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O lo uno, o lo otro: Rosa Luxemburg y el internacionalismo

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por Michael Löwy

En muchos momentos de su larga historia, el movimiento obrero ha tenido que optar: o bien apoyar el nacionalismo, la defensa nacional y la guerra, o bien luchar por el internacionalismo: Proletarios de todos los países, ¡uníos! Esta elección trascendental ha determinado el curso de la historia en muchos momentos decisivos.

Pocas figuras del movimiento socialista han estado tan comprometidas con el programa internacionalista como Rosa Luxemburg. Era judía, polaca y alemana, pero su única matria fue la Internacional Socialista. Es cierto, sin embargo, que este internacionalismo radical le llevó a adoptar posiciones cuestionables sobre la cuestión nacional. Por ejemplo, con respecto a Polonia, su país natal, no solo se opuso al llamamiento a la independencia nacional polaca, planteado por los socialpatriotas del Partido Socialista Polaco de Józef Piłsudski, sino que también rechazó el apoyo de los bolcheviques al derecho de autodeterminación de Polonia (incluido el derecho a separarse de Rusia).

Hasta 1914 basó sus puntos de vista en argumentos economicistas: dado que la economía polaca ya estaba integrada en la rusa, la independencia de Polonia era una reivindicación puramente utópica, compartida únicamente por sectores aristocráticos reaccionarios o pequeñoburgueses. Asimismo concibió las naciones como fenómenos fundamentalmente culturales, proponiendo por ello la autonomía cultural como solución a las demandas nacionales. Su enfoque adolece precisamente de la dimensión política de la cuestión nacional, resaltada en los escritos de Vladimir Lenin sobre la cuestión: el derecho democrático de autodeterminación.

Sin embargo, en un artículo, al menos, abordó la cuestión de una manera mucho más abierta y dialéctica: la introducción de 1905 a la recopilación La cuestión polaca y el movimiento socialista. En este ensayo establece una cuidadosa distinción entre el derecho legítimo de toda nación a la independencia ‒“que se desprende de los principios elementales del socialismo”‒ y la deseabilidad de esta independencia para Polonia, que ella niega. Insiste asimismo en que la opresión nacional es “la opresión más insoportable por su barbaridad” y solo puede provocar “hostilidad y rebelión”/1. No obstante, algunos años después, en su cuaderno de notas de 1918 sobre la Revolución Rusa ‒que contiene críticas muy válidas a las restricciones a la democracia y la libertad por parte de los bolcheviques‒, vuelve a rechazar toda referencia al derecho de autodeterminación de las naciones, tachándola de “fraseología pequeñoburguesa vacía”/2.

La mayoría de comentarios sobre el internacionalismo de Rosa Luxemburg ‒incluidos algunos escritos del autor de estas líneas‒ abordan principalmente, y a veces exclusivamente, sus tesis cuestionables sobre los derechos nacionales. Lo que se echa en falta en este terreno, sin embargo, es el lado positivo de su punto de vista: su destacada contribución a la concepción marxista del internacionalismo proletario y su rechazo obstinado de cualquier concesión a las ideologías nacionalistas y chovinistas. En las páginas siguientes trataré de resumir brevemente esta contribución.

Georg Lukács, en su capítulo sobre “El marxismo de Rosa Luxemburg” de Historia y conciencia de clase (1923), alega que la categoría dialéctica de totalidad es “la verdadera portadora del principio revolucionario en la ciencia”/3. Para él, los escritos de Luxemburg, especialmente La acumulación de capital (1913), eran buenos ejemplos de este enfoque dialéctico. Pero cabe decir lo mismo de su internacionalismo: ella analizaba, comentaba y juzgaba todas las cuestiones sociales y políticas desde el punto de vista de la totalidad, es decir, desde la perspectiva de los intereses del movimiento obrero internacional. Esta totalidad dialéctica no era una abstracción, un universalismo vacío, o un conglomerado de seres indiferenciados; en efecto, Luxemburg sabía muy bien que el proletariado internacional era una pluralidad humana compuesta de gente que tenía sus propias culturas, lenguas e historias; sus condiciones de vida y de trabajo también eran muy distintas. En La acumulación de capital hay una larga descripción del trabajo forzoso en las minas y plantaciones de Sudáfrica: nada equivalente podía encontrarse en fábricas alemanas. Pero esta diversidad, dice, no debería ser un obstáculo a la acción común. En otras palabras, para ella, al igual que para Marx y Engels, el internacionalismo significaba Proletarier aller Länder, vereinigt euch!, la unidad de la clase trabajadora de todos los países contra su enemigo común: el sistema capitalista, el imperialismo, las guerras imperialistas.

