Con el norte bien claro
Frente a la presión de las autoridades por detenerla, la primera caravana en llegar a Ciudad de México debate cómo seguir. La situación desenmascaró la larga crisis que vive Honduras, donde la violencia, la pobreza y el autoritarismo empujan a la gente a partir, y la migración es el verdadero sostén de la economía nacional.
Eliana Gilet, desde Ciudad de México
Brecha, 9-11-2018
Ya son cinco los grupos de migrantes que atraviesan México en caravana rumbo a Estados Unidos. Van a pie, “a jalón” de los camiones en la ruta o, cuando pueden pagarlo, en autobús. La Policía Federal dice que son 17 mil personas; 4 mil ya están en la capital mexicana. Es un éxodo.
La sangría de gente es apenas una muestra que permite intuir la profundidad de la crisis hondureña: servicios públicos devastados, salarios de chiste y un presidente impopular que simboliza un sistema opresivo con toda disidencia. “¡Fuera joh!”, gritan los migrantes al marchar, en referencia al presidente de Honduras, Juan Orlando Hernández.
En este éxodo viaja gente de las dos ciudades principales de ese país, Tegucigalpa y San Pedro Sula, de aldeas de las zonas rurales, y trabajadores de campo guatemaltecos. Los salvadoreños también están: se acercaron en grupos más pequeños y en su propia caravana. Hay familias enteras que han sido amenazadas en sus países de origen. Cuando los padres se sienten en peligro, no dejan a sus hijos atrás.
Otros ya estaban en México, pero como su trámite de refugio no avanzaba, las caravanas se transformaron en la manera obvia de subir al norte por un país peligroso, sin tener que pagar los costos del “pollero”, ni las extorsiones de la policía o la “migra”.
En varias oportunidades durante la sucesión actual de marchas migratorias el gobierno federal mostró el garrote, con represión o demoras en la ruta durante las horas más duras del sol mesoamericano. Aunque algunos gobiernos locales ofrecieron ayuda humanitaria, la respuesta solidaria de los pobladores que recibieron a los centroamericanos rebasó a la autoridad, en un despliegue de redes de ayuda y autoorganización como el ocurrido tras el sismo del 19 de setiembre de 2017. Los mexicanos tienen el migrar en la genética, y las respuestas xenófobas se mantienen confinadas a las redes sociales.
Antes de que la primera caravana saliera de Chiapas, el presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, anunció el plan de contención Estás en tu Casa. Según sostuvo en un comunicado la coordinadora de los migrantes centroamericanos en México, la medida no ofrece nada distinto a lo que ya garantiza la legislación vigente, mientras reduce la posibilidad de solicitar refugio a los estados de Chiapas y Oaxaca. La respuesta del éxodo fue seguir caminando.
Los primeros miembros de estas caravanas que pidieron refugio en territorio mexicano fueron recluidos por el Instituto Nacional de Migración (Inm) en la Feria Mesoamericana de Tapachula durante más de dos semanas. El confinamiento duró hasta el 5 de noviembre, cuando se anunció el cierre del predio y se desalojó sin aviso previo ni planificación a unas 2 mil personas, según denunció la Misión de Observación del Éxodo Centroamericano en Chiapas, integrada por diversas organizaciones sociales.
Ahora el gran campo de refugiados está en Ciudad de México. La autoridad local armó lo que llama un “puente humanitario” para coordinar la ayuda, que concentró en un solo punto: el estadio Jesús Martínez, “Palillo”, ubicado en la ciudad deportiva Magdalena Mixhuca, de la capital mexicana.
Arde Honduras
La primera vez que esta cronista cubrió la ruta migrante en México, los hondureños ya eran mayoría. Sentado bajo la pequeña línea de sombra del albergue de la ciudad chiapaneca de Palenque, un trabajador de la industria textil hondureña de 33 años trazó en 2015 los motivos que hay detrás de lo que ahora ocurre.
“La gente se ha rebelado en San Pedro, en Tegucigalpa, en Comayagua, pero ellos responden con su Policía Militar para gasear y golpear a las personas y luego hacen que los medios tarifados no publiquen cuando hay manifestaciones contra el gobierno”, explicó.
Recordó el golpe de Estado de 2009 y el posterior estado de sitio que duró seis meses –con toque de queda a partir de las 5 de la tarde–, los escándalos públicos de corrupción que fueron cebando el malestar entre la gente, los bajos salarios que ahogaron a los pocos que tenían trabajo: “1.500 lempiras (60 dólares) a la semana y explotados los siete días”.
