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MIGRANTES Y ADEMÁS, POBRES

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Escribe Margarita Labarca Goddard

Todos somos migrantes, ya se sabe. Los indígenas de América
vinieron de oriente por el estrecho de Bering que era entonces una
franja de tierra. Otros llegaron por la mar, pero el hecho es que todos
provenían de lugares lejanos. Los europeos colonizaron América y
llamaban Nuevo Mundo a un continente y a sus habitantes que
existían desde siempre. Los españoles hablan de “moros”, que son los
árabes, pero ellos están absolutamente mezclados con los moros. Los
árabes ocuparon España durante siete siglos, cómo no se iba a
producir esa amalgama humana.

Que no existen las razas puras ya no es sólo un asunto teórico,
pues se ha comprobado por los exámenes de ADN que ahora
cualquiera se puede hacer, que nuestra sangre trae di’un cuantuhay.
Tengo una amiga que es una rubia absoluta, despampanante, que se
hizo el examen y le salieron ancestros negros, indios, chinos, en fin,
de todas las razas imaginables.

Y eso es bueno, porque la endogamia es muy peligrosa y
negativa, ya que pueden salir los hijos con taras. García Márquez dice
en Cien Años de Soledad, que nacen los hijos con cola de chancho.
En fin, que la endogamia es inconveniente tanto en la ciencia como en
la literatura.

Entonces, se pregunta uno ¿por qué tanto rechazo a los
migrantes? Porque ahora se les repudia en todas partes, no sólo en
Chile. A Europa tratan de llegar muchos desde África, cruzando el
Mediterráneo. Y no los dejan desembarcar, por lo cual todos los días
mueren varios niños ahogados en ese mar que fue la cuna de la
civilización y también de la fraternidad humana.

En los últimos tiempos se ha desarrollado una crueldad que
espanta. En épocas remotas no era así, porque los seres humanos no
podían subsistir si no era en comunidad. Incluso la mayoría de los
animales viven en manadas, y los insectos como las abejas, las
hormigas y otros, forman colectividades y se ayudan entre sí.

En México el gobierno de Andrés Manuel López Obrador
trata de proteger a los migrantes, identificarlos, ayudarlos, darles
trabajo mientras transitan por México hacia Estados Unidos. Pero allá
los discriminan, no los aceptan, separan a los niños de sus padres, los
maltratan y a cada rato muere allí un migrante, niño o adulto.

La hermandad y la solidaridad humanas van naufragando en
medio de un océano de egoísmo, de maldad o de indiferencia
pavorosas. Sobre todo eso es chocante en Chile, en que muchos
tuvimos que emigrar a causa de la dictadura y tenemos deudas de
gratitud con casi todos los países del mundo, que nos acogieron con
los brazos abiertos.

Según sostiene la filósofa española Adela Cortina, hay un motivo
bastante claro para la resistencia a los migrantes: no son rechazados
por ser migrantes, sino por ser pobres.

No todos los extranjeros son iguales. Los que vienen con dinero,
si son jeques árabes, negros conocidos como cantantes o rockeros, o
bien deportistas que ganan millones son muy bien recibidos. También
todo el mundo se alegra cuando llegan muchos turistas. A éstos no se
les discrimina, vengan de donde vengan y sean del color que sean, se
les pone alfombra roja.

Lo que molesta son los inmigrantes pobres, los que buscan un
trabajo mejor que en su país, aunque está probado que no les quitan
el trabajo a los nacionales. Por ejemplo en Francia, los que limpian el
suelo en el Metro son negros o árabes, los franceses no quieren esos
trabajos. En Estados Unidos los mexicanos son indispensables en
tiempos de cosecha, porque la fuerza de trabajo nacional no es
suficiente, ya sea porque quiere mejores remuneraciones, no le gusta
esa labor temporal o sencillamente no alcanza.

En Chile, los venezolanos de clase media, o con una
capacitación laboral mínima, son bien aceptados. Y ellos pagan esa
buena acogida, insultando a nuestros mártires, como todos sabemos.
Yo pienso que los pobres se vuelven invisibles. No se les quiere
ver porque avergüenzan a todos. Que haya niños hambrientos, sin
servicios de salud ni de educación, es algo que causa repudio porque
provoca un sentimiento de culpa. Por eso molestan los pobres, sean
inmigrantes o ciudadanos del país. El señor que pasa rápido en su
auto, no ve a la viejita sentada en la esquina pidiendo limosna. Ve un
dedo acusador que lo está señalando y quizás amenazando.

Es muy posible que los poderosos de este mudo no sientan
vergüenza o culpa ante los pobres, sino miedo. La pobreza ajena los
asusta. Ellos saben que la desigualdad creciente es peligrosa, pues
antes la gente no la percibía tan claramente. Pero ahora todo el
mundo tiene televisión y puede ver las mansiones, las joyas, la ropa
de marca, los autos último modelo que usan los ricos. Por lo tanto
existe el riesgo de que de pronto ese pueblo desamparado se levante

y “que la tortilla se vuelva”. Porque llega un momento en que la gente
ya no soporta ver a sus hijos desnutridos y decide que es mejor morir
de un balazo en una batalla abierta, que de hambre o de sed en el
desierto de Arizona, en medio del Mediterráneo, o de saqueos,
humillaciones y crímenes encubiertos en la Araucanía.

No hay ejércitos, tanques ni bombas que puedan vencer a un
pueblo decidido a jugarse la vida, porque sabe que de todos modos
está condenado a morir de miseria y de tristeza.

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