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Miedo blanco en los Estados Unidos

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Richard Keiser *

Le Monde Diplomatique, setiembre 2020

https://www.monde-diplomatique.fr/

Traducción de Correspondencia de Prensa

A partir de la Segunda Guerra Mundial, la «gran migración» de afroamericanos del Sur a las ciudades industriales del Norte y del Medio Oeste había provocado una «fuga de blancos». Prefirieron renunciar rápidamente a sus propiedades inmobiliarias, para poder quedarse entre ellos y por temor a que un vecindario negro hiciera su barrio menos seguro, menos atractivo y que los estándares de las escuelas se deterioraran (1). Hoy en día, se está produciendo una nueva «fuga de blancos» entre las clases media y alta, esta vez como reacción al asentamiento de familias de origen asiático en sus lujosas zonas residenciales. Desde un punto de vista estrictamente financiero, dejar un barrio tan codiciado por su seguridad, por su prestigio y por sus escuelas de renombre no tiene mucho sentido. Pero los blancos quieren que sus hijos sigan ocupando el lugar más alto en la jerarquía ligada al mérito personal.

El fenómeno fue identificado por primera vez en 2005, en un artículo del Wall Street Journal dedicado a la ciudad de Cupertino, donde está la sede de Apple y de varias otras empresas de la Silicon Valley (2). En otros barrios con una alta proporción de hogares asiático-americanos, en California, Maryland, Nueva Jersey y Nueva York se observaron dinámicas similares. Todos estos barrios tienen en común el hecho de estar poblados por blancos de clase media y alta, con propiedades de alto valor y escuelas de buena reputación. La cantidad de residentes asiático-americanos de segunda generación (en su mayoría de ascendencia china e india) se ha duplicado en la última década y representa entre el 15 y el 40% de la población. En 1984, los estudiantes blancos constituían el 84% de los alumnos de la Mission High School de Silicon Valley, considerado como el mejor centro secundario de California; en 2010, la proporción se había reducido al 10%, mientras que la de los asiático-americanos había aumentado al 83% (3). Los blancos se fueron de sus santuarios, en la mayoría de los casos para instalarse en barrios cercanos, pero con menos estudiantes asiáticos en las escuelas públicas.

Muchos de ellos manifiestan un sentimiento paradójico: dicen estar preocupados por el futuro de sus hijos pero se quejan de que las escuelas primarias, que son un supuesto trampolín para llegar a las escuelas secundarias más prestigiosas, se hayan vuelto demasiado competitivas bajo la influencia de los asiáticos recién llegados y su obsesión por el rendimiento y los resultados. También han sacado a sus hijos de las mejores escuelas secundarias de California, a las que les reprochan el haber acordado demasiada importancia a las evaluaciones de los estudiantes y a las tasas de admisión en las universidades de élite, criterios en los que sobresalen los hijos de familias nacidas en China e India.

Aquellos que creían que eran la élite de la nación se sienten ahora discriminados por el hecho de que sus hijos juegan al fútbol o van a la playa mientras que sus compañeros asiático-americanos dedican el tiempo libre a programas de estudio extracurriculares. En 2013, dos profesores de escuelas del norte de California llegaron a la conclusión de que el origen asático está íntimamente ligado a los valores de perfeccionismo, trabajo duro y éxito académico y profesional. Por el contrario, el hecho de ser blanco se refiere a las nociones de imperfección, pereza y mediocridad académica (4). «De ahí la mayor propensión de los padres blancos a inscribir a sus hijos en escuelas públicas menos competitivas.

Esta reorientación estratégica de las clases medias y altas blancas responde al temor de que los privilegios adquiridos al nacer, asociados durante siglos con el color de su piel, estén en peligro. En la Mission High School, la mayoría de los estudiantes inscriptos en cursos de «programa avanzado» -un programa de introducción al ciclo universitario- pertenecen a la minoría de origen asiático, mientras que los que aquellos que no asisten a ese tipo de cursos son predominantemente blancos. Sin embargo, este sistema altamente selectivo y garantiza el acceso a las mejores universidades del país.

Es obvio que los blancos, en particular los hombres, siguen dominando las cúpulas del capitalismo americano. En Google, por ejemplo, todavía ocupan dos de cada tres puestos de dirección. Sin embargo, en 2019, el gigante de la «tech» reclutó a más mujeres asiático-americanas que a mujeres blancas, y esto mismo está ocurriendo este año con los hombres (5). El camino hacia el éxito ya no es sólo de color blanco; la jerarquía de los diplomas está siendo remodelada.

Las familias blancas tratan de recuperar el terreno perdido presentando sus puntos débiles como ventajas. Para ellas, la definición de excelencia ya no se limita solamente a los resultados, sino que también incluye la diversidad de intereses, la apertura de espíritu y la búsqueda de una cierta «normalidad» frente a los excesos de la ambición y de la trayectoria profesional a toda costa.

