Nicaragua y la correlación de fuerzas
Nicaragua es, en gran parte, un país de producción agropecuaria.
Marco A. Gandásegui, Hijo
La situación de Nicaragua es complicada por los intereses de clase que están en juego. Es aún más complicada por la falta de información.
¿Qué sabemos?
Nicaragua es, en gran parte, un país de producción agropecuaria.
Sobre la base de esta realidad, a lo largo del siglo XIX, se estructuró y creció una clase con tendencias oligarcas que se apoderó de las instituciones de Gobierno (políticas, militares, ideológicas). Al mismo tiempo, creció una masa de trabajadores sin tierra que fue migrando a las ciudades a ocupar empleos de servicios.
El control político lo ejercía un ‘clan’, el ejército lo manejaba una familia y los aparatos ideológicos (Iglesia, educación, medios de comunicación) estaban en pocas manos. Sobre esta base, los movimientos sociales solo podían ser neutralizados mediante la represión violenta. Las pugnas familiares entre conservadores y liberales eran interrumpidas, en el siglo XX, por insurrecciones como el alzamiento del Ejército de Hombres Libres, liderado por Sandino, y una generación más tarde por el FSLN, fundado por Carlos Fonseca.
La oligarquía requería el apoyo político y militar de la potencia norteamericana para enfrentar a los campesinos y trabajadores. En la década de 1970 el FSLN, compuesto por jóvenes guerrilleros movilizó al pueblo. El triunfo del FSLN en 1979 fue gracias a las tácticas militares de sus columnas, pero aún más por la estrategia política de sus tres mandos.
En la década de 1980 EE.UU. decidió poner fin al diálogo con los jóvenes sandinistas y desató una contraofensiva desde los países vecinos. Agotados, los sandinistas entregaron el poder político en 1990 a las corrientes neoliberales, entre los cuales habían muchos que habían simpatizado con los sandinistas durante la gesta revolucionaria e, incluso, durante los diez años de Gobierno. A pesar del apoyo de EE.UU. —o quizás por eso mismo—, los tres Gobiernos neoliberales resultaron desastrosos.
El FSLN regresó al poder en 2007 con Daniel Ortega (comandante revolucionario de la vieja guardia) a la cabeza. Puso en efecto una política bicéfala para evitar los supuestos errores del pasado. Por un lado, con apoyo externo (que no incluía a EE.UU.) armó un programa económico ‘asistencialista’ que mejoró los niveles de vida de los nicaragüenses. Por el otro, puso en marcha un plan político de alianzas con sectores importantes de la vieja oligarquía y de la Iglesia.
Por su lado, el Congreso de EE.UU. aprobaba subvenciones millonarias para mantener su influencia en los sectores que no se consideraban sandinistas.
El 16 de abril de 2018 se produce una protesta de los jubilados, quienes veían que un decreto, cocinado entre el FMI y el Gobierno, les cortaba un porcentaje de sus pensiones. En forma desordenada gremios empresariales, Iglesia católica y jóvenes conservadores reaccionaron atacando la legitimidad del Gobierno. Ortega supuso que la embestida sería muy corta, pero se encontró con la sorpresa de que, a pesar de la desorganización de la oposición, contó con recursos externos para movilizar gente en el país.
Después de tres meses de enfrentamientos, la balanza se inclina a favor del Gobierno de Ortega y las organizaciones populares del FSLN. En esta coyuntura Washington se pronunció oficialmente a través de un comunicado de la Casa Blanca: EE.UU. apoya a los sectores de la oligarquía junto con la juventud conservadora y les asigna nuevos fondos para seguir desestabilizando al Gobierno del FSLN. Acusa a los sandinistas de reprimir a los grupos financiados por EE.UU. Decide aplicar sanciones contra funcionarios del Gobierno. La táctica es una copia de sus políticas aplicadas en Venezuela, Libia y Siria (incluso Ucrania).
Hasta este momento se observa que el FSLN está intacto. Su base social en el campo y en las ciudades ha soportado la embestida de la oligarquía. El futuro está en manos de ese pueblo que luchó por el ideario de Sandino. A Ortega le toca probar su capacidad como dirigente de un pueblo que está en lucha.
Un comentario adicional: He leído los escritos de muchos amigos de la Revolución sandinista de la década de 1970 que quieren regresar a la gloria de los combates de Masaya y tantas otras. Sugiero que se informen sobre lo que ha pasado en los últimos 40 años. Si echan de menos a los comandantes guerrilleros, recuerden que es el pueblo sandinista el que está luchando en todo el país por Nicaragua y las futuras generaciones de ese país heroico. El nicaragüense no quiere la guerra, quiere una Nicaragua libre de oligarcas y lacayos de senadores norteamericanos.
EL AUTOR ES PROFESOR DE SOCIOLOGÍA DE LA UP E INVESTIGADOR ASOCIADO DEL CELA.
Fuente La Estrella de Panamá