Jacobin
UNA ENTREVISTA CON
Es una imagen hermosa: los mejores atletas del mundo reunidos con ánimo de competir amistosamente. Pero las olimpiadas se convirtieron en una máquina despiadada que exprime a los trabajadores.
El presidente del Comité Olímpico Internacional, Thomas Bach, en Lausana (Suiza), en 2020. (Denis Balibouse / AFP vía Getty Images)
Otra vez llegaron las olimpiadas. Es hermoso ver que los mejores deportistas del mundo se reúnen para exhibir los logros atléticos de la humanidad. Los deportes tienen mucho poder, y no hay manifestación más grande de ese poder que los juegos olímpicos.
Pero Jules Boykoff, exjugador de fútbol profesional e investigador especializado en los aspectos políticos de los juegos olímpicos, dice que ese poder conlleva una gran responsabilidad «y el Comité Olímpico Internacional (COI) nunca estuvo a la altura».
Las olimpiadas son un ejemplo excelente de lo que Boykoff llama «capitalismo festivo». El COI, los políticos y las megacorporaciones aprovechan la ocasión como un pretexto para ensanchar las billeteras de las élites internacionales, mientras aprietan a los atletas y atentan contra los trabajadores de las ciudades olímpicas. Los juegos intensifican brutalmente la desigualdad: con el único fin de abrirle espacio a una infraestructura temporaria, se arrasan los hogares de ciertas personas, mientras otras amasan millones y viven permanentemente en hoteles cinco estrellas.
Jules Boykoff es profesor de Política y Gobierno en la Universidad del Pacífico. Es autor de Power Games: A Political History of the Olympics and NOlympians: Inside the Fight Against Capitalist Mega-Sports in Los Angeles, Tokyo and Beyond. Meagan Day, editora de Jacobin, entrevistó a Boykoff para averiguar quién se enriquece con las olimpiadas, quién se jode y qué están haciendo los militantes para ponerle fin a la estafa.
MD
Hablemos primero sobre Tokio. ¿Cuál es la historia detrás de los juegos de Tokio y por qué escribiste una columna en el New York Times argumentando que deberían cancelarlos?
JB
Las olimpiadas de Tokio surgen básicamente de una doble mentira.
En 2013, cuando el primer ministro Shinzō Abe se presentó ante el Comité Olímpico Internacional (COI), con el objetivo de convencerlos de que las olimpiadas de 2020 se realizaran en Tokio, los miembros de la institución preguntaron por Fukushima, que en 2011 había sufrido el triplete terremoto, tsunami y accidente nuclear. El primer ministro dijo que estaba todo «bajo control» y entonces el COI votó por Tokio. Pero no era cierto que las cosas estaban «bajo control» en Japón. Esa fue la primera mentira.
La segunda mentira sobre la que se fundan las olimpiadas de Tokio es que el evento fue promocionado como una «recuperación», es decir, como si las olimpiadas fuesen a servir para reactivar las áreas afectadas por el desastre. Hasta ahora no sucedió nada parecido. Tuve la oportunidad de entrevistar a varias personas de Japón. Entre ellas a Satoko Itani, profesor de la Universidad de Kansai, quien me dijo que una de las consecuencias de las olimpiadas fue que se desviaron las grúas y otros materiales destinados originalmente a las áreas afectadas.
El COI decidió hacer las olimpiadas en Tokio porque consideraba que era un lugar confiable y seguro. Pero desde entonces los organizadores están destrozando la antorcha olímpica. La situación fue desastrosa desde el comienzo: contrataron al famoso arquitecto Zaha Hadid para diseñar un estadio, pero luego lo descartaron porque era muy caro; hubo un escándalo de plagio alrededor del primer logo propuesto y en las cortes francesas se están abriendo paso acusaciones bastante creíbles, que dicen que Tokio solo logró convertirse en la sede del evento por medio de una serie de sobornos.
En mi columna del New York Times hablé principalmente del reclamo de las autoridades sanitarias que, tanto dentro como fuera de Japón, sostenían que los juegos debían ser cancelados. No tiene sentido celebrar un espectáculo deportivo no obligatorio en medio de una pandemia mundial. Además, la mayoría de los japoneses estaban en contra de celebrar las olimpiadas en su país. Por ejemplo, las encuestas mostraron que el 80% de los habitantes del barrio designado para el evento se oponían a que se realizaran las olimpiadas en el verano.
