por Edmundo Moure Rojas
De esto que recuerdo hace ya diecinueve años. Fue en octubre de 1996. Se cumplía, según sesudos académicos de la hispanidad, un milenio de vida del idioma castellano, uno de los tres hijos peninsulares del latín romano, junto al catalán y el gallego, aunque todo el prestigio de la lengua imperial, impuesta por Isabel la Católica y su consorte Fernando, como idioma único de la España recién nacida como Estado, recaería en el habla de los secos y adustos habitantes de Castilla.
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