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Las garras del Cóndor en Paraná

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TEXTO ALEJO MAYOR

El terrorismo de Estado y la práctica de represión política, censura, asesinato y desaparición de opositores durante la década del ‘70, no fue una política excluyente de la Dictadura militar, civil y eclesiástica argentina. Así como el «Documento Reservado» del tercer gobierno de Perón sentaba las bases de la contrainsurgencia en el país, luego profundizada por el decreto de «Aniquilamiento de la subversión» de María Estela Martínez de Perón («Isabelita»), todavía con gobiernos amparados en los procedimientos prescritos por la Constitución Nacional, también en los países vecinos se producían procesos similares. Al notable auge de luchas de fines de los ‘60 y principios de los ’70 en todo el continente, le sobrevendría una respuesta represiva contundente. El personal privilegiado, como no podría ser de otra manera dada la magnitud de los antagonismos sociales, fueron gobiernos dictatoriales de las Fuerzas Armadas. El objetivo, amén de desarticular los procesos de lucha de liberación nacional y social y las redes de solidaridad tejidas en las fuerzas sociales insurgentes, fue implementar las políticas económicas neoliberales, que se empezaban a imponer en el mundo tras la crisis del modelo del capitalismo fordista y el Estado de bienestar vigente desde la segunda posguerra.

En ese marco, en noviembre de 1975, es implementado oficialmente el Plan Cóndor, una operación contrainsurgente orquestada desde y respaldada por EE.UU., que implicaba operaciones de inteligencia y asesinatos de opositores políticos. En principio, implicó la labor coordinada de los servicios de inteligencia de Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay. En estos países, operaban distintas fuerzas revolucionarias que asumían la lucha armada e incluso algunas tendían redes e instancias de coordinación internacional como el Ejército Revolucionario del Pueblo (Argentina), el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (Chile) y los Tupamaros (Uruguay).

El cóndor pasó, parafraseando el famoso tema folclórico de origen peruano, también por Entre Ríos, con casos que han ido conociéndose a medida que avanzaban juicios por los crímenes de lesa humanidad. Uno de ellos fue el de Jesús Silverio Suárez Méndez, uruguayo militante del Partico Comunista Revolucionario de aquel país (de filiación maoísta como su homónimo argentino), detenido en Concordia en 1977 junto a toda una célula de aquel partido de la que formaba parte también su hermano. Dicho caso fue extensamente desarrollado en una reciente nota por Juan Cruz Varela en la revista Cicatriz. Sin embargo, no fue solo la dictadura uruguaya la que hizo llegar las garras del cóndor a nuestra provincia. La dictadura paraguaya, la primera que abrió el círculo de golpes militares en la región en 1954, hizo lo propio con alguien que llegó a ser considerado el enemigo número 1 del régimen dictatorial encabezado por Alfredo Stroessner.

Un colorado en tierras coloradas

Agustín Goiburú Jiménez nació en Carmen del Paraná, una ciudad de Paraguay ubicada sobre la costa del río Paraná, a poco más de 300 kilómetros de Asunción, en 1930 y tenía 47 años cuando fue secuestrado en la ciudad de Paraná, sobre la costa del mismo río, pero en Argentina (lo atravesaba…). Estaba casado con Elba Elisa Giménez, con quien tuvo tres hijos: Rogelio, Rolando y Patricia. Era médico traumatólogo. Durante sus años universitarios, en Paraguay, sus curiosidades políticas alumbraron en su participación en el Grupo Universitario Colorado, perteneciente al Partido Colorado de Stroessner. Sin embargo, para el dictador sería un «comunista», apócope con el cual calificaba indistintamente a todo aquel que se opusiera a su régimen o persona, marcados por el abuso de poder. De colorado a rojo. Una vez recibido, en años de la larga noche paraguaya que implicó la dictadura de Stroessner (34 años entre 1954 y 1989), fue presionado, mientras trabajaba en el Hospital Rigoberto Caballero, para falsificar actas de defunción de militantes asesinados por la dictadura. Un hecho macabro propio de un relato de Stephen King. Ante su negativa, perdió el empleo y comenzó su derrotero como personaje intensamente perseguido por la dictadura.

