Por Esteban Morales
Cincuenta y seis años después del asesinato de Malcolm X, el 21 de febrero de 1965, su pensamiento antimperialista, anticapitalista y antirracista tiene más vigencia que nunca, no solo para los pueblos afroamericanos, sino también para aquellos que, en otras latitudes, desafían los lastres históricos del colonialismo y el neocolonialismo. En el artículo que publicamos hoy, el economista y politólogo Esteban Morales Domínguez analiza el legado intelectual de Malcolm X y su influencia en las actuales luchas políticas de los oprimidos y explotados del mundo.
El 21 de febrero de 2021, se cumplen 56 años del asesinato de uno de los líderes revolucionarios más brillantes y consecuentes del siglo XX.
Nació en Omaha, estado de Nebraska, el 25 de mayo de 1925 y le pusieron el nombre de Malcolm Little. Fue hijo de un pastor bautista, seguidor de los ideales de Marcus Garvey y de una ciudadana de la isla caribeña de Granada. Con posterioridad a su peregrinación a la Meca, adoptó el nombre musulmán de Hajj Malik El Shabazz.
Su lucha fue ardua y en extremo difícil. Por caminos diferentes a los convencionales para la época, arribó a una concepción teórica y una estrategia de lucha para lo que él llamaba el pueblo negro norteamericano, que le hizo emerger como un líder en el combate mundial contra el imperialismo. Se caracterizó por evolucionar aceleradamente hacia las posiciones políticas más radicales de su época, tanto en el orden de la lucha interna contra el racismo en los Estados Unidos, como contra el imperialismo a nivel mundial.
Malcolm vivió en Boston y en Nueva York. Al involucrarseen robos, drogas, juego ilegal y otros delitos de menor cuantía, fue apresado y recluido hasta 1952 en una cárcel del estado de Massachussets, donde se incorporó a la organización musulmana Nación del Islam y adoptó el nombre por el que se le conoce hoy: Malcolm X.
La cárcel ejerció un impacto positivo sobre su joven personalidad, proceso en el cual recibió la ayuda de sus compañeros de militancia musulmana. Al salir de prisión, con apenas 27 años de edad, se propuso cambiar los erráticos derroteros de su vida anterior, convirtiéndose, un año después, en uno de los ministros de la Nación del Islam.
La idea más clara de lo que significaba la religión para Malcolm X, en el contexto de sus ideas políticas, fue expuesta por él con toda elocuencia, cuando dijo: “si tengo que aceptar una religión que no me permita librar una batalla por mi pueblo, mando al diablo esa religión”.[1] Lo cual hace de este hombre, más que un simple ministro religioso, un luchador por alcanzar los mejores destinos para su gente, estando en su formación, prioritariamente determinado, cuál era el significado de la religión y cuál el de sus concepciones y compromisos políticos.
Malcolm X atravesó por un periodo muy difícil de su vida política, a partir de 1963, pues adoptó la decisión de apartarse de la Nación del Islam, organización a la cual debía mucho y que había tenido una muy fuerte influencia en su formación inicial.
Tal resolución tuvo lugar cuando se percata, a partir de una conversación personal con el máximo líder y padre espiritual de la Nación del Islam, Elijah Mammad, a quien había seguido fielmente, de que éste mantenía una conducta personal moralmente inadecuada, llegando a la convicción de que la función de los cuadros de esa organización era sólo la de cuidar los intereses, no pocas veces espurios, de su líder. Constató, además, que la atención de la organización a la actividad política dentro del pueblo negro norteamericano era prácticamente nula, cuestión que resultaba del todo incompatible con sus inquietudes políticas.
La Nación del Islam actuaba de manera inconsecuente con los principios que predicaba, en medio del abuso de poder y de autoridad de su máxima dirigencia, lo que provocaba que su jerarquía se involucrara continuamente en el encubrimiento de bochornosas acciones de beneficio económico, por medio de coordinaciones con el KK Klan y otras organizaciones racistas fascistoides. No era posible imaginar que una organización que tuviese como objetivo defender a los negros, se aliara con las mencionadas más arriba. Algo así solo podía ser explicado por el carácter corrupto de la formación en la que estaba militando.
Tras su salida, Malcolm X comenzó a representar un peligro para la Nación del Islam, cuya tendencia nacionalista burguesa y liderazgo continuamente empeñado y comprometido en lograr espacios dentro de la economía del sistema capitalista en los Estados Unidos, era todo lo opuesto a lo que Malcolm X pretendía para una organización comprometida a luchar por la liberación del pueblo negro norteamericano, como eran sus bien claras aspiraciones.