Pero creo que lo más importante es que las situación de Tokio deshizo el barniz del proyecto olímpico y permitió que mucha gente viera las cosas como son, es decir, como una operación económica en la que el dinero fluye hacia arriba, hacia entidades acaudaladas como el COI y hacia las élites políticas y económicas.
Cuando escribí ese ensayo también pretendía abrir una discusión más amplia sobre el significado de las olimpiadas en el siglo veintiuno. Pienso que en los hechos son solo un medio para atacar a los trabajadores de las ciudades sede y mejorar todavía más la posición de aquellos que están bien en términos económicos.
MD
¿Cómo llegaron las olimpiadas a convertirse en una marca mundial preocupada únicamente por lucrar?
JB
Las olimpiadas empezaron de la mano de un aristócrata francés llamado Pierre de Coubertin, un tipo que básicamente cocinó las olimpiadas en una sopa de contradicciones. La primera fue que, desde un primer momento, el barón dijo que los juegos promoverían la paz pero, al mismo tiempo, uno de los motivos por los que pensaba que las olimpiadas eran una buena idea, era que endurecerían a los jóvenes para la guerra. Francia acababa de ser aplastada en la guerra franco-prusiana y de Coubertin era un viejo rezongón que pensaba que la causa de la derrota era la «flojera» de la juventud.
Otra contradicción fue que se suponía que las olimpiadas fueran una especie de demostración universal de destreza, pero las mujeres quedaron excluidas desde el inicio. El barón era un sexista infame que afirmaba que el rol de las mujeres en las olimpiadas era colocar los laureles sobre las cabezas de los campeones y producir nenes que tal vez algún día llegarían a los juegos olímpicos. También decía que los juegos convocarían a países de África, pero la justificación era que los africanos eran «vagos» y los juegos los ayudarían.
Para avanzar un poco, en un momento se produjo un giro que llevó a lo que podríamos denominar las disneyficación de las olimpiadas. La mayoría de los académicos que estudia el tema dice que ese giro ocurrió en 1984, pero yo tengo una versión un poco distinta. Creo que el año clave para entender el destino de las olimpiadas es 1976.
Ese año sucedieron dos cosas. Primero, las olimpiadas de verano de 1976, celebradas en Montreal, excedieron por mucho el presupuesto asignado. El alcalde de Montreal había dicho que el evento costaría 125 millones de dólares. Pero terminó costando 1500 millones. Tardaron 30 años en pagarlo. Entonces, muchas otras ciudades grandes empezaron a temer que la situación se les fuera de las manos en términos de costos.
La otra cosa importante que sucedió fue que se suponía que Denver sería la sede de las olimpiadas de invierno de 1976. Pero nunca hubo nada como las olimpiadas de Denver de 1976, básicamente porque muchas personas, de un amplio espectro político, intervinieron para impedirlo.
Hubo ambientalistas que hablaron del daño ambiental que generarían sobre las pistas de esquí unas olimpiadas de invierno, y también hubo muchos conservadores que no querían gastar dinero en algo que no tenía sentido. Tejieron una alianza política interesante que logró aprobar una ley para que Colorado no invierta dinero en las olimpiadas. Y el COI sabía que sin inversión pública no había olimpiadas. Entonces mudaron los juegos a Insbruck, Austria.
Ambos momentos de 1976 prepararon el terreno para lo que sucedió en 1984 en las olimpiadas de Los Ángeles, reconocidas por muchos investigadores como el punto de inflexión que desembocó en la comercialización de los juegos.
Tom Bradley, en ese entonces alcalde de Los Ángeles, recordaba vivamente los sucesos de Montreal y no estaba dispuesto a invertir en los juegos. Todo esto sucedió durante el gobierno de Reagan, es decir, durante un momento en que el mundo estaba neoliberalizándose a un ritmo frenético. Entonces, Peter Ueberroth, empresario del deporte, decidió que era una buena oportunidad para mostrarle a todo el mundo que la privatización y la neoliberalización eran geniales. Fue así que se privatizaron las olimpiadas.
