Inicio Capitalismo en Crisis La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica

La teoría marxista de las crisis y la actual depresión económica

1252
0
Ernest Mandel

Marx no tuvo tiempo de elaborar en forma sistemática una teoría de las crisis. Había reservado esta elaboración para uno de los tomos no escritos de El Capital, el tomo dedicado al mercado mundial. Pero en el tomo 3 de El Capital, en las Teorías de la plusvalía, en diferentes contribuciones periodístico-descriptivas, así como en su correspondencia, Marx y Engels han incluído suficientes pasajes que tratan del ciclo industrial y de la crisis como para que se pueda hablar de una verdadera teoría marxista de las crisis, sin forzar los textos o falsificar su pensamiento. 

La explicación marxista de las crisis

La teoría marxista de las crisis rechaza toda concepción monocausal. Las crisis no se deben exclusivamente al exceso de capitales (sobreacumulación) o, lo que es equivalente, a la insuficiencia de la masa de plusvalía producida corrientemente. No se deben exclusivamente a la insuficiencia del poder de compra por parte de las masas. Tampoco se deben exclusivamente a la desproporción entre los dos departamentos fundamentales de la producción, el departamento de bienes de producción y el departamento de bienes de consumo. Todas estas causas desempeñan un papel en el desencadenamiento de las crisis y en su reproducción cíclica, pero ninguna de ellas determina, por sí sola, el estallido regular de las crisis. 

La razón por la cual Marx rechaza toda explicación monocausal de las crisis es que considera al ciclo industrial y a las crisis de sobreproducción en las cuales aquél desemboca regularmente, como inherentes al modo de producción capitalista mismo.

Este modo de producción está basado sobre la producción mercantil generalizada. Es del hecho de que los medios de producción (incluídas las tierras) y la fuerza de trabajo se han convertido en mercancías, de donde se desprende la relación capital/trabajo asalariado, es decir el modo de producción capitalista. 

Ahora bien, producción mercantil generalizada implica un trabajo no inmediatamente social, implica contradicción entre trabajo pri­vado y trabajo social, disposición fragmentada de los medios de pro­ducción (es decir propiedad privada en el sentido económico y no puramente jurídico del término), fluctuaciones de las inversiones en el tiempo, contradicción entre valor de uso y valor de cambio, con­tradicción entre mercancía y dinero. De ahí se desprende la oposi­ción fundamental de Marx a la «Ley de equilibrio» de J.B. Say y a errores paralelos de Ricardo. Para Marx, la producción no crea automáticamente su propia demanda, rechazo de las tesis que son retomadas por los monetaristas y los economistas «supply-side» de hoy. Del mismo modo, la demanda no crea automáticamente su propia producción, rechazo de las ideas que son retomadas por los neo-keynesianos de hoy. 

La crisis hunde sus raíces en el hecho de que las condiciones de producción de la plusvalía no implican automáticamente las condiciones de su realización (no coinciden automáticamente con ellas). 

En este sentido, en el marco de la teoría marxista de las crisis, la crisis es a la vez una crisis de superproducción de capitales y una crisis de superproducción de mercancías. En su preparación y en su estallido intervienen todas las contradicciones internas del modo de producción capitalista. Se puede representar la crisis como deter­minada fundamentalmente por la caída tendencial de la tasa media de ganancia en la medida en que las fluctuaciones de la tasa de ganancia resumen el conjunto de estas contradicciones.  

Por su esencia misma, la crisis capitalista es entonces una crisis de superproducción de valores de cambio. En esto, ella se contra­pone a las crisis de las sociedades precapitalistas y a las crisis en las sociedades post-capitalistas, que son esencialmente crisis de subpro­ducción de valores de uso. Estas crisis se combinan allí, en grados diferentes, con fenómenos ligados al mercado, en la medida en que la producción mercantil se desarrolla o sobrevive en estas sociedades. Por el otro lado, mientras subsiste el modo de producción capitalista, y la economía continúa siendo regida por la ley del valor, las crisis de sobreproducción son inevitables. 