El Black Capitalism, como estrategia promovida para enrolar a los negros en las redes del sistema, no lo envolvería a él, apartándolo de sus verdaderos y reales intereses políticos. Tan firme convicción comenzó a representar un peligro para su vida.
Tales deficiencias, observadas en la organización en que militaba hasta entonces, fueron las que Malcolm X se propuso superar con la fundación de la Organización de la Unidad Afro-americana (OUAA), iniciada en Nueva York, en 1964, y la llamada Mezquita del Islam, pretendiendo cubrir con ambas las inquietudes religiosas y políticas de las comunidades negras. De modo que, sin abandonar su fidelidad religiosa, luchaba al mismo tiempo por sus ideales políticos, estrechamente vinculados a las reivindicaciones de libertad para el pueblo negro norteamericano. Malcom X, en esencia, resultaba peligroso por ser anticapitalista y, más que ello, antimperialista.
No pocas veces, Malcolm X ha sido tildado de racista y violento. Muchos de los que no lo conocen, o lo conocen muy bien, sobre todo estos últimos, pretendieron denigrarlo, comparándolo negativamente con Martín Luther King. Consideraron a Malcolm como el “demonio rojo”, y a Luther King, como el “ángel negro”. Esta oposición maniquea y de corte racista, se ha utilizado bastante y durante largo tiempo para introducir mucha confusión en la comprensión del verdadero papel de ambas personalidades y del lugar de estos dos líderes en el contexto de la lucha del pueblo negro norteamericano.
Ciertos sectores reaccionarios del liderazgo político estadounidense, alimentaban continuamente esta confusión acerca de quién era realmente Malcom X, como algo conveniente para dividir, en la mayor medida posible, al Movimiento Negro Norteamericano de la época, que para entonces había devenido en una fuerza de choque contra el racismo y la discriminación racial.
Malcolm X no era racista, pues no juzgaba a nadie por el color de la piel; incluso muchas veces, cuando hablaba de los negros, más bien se estaba refiriendo a los no-blancos (decía negros, morenos, amarillos, rojos, etc.), para dar un giro comprensivo del problema de la colonización europea blanca contra aquellos pueblos, que de algún modo resultaban ser esclavos en su propia tierra; tal es el caso del negro norteamericano, el cual –no se cansaba de repetirlo– no había venido en el Mayflower. Estos conceptos le servían para identificar al enemigo común y forjar la alianza y la solidaridad que debía existir entre todos los explotados del mundo, fueran afro norteamericanos, chinos, indios, latinoamericanos, etc., desplegando así la más amplia concepción sobre el neocolonialismo.
Su visión le apartaba tanto del racismo blanco como del racismo negro, problema que en esa época afectaba a muchas organizaciones, acercándolo a una concepción verdadera de cómo debía ser la lucha contra el racismo y todo tipo de discriminación, incluida la de la mujer, asunto este al que también prestó su atención.
Malcolm X no le rendía culto a la violencia, pero no permitía que el negro fuera llamado a ser pacífico cuando contra él se desplegaba y ejercía, continua y abiertamente, la violencia más despiadada. Decía entonces al respecto: “Yo mismo aceptaría la no-violencia si fuera consecuente, si fuera inteligente, si todos fuéramos no violentos, siempre fuéramos no violentos. Pero nunca voy a aceptar […] la no-violencia de ninguna clase, a menos que todo el mundo sea no violento “ [2]
Su rechazo a la no violencia partía de que la sociedad norteamericana estaba plagaba de violencia de todo tipo, principalmente contra la población negra. De ahí su oposición, con toda razón, a inculcar una ética que no practicaban la policía, ni los tribunales, ni la estructura capitalista norteamericana. Era una realidad de la que los negros, sobre todo, estaban obligados a defenderse. No era posible para él ser pacifico a ultranza, oponiéndose a la violencia, si todas las estructuras del sistema político norteamericano descargaban su violencia sobre el negro.
Comprendía profundamente que la violencia era inevitable, en la misma medida en que ésta provenía de la marcada tendencia e intención política de mantener a toda costa la explotación del negro, condenándolo de modo permanente a la condición de ciudadanos de segunda y tercera clase, en su propia tierra. A este objetivo contribuían todos los mecanismos, instancias y dispositivos del sistema político norteamericano.