Para recaudar más dinero para el evento de Los Ángeles de 1984, Ueberroth creó un programa donde los grandes magnates del capitalismo estadounidense eran capaces de medirse invirtiendo millones de dólares para convertirse en patrocinadores del evento. Antes de eso, había cientos de empresas que ponían un poquito cada una, pero fue Ueberroth el responsable de generar una suerte de club exclusivo.
El COI siguió de cerca todo lo que Ueberroth hizo en Los Ángeles y concluyó que funcionaba. Entonces empezó a promocionar su propio programa, el programa Socios Olímpicos. Hoy ese programa incluye a entidades enormes, como Coca-Cola, Airbnb, Dow Chemical, Alibaba, etc. Fue este giro de los años 1980 el que nos llevó a la situación actual, a que el evento sea una especie de drenaje de dinero de las empresas y a que las élites utilicen las olimpiadas para rehacer las ciudades a su propio gusto.
MD
¿Quién se enriquece con las olimpiadas y cómo?
JB
El sistema olímpico salpica mucho dinero. La cuestión es que ese dinero tiende a ir hacia arriba, es decir, a los bolsillos de los ricos.
Empecemos por el COI, el grupo que supervisa las olimpiadas desde Lausana, Suiza. Según los registros públicos, la institución cuenta con una reserva de alrededor de mil millones de dólares. Y les va muy bien con las olimpiadas. Cada vez que se hacen las olimpiadas, el 73% de los ingresos del COI proviene de los medios de comunicación, como la NBC de Estados Unidos. El otro 18% viene de las empresas patrocinadoras. En total, recaudan miles de millones de dólares. Y no hay ningún tipo de contabilidad que permita conocer de dónde viene exactamente todo ese dinero. El COI es la infraestructura deportiva más grande del mundo, pero también es la más opaca.
Los medios de comunicación también levantan mucha plata. La semana pasada, NBC anunció que tuvo un record de ventas publicitarias por las olimpiadas de Tokio. Es decir que aunque los juegos enfrenten ciertas contrariedades, eso no impide que sigan vendiendo espacios publicitarios. Los medios recaudan muchos millones de dólares con las olimpiadas.
Luego están las élites políticas y económicas locales acomodadas. Las olimpiadas crean un estado de excepción en las ciudades, que en algún momento denominé «capitalismo festivo», una especie de sierra que funciona en dirección inversa al capitalismo del desastre de Naomi Klein. Hay un estado de excepción, pero es a la vez una celebración social de las olimpiadas, que implica sociedades público-privadas claramente inclinadas en favor de las empresas privadas.
Tokio, por ejemplo, amparándose en las olimpiadas, implementó una nueva legislación que habilita construcciones de hasta 80 metros en un distrito histórico particular. Antes el limite era de 15 metros. La legislación era necesaria para construir el estadio nacional en ese distrito, pero también beneficia a las constructoras privadas.
Mucha gente piensa que otro grupo que se beneficia con el evento es el de los atletas, pero eso es al menos cuestionable. El año pasado la Universidad de Ryerson y el grupo de atletas Global Athlete publicaron una investigación muy interesante. Compararon a la National Basketball Association, a la National Football League, a la National Hockey League, a la Major League Baseball y a la Premier League de fútbol. En todas esas ligas, los atletas se quedan con entre el 45 y el 60% de los ingresos. En cambio, los deportistas olímpicos se quedan con el 4,1%. Entonces, el dinero no fluye hacia los atletas trabajadores. Se dirige a las otras entidades.
Es decir, los atletas no sacan tanto provecho, pero los miembros del COI viven la vida loca. Son ellos los que no pagan alquiler y viven en un hotel cinco estrellas de Suiza. Los miembros de la junta ejecutiva cobran 900 dólares por día. Henry Kissinger, probablemente uno de los más grandes enemigos de los derechos humanos de la historia mundial, es «miembro de honor» del COI.
