Editorial de La Jornada,
México, lunes 22 de septiembre de 2025
Los gobiernos de Reino Unido, Canadá, Australia y Portugal
reconocieron ayer al Estado de Palestina, en lo que constituye un
severo revés a la estrategia genocida que Tel Aviv, con el apoyo casi
solitario de Estados Unidos, ha estado aplicando desde hace dos años
en la franja de Gaza y, en buena medida, también en la Cisjordania
ocupada. El hecho resulta particularmente significativo si se
consideras que dos de esos gobiernos –el británico y el canadiense–
forman parte del grupo de las siete potencias occidentales más
industrializadas, y que ambos, junto con el australiano y el
neozelandés, son integrantes del primer círculo de aliados
estratégicos con los que Washington comparte labores de inteligencia y
espionaje: la instancia denominada Cinco Ojos, a la que Edward Snowden
ha descrito como una “organización de inteligencia supranacional que
no responde a las leyes conocidas de sus propios países”.
Ciertamente, el reconocimiento mencionado es una medida sumamente
tardía y, por ello, asimétrica, si se considera que Ottawa, Canberra y
Londres otorgaron su reconocimiento al régimen de Tel Aviv desde 1949,
en tanto que Lisboa lo hizo en 1977. Ninguno de esos países, sin
embargo, había reconocido explícita y formalmente el derecho palestino
a un Estado independiente, a pesar de que desde 1974 la Organización
de Naciones Unidas estableció los derechos palestinos “a la libre
determinación sin injerencia del exterior”, “a la independencia y la
soberanía nacionales” y “a regresar a sus hogares y sus propiedades de
los que han sido desalojados y desarraigados”.
No puede desconocerse, por otra parte, que este importante paso ha
sido impulsado, en buena medida, por dos factores contrapuestos; por
un lado, ha de mencionarse la enorme y creciente presión social en
demanda del cese del exterminio de la población palestina que perpetra
Israel, una presión que ha tenido el propósito principal de lograr el
aislamiento internacional de los genocidas y que ayer se anotó una
indiscutible victoria; por el otro, es de subrayar la descontrolada
barbarie del propio régimen de Tel Aviv, la cual no se ha constreñido
a los territorios palestinos bajo su ocupación, sino que se ha
traducido también en agresiones militares injustificadas en contra de
Líbano, Siria, Irán y Qatar, y de represalias desproporcionadas en
contra de Yemen. No es exagerado, a la luz de ese comportamiento,
afirmar que el gobierno que encabeza Benjamin Netanyahu se ha
convertido en la principal amenaza a la paz mundial.
Por más que el reconocimiento constituye una derrota diplomática
mayúscula para los dirigentes israelíes y sus propósitos genocidas, es
lamentable que se haya debido llegar a más de 60 mil personas
asesinadas por Tel Aviv en la franja de Gaza para que los gobiernos de
esos cuatro países se hayan decidido a admitir que los palestinos
tienen el derecho inalienable a una nación independiente y soberana.
Por mínima consecuencia, Londres, Ottawa, Canberra y Lisboa tendrían
que sumarse a la demanda que Pretoria presentó ante la Corte
Internacional de Justicia en diciembre de 2023 –y a la que nuestro
país se adhirió en mayo del año pasado– para que intervenga ante las
violaciones israelíes a la Convención de la ONU sobre Genocidio.
Asimismo, hoy más que nunca es necesario que los principales socios
comerciales de Israel interrumpan sus intercambios con esa nación. Si
en los años 90 del siglo pasado la presión mundial fue fundamental
para poner fin al régimen racista sudafricano, otro tanto puede
ocurrir ahora para obligar a Tel Aviv a poner fin a su agresión
criminal contra los palestinos y a admitir la existencia de un Estado
palestino en la totalidad de Cisjordania, Gaza y la Jerusalén Oriental.