Durante su formación como dirigente revolucionario, Malcolm recibió no sólo el impacto de la lucha de los negros en los Estados Unidos, sino también el de la lucha de otros pueblos oprimidos dentro y fuera de ese país. Esta perspectiva se enriquecía continuamente con sus viajes, fundamentalmente por Asia y África, permitiéndole una amplia visión de que la explotación racista no era solo un problema norteamericano, ni únicamente racial, sino también de clase, y tampoco exclusivamente nacional. Todo ello complementaba su perspectiva antimperialista.
Desde sus orígenes como dirigente revolucionario, Malcolm X incorporó a su formación el fuerte componente internacionalista que siempre le caracterizó. Tanto su pensamiento como su accionar político, partían de que la lucha del pueblo negro en los Estados Unidos era sólo una parte de la lucha de liberación a nivel mundial, lo que le situaba en una posición muy por encima de cualquier líder negro norteamericano de su época. Y lo hacía sumamente peligroso ante las elites de poder. Mucho más que a Martin Luther King.
Malcolm X, incluso, no se consideraba norteamericano, sino víctima del norteamericanismo. En 1964, diría en Cleveland: “Yo hablo como víctima de este sistema norteamericano. Y veo a Estados Unidos con los ojos de la víctima. No veo ningún sueño norteamericano, veo una pesadilla norteamericana”.[3]
Para Malcolm X, el sistema político norteamericano, era un sistema podrido, corrupto, de explotación, que enrolaba a los negros dentro de los mecanismos económicos y políticos de la explotación, la discriminación y la degradación moral. Lo cual le llevaba a poseer una visión del patriotismo que en nada se parecía al patrioterismo y al espíritu patriotero, que siempre han primado dentro de la nación norteamericana.
Jamás utilizaba las frases “nuestro gobierno”, ni hablaba de “nuestras Fuerzas Armadas “, expresándose, entonces del modo siguiente: “No trates al Tío Sam como si fuera tu amigo […] si fuera tu amigo no serías un ciudadano de segunda […], no tenemos amigos en Washington”.[4] Tales opiniones, también le convertían en una persona sumamente “peligrosa” para las estructuras de poder imperial, por lo que continuamente era perseguido por los servicios especiales norteamericanos, hasta su asesinato el 21 de febrero de 1965.
En los discursos, entrevistas y declaraciones de Malcolm X, queda muy claro que no compartía la estrategia de la lucha por los derechos civiles. Consideraba que esta forma de lucha no era la correcta. ¿Pero quería decir con ello que Martín Luther King no tenía la razón? En realidad, se trata de una pregunta muy difícil de responder, razón por la que preferimos enfocarnos en los inconvenientes que presentaban ambas formas de lucha y los problemas inherentes al contexto, tanto interno como internacional, en que tales batallas habrían de librarse.
No hay dudas de que Malcolm X era un líder más radical y de más amplia visión que Luther King; pero, ¿es posible afirmar, sólo por eso, que el primero tenía la razón?
En política, no siempre la radicalidad equivale al triunfo de la estrategia de lucha que se fundamenta en ella; como tampoco el que una estrategia de lucha no triunfe, significa que haya sido incorrecta. Son muchas las circunstancias que convergen en un proceso de lucha política, para llegar a conclusiones tan fácilmente. No obstante, lo cierto es que ambas estrategias de lucha presentaban sus inconvenientes.
¿Cuáles eran esas estrategias? Veámoslas muy sintéticamente.
Para Martín Luther King, la lucha de los negros debía concentrarse en reclamar de la sociedad norteamericana los derechos civiles que les correspondían, por ser parte de la nación norteamericana. Entre estos derechos, identificaba como como fundamental el ser tratados como iguales. Esta lucha, además, se entendía estrictamente en los marcos del país, aunque no excluía la posibilidad de recibir la solidaridad internacional. El método de lucha, según King, debía ser totalmente pacifico.
Para Malcolm X, la lucha de los negros no excluía reclamar sus derechos civiles, pero debía concentrarse, fundamentalmente, en fortalecer sus comunidades, sus organizaciones políticas y religiosas para reclamar el lugar que correspondía a los negros dentro de la sociedad norteamericana. Esa lucha era enfocada sobre la base de lo que Malcolm denominaba “nacionalismo negro”; es decir, se veía al pueblo negro como una nación sojuzgada y explotada dentro de su propio país y al sistema capitalista existente como su enemigo. Desde su visión, la lucha debía formar parte de la lucha de todos los explotados del mundo; podía ser pacífica, pero no excluía el uso de la violencia si los explotadores la imponían.