“Cuando empezaron los movimientos, muchos nos quejamos. No han querido bloquear las redes sociales porque las usan para intimidarnos. En Facebook no se puede publicar cosas contra el gobierno”, contó el hondureño. Mencionó como ejemplo la persecución al periodista David Romero, quien luego sería condenado a diez años de prisión por difamación, tras revelar un millonario desfalco del oficialismo en el Instituto Hondureño de Seguridad Social.
En aquel entonces el hombre migraba a escondidas, porque el Plan Frontera Sur llevaba un año en pie y la ruta mexicana estaba llena de retenes de la migra. Todos los albergues, en su mayoría pertenecientes a congregaciones religiosas, ya anunciaban que las violaciones a los derechos humanos de la gente en tránsito se habían disparado, debido a la militarización sin pausa de los estados del sureste.
Es en ese marco que debe leerse el avance de las fuerzas armadas mexicanas sobre la frontera con Guatemala que se vio el pasado 19 de octubre en el río Suchiate, cuando ingresó el éxodo actual. Se trata de la culminación de un proceso represivo que ya lleva cuatro años y que busca cerrar la frontera sur de México hasta convertirla en el verdadero muro prometido por el presidente de Estados Unidos (véase Brecha, 26-X-18).
Entre quienes llegaron por estos días a Ciudad de México, una joven de 26 años del departamento hondureño de Yoro denunció lo mismo que aquel obrero: trabajo doméstico con cama –un día libre cada 15– por 1.500 lempiras la quincena. Ella tiene un hijo de 10 años que dejó con su madre y al que tiene que mantener.
“Honduras está atrapada en un círculo vicioso de bajo crecimiento debido a factores como la violencia, el escaso dinamismo de la economía y la debilidad institucional. Hay un agotamiento del sistema político tradicional hondureño, que no responde a las necesidades de la población”, analizó en entrevista con Brecha el economista Noé Pino.
Pino fue presidente del Banco Central de Honduras, ministro de Finanzas y embajador en Washington. Actualmente se desempeña como docente universitario. Según él, la migración que hoy vemos convertida en una situación dramática comenzó tras los efectos del huracán Mitch, en 1998.
La ola migratoria ha quedado registrada en las cifras de expulsión. “Si tomamos en cuenta la última década, Estados Unidos ha estado deportando entre 70 mil y 80 mil hondureños al año”, explicó Pino. “No nos debe extrañar lo que estamos viendo ahora. Se venía dando diariamente”, señaló el economista, y mencionó además que desde los últimos años México deporta una cantidad similar a la de su vecino del norte. Ahí se ve uno de los efectos del Programa Frontera Sur: en un año y medio –entre fines de 2016 y abril de 2018– México deportó a Centroamérica 60 mil niños y adolescentes, sin más proceso que una entrevista.
“Tenemos las cifras de las deportaciones, pero no sabemos cuánta gente se queda irregularmente en Estados Unidos, cuántos logran evadir la deportación”, agregó el experto. Esas personas son clave para Honduras, por el peso que ocupa en su economía el envío de dinero que hacen desde el exterior. “Se calcula que para 2018 vamos a recibir alrededor de 4.600 millones de dólares, lo que hace de las remesas la principal fuente de ingreso por exportaciones. Esto quiere decir, puesto en término muy gruesos y muy duros, que el principal producto de exportación de Honduras son las personas”, sostuvo Pino.
En ese sentido, el periodista y ex diputado opositor Bartolo Fuentes afirmó a Brecha: “Juan Orlando Hernández no tiene ningún interés en detener la migración. Lo que no quiere es que se haga pública, pero a él le gustaría que se fueran 50 mil para bajar la presión en el país”. Fuentes acaba de salir de Honduras por el temor a una detención arbitraria (véase “Persigan al mensajero”). El gobierno hondureño lo señala como el promotor de la caravana, algo que tanto él como otros integrantes del éxodo desmienten.
Cruzar México
Cuando atravesó el estado de Chiapas la primera de las actuales caravanas, el gobierno federal mandó a su policía y a agentes de Migración para “explicarle” la propuesta del presidente a la cabecera del éxodo. Los retuvo casi cinco horas sobre el asfalto caliente hasta que les permitió el paso. A la segunda caravana también le cerró el camino en el puente binacional Rodolfo Robles, sobre el río Suchiate, mientras la marina impedía el abordaje de la gente a las balsas. Los migrantes armaron un pasamano para cruzar, con sus hijos y sus cosas sobre la cabeza, mientras un helicóptero les volaba encima con el ruido ensordecedor de sus aspas.