Por eso Luxemburg rechazó, poco después de su traslado a Alemania y su adhesión a las filas del Partido Socialdemócrata (SPD), toda concesión al militarismo, a los créditos de guerra, a las expediciones navales, etcétera. Mientras que el ala derecha socialdemócrata ‒incluidos Wolfgang Heine y Max Schippel‒ eran propensos a negociar acuerdos con el gobierno del káiser sobre estas cuestiones, ella denunció abiertamente tales capitulaciones, supuestamente justificadas por la “necesidad de crear puestos de trabajo”. El historiador Peter Nettl, en su biografía ‒útil, aunque limitada‒ de Luxemburg, se equivoca totalmente cuando considera que su oposición internacionalista a tales concesiones era un “ejercicio fútil y formal”, basado en la creencia de que el desempleo es un estímulo necesario para la lucha de clases/4.

Para Luxemburg, el internacionalismo no se limitaba, como pensaban tantos otros socialistas de su época, a los países europeos. Desde muy temprano, antes que la mayoría de los demás líderes socialistas, se opuso activamente a las políticas coloniales de los Estados imperiales europeos, y no ocultó sus simpatías por las luchas de los pueblos coloniales. Esto incluía, por supuesto, las guerras coloniales de Alemania en África, como la represión brutal de la revuelta del pueblo herero en África del Sudoeste (1904). En un discurso público de junio de 1911, explicó: “Los hereros son un pueblo negro que vive desde hace siglos en su tierra… Su crimen fue resistirse a los esclavistas blancos… y defender su tierra (Heimat) contra los invasores extranjeros… En esta guerra, las armas alemanas también se cubrieron de gloria… Mataron a los hombres, y las mujeres y menores… fueron empujadas al desierto ardiente/5.

En un escrito de 1902, Martinique, denuncia los crímenes del colonialismo occidental en las Antillas, Madagascar, Filipinas y, sobre todo, en China, donde Francia, Inglaterra, Rusia y Alemania “se unieron en una gran liga de naciones” para asesinar y saquear el país. No olvida el imperialismo estadounidense, recordando cómo el “Senado de la caña de azúcar” en Washington envió “un cañón detrás de otro, un buque de guerra detrás de otro, millones y millones de dólares de oro, a Cuba para sembrar muerte y devastación”/6.

Al tiempo que condenaba las pretensiones imperialistas alemanas en el Norte de África ‒el llamado incidente de Marruecos en 1911, cuando Alemania envió buques de guerra a Agadir‒, calificó el colonialismo francés en Argelia de intento brutal de imponer la propiedad privada burguesa contra el antiguo comunismo clánico de las tribus árabes/7. En sus lecciones de economía política en la escuela de formación del SPD en 1907-1908, destacaba la conexión entre el comunismo moderno de las masas proletarias de los países capitalistas avanzados y los “antiguos vestigios comunistas que ofrecen una férrea resistencia en los países coloniales al avance” de la dominación imperial “hambrienta de beneficios”/8. Y en su ensayo económico más importante, La acumulación de capital (1913), explica que la acumulación capitalista a escala global no solo es una fase temprana, sino un proceso permanente de expropiación violenta:

La acumulación de capital, vista como proceso histórico, emplea la fuerza como arma permanente, no solo en su génesis, sino continuamente hasta el día de hoy. Desde el punto de vista de las sociedades primitivas implicadas, es una cuestión de vida o muerte; para ellas no cabe ninguna actitud que no sea de oposición y lucha hasta el final… De ahí que la permanente ocupación de las colonias por los militares, las revueltas indígenas y las expediciones punitivas sean el pan de cada día para cualquier régimen colonial/9.

Eran muy pocos los socialistas que en aquel entonces no solo denunciaban las expediciones coloniales, sino que también justificaban la resistencia de los pueblos colonizados y sus luchasEsta actitud revela la naturaleza verdaderamente universal del internacionalismo de Luxemburg, por mucho que, por supuesto, su atención se centrara en Europa.