La explicación marxista de la crisis actual

La recesión 1980-1982 ha sido la vigesimoprimera crisis de super­producción desde el «nacimiento del mercado mundial de mercan­cías industriales», como lo llama Marx, nacimiento que se sitúa hacia 1825. Esto da una media de duración del ciclo industrial de 15 años, divididos por 21, es decir de 7.5 años, confirmación total de una hipótesis de Marx. La naturaleza misma del ciclo. industrial implica que no hay «crisis permanente». Después de la recesión viene la recuperación, aunque sea vacilante, poco profunda, de duración relativamente limitada y no sincronizada. Creemos que una recupera­ción comenzó ya en 1983, por lo menos en Estados Unidos, en la República Federal Alemana, en Gran Bretaña, en Canadá, así como hubo una recuperación entre la recesión de 19741975 y la recesión de 1980-1982. 

Nosotros definimos las crisis después de la segunda guerra mun­dial -en la época del capitalismo tardío- como recesiones, porque son crisis combinadas con una inflación permanente que atenúa parcialmente sus efectos. La inflación del crédito, es decir de la moneda fiduciaria, de la «moneda bancaria», permite vender más mercancías que con el poder de compra efectivamente creado durante el proceso de producción. Permite acumular más capitales que con la plusvalía efectivamente producida en el curso del proceso de producción y realizada en el curso del proceso de circulación. A pesar de toda la demagogia de los monetaristas y todas las medidas deflacionistas tomadas por los gobiernos burgueses (tanto de «dere­cha» como de «izquierda»), la inflación subsiste en el curso del actual ciclo industrial, aunque ella haya sido reducida con relación a los años 70 (pero. no con relación a los años 50 y 60). 

Pero el capitalismo tardío no puede atenuar durante un período limitado sus contradicciones internas por medio de la inflación per­manente sin pagar un precio elevado -a la larga insoportable- por esta tendencia: la desorganización creciente de su sistema monetario internacional, los crecientes riesgos de hundimiento de todo el sistema bancario y de todo el sistema de crédito internacional. 

Hipócritamente, los capitalistas y sus ideólogos concentran su fuego, a este respecto, sobre las deudas de los países llamados «del Tercer Mundo» y de los Estados llamados socialistas (que nosotros preferimos llamar Estados obreros burocratizados o Estados post­-capitalistas). Pero en realidad, el capitalismo atravesó un imprevisto boom económico después de la segunda guerra mundial flotando sobre un océano de deudas que desbordan hacia cuatro orillas: 1) las empresas capitalistas privadas, incluidas las firmas multinacionales; 2) los países del Tercer Mundo; 3) los gobiernos imperialistas; 4) los gobiernos de los Estados obreros burocratizados. De estas cuatro masas de deudas, la más importante es la primera y no la segunda. La tercera ya superó a la cuarta y puede superar a la segunda. 

Los detonadores de las recesiones de 1974-1975 y de 1980-1982 fueron los detonadores clásicos y su desarrollo fue un desarrollo clásico: superproducción en los sectores clave de la expansión precedente (automóvil, construcción inmobiliaria, acero, petroquímica, etc.), baja de la tasa media de ganancia, agravación de las tendencias especulativas e inflacionistas, obligación para la burguesía de iniciar una política deflacionista, desocupación en rápido ascenso y, debido a esto, contracción del mercado interior, concurrencia interimperialista e interimperialista acentuada, con ascenso del proteccionismo y contracción del mercado mundial. 

Ciclo industrial y ondas largas 

El hecho de que Marx haya puesto en descubierto los mecanismos fundamentales, estructurales, de las crisis de superproducción capitalista, implica que hay rasgos fundamentales, estructurales, comunes entre todas estas crisis. Pero no implica’ que todas las crisis son estrictamente idénticas. Cada crisis representa de hecho una combinación de rasgos generales y de rasgos particulares. El mismo Marx analizó en detalle los rasgos particulares de una serie de crisis que él vivió, como la crisis de 1857-1858 y su aspecto monetario, y la de 1861, ligada a las consecuencias de la Guerra de Secesión en Estados Unidos. 

No puedo analizar en detalle todos los rasgos particulares de las crisis de 1970-1971, de 1974-1975 y de 1980-1982. Pero quiero insistir sobre un aspecto esencial de esta combinación de rasgos particulares y rasgos generales de las crisis actuales: la combinación entre el ciclo industrial septenal o sexenal, y la onda larga de tendencia depresiva que comenzó manifiestamente hacia el fin de los años 60. Esta sucedió a una onda larga expansiva que se extiende de 1948-1949 a 1968 (salvo en los países anglosajones, donde comenzó sin duda hacia 1940). 