En uno de los grupos grandes detenidos en la frontera vino un costarricense de 43 años que relató así a Brecha el cruce: “Salimos como 400 personas en una caravana de (la ciudad guatemalteca de) Tecún Umán, pero cinco quilómetros antes de entrar a Tapachula nos emboscaron y nos cayeron Migración y los federales, con cuatro buses adelante, las ‘trocas’ en que andan ellos, los antimotines. Nosotros nos agachamos y vino uno de los antimotines y comenzó a pegarle a un muchacho hondureño”. A ese siguieron otros golpes y “luego ya todo fue un desmadre”. En su mayoría quedaron detenidos. El hombre contó que sólo nueve pudieron escapar tras esconderse en un matorral cercano, y llegaron a Ciudad de México pagando transporte.
Junto a él, una muchacha flaquita comentó que había venido en autobús desde la localidad veracruzana de Acayucan. Por ese viaje pagó unos 600 pesos mexicanos (30 dólares). En conjunto con su hermano también pagaron el boleto de otra muchacha que viaja con un niño. Según dijo, en ese autobús “eran puros hondureños”, y explicó que ellos han pagado el transporte de buena parte de los trayectos que han recorrido.
De esos gastos también habló a Brecha Tomás González Castillo, un fraile que comanda el albergue La 72. “Una comida para 7 mil personas ¿quién la da? Hay una organización colectiva de los pueblos por donde van pasando, eso ya es un gasto enorme. Ahora, multiplícalo por dos o tres comidas al día. Es mucho dinero”, subrayó el sacerdote.
González Castillo contó que también ingresa gente por la zona donde trabaja, en la frontera del estado de Tabasco que da al Petén guatemalteco: “La mayoría entra por Tapachula, pero hay muchos que por ser rechazados están tomando nuestra ruta, por Tabasco. En el albergue, en diez días llegaron 1.500 personas. Es lo que habitualmente recibimos en un mes. Está migrando todo tipo de gente, pero en su mayoría son de Honduras”.
El fraile fue crítico con las nuevas autoridades que actúan en el tema. El futuro gobierno de Andrés Manuel López Obrador anunció que el académico Tonatiuh Guillén estará al frente del Inm y que Andrés Ramírez Silva, un ex funcionario de Acnur, encabezará la Comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. “El Inm está perdido. No creo que una persona pueda componer esto, por mucha voluntad política y buena intención que tenga. Están prometiendo demasiado, y creo que tienen que poner los pies sobre la tierra”, sostuvo González Castillo.
El religioso, un referente en el tema de la movilidad fronteriza, denunció que los propios agentes estatales atacan a los migrantes, les cobran por pasar y los extorsionan ofreciéndoles seguridad.
Pánico en Veracruz
Desde la noche del sábado 3 de noviembre hasta el momento de publicarse esta nota los miembros de la primera caravana vienen llegando a Ciudad de México con cuentagotas, en contraste con el impulso masivo con que lograron cruzar la frontera guatemalteca.
La situación, que agrava la vulnerabilidad de los migrantes, es en buena medida responsabilidad del gobernador de Veracruz, Miguel Ángel Yunes. El 2 de noviembre Yunes había prometido 150 camiones para trasladar a los integrantes de la caravana desde la ciudad veracruzana de Sayula de Alemán hasta la capital mexicana. Dos horas más tarde el jerarca negó esa ayuda con el pretexto de que la Ciudad de México no tenía las condiciones para recibirlos.
La Misión de Observación del Éxodo Migrante en Veracruz denunció “la dispersión del éxodo en 300 quilómetros de ruta” de ese estado, “producto de la frustración, el desconcierto y la desesperación” provocadas por la acción del gobernador. Un miembro de esa organización de la sociedad civil relató a Brecha un panorama desolador, de “mucho caos”, luego de que la gente se lanzara a la carretera y recorriera los 70 quilómetros que separan Sayula de Alemán de Ciudad Isla, epicentro de una región de enorme peligro, donde son comunes las desapariciones forzadas y el accionar de las organizaciones criminales.