Malcolm X consideraba que, tanto los Estados Unidos como los negros, tenían un problema muy serio: los negros y otras personas no blancas, no eran deseados internamente, por lo que tendían a tratarlos como ciudadanos de segunda y tercera clase. En relación con este asunto, precisaba: “[…] cada vez que te miras en el espejo, ya seas negro, moreno, rojo o amarillo, estás viendo a una persona que constituye un problema serio para Estados Unidos, porque no te quieren aquí”.[5]
Entonces todas esas personas debían unirse a sus similares en el mundo y levantar un gran movimiento de reivindicación que él llamaba “revolución negra”. Esa revolución tenía un enemigo común, el blanco colonizador, siempre europeo: los españoles en América, los ingleses en África, los franceses, los belgas, los portugueses, los alemanes; blancos todos, que se habían movido por el mundo con sus empresas coloniales, explotando a todos los pueblos americanos, asiáticos y africanos.
Argumentaba que ´los colonialistas imperialistas habían hecho lo mismo a todos, incluidos los negros norteamericanos, los que no habían venido en el Mayflowers, sino en los barcos negreros. El pueblo negro norteamericano era una masa que no había superado su condición de esclavitud, explotada en desigualdad de condiciones respecto al resto de toda la población blanca, también discriminada en el contexto de la vida social.
Malcolm X llegó a otra conclusión muy importante: que se trataba de un pueblo, cuya situación no se diferenciaba para nada de la de los explotados del Tercer Mundo, en Asia, África y América latina. Sólo que ello discurría, bochornosamente, dentro de la sociedad mas rica del sistema capitalista mundial, en medio de la formación de una clase media negra, que servía de “espejo cóncavo”, en el que todos los negros debían aspirar a mirar sus aspiraciones. Hoy la mayoría de esa clase media se opone a la llamada Acción Afirmativa, como algo que los denigra ante los blancos, olvidando que más del 90% de la población negra norteamericana continúa viviendo bajo la línea de pobreza.
Por eso, para Malcolm X no eran los derechos civiles la plataforma adecuada ni verdadera de la lucha de los negros en los Estados Unidos, pues al circunscribirse al plano nacional, los aliados naturales del pueblo negro norteamericano quedaban al margen, lo que resultaba muy conveniente para las elites explotadoras blancas, sobre la base del principio de “divide y vencerás “.
Por el contrario, Malcolm consideraba que la lucha de los negros norteamericanos debía ser enfocada sobre la base de los derechos humanos, pues estos tenían un carácter más universal y ofrecían una plataforma capaz de proyectar las batallas internas en el escenario de los debates librados en los organismos internacionales, como Naciones Unidas.
La claridad política de tal enfoque, respecto al marco en que se debía desenvolver la lucha del pueblo negro norteamericano, situaba el escenario en la lucha contra el imperialismo, vinculándose sólidamente a la lucha de todos los pueblos explotados del mundo y la percepción de un enemigo común, cuya única diferencia, decía, son las “máscaras nacionales” que asume.
Sus argumentos situaban la lucha en el ámbito de la necesaria solidaridad internacional entre los explotados directamente por sus oligarquías nativas, que no son más que clases subalternas aliadas de la oligarquía-transnacional, dentro de la cual la clase burguesa monopolista de los Estados Unidos es la más poderosa, mejor articulada y más conectada a nivel mundial. Debido a ello, la explotación y la discriminación de que son objeto los negros en los Estados Unidos les viene también como de rebote, resultado de la acción imperialista de esa nación a nivel mundial.
Este enfoque ofrecía, además, basamentos objetivos, prácticos y teóricos, para responder a la esencia de una lucha, que ha de ser, en definitiva, de carácter global, aunque se desenvuelva también en la instancia nacional. Por todo ello, Malcolm X sobrepasaba, con mucho, la visión de Luther King, en su lucha por los Derechos Civiles, esencialmente justa, pero muy limitada estratégicamente.
Por lo tanto, Malcolm X es un líder de la lucha contra el imperialismo a nivel mundial. No puede ser calificado únicamente como un líder de la lucha del pueblo negro norteamericano, ni solo contra el racismo y la discriminación, sino contra la explotación capitalista a nivel mundial.