Goiburú, junto a su familia, se exilió en Misiones a fines de 1959, donde ejerció su profesión como médico rural y también en hospitales. Esto no implicó el abandono de tareas militantes. Por el contrario, persistió en sus acciones contra la dictadura paraguaya y fue fundador y dirigente del Movimiento Popular Colorado (MOCOPO) en 1958, partido que surge de una fracción interna del Partido Colorado opuesta a Stroessner y a la dictadura que pregonaba el levantamiento del estado de sitio y las libertades democráticas. Prontamente fueron expulsados y sus dirigentes y militantes perseguidos, apresados, torturados y asesinados. Muchos, entre ellos Goiburú, debieron exiliarse. El escritor paraguayo Augusto Roa Bastos dijo alguna vez que ni siquiera pronunciaba la palabra exilio, sino que decía «presencia por lejanía». Con el autor de Yo, el Supremo, el doctor Goiburú compartió no solamente la nacionalidad y el hecho de exiliarse por una dictadura, sino la persecución política de Stroessner. Paraguay siempre estuvo «presente por lejanía» para Goiburú y él estuvo permanentemente presente para las autoridades paraguayas.

Su primer secuestro fue en noviembre de 1969, mientras pescaba con su hijo Rolando (once años) y algunos albañiles en el río Paraná, en aguas argentinas. Fueron interceptados por una lancha de la Prefectura paraguaya con base en Encarnación y Goiburú fue trasladado en avión militar hasta Asunción donde estuvo desaparecido en un sótano de la Armada y, tras la denuncia de su esposa, preso. Logró escapar de manera espectacular, a través de un túnel hecho con una cuchara, en diciembre de 1970. A través de la Embajada chilena logró llegar a Santiago de Chile, cobijado por la experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende en el poder. Al poco tiempo estaba nuevamente en Posadas.

En diciembre de 1974, ya con Isabel Perón en la presidencia luego de la muerte Perón y con la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina) operando desde el año anterior, sufrió un nuevo intento de secuestro, esta vez frustrado por sus hijos y amigos que detuvieron a un policía paraguayo apellidado Cocco que admitió haber sido enviado por Stroessner para secuestrarlo. De acuerdo a los servicios paraguayos Goiburú dirigía un plan subversivo a ejecutarse la primera quincena de 1975 y había entablado contactos con el PRT-ERP (regionales Formosa, Resistencia y Posadas). El escaso armamento incautado (unas siete armas cortas, más municiones, cargadores, etc.) hace difícil pensar que dicha célula hubiese emprendido alguna empresa de ese tipo, al menos por su cuenta. La Gendarmería argentina lo liberó a los pocos días sin cargos. Este último hecho llevó a Goiburú y su familia a tomar la decisión de mudarse más lejos de la frontera con Paraguay, dado el riesgo que corría. Pero quién pesca en su río, de su río no se aleja. El nuevo destino sería Paraná.

El final es donde partí (o nuevamente sobre el río Paraná…)

Ya radicado en la capital entrerriana (algunos informes de la contrainsurgencia dan cuenta que residía en Paraná desde 1972), alquilo una «modesta vivienda» en calle Ameghino 238 (atrás del cementerio municipal), antes de mudarse a su domicilio definitivo en calle Nogoyá. Otros informes (apoyados por pruebas fotográficas) lo domiciliaban en la más pituca Alameda de la Federación al 429, enfrente a la Escuela del Centenario y al lado de uno de sus lugares de trabajo. Es probable que esta duplicidad se deba a mantener un domicilio de residencia familiar separado de otro que sostenía para fines políticos, donde almacenaba material para las actividades del MOCOPO. Ejerció su profesión como traumatólogo en el Hospital San Martín, en el Sanatorio Rivadavia (al lado de su domicilio en Alameda de La Federación) y también realizó tareas en el Hospital Rawson (a pesar de no estar empleado allí) y en el domicilio de calle Nogoyá, casi esquina San Luis a vecinos de la zona, lindante con el barrio Maccarone. Nunca abandonó su militancia política en el MOPOCO. Además, estaba permanentemente «enfierrado». Portaba para su defensa un revólver calibre 38 Special, para el que contaba autorización legal. También poseía armas largas en su consultorio y en su domicilio.  Fue permanentemente vigilado: la persecución sobre su persona y su familia nunca cesó. Informes sobre sus actividades y las del MOCOPO en Paraná eran remitidas a la inteligencia paraguaya, como fue demostrado en un juicio reciente por Francisco Ortiz Téllez, cónsul paraguayo en Misiones. En los expedientes se detallan la vigilancia diaria de cada movimiento de Goiburú en la ciudad: sus idas y venidas a los hospitales, los paseos con su esposa, alguna salida al Teatro 3 de Febrero, la asistencia al Mayorazgo a un evento de Medicina pediátrica, etc. El grado de meticulosidad en el seguimiento de sus actividades, que incluía horarios puntuales de cada movimiento, y también un seguimiento a familiares, compañeros de trabajo, amigos, contactos de todo tipo e, incluso, a la escasa por entonces comunidad de ciudadanos paraguayo residentes en Paraná (la mayoría «personas de humilde condición»), recuerda los trabajos de inteligencia de la película alemana La vida de los otros.