Los antecedentes violentos de la zona, que comprende el límite entre Veracruz y Oaxaca, por donde pasó la caravana, multiplicaron los titulares de prensa que decían que una parte de la gente había sido “secuestrada por camioneros y entregada al cartel de Los Zetas”. Aunque nadie ha podido confirmar ese extremo, el ombudsman de Oaxaca, Arturo Peimbert, alimentó los rumores al afirmar que tiene indicios de que entre 80 y 100 migrantes están desaparecidos. El funcionario dijo basar su denuncia en su propia impresión de lo ocurrido en la ruta y en testimonios que él mismo recogió.
En una entrevista radial (Radio Fórmula, 5-XI-18) Peimbert reconoció no tener cómo contactar a los denunciantes de esas supuestas desapariciones, por lo que no puede comprobar si ya se reencontraron con quienes buscaban. Tampoco ha dado nombres o fotografías de las personas faltantes, lo primero que se hace en casos de desaparición. Desde la Misión de Observación en Veracruz sostuvieron que no hay forma de dar una certeza absoluta del destino de cada uno de los migrantes que pasaron por ese estado.
A pesar de la irresponsabilidad de las autoridades, de haber menguado sus fuerzas tras padecer lluvias, lodazales y decenas de noches durmiendo en el suelo, y de saberse engañada por los gobernantes, la gente se las ha ingeniado para concentrarse por miles en la capital mexicana. La caravana decidirá en asamblea cómo continuar. Dicen que seguirán hacia el norte.
Tierra para todos
Mientras el éxodo se mueve por México, un pequeño grupo de mujeres centroamericanas entró al país por el paso fronterizo entre la localidad chiapaneca de Talismán y la aldea de El Carmen, en el departamento guatemalteco de San Marcos.
Conforman la 14ª Caravana de Madres Centroamericanas de Migrantes Desaparecidos en México, que hacen lo que las autoridades no encaran: buscarlos. En este año, tres mujeres (una nicaragüense y dos hondureñas) se reencontraron con sus hijos, con quienes llevaban una década sin contacto.
Es el resultado de la alianza del Movimiento Migrante Mesoamericano (una organización mexicana) con los comités de familiares de migrantes desaparecidos de Honduras, Guatemala, El Salvador y Nicaragua.
Al llegar a Ciudad de México, durante el Foro Mundial de las Migraciones, las mujeres de esta caravana participaron como la delegación centroamericana en la Cumbre Mundial de Madres de Migrantes Desaparecidos, y se reunieron con el otro polo migratorio: el que recorre el camino entre África y Europa.
Las mujeres que buscan a aquellos originarios de Túnez, Argelia, Senegal y Mauritania desaparecidos en los pasos hacia Italia y España expresaron su reconocimiento al avance de las centroamericanas para empujar la desidia oficial.
En los 14 años que lleva realizándose, la Caravana de Madres ha encontrado a 301 personas que estaban desaparecidas en México. Cada año las mujeres recaban pistas con un método sencillo: extienden las fotos de los miles que faltan a lo largo de las distintas rutas migratorias que existen en el país, y le piden a la gente de los pueblos que las miren y digan si reconocen a alguien. Así de sencillo.
Luego siguen esas pistas y se las entregan a la autoridad para sus búsquedas oficiales. También preguntan entre los que viven aquí y son de allá si tienen contacto con sus familias, o si desean que ellas las busquen.
Junto a mujeres como Fatma Kasraoui, que busca a su hijo Ramzi Walhasi desde 2011 –desaparecido al migrar junto a otros nueve jóvenes de su barrio tunecino–, y Souad ben Sassi, madre de Bader Msalmi –también desaparecido desde 2011, cuando salió hacia Italia–, llegó Imed Soltani.
A Soltani le faltan dos hermanos, Slim y Bethesen, que tenían 31 y 27 años al desaparecer en marzo de 2011. Además preside la organización La Terre pour Tous, de Túnez. Formalmente el Estado reconoce 504 personas desaparecidas, pero las madres cuentan 2 mil.
Gracias a la traducción de Yu, una de las voluntarias de la cumbre, Soltani dijo a Brecha en francés que son las madres quienes en realidad presiden la organización, y que él ocupa el cargo formalmente.
“Nuestro trabajo es contra las políticas de la Unión Europea y el sistema actual, en que los gobiernos funcionan como el coyote. Al mismo tiempo que empujan a estos jóvenes a salir, les ponen barreras. Son políticas que han construido muros contra las personas que se mueven”, afirmó.
