EL CLARÍN DE CHILE
Por Leopoldo Lavín Mujica
Vivimos un momento político en que los sectores de izquierda auténtica tienen condiciones de posibilidad extraordinarias para iniciar una ofensiva política democrática. Esta tendría que instalar ejes de debates y soluciones en las consciencias de manera de fijar una hoja de ruta clara y atractiva hacia las profundas transformaciones por un Chile más justo, más democrático y capaz de emprender un giro transicional hacia una sociedad necesariamente ecológica. Cuestión de enfrentar el futuro y la distropía neoliberal que se viene, resultado del quiebre civilizatorio que provoca el Antropoceno, o para ser más preciso el Capitaloceno. Un programa de gobierno que debe ser la viga maestra de un relato racional y articulado acerca de las necesidades y reformas estructurales contingentes y de futuro; realista y convincente, que incluya una reflexión acerca de la encrucijada a la que la civilización Occidental ha llevado a la humanidad desde el siglo XV.
Basta con leer los informes científicos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y establecer vínculos con ese contexto global de depredación del Sistema Tierra y de la delgada capa que la rodea llamada Bioesfera – por permitir la vida – para comprender las condiciones del origen de la pandemia actual, las pasadas y las venideras. El mundo entero se encuentra en un punto neurálgico, de inflexión, pero los verdaderos debates se silencian. Las grandes potencias ocupan la agenda global y se obstinan en crear rivalidades geopolíticas y económicas. En su afán de hegemonía, aplastan las soberanías nacionales y les conviene que los problemas se traten de manera separada, sin que emerja una prolífica reflexión global.Advertisement
Hoy, no hay que temer ser “disruptivo”: hacer emerger nuevas alternativas que irrumpan en el entramado institucional de un país e impacten la falsa consciencia que se traduce en desidia y conformismo. En un país que cruje a ojos vista. El 18/O lo hizo en Chile. Fue un agente catalizador. De manera intempestiva la Rebelión ciudadana y popular develó la profunda crisis del régimen posdictadura. Apuntó directo a la colonización, desde los 90, de los esquemas políticos de la elite concertacionista y de “izquierda” por la ideología neoliberal (“No son treinta pesos, son treinta años”, les gritó en su cara el pueblo y lo escribió en los muros), al fracaso del proyecto de la oligarquía neoliberal (un país sin bienes comunes) y a la crisis de la representación, o ruptura del vínculo de confianza entre gobernantes y gobernados. Desde ese hito histórico ha quedado evidente la incapacidad de resolución de problemas por la política institucional. Y también la necesidad de hacer política democrática desde fuera, desde el territorio, desde el pueblo y sus organizaciones que cada vez se levantan, como siempre lo han hecho desde la derrota brutal del 73 a manos golpistas. Como respuesta ante lo que la oligarquía ve como un cuadro de “ingobernabilidad”, Sebastián Piñera adoptó la figura del Estado autoritario liberal. Represión policial militarizada desmedida y desprotección de la ciudadanía precarizada en tiempos de crisis sanitaria. Sesgo preferencial hacia la clase empresarial. Ayuda financiera a corporaciones con intereses del mismo presidente. Corrupción patente. Facetas de una sola crisis integral diría Gramsci.
El incentivo para los debates y la instalación de los temas urgentes en el debate político, en un marco de elecciones y de redacción de una nueva Constitución, no vendrán de la casta política ensimismada en su burbuja institucional. Tampoco de la mediatocracia. Menos de la oligarquía empresarial, que como Juan Sutil lo ilustra, se opone a todo aumento de impuestos de los más ricos, de sus patrimonios y de sus empresas. Esta es incapaz de una reflexión global. Y la derecha oligarca y su casta política solo atinan a preservar la esencia del modelo neoliberal que les ha permitido concentrar poder y riqueza, y ahora, a desvirtuar con su dinero corruptor el débil proceso constituyente capturado por la casta política en el nuevo pacto oligárquico del 15/N (*). Retoques a lo más; obligada por las circunstancias y los consejos de los poderes globales que ven con temor una oleada de rebeliones sociales a escala global, una vez que la pandemia se calme. La oligarquía empresarial, sus círculos de influencias, sus conexiones, constituyen lo que se podría llamar el Estado Profundo. Un entramado de intereses por debajo de las instituciones que une a los poderes fácticos y mantiene la sociedad en una situación de postración, pero dispuesta a retomar la iniciativa con movilizaciones. Pues no ha habido derrota estratégica, sino pausa pandémica. En breve: detrás de Sebastián Piñera están estos poderes coludidos que mueven los hilos mediáticos: editoriales, periodistas, opinólogos, economistas, universitarios del main stream neoliberal, etc.
Recordemos que hay partidos políticos en las coaliciones de centro-izquierda, que como la DC no quieren programa de Gobierno, pues no están dispuestos a comprometerse ante la ciudadanía. Prefieren operar en el silencio, de espaldas al pueblo, como cuando durante el Gobierno de Bachelet II y de la Nueva Mayoría (Concertación + Partido Comunista) hicieron la “cocina” para impedir el proyecto del ministro de Hacienda Alberto Arenas de reforma tributaria que aumentara los impuestos a las empresas. Arenas (PS) bajó el moño, se sometió al vapuleo mental de Larraín (RN) y del DC Zaldívar. Nadie dentro de la NM denunció el hecho como una ruptura de contrato con la ciudadanía que había elegido ese gobierno, con ese programa. Este hecho contribuyó directamente al desprestigio de la casta política concertacionista, pero el PC nunca ha asumido su responsabilidad política en el hecho, pues era parte de esa coalición de gobierno con ministros y personal político.
Hoy el PC puede hacerlo. Puede contribuir a levantar un programa de Gobierno que permita desmantelar el neoliberalismo y adoptar medidas para salir del capitalismo salvaje, devastador y extractivista que campea en Chile. Hoy puede contribuir a aglutinar fuerzas y defender ideas ante una elite concertacionista totalmente desprestigiada. Como también puede y debe hacerlo el Partido Humanista, muy bien posicionado en los corazones ciudadanos con la figura de la candidata carismática Pamela Jiles con apoyo indefectible en sectores populares hasta ahora no electores.
De ahí la importancia de imponer un debate en torno al programa de un gobierno de izquierda pos-pandemia y crisis económica, además de la ecológica, que avanza. Un programa que permita juntar fuerzas en una segunda vuelta contra el candidato de la ultra derecha oligarca y neoliberal, y no dispersar voluntades de cambio; que movilice, pues será argumentado y a la luz de las realidades recientes. Un programa de derechos sociales, de nacionalizaciones y de recuperación de recursos naturales comunes como el agua, la salud y educación pública con sistema de pensiones dignas que movilice masas de trabajadores, estudiantes, mujeres, pobladores, pueblo mapuche. Y que sea audaz, porque las oportunidades de hacer cambios pasan y los fenómenos mórbidos se propagan si no hay cambios estructurales. Y las derechas de esencia neoliberal están atravesadas por tendencias autoritarias que pueden derivar fácilmente en la opción golpista militar. Bien sabemos cuando.