano-lusitanas se ha estudiado fundamentalmente a la luz del intercambio comercial. Pero se ha descuidado el alcance de la inversión de capital. En América Latina colonial, además de la inversión de capitales españoles y portugueses -que no ha sido debidamente investigada- se dieron inversiones de otros países europeos, como las de Holanda en los ingenios azucareros de Brasil a principios del siglo XVII, las de Estados Unidos en las explotaciones azucareras cubanas (siglos XVIII y XIX) y las inglesas y francesas en los ingenios de las Antillas. Cabe entonces investigar el significado de la inversión de capital en el período que precedió a la fase imperialista porque, sin duda, desempeñó un papel importante en el proceso de acumulación originaria que permitió el despegue industrial.
(Capítulo II de la Historia Social Comparada de los pueblos de América Latina)