Soltani sostuvo que estas organizaciones de madres de desaparecidos, que se han formalizado en el último año, son una forma de reclamar a los gobiernos por su responsabilidad en la desaparición de migrantes, “mostrarles lo que han ocasionado con sus políticas”.
Su preocupación y la de las madres de su organización son los campos de refugiados en Libia, donde se concentra a los migrantes en condiciones precarias y se busca impedir su salida hacia Europa.
“El problema con Libia es que el gobierno no funciona como tal, sino que hay muchas mafias a cargo. El gobierno de Italia y el de la Unión Europea han trabajado con esas mafias dándoles fondos para que bloqueen el tránsito de la gente”, dijo Soltani.
El propósito de La Terre pour Tous es realizar una caravana que salga de Túnez hasta esos campos de refugiados, como forma de pronunciarse contra estas políticas, según explicó el militante.
“Con esta cumbre mundial pudimos entender que las madres pueden contar unas con otras, que la voz de Túnez puede escucharse en México y la de México en Túnez. La solidaridad y reciprocidad es lo más importante que me llevo”, agregó.
Con Bartolo Fuentes
Persigan al mensajero
Eliana Gilet
Brecha, 9-11-2018
Desde el 12 de octubre, medios y autoridades hondureñas acusan a Bartolo Fuentes de ser el promotor y organizador del éxodo migratorio que ha dejado al descubierto las carencias del gobierno liderado por Juan Orlando Hernández.
Además de periodista, Fuentes también fue diputado por el partido Libre, pero sostiene que hace tiempo dejó de tener poder político. En abril pasado se unió en México a la caravana organizada por Pueblo sin Fronteras, una organización de Estados Unidos que logró conseguir asilo en ese país para el 93 por ciento (347 de 401) de quienes marcharon en aquella ocasión.
El grupo asesoró a la gente sobre la ley migratoria estadounidense y disuadió de solicitar refugio a quienes no tenían el perfil para superar la entrevista “de miedo creíble”. Esta se trata de un interrogatorio hecho a cada persona que pide asilo en Estados Unidos, en el que la autoridad migratoria decide si creer o no que el solicitante ha sufrido persecución o torturas en su país de origen, y con base en ello lo acepta o lo deporta.
Fuentes trasmitió la caravana de abril y generó material para un programa de televisión llamado Los migrantes. Por el mismo motivo se sumó al grupo que salió el 12 de octubre desde San Pedro Sula: para trasmitir y acompañar a los que entonces se calculaba serían unos 500 hondureños. Un mes después, se estima que son más de 7 mil los que han entrado a México.
El ex diputado denuncia que sufre una criminalización contradictoria: lo acusan de cobrar a las personas como “coyote” y también de pagarles con dinero extranjero para que migren. Las autoridades –estadounidenses y hondureñas– lo vinculan con George Soros, con el gobierno de Venezuela, con los demócratas de Estados Unidos y con el depuesto presidente hondureño Manuel Zelaya, quienes habrían depositado su autoridad en un solo periodista de un departamento del norte del país.
Fuentes salió de Honduras por sugerencia de una organización que protege la libertad de expresión, ante el peligro de ser detenido arbitrariamente. Esta entrevista se hizo en México, durante la Cumbre Mundial de Madres de Migrantes Desaparecidos, celebrada entre el 2 y el 4 de noviembre en paralelo con el Foro Social Mundial de las Migraciones.
—¿Cómo fue su detención cuando cubría el inicio del éxodo?
—Fui detenido en Guatemala durante cuatro días en un “albergue de Migración” que está en la zona 5 de la capital guatemalteca. Es una cárcel: me quitaron el cinturón, los cordones de los zapatos y mis pertenencias, y me tenían bajo llave. Fui deportado a Honduras el viernes 19 de octubre. No tuve en Guatemala ninguna acusación criminal, la gente de Migración me acompañó hasta Tegucigalpa.
Al llegar al aeropuerto había como ocho oficiales de la policía nacional, y en un momento intentaron evitar que yo saliera. No sé si por temor, porque había mucha gente esperando, entre periodistas y amigos, o realmente querían llevarme detenido, pero lo hicieron al grito de “¡No lo dejen salir!”. Entró la gente y me arrebató, prácticamente, de las manos de la Policía.
—¿Por qué denuncia que se lo acusa sin pruebas?