Otro grupo que se beneficia es la industria de la seguridad. Cada sede convierte a los juegos olímpicos en una excusa para quemar la tarjeta de crédito y aprovecha la situación para comprar armas y equipamiento represivo con el fin hipotético de garantizar la seguridad durante el evento. Pero no devuelven nada después de que los juegos se terminan. Esas armas pasan a formar parte de la vida política cotidiana de la ciudad olímpica. Durante las olimpiadas de 1984, la ciudad de Los Ángeles adquirió un gran contingente de armas, que terminó formando parte de la denominada «guerra contra el narcotráfico». Todos sabemos que en realidad fue una guerra contra los trabajadores.
MD
Pero entonces no solo hay gente se enriquece con las olimpiadas. También hay gente que termina peor que antes. ¿Quién se jode y cómo?
JB
Para decirlo en términos simples, las olimpiadas no benefician en nada a los trabajadores. Los políticos les dicen que sacarán algún provecho cuando están disputando la elección de la sede, con la pretensión de que la población local se suba al tren, pero no son más que exageraciones.
Lo sé porque, a diferencia de otra gente que también escribe sobre las olimpiadas, suelo mudarme a las ciudades donde se celebran y vivir en ellas durante bastante tiempo. Así puedo hablar con la gente común para averiguar el impacto que tiene el evento en sus vidas. Viví en Brasil en 2015 y 2016 y en Londres en 2016. En mi investigación y en mis escritos abordo el tema de las olimpiadas desde abajo hacia arriba.
Cuando hablo con los trabajadores, me entero de que sus historias son realmente horrorosas. Deben considerarse cuatro aspectos fundamentales que permiten armar una imagen definida de los grupos que no se benefician del evento.
El primero es el gasto excesivo. Siempre se dice que las olimpiadas costarán tantos miles de millones, pero terminan costando bastante más. La situación se sale de control. Desde 1960 en adelante, todas las olimpiadas tuvieron costos excesivos y son los contribuyentes los que terminan pagando. El segundo aspecto tiene que ver con la militarización del espacio público. Como dije antes, la política cotidiana previa a los juegos siempre implica mejoras tecnológicas y mayores recursos para que la policía aplique mano dura sobre la población.
El tercer aspecto es la gentrificación y el desplazamiento, el desalojo forzado de los trabajadores con el fin de abrirle paso al estadio olímpico. En Beijing se desplazó a un millón y medio de personas. En Río de Janeiro, donde viví durante las olimpiadas, se desplazó a 77 000 personas.
Y detrás de cada número hay una historia. En Río conocí a bastantes personas desplazadas que se vieron obligadas a rehacer sus vidas. Una era una mujer llamada Heloisa Helena Costa Berto, afrobrasileña practicante del candomblé. Era una persona muy querida en Vila Autódromo, una favela construida a lo largo de la laguna Jacarepaguá y demolida para los juegos olímpicos de 2016.
Su orishá, una especie de diosa, vivía en las aguas de la zona. No fue fácil para ella levantar sus cosas y mudarse a otra parte de la ciudad. Tenía toda su vida, su vida espiritual y su vida social, en Vila Autódromo. Antes de que empezaran las olimpiadas, recorrimos juntos la zona y contemplamos a través de un enrejado el lugar en el que solía estar su casa. Lo habían convertido en un estacionamiento destinado a la prensa. Toda su vida destruida por un estacionamiento temporario.
El cuarto aspecto importante es el greenwashing, es decir, todo un discurso sobre los juegos verdes, que en realidad se monta sobre una situación que lo contradice punto por punto. Para volver a Río, las personas con las que hablé estaban bastante entusiasmadas con la posibilidad de que las olimpiadas tuvieran como consecuencia la limpieza de la importante masa acuática de la Bahía de Guanabara. Como algunos eventos iban a desarrollarse en esa zona, los patrocinadores de las olimpiadas habían prometido que el 80% del agua que desemboca en la bahía sería tratada. No sucedió nada de eso. Desde que empezaron las olimpiadas, cada día se vertieron en la bahía 169 millones de galones de agua residual no tratada.
Entonces, de nuevo, quien pierde es la clase trabajadora, es decir, todas esas personas a las que se les mintió que limpiarían y mejorarían su entorno a causa de los juegos. Aunque ninguna de ellas era capaz de pagar una entrada para las olimpiadas, se suponía que el evento dejaría lo que estos tipos llaman un «legado» para la ciudad. Desafortunadamente, ese legado no es más que un conjunto de promesas falsas, un engaño de los organizadores de las olimpiadas.