Él se percató, muy tempranamente, de que mantener la lucha de los negros en el marco de los derechos civiles, solo podía beneficiar a las elites blancas explotadoras norteamericanas, que tempranamente habían diseñado y ponían en práctica un modelo de asimilación de la lucha del pueblo negro norteamericano a la dinámica del capitalismo en los Estados Unidos. Tal como hacen ahora para enfrentar la realidad de que los hispanos pasan a ser la minoría de más peso en Norteamérica.
Estas razones nos permiten afirmar, además, que las reivindicaciones alcanzadas por los negros como resultado de su lucha por los derechos civiles, no fueron pocas ni carentes de importancia; pero no pueden ser entendidas a profundidad, si no son vistas también como el alto precio que la elite de poder blanca norteamericana tuvo que pagar para “tranquilizar a los negros” y envolverlos en las redes de la maquinaria económica y política del capitalismo en los Estados Unidos.
Una expresión clara de por qué la lucha por los derechos civiles no representó un cambio sustancial, esencial, en la situación del negro en los Estados Unidos, la podemos constatar al analizar la pobreza dentro de esa sociedad. En la actualidad, más que en ninguna otra sociedad capitalista desarrollada, esta pobreza se identifica claramente con una estructura de poder –sostenida por unos pilares de estratificación social, cultural y racial conformados desde la colonización hasta el establecimiento definitivo del capitalismo en los Estados Unidos–, y que no ha podido ser superada.
Durante los más de 200 años de vida de la nación, existe en esa sociedad una estructura social en la que, en términos generales, “raza”, clase, riqueza, status social y nivel de pobreza se coaligan estructuralmente de manera muy fuerte. Circunstancia que para los negros arroja siempre las peores estadísticas en el comportamiento de su situación social, económica y política.
No es difícil percatarse de la claridad política de Malcolm X cuando, a principios de los años sesenta, trataba de forjar una estrategia de lucha verdadera, para sacar adelante al pueblo negro norteamericano.
Con su asesinato, se perdió la oportunidad y hoy no existen en ese país los líderes negros capaces de cambiar la situación y retornar a las ideas de Malcolm X, de que la población negra norteamericana se fortalezca como una comunidad integrada para luchar por su lugar dentro de la sociedad estadounidense y lograr algo más que ser absorbida e instrumentada por el “capitalismo negro”, atomizada por las migajas de participación social y política que los negros han alcanzado con la “affirmative action”, fuertemente cuestionada en los últimos años, bajo el ataque de un “racismo a la inversa” y continuamente impugnada por una gran mayoría la clase media negra, que encontró su espacio en los intersticios del gran capital norteamericano con la estrategia del “Black Capitalism” desplegada por el presidente Johnson.
Los negros han perdido su fuerza como comunidad, instrumentados como un sector más, que baila al compás de la música que interpreta y lidera la oligarquía blanca transnacional. Su única oportunidad ahora, estaría en sumarse a un contexto de lucha donde no pocos desconocen las especificidades de la situación de inferioridad estructural que se mantiene para los negros dentro de la sociedad capitalista en los Estados Unidos.
El asesinato de Malcolm X fue el resultado de un grupo de situaciones que actuaron en sistema, para eliminar de la vida pública de la sociedad norteamericana a una persona que se había convertido en un peligro para los intereses de la oligarquía blanca dominante.
Malcolm X resultaba un líder mucho más peligroso que Martín Luther King. Este último, a pesar de su honestidad, entrega a la causa de los derechos civiles y deseos de favorecer a los negros, quedó enrolado en la mecánica del sistema y, en realidad, terminó siendo instrumentalizado para propósitos diferentes a los que le habían animado desde el principio. No obstante, ello no le salvó la vida, porque también sus ideas comenzaban a topar seriamente con los “límites de disidencia” que el sistema de poder norteamericano estaba en condiciones de admitir. Límites que eran cada vez más estrechos.
Martín Luther King, era una persona demasiado digna para traicionar su causa, era un luchador honesto e inclaudicable por los derechos de su pueblo, pero no era un líder revolucionario. Su pensamiento no lograba abarcar los verdaderos límites de la lucha en que se había enfrascado; como sí estaban estos límites contenidos en el pensamiento de Malcolm X.
La Conferencia de Bandung en 1954 y la Fundación de la Organización de la Unidad Africana (OUA), la organización internacional más prestigiosa del continente africano, inspiraron fuertemente a Malcolm X y le aportaron una claridad meridiana sobre el verdadero carácter de la lucha en que se había enrolado.
