por Gustavo Burgos
Ayer, 24 de marzo, se cumplieron 49 años del Golpe Militar en Argentina. El mismo daría inicio a una feroz Dictadura, la de los 30.000 desparecidos, la del saqueo de la deuda externa a manos del gran capital imperialista y aquella que asestara la más profunda derrota a la clase trabajadora trasandina en su historia.
Ese lejano 24 de marzo se cerró el círculo contrarrevolucionario propiciado por el imperialismo, que se iniciara con el Golpe del 11 de septiembre de 1973.
En la discusión de los «demócratas burgueses» se presentan ambos hechos como si se tratara de una anomalía histórica, un momento ocasionado por la ruptura del «diálogo democrático», resolviendo un enfrentamiento en lo que se ha llamado en Argentina como «los dos demonios». De un lado el militarismo violador de los DDHH y del otro la extrema izquierda violentista y totalitaria.
A renglón seguido los demócratas de derecha ponen el énfasis en los hechos que propiciaron la ruptura democrática. En Chile se habla del Congreso de Chillán del Partido Socialista, en Argentina de la guerrilla terrorista. Los demócratas de izquierda ponen el énfasis en las consecuencias de ambos «Golpes» proponiendo el «nunca más» y una política de «justicia, verdad y garantía de no repetición».
Tal debate pretende ubicar los Golpes que tuvieron lugar en el Cono Sur —no nos olvidamos del Golpe uruguayo de junio del 73 de idénticas características— como hechos de un pasado que no volverá.
Vergonzosamente la izquierda democratizante y pacifista ha ofrendado el perdón a la burguesía golpista, reduciendo todo a un problema jurídico de lesa humanidad. En Argentina Videla muere en la cárcel, en Chile mueren genocidas de segunda línea en Punta Peuco y en Uruguay se dio sanción plebiscitaria a la más completa impunidad.
Esta estructura del debate político hace que las conmemoraciones de tales luctuosos Golpes tengan el carácter de romerías por los caídos, de memoria de los desaparecidos y en Uruguay —siempre más exagerados en todo— derechamente con una Marcha de Silencio.
Sin embargo, el debate descrito se da en términos de clase entre quiénes reivindican la democracia burguesa y el orden capitalista como única forma posible de organización social. La clase trabajadora —por el contrario— no aparece en esta discusión y no aparece porque la historia demuestra que los derrotados muy difícilmente articulan una voz propia.

Podemos decir, en apretada síntesis, que tales conclusiones programáticas aún no han sido expresadas organizativamente en términos de la revolución que los Golpes conjuraron con un baño de sangre.
La clase obrera chilena logró demostrar la inviabilidad del proyecto de la Vía Chilena al Socialismo, del momento que resulta históricamente imposible la transformación de nuestra sociedad por la visas institucionales propuestas por los explotadores. Se trata de una conclusión que importó el sacrificio de toda una generación de revolucionarios, aquellos que forjaron los Cordones Industriales y los concejos campesinos de la Reforma Agraria.
A su turno la clase obrera argentina logró demostrar la necesidad de una dirección política propia que supere al peronismo y su fantasioso proyecto de revolución «nacional y popular». Porque con independencia de fracciones de vanguardia, los trabajadores argentinos fueron incapaces de emanciparse de la conducción burguesa del peronismo.
Tal incapacidad se expresa vivamente en que fue esa propia dirección peronista la que viabilizó la Dictadura, del momento que el propio Perón fraternizó con Pinochet mientras este último llevaba adelante un atroz genocidio en Chile y fue bajo su gobierno que se formó la Triple A, los grupos de tareas y las acciones represivas que la Junta Militar no hicieran más que generalizar.
Que las burguesías del Cono Sur hayan urdido el Plan Cóndor, de coordinación represiva de sus aparatos armados, no es más que la manifestación superficial de la política contrarrevolucionaria del gran capital. El capitalismo es incompatible con las libertades democráticas y la vigencia de los derechos sociales, por mínimos que estos sean.
Corresponde a los trabajadores, alrededor de la conmemoración de estas fechas, levantar las banderas del «nunca más» de los trabajadores: nunca más electoralismo, nunca más direcciones políticas patronales, nunca más capitalismo. Que el nunca más se exprese como voluntad de poder y revolución social.
(Foto de portada: los genocidas y sus primeras damas, Lucía Hiriart, Augusto Pinochet, José Domingo Perón y Estela Martínez)