Son muchísimos los grupos que salen perdiendo. Por ejemplo, antes de las olimpiadas de 1966 celebradas en Atlanta, la ciudad aprovechó la oportunidad para destruir las viviendas públicas. Así se demolió el primer proyecto de vivienda subsidiado por la nación durante el New Deal, llamado Techwood Homes.
Otro ejemplo es la mentalidad de las fuerzas de seguridad, a las que se encomienda «limpiar» la ciudad para hacerla propicia al consumo. Entre otras cosas, esto implica atacar a las trabajadoras sexuales, empeorando todavía más sus condiciones de vida, y, en algunas ciudades, también conlleva el maltrato de las personas sin techo. Volviendo al caso de Atlanta, el evento terminó con 9000 detenidos. Lo mismo sucedió en Vancouver durante las olimpiadas de 2010, a tal punto que los militantes las bautizaron como el «Secuestro Olímpico».
Eric Garcetti, alcalde de Los Ángeles, dijo que si las olimpiadas se celebraban en su ciudad, eso ayudaría a eliminar el problema de la vivienda para 2028. Es ridículo, definitivamente no es lo que está pasando. De nuevo, todo esto nos muestra las falsas promesas que se generan alrededor de las olimpiadas, que son constitutivas del proyecto, y también nos muestran que existe una enorme falta de democracia.
Las autoridades que firman el contrato en una ciudad le ceden mucho poder al COI. Cuando empiezan a sentirse las consecuencias, se borran. Garcetti no será alcalde de Los Ángeles en 2028. Eso es lo que siempre pasa. Utilizan las olimpiadas como un trampolín político y luego pasan a otra cosa, legándole el desastre al que viene atrás.
En todas las ciudades olímpicas, el precio de la vivienda termina subiendo. Es lo que sucede incluso en esas historias de éxito, que se supone que deben servir de inspiración. En Barcelona, los precios subieron. En Londres, en los distritos cercanos a la sede de las olimpiadas de 2012, los precios de la vivienda se fueron por las nubes. Mientras vivía en la ciudad, entrevisté a mucha gente que de repente no podía pagar y tenía que mudarse. La gente que dormía en la calle en esa zona también tuvo que irse. ¿Las olimpiadas son la única causa de todo esto? Por supuesto que no, pero está claro que contribuyen a agravar todos los problemas sociales.
MD
A pesar de que las ciudades siguen peleándose por ser sede de los juegos olímpicos, están surgiendo cada vez más contramovimientos locales. ¿Dónde empezaron y dónde son más fuertes?
JB
La militancia antiolimpiadas tiene varias décadas. En 1932, la primera vez que Los Ángeles fue sede de las olimpiadas, la Gran Depresión estaba pegando fuerte y hubo muchos manifestantes con carteles donde se leía «No queremos juegos, queremos alimentos», es decir, carteles que apuntaban contra el gasto inútil y los costos implicados en las olimpiadas.
En los años 1920 y 1930 se crearon juegos alternativos. Se hicieron olimpiadas femeninas, pues las mujeres querían demostrar que eran perfectamente capaces de participar y de destacarse en el deporte. También hubo unas olimpiadas obreras, organizadas por los socialistas y los comunistas de Europa.
No era como salir a jugar al parque con los amigos: fueron eventos enormes. En el caso de las olimpiadas obreras, por ejemplo, estamos hablando de algo así como 200 000 personas. Era una alternativa muy bien organizada, una protesta contra lo que en ese momentos denominaban «los juegos burgueses».
Como dije antes, la previa a Denver 1976 fue un momento crucial para la militancia antiolimpiadas. Es cierto que hubo campañas en los 1990: en Chicago y en Toronto hubo movimientos bastante importantes para impedir que las olimpiadas se desarrollaran en esas ciudades.
Pero me parece que el punto de inflexión para comprender lo que sucede hoy con la militancia antiolimpiadas fue Vancouver antes de 2010, donde una coalición dinámica y fascinante reunió a un espectro muy amplio de gente, desde grupos indígenas hasta abogados, pasando por organizaciones anarquistas. Lograron muchos acuerdos tácticos, como por ejemplo, no decir nada negativo de los otros grupos de la coalición en la prensa, es decir, procesar todas las diferencias hacia adentro. Y salieron victoriosos.