Marcando una diferencia con el movimiento liderado por el Reverendo Luther King, Malcolm X trascendió el limbo de no estar en una organización política ni religiosa, fundando dos organizaciones al mismo tiempo, con dos objetivos diferentes, pero totalmente complementarios.
Al amar a su religión, lo primero que hizo fue reagruparse en una organización conocida como la Mezquita Musulmana, con sede en Nueva York, adoptando dentro de ella la religión auténtica y ortodoxa del Islam. Pero, como expresara Malcolm X:
teníamos un problema que iba mucho más allá de la religión y por esa razón establecimos la organización de la Unidad Afro americana (OUAA), en la que cualquier miembro de la comunidad pudiera participar en un programa de acción diseñado para lograr el pleno reconocimiento y respeto del pueblo negro como parte del género humano”.[6]
Pero lo más importante es que, como expresara Malcolm X:
el lema de la organización de la Unidad Afro americana es: por todos los medios que sean necesarios. No creemos en librar una batalla […] en la cual nuestros opresores van a dictar las reglas. No creemos que podemos ganar una batalla donde las reglas las dicten los que nos explotan. No creemos que podemos continuar una batalla tratando de ganarnos el afecto de aquellos que por tanto tiempo nos han oprimido y explotado. [7]
De casi no ciudadanos, pues los negros no podían votar, no eran aceptados en las universidades, no podían ingresar en el ejército, apenas eran admitidos en las fábricas, pasaron a ciudadanos de segunda clase. Cuando finalmente comenzaban a ser recibidos, el capitalismo los absorbió y quedaron integrados en una dinámica, que, hasta hoy, mantiene a una masa de más del 90% en la condición de ciudadanos de segunda o tercera clase.
Como resultado de todo ello, en los Estados Unidos no existe hoy un movimiento negro ni siquiera parecido al de los años sesenta, como tampoco existe un liderazgo político negro, capaz de atraer nacionalmente a los negros a una amplia lucha por sus reivindicaciones. En la actualidad, casi todos los líderes negros constituyen piezas funcionales del sistema político norteamericano, siendo la principal aspiración de casi todos ellos arribar a las estructuras de poder y beneficiarse de la opulencia del capitalismo estadounidense.
Al margen de otras consideraciones, lo cierto es que Malcolm X, tanto por su claridad política y su consecuencia teórica, como por la justeza de sus acciones y aspiraciones, ha de ser reconocido más que como un líder de la lucha de los negros en los Estados Unidos, como uno de los estrategas de la lucha revolucionaria contra el imperialismo a nivel mundial. Sus ideas y las batallas que libró, continúan siendo un apreciable caudal de experiencias para la lucha de los negros en los Estados Unidos y de todos los pueblos explotados del mundo. Como fruto ideológico de aquellas batallas que Malcolm X emprendió, una masa nada despreciable de personas negras está encontrando, en las luchas de la clase obrera, un camino a seguir. No único, ni suficiente para ellos, pero importante.
Recientemente, con la administración de Donald Trump, ha emergido The Black Live Matter, un movimiento que parece encarnar una esperanza para la lucha contra el racismo y la discriminación racial en los Estados Unidos; muy lejos todavía de lo que representaron, tanto Martin Luther King como Malcolm X, aunque una esperanza al fin. De quedar enrolada en los cambios que tienen lugar hoy dentro de la sociedad norteamericana, ella pudiera tener un importante significado en la lucha de los negros por sus reivindicaciones.
De todos modos, ya la administración de Biden, al parecer consciente del peligro que representa el racismo dentro de la sociedad estadounidense actual, prepara las medidas que le ayuden a absorber tal situación y de manera unida enfrentar los serios problemas dejados por Donald Trump. Esta disposición, sin dudas, representa una oportunidad para que los negros puedan, tal vez, mejorar su lugar dentro de la sociedad norteamericana actual.
[1][1] Ver Malcolm X: Habla Malcolm X, discursos, entrevistas y declaraciones, Editorial Pathfinder, United States, 2002, p. 114. Todas las referencias de este trabajo han sido tomadas de esta obra.
[2] Malcolm X: Ob. Cit. p. 142
[3] Malcolm X: Ob. Cit. p.14.
[4] Ibid.
[5] Malcolm X: Ob. Cit., p. 154.
[6] Malcolm X: Ob. Cit., p.200.
[7] Ibid.
Fuente: http://laventana.casa.cult.cu