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Olla Común

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por Rabino Roberto Feldmann

ה“בOlla Común 

(Nada tiene sentido sin abrir el Corazón). 
 


«Olla común» es «un comedor popular, aunque de carácter más independiente y autogestionado» – dice wikipedia – para enfrentar el «hambre».

Le tengo demasiado respeto y horror a esa palabra, a la tortura inimaginable para seres humanos libres hoy que es, como para usarla livianamente. No creo que haya nadie aquí que esté pasando hambre como prisionero de campo de concentración o de exterminio. Simplemente porque nadie impone hambre como política de «Vernichtung durch Arbeit», de «exterminio por trabajo» (hambre, sed, frío, tortura, agotamiento, enfermedad, debilitamiento extremo). Asimismo, nadie impide ingeniárselas para organizarse y alimentarse. (Solo de vez en cuando lo hacen, a la pasada, por gusto y propensión a abusar, ciertos estamentos de nuestra sociedad, cuando se les da un uniforme.)  


Entonces no es Hambre con mayúscula. Pero sí es algo que resulta apremiante: no poder comer, y peor, no poder alimentar a los niños y a los mayores. No hay dinero, no hay con qué. 

Rayén es una mujer de 38 años, que conoce mucha gente aquí en Concón, donde vivo. Al norte de Viña del Mar y Valparaíso, Concón, con sus 35 mil habitantes, no está en cuarentena. En el trayecto a la sede del club de fútbol amateur «Caleta Huracán» en cuyas dependencias realizamos ollas comunes los martes y viernes, Rayén para a conversar con gente variopinta, – feriantes, carniceros, gente humilde – que dona zanahorias, pan, papas, repollo, proteína…



Con ella les fuimos conociendo. Esta semana, una planta de gas licuado nos donó tres balones de gas de 45 kilos para nuestra cocina. Nada es institucional, nada está sujeto a burocracia, política, ideología o sistema alguno. Todas las diez personas somos voluntarias. Lo hacemos porque la situación lo requiere. La gente que antes podía ganarse su jornal, hoy está cesante. La gente que tenía algún negocito para «parar la olla» como decimos en Chile, ahora no tiene cómo parar la olla. 

La sede del club de fútbol queda en una población con calles pavimentadas, que se llama Caleta Higuerillas (o recibe otros nombres, según a quién uno pregunte). Su corazón es la caleta de pescadores artesanales. Como todo en Concón, restaurantes de alta gastronomía conviven codo a codo con pescaderías humildes, bajo distancias sociales abismantes, sobrevoladas por pelícanos potentados y gaviotas indigentes que se juntan en un tráfago en torno al pescado.


Caleta Huracán FC, – con diez divisiones incluyendo una de cuarenta mujeres – es como el Chile profundo: funciona nadie sabe cómo, con el esfuerzo de algunos. Es muy limpio, funcional, digno, y es mantenido con un cariño sobado de copas y trofeos. Un galpón, una cancha de pasto artificial, y crucialmente, una cocina. Allí pasamos horas lavando, pelando, picando, cocinando, hasta el momento más feliz, el premio: entregar las raciones. 


Ya sea con un equipo o con la guitarra, unos trabajamos y alguien toca, por turnos. Nos damos ánimo ante el dolor de espalda o el tedio, con canciones.

Sarai es una norteamericana que vive en Chile, madre de cinco hijos; Juan Pablo es un vigoroso barbudo que vivió en Canarias; Marcos es el más local, el secretario del Caleta Huracán. Cada quién es una historia, y noto que casi todas tienen algo que ver con vidas que transcurrieron en algún momento, en el extranjero. Excepto el «Hura», el encantador perrito, regalón de todos. Ese es criollo como el que más. 


Decidimos lo que vamos a cocinar entre tod@s, y vamos turnándonos en comprar, con las donaciones en dinero que mis amig@s más generosos y despiertos donan, en los lugares más económicos, lo que sea que complemente lo que obtenemos en donaciones de legumbres, verduras, abarrotes o proteína. No hacemos «olla común» en un sentido de una gran bazofia que mate el hambre. La comida es mucho, mucho mejor, bajo la tutela y buena mano de Johnny, quien es maestro de cocina de un restaurante cerrado ahora.

Hacemos postres, jalea con fruta fresca, flan, queques para los niños, leche. Cada almuerzo, va con ensalada también, anteayer con una de repollo, lechuga, acelga y apio, sin faltar limón, y cada almuerzo va con pan también.  


La entrega se hace con cada quién en un mameluco sanitario blanco, con mascarillas, guantes, cofia, y constante desinfección con amonio cuaternario (piso), alcohol gel  el mesón de entrega, que es la entrada al galpón, a unos diez metros de la entrada por la calle, donde una fila digna que guarda distanciada entre sí, se forma entre 12:30 PM y 2:00 PM. Cada quién trae su olla y su pote para ensalada, en una bolsa. Al llegar saludamos, bienvenimos, ofrecemos alcohol gel para las manos, exigimos mascarilla, y preguntamos para cuánta gente necesita: si hay niños, y si hay mayores. No preguntamos nada más. 


La gente es muy amable, y Marcos conoce a muchos. Mi hija Malka transmite el número de almuerzos (porciones) a la persona con el cucharón, en las ollas muy grandes y a las personas en ensalada, postre, y a mí, que estoy entregando los panes junto a ella, y a cargo de aplicar alcohol gel. Yael empaca, Rayén hace caber todo en las bolsas, y cada persona está más o menos un minuto, y solo demora un poco más cuando nos agradecen, nos preguntan algo. Esos segundos son preciosos. 

Con Yael o con Malka, vamos juntos a acompañar a casa a una abuelita de 89 años que vive a pasos de la sede, o con Eden, de ocho años, quien juega en el club y vive a la vuelta de la esquina también. Vamos deleitándonos con su bonito acento haitiano. Cruzamos la puerta, dejamos los almuerzos donde nos dicen, y regresamos. 


Toca cocinar el lunes en la noche (postres), y los martes y viernes por la mañana, nuestros días de olla común. (Para preparar Shabbat en casa es Jueves en la noche).

Yo no sé de sociología. No sé de trabajo social. No soy profesional de la nutrición. No sé qué piensa la gente, ni sé detalles de sus vidas, su situación. No sé si hay pudor; no sé cómo ella concibe esto más allá de las fugaces conversaciones. No sé nada de oenegés, de estadísticas y porcentajes, de corporaciones, instituciones o fundaciones. Solo sé que aquí, la gente agradece tanto esto, porque martes y viernes comen; sana y dignamente. Esos días no les falta proteína a los niños, nadie se va a dormir con el estómago vacío. 

Esos días son posibles gracias a las donaciones generosas de muy pocos, quienes desde Santiago, Viña del Mar, Concepción, nos apoyan. (Para apoyarnos tú también, ver detalles abajo)

Nosotros solo somos la prolongación de los corazones generosos que sí están en cuarentena, aquí, donde por no haberla, es posible alimentar a quienes realmente  lo necesitan, y hacerlo en persona y a pulso. 

Rabino Roberto Feldmann. 
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Olla Común Concón Roberto Feldmann
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