Por Gustavo Espinoza M., Perú
El 22 de septiembre de 1923, José Carlos Mariátegui escribió en la revista “Variedades” una fresca nota referida a Lenin. En ella, dijo: “La figura de Lenin está nimbada de leyenda, de mito y de fábula. Se mueve sobre un escenario lejano que, como todos los escenarios rusos, es un poco fantástico y un poco aladinesco. Posee las sugestiones y atributos misteriosos de los hombres y las cosas eslavas…”
La fecha de este escrito es particularmente sugerente. Cuando el salió a luz, el dirigente soviético se hallaba internado en el Sanatorio “Gorki” de Moscú reponiéndose de una severa dolencia que finalmente lo llevaría a la muerte, cuatro meses más tarde.
Hoy, 21 de enero del 2024. se cumplen cien años del episodio que segó la vida al conductor de la Revolución Bolchevique que derrumbara al régimen Zarista y abriera el camino para la construcción de un orden social nuevo en el que los trabajadores jugaran un papel descollante.
Ha transcurrido el tiempo en uno y otro sentido. Incluso, aquel apoteósico acontecimiento de 1917 fue transitoriamente vencido y el Poder Soviético cayó 73 años más tarde sin lograr sus objetivos esenciales. No obstante, el nombre de Lenin, su vida y su obra, alumbran el camino de millones en todos los confines del planeta para consternación de los filisteos de todos los pelajes y horror de los opresores que ven en la lucha por la felicidad humana la amenaza más cruda a su voracidad sin límite.
Acerca de Lenin se ha escrito mucho en todas partes. Y se escribirá más en el futuro. Y es que se trata de un hombre universal, más bien ecuménico, que rompió las barreras del tiempo y asomó como leyenda en diversas latitudes.
Como se recuerda, Carlos Marx y Federico Engels idearon la concepción del Socialismo. Lucharon por él en condiciones muy adversas cuando aún la sociedad capitalista no había agotado sus posibilidades de sobrevivencia. Las experiencias revolucionarias de su época -la Revolución Republicana de 1848 en Francia y la Comuna de París en 1871- fueron actos premonitorios para lo que después sería una jornada histórica. La Revolución Rusa, primero en 1905 y después en febrero y octubre de 1917, trastocaron el mundo de entonces. Y fue Lenin el primero en darse cuenta de que ya habían madurado las condiciones económicas y sociales para romper la cadena de dominación capitalista y abrir paso a un orden social distinto.
El líder ruso se propuso eso desde un inicio de su actividad revolucionaria cuando en 1895 se sumó al primer Partido Obrero Social Demócrata Ruso, fundado ese año. Perfiló más claramente sus objetivos desde 1903 cuando recogió sus puntos de vista en un libro que sería emblemático: el “Qué hacer”. A partir de entonces, como lo reconociera uno de sus adversarios más constantes, el reformista Dan, Lenin vivió única y exclusivamente por y para la revolución. La obra de Lenin -55 tomos de libros y escrito- perdura.
Fueron años muy duros de persecución, ostracismo y destierro. Pero también de lucha infatigable por recorrer un camino que se convertiría en historia. Con él, los pueblos aprenderían que la Revolución, no “se produce”; sino que “se hace”; vale decir, se construye diseñando para ella siempre una Estrategia y una Táctica. Que lo más importante en cada circunstancia es tener clara la idea de cuál es el peligro fundamental que se cierne contra los pueblos, y cual el enemigo principal que debe ser enfrentado. Con el paso del tiempo, la Teoría Leninista Acumulación de Fuerzas se convertiría en una herramienta decisiva para los pueblos.
De Marx, Lenin recogió la idea que la Democracia Burguesa es siempre una dictadura de Clase de la burguesía. Y que, por ende, la Democracia Popular más amplia -el Socialismo- tendrá que ser, inevitablemente, la dictadura de Clase del Proletariado.
Lenin fue un sustentador, doctrinario y político de la lucha ideológica y la mantuvo a partir de una Concepción de Clase. Sin abdicar de sus conceptos esenciales, mantuvo a partir de la Dialéctica Materialista, la política más flexible y unitaria. El programa para la Revolución del 17 fue un clarísimo ejemplo de amplitud y unidad. Propuso apenas 4 conceptos básicos: Pan, Paz, Tierra y Libertad. Estas banderas unían a millones sin estrechez ni dogmatismo alguno. Así ocurrió.
La Solidaridad y el Internacionalismo fueron banderas esenciales del Estado Soviético y se expandieron hasta lograr el derrumbe del Colonialismo y, posteriormente, la derrota del fascismo. La victoria del poder revolucionario contra la agresión de 14 naciones y la Guerra Civil impuesta por las fuerzas contrarrevolucionarias; fue un precio inmenso que se tuvo que pagar sin descuidar valores ni principios.
Por eso, lo que escribiera Mariátegui, poco después, en marzo de 1924 en el N° 5 de la Claridad, no deja duda alguna respecto a dos elementos esenciales: el admirable genio del revolucionario ruso, y la identificación neta de Mariátegui con la causa del Socialismo. Recordemos entonces estas sentidas palabras: “Ninguna vida ha sido tan fecunda para el proletariado revolucionario, como la vida de Lenin. El líder ruso poseía una extraordinaria inteligencia, una extensa cultura, una voluntad poderosa y un espíritu abnegado y austero. A estas cualidades, se unía una facultad asombrosa para percibir hondamente el curso de la historia y para adaptar a él la actividad revolucionaria”.
Es claro en nuestro tiempo que Lenin y Mariátegui son grandes figuras de la Revolución Mundial.