Esta combinación entre ciclo industrial clásico y onda larga depresiva tiene consecuencias considerables sobre la evolución económica a medio y largo término. Tiene consecuencias igualmente importantes en el plano social y político. 

La onda larga depresiva actualmente en curso se caracteriza por la «vulgarización» de las innovaciones tecnológicas iniciadas durante la onda larga expansiva precedente, lo cual es por otra parte una característica general de las ondas largas de estas dos tonalidades fundamentales diferentes. 

En la práctica esto quiere decir tres cosas: 1) mantenimiento de una tasa de crecimiento anual, bastante elevada, de la productividad; 2) baja y hasta desaparición de la «renta tecnológica», de las sobreganancias monopolísticas de los grandes trusts, incluidas las «multinacionales», lo cual contribuye a deprimir la tasa media de ganancia; 3) descenso considerable de la tasa media de crecimiento de la producción, que permanece durante largo tiempo inferior a la tasa de crecimiento de la productividad. El resultado es claro: a la vez, el aumento de la desocupación y la ofensiva de austeridad de la burguesía se mantendrán durante un largo período, independientemente de lai, fluctuaciones cíclicas de la producción anual. 

Para no hablar más de la desocupación de los países imperialistas: subió de 10 millones en 1970 a 15 millones en 1975, a 20 millones en 1978, a 30 millones en 1980, a 35 millones en 1983, y alcanzará 40 millones en 1985, independientemente de la recuperación en curso. Por otra parte se trata de estadísticas que subevalúan fuertemente la realidad, pues no incluyen a todos aquellos y aquellas que, como lo dicen tan elegantemente los ideólogos burgueses y pequeñoburgueses, «han abandonado el mercado del trabajo» habiendo perdido toda esperanza de encontrar un empleo. Se trata ante todo de las mujeres rechazadas hacia los hogares, y de los trabajadores inmigrados rechazados hacia su país de origen. 

En el marco de la onda larga depresiva, ha habido desincronización cíclica entre la crisis que castiga a los países imperialistas, y la crisis que castiga a los países semicolóniales y los países dependientes semindustrializados. Especialmente estos dos últimos han podido mantener una tasa de crecimiento relativamente elevada, sobre todo en México, en Brasil, en Corea del Sur, en India, en Taiwán y en una serie de los países de la OPEP. Pero a partir de 1980, la situación cambió radicalmente. Hoy los países llamados del «Tercer Mundo» leven golpeados duramente por  la crisis. 

Para los menos subdesarrollados de entre ellos esto significa un cambio de clima socioeconómico y político completo con relación a los diez años precedentes, una pérdida de credibilidad de los proyectos de industrialización (de desarrollo) en el marco del capitalismo internacional, de los proyectos nacionalistas-populistas, etc., con una caída brutal del nivel de vida de las masas. Para los más pobres de entre ellos lo que se está desarrollando es una tragedia de dimensiones históricas, de la cual, para vergüenza común de todos nosotros, vanguardia revolucionaria internacional, para no hablar ya del movimiento obrero internacional, no se ha tomado la menor conciencia. Se puede resumir esta tragedia en una fórmula: la onda larga depresiva provoca una pauperización absoluta en los países semicoloniales más pobres que lleva el poder de compra de los salarios medios hacia el nivel de las raciones de alimentos de los campos de concentración nazi. 

La función política y social de las diferentes interpretaciones de la crisis 

La defensa de la teoría marxista de las crisis no es sólo un deber de honestidad científica, de capacidad de comprender, de explicar y prever la marcha de la economía mundial. Desempeña también un papel preciso en la lucha ideológica que se desarrolla hoy en el seno de la opinión pública, es decir de la -lucha de clases política, de la lucha de clases en el sentido más directo. Desempeña un papel aún más preciso en las líneas divisorias en el interior del movimiento obrero internacional, entre aquellos que, bajo las formas más diversas y con las excusas más contradictorias, aceptan a la crisis como inevitable y se contentan con proponer recetas para administrar esta crisis con dosis graduales de austeridad, y aquellos que quieren organizar, ampliar y generalizar el rechazo de toda política de austeridad, la resistencia militante y activa contra la ofensiva del capital, la lucha contra la desocupación mediante la introducción inmediata de la semana de 35 horas sin reducción de salario semanal y con contratación obligatoria, la lucha por una alternativa anticapitalista de conjunto a la política de austeridad. Esta línea divisoria contrapone en último análisis a todos los defensores de la colaboración de clases y a todos los partidarios irreductibles de la independencia política de clase del proletariado, por la cual Marx se batió toda su vida a partir de 1850. 