—Antes de que fuera deportado a Honduras, la canciller de la república (María Dolores Agüero) hizo una conferencia de prensa en la que me menciona seis veces por cosas de las que no soy responsable y que además no son delitos. Me enteré, por otras vías, de que el gobierno llevó un expediente al Ministerio Público para que procediera en mi contra. Pero lo que llevaron fueron artículos de periódico, declaraciones de los mismos funcionarios de gobierno y capturas de pantallas de las redes sociales.
Sin embargo, yo sé que en Honduras la fiscalía no aplica la ley y no actúa con independencia, sino que recibe órdenes de la presidencia. Así tenemos más de cien compañeros que, por estar con una cacerola protestando tras el fraude electoral, están judicializados. No hay necesidad de que le aporten pruebas a un juez, si la fiscalía presenta eso y le dicen “mándelo a la cárcel”, me van a mandar.
—¿Hay arbitrariedades?
—Claro. Me van a tener dos años para después decirme que soy inocente, porque no van a poder probar nada. Para evitar eso salí del país, por recomendación del Comité por la Libre Expresión (C-Libre). Por medio de unos compañeros presentaré una querella contra la canciller Agüero, para que responda por sus declaraciones.
Si los funcionarios se atreven a decir en el tribunal que soy un coyote y un traficante, que se atengan a las consecuencias. Yo jamás le he cobrado a nadie por llevar a otra persona, no he sido coyote. Y si promoví o no la caravana, puede decirse que a lo mejor sí, por mis opiniones. Lo que yo escribí fue: “Migrantes, no se vayan solos”, porque tengo casi 20 años de estar viendo el sufrimiento de la gente. Los matan, los violan, llegan mutilados. El gobierno sólo presenta sus estadísticas, no lo inmuta nada de eso. A uno le toca vivir esos sufrimientos a diario, cuando las madres le preguntan a uno y le cuentan, o cuando están intentando repatriar un cuerpo. Son gente pobre, y les dicen que vayan a Tegucigalpa, cuando la gente no tiene ni para el pasaje.
—¿Va a pedir protección en México?
—Por ahora no pienso solicitar refugio ni asilo. Lo que quiero es regresar a Honduras con la garantía de que no voy a ser perseguido ni mandado a la cárcel. Que pare la campaña de odio que tiene el gobierno de manera directa a través de los medios que ellos pagan, pues. Es una criminalización terrible que pone en riesgo mi vida.
Yo no tengo poder económico, ni siquiera político. Ahora ya no soy funcionario, no soy nada. Pero la verdad es poderosa y la palabra dicha en favor de la justicia pega. Ellos ahora no pueden controlar la circulación de las ideas, porque están las redes sociales. Yo escribí en Facebook y ha servido.
Me siento perseguido, triste de estar lejos de mi familia, me da miedo en determinados momentos, pero no me paraliza. Cuando uno viene a este foro de gente de tantas partes del mundo que está luchando, no es momento de echarse para atrás. A pesar de lo que le toque vivir a uno, hay que ir para adelante. No nos podemos callar estas realidades.
Un salvadoreño a las puertas de Estados Unidos
Relato de una huida
Giovanny Jaramillo Rojas, desde Tijuana, México
Brecha, 9-11-2018
Josué Enríquez es uno de esos seres humanos que lo único que quieren en la vida es tranquilidad y, para conseguirla, tiene un as bajo la manga, un as que le ha resultado infalible, incluso en los momentos de absoluta amargura: su sonrisa. Tiene 27 años y trabaja lavando autos en Tijuana, en el estado mexicano de Baja California. Cuando le pregunto en qué consiste su tranquilidad me responde enseguida que en ser feliz. Le cuento que la palabra felicidad me parece muy complicada, y él –revelándome sus inagotables dientes– asegura: “Estados Unidos, hermano, mi felicidad está allá”.
En su tiempo libre, Josué acude como voluntario a la Casa del Migrante, de Tijuana. Allí hace lo que mande la ocasión: desde cambiar un bombillo, pintar una pared o colaborar en labores de limpieza, hasta resolver inconvenientes eléctricos y logísticos. Aunque ya no vive ahí, sigue yendo porque se siente muy agradecido. Dice que en el difícil viaje que le ha tocado asumir nunca fue tan bien tratado como cuando llegó al albergue.
