La democracia electoral hace tiempo que sufre el síndrome de la crisis de representación política, y como no se trata de profundizar en los factores que influyen en esta enfermedad, nos exigiría, al menos, re-direccionarnos hacia la anomia y al nihilismo pasivo, propios de las últimas décadas.
Está claro que los ciudadanos de hoy no tienen ningún interés en los comicios electores: en la mayoría de los casos la abstención llega casi a un 70%, por consiguiente, cuesta considerar legítimos los cargos de representación popular, (en el caso del Presidente de la República, en Chile, electoralmente su elección representa sólo el 20% del universo electoral, y hay diputados elegidos con apenas el 1%; en el pasado, gracias al sistema D´Hont, un regidor fue elegido por un voto, y ni siquiera su esposa votó por él).
La huelga electoral de los ciudadanos no hace ilegal los cargos obtenidos por sus representantes en las distintas instancias políticas; en la antigua Grecia, por ejemplo, sólo votaban 30.000 ciudadanos, pues las mujeres, los esclavos y los extranjeros estaban excluidos; Platón – de boca de Sócrates – despreciaba la democracia ateniense, pues no era aceptable que “un cultivador de habas, higos o aceitunas” tuvieran el mismo voto que un filósofo, quien debiera comandar la Ciudad-Estado.
La abstención de más de un 60% termina por convertir la soberanía popular en voto similar al antiguo censitario y aún, a causa del cohecho y al clientelismo la democracia termina siendo timocracia – así llama Aristóteles al gobierno del dinero -. En Chile hay senadores y diputados que se han hecho dueños de las circunscripciones y de los distritos, respectivamente, razón por la cual, los ignorantes padres conscriptos, han intentado, por todos los medios posibles impedir que se haga efectiva la limitación de los mandatos de elección popular, (por ignorantes y flojos, los senadores cayeron en su propia trampa).
En general, tanto en los sistemas presidenciales como en los semipresidenciales el presidente de la república es elegido por una amplia mayoría en la segunda vuelta, pero al poco andar, los mismos ciudadanos que lo eligieron terminan rechazándolo.
El elector, aburrido de lo que se llama “casta política” deja de votar por los partidos políticos tradicionales y optan por buscar otros partidos y personajes que, rechazando el clivaje entre izquierdas y derechas de antaño, pretenden encabezar una revolución ciudadana que, algunos ignorantes, denominan “populismo”, (término usado para descalificar a quien no piensa como uno, confundiendo “popular” con “populismo”).
Volviendo a la segunda vuelta en las elecciones municipales en Francia, el Partido Movimiento en Marcha, de Macron, se ha desintegrado. Como todos los Presidentes de la V República, Macron terminó creyéndose De Gaulle, o quizás, Napoleón o hasta el poderoso Júpiter.
Desde el comienzo de su mandato su gobierno fue cuestionado por el poderoso Movimiento “Chalecos Amarillos” quienes, durante casi dos años, ocuparon las calles de París y de las ciudades principales del país. El atractivo inicial del joven Macron se fue pudriendo, tal como un cadáver.
Es como una regla que los Presidentes comienzan siendo amados por sus vasallos, pero hacia la mitad del mandato es tanto el rechazo que, el resultado en las encuestas el apoyo popular es casi miserable y, por lo regular, mejora un poco al final del mandato, pues los ciudadanos están felices deshacerse del putrefacto bacalao.
En las elecciones municipales de Francia, del domingo pasado, la verdadera ganadora fue la abstención, que ocurre en casi todas las democracias del mundo, en que la mayoría de los ciudadanos valora este sistema de gobierno, pero no se molestan en ir a votar. (En general, esta actitud en países subdesarrollados, ´como en los de América Latina, por ejemplo´, favorece la timocracia, pues la mayoría de los votantes que acuden a las urnas pertenecen a comunas mayoritariamente con alto nivel educacional).
En la segunda vuelta Los Verdes terminaron dominando las principales alcaldías de Francia, apoyados por los rojos de La Francia Insumisa, (es decir, verde por fuera y roja por dentro; en la década de los 70, en Chile a los comunistas se llamaba “rabanitos”).
El domingo, 28 de junio, los socialistas reeligieron como alcaldesa de París a Anne Hidalgo, apoyada por Los Verdes y la izquierda francesa. En Marsella, la segunda ciudad de Francia, la alcaldesa electa pertenece a una alianza Verde y La Francia Insumisa; en Lyon fue elegido un candidato del Partido Verde, como también en Estrasburgo, Bordeaux Tours, Poittiers, Grenoble…triunfaron los candidatos del Partido Verde. En Lille la socialista Martina Aubry
El partido fascista, de Marie Le Pen, solamente ganó en Perpignan, y los republicanos de derecha y triunfaron en Toulouse y Nice. El Partido En Marcha, del gobierno actual, no logró ninguna alcaldía en ciudades importantes, salvo el triunfo del independiente Primer Ministro Edouard Philippe, en la alcaldía de Le Havre.
La elección del Primer Ministro, que tuvo varios roces con el Presidente Macron, y que goza de gran popularidad, plantea un enigma al gobierno de Macron: o lo reconduce como Primer Ministro, o bien, busca un personaje secundario que le permita virar hacia posiciones más populares.
Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)