Sin poder hacer una lista exhaustiva de todas las «explicaciones» de recambio de la crisis con relación a la explicación marxista, mencionaremos los esquemas ideológicos siguientes: 

La crisis sería el resultado inevitable del alza excesiva de los salarios directos e indirectos durante la fase de expansión precedente. Hay una versión derechista de esta «explicación» (la explicación neoclásica, monetarista: «The workers priced themselves out of the labor market»). Hay también una versión de «izquierda» de esta explicación: la teoría del «profit squeeze», que volviendo de Marx a Ricardo, reduce la caída de la tasa de ganancia a la caída de la tasa de plusvalía, es decir que explica la crisis por el alza de los salarios. 

La crisis sería el resultado inevitable de la inflación, considerablemente aumentada por el alza de los precios del petróleo en 1973 y en 1979. 

La crisis sería el resultado de una conspiración de las multinacionales, o de una conspiración del imperialismo norteamericano, para « restablecer (o consolidar) su hegemonía sobre la economía capitalista internacional, incluso sobre la economía mundial. 

La crisis no sería más que un mecanismo normal de relanzamiento y de redespliegue internacional de la acumulación de capital, que el capitalismo sería capaz de realizar y qué por otra parte estaría ya en vías de realizarse. 

La función de estas «explicaciones» es política y social, no científica. A veces, su aspecto irracional adquiere una dimensión grotesca: así, según algunos en Francia (¡y no sólo en Francia!), serían sucesivamente el alza del precio del petróleo y su baja posterior lo que habría causado -o agravado considerablemente- la crisis. Pero una vez descartada la pretensión científica de estas «explicaciones», que es nula, no debemos sacar la conclusión de que carecen de importancia. Tienen una importancia muy grande, pues son un instrumento de la burguesía para obtener resultados sociopolíticos precisos: 

culpabilizar a la clase obrera y al movimiento obrero como responsables de la crisis;

culpabilizar a los jeques del petróleo o, más generalmente, a los países del Tercer Mundo, como responsables de la crisis;

presentar la crisis como una fatalidad, a la cual nadie puede sustraerse;

justificar las concesiones declaradas inevitables a los imperativos de la austeridad, es decir a los imperativos de la ganancia.

Todos estos resultados que persiguen tienen un objetivo central: ejercer una enorme presión sobre la clase obrera para que ésta no reconozca que el capitalismo, y solamente el capitalismo, es responsable de la crisis, y que toda lucha real y eficaz contra las consecuencias desastrosas de las crisis para las masas trabajadoras debe ser una lucha contra el capitalismo, una lucha anticapitalista. Es una presión para impedir el surgimiento de una alternativa anticapitalista, socialista, a la crisis, por la cual amplias masas estar{ian dispuestas a combatir.

La crisis y el porvenir de la humanidad

Estamos convencidos de que la depresión es muy grave, y que en realidad es, en el contexto de la crisis del sistema imperialista y del sistema social, la crisis más profunda que el capitalismo haya conocido desde su nacimiento. Para retomar una fórmula de Marx, es en la crisis donde se expresa la tendencia del capitalismo a transformar periódicamente las fuerzas productivas en fuerzas destructivas. Ahora bien, la amplitud de la crisis determina la amplitud del potencial destructor desencadenado por la «solución» capitalista de la crisis. Para salir de la crisis de los años 30 sin salir del capitalismo, la humanidad pagó el precio de 100 millones de muertos, el precio de Auschwitz y de Hiroshima. 

Con el nivel alcanzado actualmente por el armamento -ante todo, pero no sólo, el armamento nuclear-, con los procesos de destrucción del medio ambiente en curso, con el ascenso del hambre en el mundo, este potencial destructor debería hoy ser multiplicado por lo menos por cinco. Esto implica el riesgo real de destrucción de la infraestructura material y humana sobre la tierra. 