Los movimientos antiolimpiadas de cada ciudad tienen su propia personalidad. En Londres, antes de los juegos de 2012, cuando las empresas empezaron a asumir nuevos roles en el proyecto olímpico —por ejemplo, BP como «socio sustentable»—, los militantes enfatizaron una política antiempresarial.
Cuando los juegos se celebraron en Sochi en 2014, muchas personas manifestaron su descontento frente a la ridícula legislación anti-LGTB aprobada en Rusia, que era espantosa en sí misma, pero contradecía además los principios de la Carta Olímpica. No pudieron organizar protestas en Sochi. El grupo Pussy Riot hizo una intervención, pero fue rápida y duramente reprimida. Entonces la gente empezó a organizar protestas en todo el mundo.
En Río, antes de los juegos de 2016, había un grupo muy organizado, el Comitê Popular da Copa e das Olimpíadas. Hicieron muchos eventos, se formaron políticamente y organizaron muchas protestas, incluyendo una muy importante durante las olimpiadas, que chocó contra la policía y los gases lacrimógenos.
Esto nos trae al presente, a Tokio y a Los Ángeles. Hasta julio de 2019, la militancia antiolimpiadas parecía un juego inofensivo: un grupo se manifestaba un rato en la ciudad elegida como sede y luego desaparecía. En general, eran militantes de otros espacios, organizados por la vivienda y cuestiones afines. Cuando empezaban los juegos, construían algún tipo de coalición porque las olimpiadas empeoraban todo. Pero cuando los juegos terminaban, volvían a sus rutinas y en general no prestaban más atención a las olimpiadas.
Eso cambió en julio de 2019, en gran medida gracias al trabajo de Nolympics LA y de otras organizaciones similares de Tokio, sobre todo los grupos Hangorin no Kai y OkotowaLink. Decidieron que, si querían luchar contra esa peripatética máquina de estafar conocida como las olimpiadas, ellos también debían organizarse a nivel internacional y ganar más movilidad. Entonces, en julio de 2019 organizaron el primer evento antiolimpiadas transnacional.
Hubo charlas, clases, protestas y distintos espacios para compartir conocimiento y experiencias. También hubo espacios para discutir estrategias. En fin, el evento duró una semana y lo bueno es que toda la gente del espacio pudo conocerse mejor. Había gente de Tokio, de París, de Río de Janeiro, de Pieonchang, de Seúl, de Londres, etc. Es decir, gente de sedes futuras, pasadas, posibles y de Tokio, la sede actual.
La idea era aprovechar la oportunidad y convertir el evento en un movimiento capaz moverse de olimpiada en olimpiada. Y es un poco lo que estamos viendo hoy. Es una primera etapa, pero el panorama es muy alentador.
MD
En realidad, la idea de que los mejores atletas del mundo se reúnan con espíritu de cooperación y competencia amistosa, para exhibir los logros más importantes del deporte, es hermosa. ¿Puede haber algo parecido sin que implique crear un monstruo como las olimpiadas?
JB
Es cierto que la Carta Olímpica contiene muchas ideas hermosas y maravillosas. El problema es siempre el mismo: aun en los casos en que estos ideales logran concretarse mínimamente, lo hacen en medio de todas estas atrocidades que comentamos.
Dediqué una buena parte de mi vida a practicar deportes con mucha seriedad. No soy un académico odioso que desprecia el deporte y conspira para arruinarlo. Creo que el deporte es algo muy poderoso y creo que ese poder conlleva una gran responsabilidad, pero el COI nunca estuvo a la altura de esa responsabilidad.
Pienso que hay alternativas, como los juegos de 1920 y 1930 que mencionamos antes. La gente participaba y se evitaban todos los daños asociados a las olimpiadas actuales. En este momento, la ganancia económica que genera el evento no beneficia a las comunidades que lo albergan. Los economistas lo denominan fuga, es decir, el dinero se desvía y termina en las empresas. Si se pudiera crear un evento en el que cada comunidad gozara de los beneficios económicos generados, seguramente sería algo muy distinto y poderoso.