Luxemburg vio muy claramente el creciente peligro de una guerra europea y nunca dejó de denunciar los preparativos bélicos del gobierno imperial alemán. El 13 de septiembre de 1913 concluyó una charla que daba en Bockenheim, una ciudad próxima a Fráncfort, con una solemne declaración internacionalista: “Si piensan que vamos a blandir las armas asesinas contra nuestros hermanos franceses y de otros países, gritaremos: ‘¡No lo haremos jamás!’” De inmediato la fiscalía la acusó de “promover públicamente el incumplimiento de la ley”. En el juicio, que tuvo lugar en febrero de 1914, Luxemburg pronunció un valiente discurso, atacando el militarismo y la política belicista y citando una resolución de la Conferencia de Bruselas de 1868 de la Primera Internacional: en caso de guerra, la clase trabajadora debe declarar una huelga general. El discurso se imprimió en la prensa socialista y pasó a ser un texto clásico de la literatura antiguerra. La condenaron a un año de cárcel, pero las autoridades no se atrevieron a detenerla hasta después del comienzo de la guerra, en 1915/10.

Mientras que muchos otros socialistas y marxistas en Europa apoyaban a sus propios gobiernos en agosto de 1914, al comienzo de la primera guerra mundial, en nombre de la defensa de la patria, Luxemburg trató inmediatamente de organizar la oposición a la guerra imperialista. Sus escritos durante estos cruciales primeros meses no hacen ninguna concesión a la agresiva ideología patriótica oficial, al tiempo que desarrollan argumentos cada vez más críticos contra la miserable traición a los principios del internacionalismo proletario por parte de la dirección del SPD.

Para explicar lo que su biógrafo califica de “odio creciente” hacia la política del SPD, Nettl apunta a un “potente elemento personal”: “la eterna impaciencia y frustración, nunca superada, de emigrantes como Rosa Luxemburg con los pesados alemanes oficiales”. Lamentablemente, esta explicación personal no es muy útil, puesto que, como reconoce el propio Nettl, la oposición a la guerra en el seno del SPD no se limitaba a emigrantes extranjeros, sino que incluía a varias figuras genuinamente alemanas, entre ellas a Karl Liebknecht, Franz Mehring y Clara Zetkin/11.

De hecho, el motivo de la indignación de Luxemburg ante la capitulación socialpatriótica de agosto de 1914 no era la impaciencia de la emigrante, sino el compromiso de por vida con el internacionalismo. Encarcelada varias veces por su propaganda antimilitarista y antinacionalista, resumió su punto de vista, coherente con sus principios, en un ensayo de 1916 titulado Entweder-oder (O lo uno, o lo otro), publicado por la Liga Espartaco en forma de panfleto clandestino: “La patria del proletariado, cuya defensa prima sobre todo lo demás, es la Internacional Socialista.” Pasó la hora de las medias tintas y las vacilaciones: ahora tocaba elegir lo uno o lo otro“O bien la traición abierta y desvergonzada a la Internacional…, o bien tomar en serio a la Internacional, de manera que se convierta… en un bastión del proletariado socialista mundial y de la paz en el mundo/12.”

Dado que la Segunda Internacional había sucumbido bajo el impacto de lo que Luxemburg calificó de socialchovinismo ‒sustituyendo el lema Proletarios de todos los países, ¡uníos! por la propuesta Proletarios de todos los países, ¡cortaros el cuello unos a otros!‒, lanzó el llamamiento a constituir una nueva InternacionalEn su propuesta, donde esbozó los principios básicos de esta futura Internacional, afirmó lo siguiente: “No puede haber socialismo al margen de la solidaridad internacional del proletariado y no puede haber socialismo sin lucha de clases. El proletariado socialista no puede renunciar a la lucha de clases ni a la solidaridad internacional, tanto en la paz como en la guerra, sin cometer suicidio/13.” Esta era, por supuesto, una respuesta al argumento hipócrita del influyente teórico Karl Kautsky de que la Internacional era un instrumento para tiempos de paz, pero por desgracia inadecuado para afrontar una situación de guerra, una idea que le sirvió de justificación del apoyo a la defensa nacional de Alemania en 1914.