Con lo poco que gana lavando autos, Josué cubre una ínfima parte de los gastos de su esposa y su hijo en El Salvador y, aparte, intenta ahorrar para cuando decida cruzar. ¿Por dónde? No sabe. “Por donde se pueda –insinúa sonriendo, y agrega: yo tengo una hermana en Los Ángeles que no veo hace 25 años. La idea sigue siendo llegar allá. Como sea.”
El 10 de julio de 2017 el hermano mayor de Josué fue obligado a servir de testigo en un concejo municipal organizado por la Mara Salvatrucha en La Libertad, un pequeño municipio costero ubicado a 30 quilómetros al occidente de la capital de El Salvador. Según Josué, en dicho concejo no sólo participaron pandilleros y civiles presionados, también concurrieron figuras de la administración pública y las fuerzas de seguridad del Estado salvadoreño, con un objetivo puntual: negociar y repartir los territorios de dominio.
Un mes después, el 12 de agosto, Josué abandonaría el país. Su hermano fue amenazado de muerte por los mismos que lo habían obligado a presenciar lo que nunca debió presenciar. El ultimátum, de paso, intimidó a la familia entera que, sigilosamente y sin dudarlo, empezó a desplazarse a otras provincias del país. Josué fue el único que se animó a salir de El Salvador. Para eso renunció a la licenciatura en idiomas que cursaba, escondió a su esposa y su hijo de 2 años en un pueblo que no menciona, pidió 1.000 dólares prestados y persuadió a un sobrino suyo de 19 años de emprender la travesía hacia Estados Unidos.
* * *
“Al llegar a Tapachula conocimos a un comerciante de ropa que nos advirtió sobre los peligros de cruzar México. Ese señor fue lo mejor que nos pasó. Le caímos muy bien, tanto que mientras nosotros pensábamos en subirnos a La Bestia,1 él nos ofreció darnos una mano y llevarnos hasta Ciudad de México, encubiertos, en uno de sus vehículos. Cuando llegamos sólo teníamos lo que llevábamos puesto y, para no parecer mendigos, compramos ropa nueva. Hasta ahí, por suerte, no había gastado un solo dólar de los 1.000 que llevaba. Después nos fuimos a Hermosillo2 en camión. Allí conocimos a un guatemalteco que había vivido varios años en El Salvador. Él nos conectó con un ‘coyote’ en la frontera, en Nogales, que era seguro, ya que sólo se dedicaba a pasar gente sin robos ni mafias. Negociamos 700 dólares cada uno, por anticipado. Allá, además de nosotros dos, iban cuatro hondureños y siete guatemaltecos. El coyote nos dio una cartulina, que funcionaba como clave para cuando nos parara el Ejército o la Policía de México. Sólo teníamos que mostrarla y ya ellos sabían a qué veníamos y nos dejaban pasar sin problemas. Todo funciona como una red.
Compré víveres porque nos dijeron que caminaríamos varios días por el desierto. El coyote no quería que yo llevara esa maleta que pesaba unos diez quilos, pero lo convencí, porque no iba a pasar hambre, ni sed. Todos los demás sólo llevaban algunas botellas con agua y, por exigencia del coyote, iban vestidos de negro. Éramos diez personas. De seis a siete días de camino por el desierto. Sólo en la noche caminaríamos. Si algo llegaba a pasar con alguno de los pasajeros, todos los demás teníamos que seguir sin mirar atrás. Es decir, nadie era responsabilidad de nadie. En la noche hacía mucho frío y en el día las temperaturas eran muy pesadas y la arena se metía en los ojos. Una noche, entre unos arbustos, nos encontramos con los restos de una persona. Seguramente murió haciendo lo que nosotros hacíamos.
Después de ver eso, pasaron muchas horas de caminata triste, muda, hasta que un viejo rompió el silencio para pedir un poco de agua y limpiar las heridas de sus pies. Así cruzamos. A las afueras de Río Rico, Arizona, nos recibió un señor de Guatemala. Pasamos 22 días en su casa rodante. Ahí comíamos y dormíamos y sólo teníamos permiso de movernos para ir al baño. Esperábamos a que el coyote estuviera seguro de poder llevarnos a la ciudad de Tucson, pero eso nunca pasó. Un día el guatemalteco que nos hospedaba dijo que teníamos que irnos como pudiéramos, porque él ya no podía tenernos más tiempo ahí. Todos salimos esa misma noche. En Río Rico logré contactar a mi hermana y recibí su okay para llegar a Los Ángeles. Agarramos un autobús en dirección a Tucson a las 10 de la noche y, apenas nos subimos, me quedé dormido. Caí como una piedra. Yo creo que fue el cansancio acumulado el que me noqueó.