Desde 1914, la humanidad está confrontada con el dilema: socialismo o barbarie. Dos guerras mundiales, innumerables guerras locales, el ascenso periódico de dictaduras sanguinarias fascistas, semifascistas, militares, la extensión de la tortura en más de sesenta países; todo esto prueba que la noción de «barbarie» no es propagandística, ni mistificadora, ni abstracta, sino que está cargada de un contenido real cada vez más dramático. Pero hoy, con el armamento y el sobrearmamento nuclear, el dilema «socialismo o barbárie» adquiere una nueva dimensión más precisa todavía. Hoy, la victoria mundial del socialismo se ha convertido en una cuestión de supervivencia física del género humano. Hoy, a largo término, el dilema es: «socialismo o destrucción del género humano». 

Digo «a largo término». A corto término, y a medio término, el capital internacional choca con obstáculos y resistencias inmensas para aplicar un curso hacia la reconquista de los mercados perdidos, es decir un curso hacia la tercera guerra mundial. Entre estos obstáculos y estas resistencias está ante todo la fuerza del movimiento obrero y del movimiento antiguerra en los países imperialistas y la fuerza del movimiento antimperialista en los países semicoloniales y en los países dependientes. Hoy, lo que la remilitarización pone al orden del día en lo inmediato, son guerras contrarrevolucionarias locales, como la agresión al Líbano contra la revolución palestina, la agresión contra la revolución centroamericana, la agresión contra la revolución en Africa Austral. Antes de que puedan ser infligidas derrotas muy severas al movimiento obrero y al movimiento de masas de los principales países del mundo capitalista, la tercera guerra mundial no estará al orden del día. 

Pero justamente en función de la gravedad y de la duración de la depresión, el riesgo de tercera guerra mundial tenderá a aumentar en la medida en que la ofensiva de austeridad y de remilitarización consiga debilitar o desarticular el movimiento de masas y la reorganización de masas en los principales países capitalistas del mundo. 

Para nosotros, esto no es algo que ya está resuelto: las batallas decisivas están. ante nosotros, no tras de nosotros. Si queremos referirnos, con todos los riesgos inherentes a las analogías históricas, a las etapas preparatorias de la segunda guerra mundial, estamos hoy en 1929 y no en 1933 o en 1938. La marcha hacia la segunda guerra mundial habría podido ser invertida si Hitler no hubiera tomado el poder, si Franco hubiera sido derrocado, si el ascenso revolucionario en Francia no hubiera sido ahogado por el Frente Popular. Las grandes batallas de clase que vendrán en Europa occidental, en Brasil, en México, en Argentina, en India, en Canadá, en Africa del Sur, en Japón y sin duda finalmente en Estados Unidos, decidirán la marcha hacia la tercera guerra mundial y, en consecuencia, la suerte de la humanidad. 

Es posible plantearse la cuestión: ¿es racional para el capitalismo, incluso dirigido por un personal político de derecha y de extrema derecha, considerar una «solución» a la crisis a través de la guerra nuclear mundial? La pregunta en sí misma está mal planteada. La sociedad burguesa en su conjunto se caracteriza por una combinación sui géneris de racionalidad parcial y de irracionalidad global. La misma característica se aplica a los armamentos. 

Pero en la medida en que efectivamente existe un fondo irracional en el proyecto de guerra nuclear, esto no implica en modo alguno que este proyecto sea irrealizable. Auschwitz era igualmente irracional desde el punto de vista de los intereses de conjunto del imperialismo alemán, incluso desde el punto de vista de una guerra imperialista que buscará obtener la victoria. Sin embargo, Auschwitz fue realizado. Es la presencia del acostumbramiento político e ideológico de las masas a lo irracional y a lo monstruoso lo que es decisivo en la etapa actual para el imperialismo en la perspectiva de la preparación de la guerra. 

Este es el objetivo central de la ofensiva, no. solamente anticomunista, antimarxista, antisocialista, en los medios de comunicación de masas y en las universidades burguesas, sino también de una campaña contra la ciencia, contra la razón, contra los ideales de la revolución burguesa y del Siglo de las luces, incluso contra los ideales igualitarios elementales presentes en la tradición religiosa judío-cristiana. La barbarie de las ideas precede la barbarie de los hechos. Por eso es preciso desencadenar una ofensiva teórica vigorosa para defender contra la bestialidad de frente de toro, pero dotado de formidables medios materiales de difusión y de presión, al marxismo, al socialismo, a la ciencia, a la razón, los derechos iguales de todos los hombres y de todas las mujeres que habitan nuestro planeta. 