Históricamente, la blancura masculina ha sido siempre  definida como normativa. Cada vez que los grupos dominados desafiaron su poder, fueron empujados al limbo de la anormalidad. Cuando las mujeres exigieron la igualdad de derechos, fueron catalogadas como irracionales o emocionalmente inestables. Del mismo modo, la lucha por la igualdad racial o por los derechos de los inmigrantes se enfrenta sistemáticamente a una retórica de inferioridad intelectual («son menos inteligentes») o psicológica («no son aptos para la democracia»).

Por lo tanto, resulta bastante lógico que el éxito excepcional de los estudiantes de origen asiático sea percibido no como la coronación del «sueño americano», sino como el producto de una educación rígida que prohíbe a sus víctimas disfrutar de una vida normal basada en el ocio, los deportes y los batidos de frutas entre amigos. En lugar de reconocer que han perdido su influencia, los padres blancos prefieren quemar las naves ayer alabadas y buscar refugio en instituciones en las que el mérito se mide tanto en términos de realización personal como de logros académicos.

Esta evolución puede parecernos paradójica, si recordamos que en la segunda mitad del siglo XX los asiático-americanos fueron considerados como una «minoría modelo», que debía supuestamente servir de ejemplo para los negros y los latinos. Bajo ese elogio aparente de las virtudes de una minoría, otros eran considerados culpables de la discriminación estructural que sufrían. Dado que todo parecía funcionar para los asiático-americanos, ¿no era esto una prueba de que las personas de color, contrariamente a lo que ellas mismas afirmaban, disfrutaban de plena igualdad de oportunidades, siempre y cuando estuvieran motivadas? La América racista podía describirse así como una «tierra de oportunidades» y culpar a los negros y a los latinos de falta de voluntad para subir la escalera social. Pero ahora, las características hasta ayer admiradas -el culto al trabajo, el sentido de la disciplina, los valores familiares- se pierden repentinamente valor. El brillante alumno que solía ser premiado se ha convertido en una persona antisocial del que conviene alejarse.

Esta táctica de preservar la supremacía blanca en el orden social y económico no es nueva: es una continuación del tratamiento dado a los judíos por la élite WASP (White Anglo-Saxon Protestant – Blanco, Anglosajón Protestante), como lo demostró el sociólogo Jerome Karabel. Sus investigaciones a partir de los documentos de admisión a Harvard, Yale y Princeton demostraron un plan concertado para limitar la inscripción de estudiantes judíos a través de criterios tan difusos como «masculinidad», «personalidad» o «liderazgo». Una política basada en la mezcla de méritos académicos con juicios morales, a partir de entrevistas, «reduciría inevitablemente el número de judíos con personalidades o hábitos controvertidos (6)», señalaba uno de estos documentos. Según el comité de admisiones de Harvard en los años 50, la lista de indeseables incluía a «neuróticos mal insertados en su comunidad», «personas inestables» y personas sospechosas de «tendencias homosexuales o problemas psiquiátricos graves». Sin mencionar, por supuesto, el requisito de «lealtad» patriótica que, durante el período del macartismo, permitió eliminar a los elementos sospechosos de simpatía por el (entonces prohibido) Partido comunista. Como señala Karabel, «la definición de mérito es fluida y tiende a reflejar los valores e intereses de quienes tienen el poder de imponer sus puntos de vista culturales particulares». La actual «fuga de blancos» de las escuelas asiático-americanas forma parte de esta redefinición del mérito cuyo objetivo es preservar el poder de quienes lo ejercen.

* Richard Keiser, profesor de estudios americanos y de ciencias políticas en el Carleton College (Northfield, Minnesota).

Notas

(1) Ver Serge Halimi, « L’université de Chicago, un petit coin de paradis bien protégé », et Douglas Massey, « Regards sur l’apartheid américain », Le Monde diplomatique, respectivemente abril de 1994 y febrero de 1995.

(2) Suein Hwang, « The New White Flight », The Wall Street Journal, New York, 19-11- 2005.

(3) Willow S. Lung-Amam, Trespassers ? Asian Americans and the Battle for Suburbia, University of California Press, Berkeley, 2017.

(4) Tomás R. Jiménez y Adam L. Horowitz, « When white is just alright : how immigrants redefine achievement and reconfigure the ethnoracial hierarchy », American Sociological Review, Washington, DC, 30-8- 2013.

(5) Cf. Allison Levitsky, « For the first time, white men weren’t the largest group of U.S. hires at Google this year », Silicon Valley Business Journal, San Jose, 5-5-2020.

(6) Esta cita y las siguientes son sacadas de Jerome Karabel, The Chosen: The Hidden History of Admission and Exclusion at Harvard, Yale, and Princeton, Houghton Mifflin Harcourt, Boston, 2005.

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