Entweder-oder incluye una declaración personal en forma de confesión emotiva de los valores éticos y políticos más queridos de Luxemburg: “La fraternidad internacional de la clase trabajadora es para mí lo más eminente y sagrado que hay en la Tierra, es la estrella que me guía, mi ideal, mi patria; ¡prefiero morir antes que renunciar a este ideal!/14

Luxemburg resultó ser profética con sus advertencias contra los males del imperialismo, del nacionalismo y del militarismo. Una profeta no es alguien que predice milagrosamente el futuro, sino alguien que, como Amós e Isaías, advierte a la gente de la catástrofe que se avecina a menos que se actúe colectivamente para prevenirla. Entre otros pronósticos, advirtió de que siempre habrá nuevas guerras mientras sigan existiendo el imperialismo y el capitalismo:

La paz mundial no puede garantizarse con planes tan utópicos o básicamente reaccionarios como los tribunales de arbitraje internacionales compuestos por diplomáticos capitalistas, tratados de desarme…, federaciones europeasuniones aduaneras centroeuropeas,  Estados nacionales tampón y cosas por el estilo. El imperialismo, el militarismo y las guerras no desaparecerán ni se condenarán mientras se mantenga intacta la dominación de las clases capitalistas/15.

Calificó el nacionalismo de enemigo mortal de la clase obrera y del movimiento socialista y de caldo de cultivo del militarismo y la guerra. “La tarea inmediata del socialismo”, escribió en 1916, “será la liberación intelectual del proletariado de la dominación burguesa que se expresa en la influencia de la ideología nacionalista/16.” En el Fragmento sobre la guerra, la cuestión nacional y la revolución (1918) se lamenta del súbito ascenso de movimientos nacionalistas durante el último año de la guerra: “en el Brocken nacionalista se celebra hoy la noche de Walpurgis” (en referencia a la fiesta de las brujas de la mitología germánica). Estos movimientos son de naturaleza muy diversa, pues algunos son la expresión de clases burguesas menos desarrolladas (como en los Balcanes), mientras que otros, como el nacionalismo italiano, son puramente imperiales-coloniales. Esta “explosión mundial actual de nacionalismos” abarca una colorida variedad de intereses particulares, pero les une un interés común que se deriva de la situación histórica excepcional creada por Octubre de 1917: luchar contra la revolución proletaria mundial/17.

Lo que ella entendía por nacionalismo no era, desde luego, la cultura nacional, o la identidad nacional de distintos pueblos, sino la ideología que hace de La Nación el valor político supremo, al que debe supeditarse todo lo demás (“Deutschland über alles”).

Sus advertencias fueron proféticas, en la medida en que algunos de los peores crímenes del siglo xx ‒de la primera a la segunda guerra mundial (Auschwitz, Hiroshima) y después‒ se cometieron en nombre del nacionalismo, de la hegemonía nacional, de la defensa nacional, del espacio vital para la nación, etc. El propio estalinismo es producto de una degeneración nacionalista del Estado soviético, expresada en el lema del socialismo en un solo país. Se pueden criticar algunas de las posiciones de Luxemburg en relación con las reivindicaciones nacionales, pero lo cierto es que percibió los peligros de la política del Estado nacional: conflictos territoriales, limpieza étnica, opresión de las minorías. Por supuesto, no pudo predecir genocidios.

Hoy, la cuestión del internacionalismo ha vuelto a adquirir protagonismo. La globalización del capital ha impuesto su poder a escala planetaria hasta un grado que no tiene precedentes en la historia, favoreciendo unos niveles obscenos de desigualdad y provocando consecuencias catastróficas para el medio ambiente (cambio climático). A través de sus instituciones –FMI, Banco Mundial, OMC, G-8– ha logrado crear un bloque unido de las clases capitalistas dominantes en torno al neoliberalismo y la desregulación. Las clases subalternas van a la zaga, están fragmentadas y dispersas y carecen de formas eficientes de organización internacional.

El principal signo de esperanza es el nuevo movimiento internacional por la justicia global, que siembra las simientes de una nueva cultura internacionalista. La convergencia de socialistas, sindicalistas, feministas, ecologistas, gentes trabajadoras y campesinas, comunidades indígenas, redes de acción directa en la lucha común contra la globalización empresarial, es decir, capitalista, constituye un paso adelante importante. El legado de Rosa Luxemburg no puede dar todas las respuestas, pero sí sugerir algunas lecciones importantes para este movimiento:

  1. I) El enemigo no es la globalización, ni simplemente el neoliberalismo, sino el propio sistema capitalista mundial.
  2. II) Mientras prevalezca este sistema habrá nuevas guerras, nuevas intervenciones imperialistas, nuevas purgas étnicas.

III) La alternativa a la hegemonía capitalista global no es la soberanía nacional, la defensa de lo nacional frente a lo global. Es globalizar, o sea, internacionalizar, la resistencia.