Como a la una de la mañana me cachetearon para que me despertara. Un tipo vestido de verde hablándome en inglés me pidió identificación. Yo saqué un documento falso que me habían dado en Nogales por si pasaba algo. El tipo no creyó nada. Se llevó la identificación y a los pocos minutos subió otro oficial, de apellido hispano, y me hizo bajar del bus, diciéndome que ese documento pertenecía a un mexicano que había sido asesinado en Texas años atrás. ‘Usted no es mexicano. Dígame de dónde es o le va a ir peor’, me dijo sujetándome del cuello. ‘La neta es que soy salvadoreño’, respondí con miedo. Ahí me subieron a la patrulla migratoria. Mucha mala suerte la mía, cruzar tranquilamente, como todos lo sueñan, y que me agarren el primer día que pude transitar libremente por Estados Unidos. Entonces ahí mismo nos esposaron a todos. Nos llevaron a un contenedor por diez días con unas 50 personas más, sin poder ver la luz del sol.
Un día me sacaron, con un grupo de 20 en el que no iba mi sobrino, y nos llevaron a un lugar en el que estuvimos siete días, hasta que la orden fue que nos llevaran a Houston, en donde pasamos otros 64 días encerrados con gente que esperaba la deportación. Estábamos hacinados y nos trataban como a criminales. Allí recibimos la visita del cónsul de mi país, y él nos trató mal, diciéndonos que qué chingadas íbamos a hacer allá, que no arrastráramos la miseria del país por el mundo y que menos mal que nos podían mandar directamente a El Salvador, porque a muchos latinos simplemente los dejan tirados a su suerte, en alguna frontera con México.
Entonces me deportaron. Volví sin un solo dólar y una bolsa con una muda de ropa sucia. En San Salvador pedí plata en la calle para poder ir al pueblo donde había dejado escondidos a mi esposa y a mi hijo. Ya en el pueblo no alcancé a durar ni una semana cuando decidí venirme para Tijuana con la ayuda de un amigo que me prestó 300 dólares. Volví a cruzar México y acá estoy, con la idea de pasar como sea. Un coyote me cobra 8 mil dólares para cruzarme desde el aeropuerto de Tijuana hasta el de San Diego. Sin riesgos de ningún tipo, ni desiertos ni nada de eso. Esa persona ya ayudó a cruzar a los hijos de mi hermana. Es seguro. Ella me dijo que me daba la mitad de lo que cobra el coyote. También me han dicho que contemple la posibilidad de pedir refugio acá en México, y así empezar a trabajar legalmente, pero yo no quiero, necesito ganar verdes para pagar los 1.300 que debo y ahorrar lo que necesito para cruzar.
Necesito hacer una nueva vida en Estados Unidos. Alcanzar la felicidad, mejor dicho. Yo no puedo estar en El Salvador, y aunque pueda estar en México no quiero. Si trabajo acá el dinero no me alcanza. Si intento pasar, saltando el muro o nadando por el mar o con el coyote de mi hermana, y me vuelven a agarrar, voy a intentarlo las veces que sea necesario. El Salvador, aunque es mi país, ya es historia en mi vida, y yo estoy mirando para el norte, donde está la plata y la realización de mis sueños. Ni siquiera teniendo dinero volvería, ni siquiera si se acabara la mara. El Salvador es la violencia hecha país. No me importa si mi esposa me deja por otro, lo único que realmente me interesa es mi hijo, y si cruzo me lo traigo, también, como sea.”
* * *
Josué no deja que fotografiemos su extensa sonrisa. Cree que una imagen suya, por ahí, dando vueltas, puede arruinarle sus planes. Nos indica, entonces, que le gustaría una foto que lo exhibiera esperando. Algo en lo que sin querer se ha especializado. Se pone de pie y, mostrándonos su espalda, se sumerge en un pasillo de la Casa del Migrante. La cámara dispara. Al ver la foto exclama: “¡Uy! De verdad parece que yo fuera un ilegal, pero no, sólo soy un indocumentado”. Y vuelve a sonreír.
Notas
1) Tren de carga que usan algunos inmigrantes para atravesar México de sur a norte, montados en el techo.
2) Capital del estado norteño de Sonora, limítrofe con Estados Unidos.