Sus vigilantes destacaron en documentos que se presentaron posteriormente como pruebas en los juicios que «tenía agallas», lo que lo hacía una presa difícil, sumado a sus contactos y su organización con sus compañeros en la ciudad, fundamentalmente en sus lugares de trabajo (por lo que descartaban la posibilidad de detenerlo allí).  En otros informes de la inteligencia paraguaya se lo señala como «hombre importante, escurridizo y peligroso».

Con el golpe cívico-militar del ’76 la situación se espesó, ramificándosé la persecución a su familia. Rogelio, su hijo mayor, fue detenido primero en una razzia en Corrientes y, luego de ser liberado, nuevamente apresado a pedido de las autoridades paraguayas. Se la tenían jurada. Las mismas informaron que era hijo de «un peligroso subversivo». Agustín viajó a Corrientes a entregarse a cambio de su hijo, sin embargo, logró la liberación del mismo sin quedar detenido y volvió a Paraná.

El hijo menor, Rolando, cursaba sus estudios secundarios en un nocturno junto a un policía infiltrado (conocido como Cacho Duré) especialmente para vigilarlo. Enterado de esto, su padre lo envió a vivir a Buenos Aires con un compañero del MOPOCO. Permaneció en Paraná junto a su esposa y la pequeña Patricia.

El 7 de febrero fue citado por la Policía Federal de Paraná, sin ningún motivo especificado. Goiburú concurrió a la comisaría al día siguiente, donde lo hicieron esperar dos horas para, finalmente, comunicarle que su citación se debía a una equivocación. En ese interín, advirtió cómo personas pasaban ante él y lo observaban atentamente. Lo estaban fichando para asegurarse de no cometer una equivocación al día siguiente.

El 9 de febrero, en su domicilio de Nogoyá 579, a metros del arroyo La Santiagueña, un Ford Falcón verde chocó contra su auto (un Fiat 128 rojo) que se encontraba estacionado en la puerta. Cuando Goiburú salió afuera, ante el requerimiento del conductor que decía querer compensarlo por el daño, desde una pick up que venía a toda velocidad por Nogoyá en contramano, desde el Parque Berduc, se bajaron dos personas. Estas, junto al chófer del auto, y una cuarta que hacía de transeúnte ocasional, los cuatro vestidos de civil y fuertemente armados, metieron a la fuerza a Gobuirú en la parte trasera del Falcón y se lo llevaron a plena luz del día. Varios vecinos presenciaron el hecho. De allí, fue traslado a Asunción, Paraguay en el marco de la operación Cóndor, donde fue visto por última vez en fechas cercanas a la Semana Santa de aquel año.

Agustín Goiburú permanece desaparecido. De acuerdo al testimonio de su hijo Rogelio, un general retirado le confesó que fue asesinado de un disparo en la cabeza en presencia de nueve generales y del mismísimo Stroessner en el local del Estado Mayor General de las Fuerzas Armadas. En 2005 la Corte Interamericana de Derechos Humanos reconoció el caso y al año siguiente condenó al Estado paraguayo por lo sucedido al Dr. Goiburú. Los múltiples testimonios y pruebas dan cuenta de la coordinación entre las dictaduras paraguaya y argentina que ubican al caso como paradigmático del modus operandi del Plan Cóndor.

En el año 2012 se colocó una placa en su homenaje en el Hospital San Martín, a instancias de la organización peronista La Campora y del Ministerio de Cultura y Comunicación de Entre Ríos. La misma reza: «Por su inquebrantable lucha en defensa de la justicia, los derechos y la libertad del Pueblo Latinoamericano». Curiosamente señala que fue secuestrado «en la vereda de éste, su lugar de trabajo» (por el Hospital San Martín, cuya entrada era sobre la calle Soler, denominada Perón desde 1984), sumando misterio a las condiciones de su desaparición, ya que ninguna de las fuentes judiciales conocidas señalan que allí sucedió (a diferencia de calle Nogoyá e inclusive su otro domicilio en Alameda de la Federación).

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