  1. IV) El sistema capitalista incuba el nacionalismo, la xenofobia, el racismo, así como formas fascistas o semifascistas, que suponen un peligro mortal para la democracia y el socialismo.
  2. V) La alternativa a los imperios no es una forma reguladahumanizada, de capitalismo, sino una nueva civilización mundial socialista y democrática.

El internacionalismo de Rosa Luxemburg es particularmente relevante en el siglo xxi para una cuestión que en su época era prácticamente desconocida: la crisis ecológica. El cambio climático no conoce fronteras nacionales, es una cuestión global que solo puede abordarse a escala internacional. Esto lo comprendió bien una improbable heredera de Luxemburg, la joven Greta Thunberg, que llamó a una exitosa huelga escolar global que movilizó a millones de jóvenes en todo el mundo.

El cambio climático representa la mayor amenaza para la vida en la historia de la humanidadAlgunos gobiernos burgueses (Trump, Bolsonaro) niegan el cambio climático y, en nombre del interés nacional, promueven enérgicamente los combustibles fósiles; otros (Europa, EE UU bajo Biden y Canadá) pretenden adoptar algunas medidas para reducir sus emisiones de carbono, pero sin ningún resultado efectivo. Todos están comprometidos con las reglas del mercado y de la acumulación de capital, actuando en función de las necesidades de la competitividad de sus economías nacionales.

Para parafrasear un conocido pasaje de Walter Benjamin: o bien activamos los frenos de emergencia revolucionarios para parar el tren de la civilización industrial capitalista moderna, o bien este proseguirá su carrera suicida al abismo, la catástrofe ecológica. En esto también pasó la hora de las medidas tintas. O lo uno, o lo otro, entweder-oder.

Michael Löwy es director de investigación (emérito) del Centro Nacional de Investigación Científica de Francia y profesor de la École des hautes études en sciences sociales.

/1 Rosa Luxemburg, Internationalismus und Klassenkampf. Die polnischen Schriften, Jürgen Hentze, ed. (Berlín: Luchterhand, 1971), 192, 217.

/2 Rosa Luxemburg, Die Russische Revolution (Fráncfort: Europäische Verlaganstalt, [1918] 1963), 60.

/3 Georg Lukács, Geschichte und Klassenbewusstsein. Studien über marxistische Dialektik (Berlín: Malik Verlag, 1923), 39.

/4  Peter Nettl, Rosa Luxemburg, Vol. 1 (Londres: Oxford University Press, 1966), 296-297.

/5  Rosa Luxemburg, “Unser Kampf um die Macht”, en Gesammelte Werke, Vol. 2 (Berlín: Dietz Verlag, [1911] 1972), 537. La guerra de exterminio de Alemania contra el pueblo herero se considera ahora en general el primer genocidio del siglo xx.

/6 Rosa Luxemburg, “Martinique”, en Reflections and Writings, Paul Le Blanc, ed. (Humanity Books, 1999), 125-126.

/7 Rosa Luxemburg, The Accumulation of Capital (Londres: Routledge, [1913] 1951), 384.

/8 Rosa Luxemburg, “Introduction to Political Economy”, en The Complete Works of Rosa Luxemburg, Vol. 1, Economic Writings I, Peter Hudis, ed. (Londres y Nueva York: Verso, [1907–1908] 2014), 163.

/9 Luxemburg, The Accumulation of Capital, 371.

/10 J.P. Nettl, Rosa Luxemburg, ed. abreviada (Londres: Oxford University Press, 1969), 321-322; Rosa Luxemburg, “Militarismus, Krieg und Arbeiterklasse. Rede vor der Frankfurter Strafkammer” (24 de febrero de 1914), en Ausgewählte Reden und Schriften, Vol. 2 (Berlín: Dietz Verlag, 1955), 499.

/11 Nettl, Rosa Luxemburg, ed. abreviada, 373.

/12 Rosa Luxemburg, “Entweder-Oder”, Ausgewählte Schriften, Vol. 2 (Berlín: Dietz Verlag, [1916] 1951), 550, 543.

/13 Rosa Luxemburg, “Either-Or”, en Selected Political Writings, Robert Looker, ed., W.D. Graf, trad. (Londres: Jonathan Cape, 1972), 225

/14 Luxemburg, Entweder-Oder, 542.

/15 R. Luxemburg, Either-Or, 224.

/16 R. Luxemburg, Either-Or, 226.

/17 R. Luxemburg, “Fragment über Krieg, Nationale Frage und Revolution” (1918), en Die Russiche Revolution, 82, 85.

(Tomado de New Politics)

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