Esta contraofensiva se ve hipotecada por una realidad objetiva: la situación real, económica, social, política, ideológica, cultural, moral en los países del Este, las sociedades burocratizadas de transición entre el capitalismo y el socialismo, los Estados obreros burocratizados. Evidentemente rechazamos toda noción de un «socialismo realmente existente» en cualquier lugar del mundo que sea. Del mismo modo, rechazamos toda noción según la cual Marx sería responsable de la práctica de la burocracia soviética, o de la práctica de la burocracia social-demócrata reformista. En cambio, registramos un hecho que pesa sobre todos nosotros. Cuando la crisis de los años 30 había una casi unanimidad en el movimiento obrero mundial alrededor de la unidad central: el capitalismo está en crisis; la solución, es la planificación socialista. Hoy, la casi totalidad del proletariado mundial, incluidos miembros de los Partidos comunistas, ya no encuentran suficiente esta respuesta. 

La razón fundamental que explica este cambio no es la propaganda imperialista, ni la presión de medios pequeño burgueses desmoralizados y escépticos, aunque no haya que subestimar la importancia de estos factores. La razón fundamental es la comprensión, tardía pero saludable, por parte de la clase obrera internacional, de la realidad económica y social de los países del Este, tal como ella se ha revelado en forma clamorosa con el ascenso de la revolución y de la contrarrevolución política en Polonia. La crisis económica y social en el Este es un factor constitutivo de la crisis mundial. No es ella idéntica a la crisis capitalista, aunque se vea influida por ella. Es una crisis específica de esas sociedades. Tiene un peso muy grande sobre la conciencia media del proletariado internacional. En la teoría y en la práctica, los marxistas del mundo entero deben tomarla a su cargo francamente. 

Es seguro que una respuesta puramente teórica y propagandista jamás dará satisfacción suficiente a las grandes masas. Mientras no exista, en los hechos, un «modelo» de sociedad de transición que trascienda en forma decisiva los abusos, las aberraciones, los desastres, las desigualdades, las opresiones que existen hoy en el Este, nuestra respuesta no convencerá a todo el mundo. Pero esto no significa que haya que esperar la victoria de la revolución socialista de Occidente y de la revolución política en el Esté, para defender en forma resuelta la planificación socialista como la respuesta socialista a la crisis capitalista. 

Nosotros decimos que la economía y la sociedad fundadas en la ciencia y la técnica contemporáneas se han vuelto demasiado complejas y demasiado preñadas de catástrofes para ser administradas por algunos «expertos» -por otra parte, cada vez menos competentes- por algunas minorías elitistas, sean ellas burguesas del Oeste o burocráticas en el Este. Del mismo modo, creemos que esta crisis mundial es demasiado grave para que se la deje a la merced de «las leyes objetivas del mercado» que se cumplen a espaldas de la humanidad. Esta crisis sólo será resuelta si las masas toman en sus manos la gestión de sus propios asuntos, de la economía, del Estado, de la sociedad.

Esta crisis sólo será resuelta por la socialización de los grandes medios de producción, su puesta en funcionamiento planificada sobre la base de objetivos prioritarios fijados democráticamente con el pluralismo político indispensable a la democracia, por la masa de los productores-consumidores mismos, por la gestión de la economía por los productores asociados, por la creación de una Federación Socialista Mundial, basada en el poder de los trabajadores, el poder de los consejos obreros y populares en el mundo entero. 

1 de junio de 1983  

Versión de una conferencia dictada por Ernest Mandel en el seminario «Marxismo crítico», celebrado en Atenas en junio de 1983 y organizado por el Círculo político cultural PROTAGORA. Traducido de la Revista Sous le drapeau du socialisme, París, núm. 97-98, junio de 1984, editado en Coyoacan, revista marxista latinoamericana, -n.17/18-México Enero-junio 1985. Lo reedita Globalización, Revista de Economía, Sociedad y Cultura,en julio del    2003 como una contribución a las discusiones sobre la actual crisis mundial. http://www.rcci.net/globalizacion/2003/fg360.htm

Fuente: Ernest Mandel Archivo Internet https://www.ernestmandel.org/

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.