¿Cómo creer en el ‘republicanismo’ de políticos que optan por solicitarle al garzón un strogonoff de camarones, un suchi japonés o una muy francesa quenelle? El verdadero republicano chileno se deja seducir preferentemente por la cocina criolla
Arturo Alejandro Muñoz
¿HABLEMOS DE ‘REPÚBLICA’? Me encanta ese término, pues me encandila llevándome en sus brazos etéreos a décadas pasadas en las que los chilenos éramos conscientes de que llegar a convertirse en parlamentario requería una serie de condiciones y exigencias bien definidas, muchas de las cuales resultaban difíciles de cumplir. Platón, discípulo de Sócrates y maestro de Aristóteles, escribió un verdadero tratado al respecto… y lo hizo en forma de diálogo. ¿Hay algo más republicano que el diálogo, la conversación, el intercambio de ideas? Quizá, la comida…diría sin empacho ni ambages algún viejo Radical, masón, colocolino y bombero…¡¡como debe ser todo Radical en nuestro país!!
Ah, la comida…ella es parte activa, histórica y emérita del republicanismo. Chunchules, perniles, arrollado de huaso y arrollado a la chilena, papas cocidas bañadas en pebre, sanguches chacareros, ‘pichangas’ criollas con bastante queso, jamón, aceitunas y escabeche; causeo de patitas de chancho con cebolla y ají color. ¿Le suena a ‘gringa’ toda esa merienda? No, pues, chilena a más no poder. Republicana total. Y si usted me permite una licencia, ella era también Radical a concho…pero del antiguo tronco, aquel de los Clubes Radicales que en provincias competían con su menú, tragos, dominó y cacho, con los locales del Centro Español y del Centro Árabe. Al menos, eso ocurría en mi natal Curicó allá por las décadas de 1950 y 1960.
No obstante, seamos francos. Sobre estos asuntos, socialistas, comunistas y algunos liberales, competían en francas dentelladas con los insaciables ‘rádicos’. Hubo competiciones históricas en Curicó, Molina, Talca y Linares entre masones, marxistas y católicos libertarios…pero tales encuentros decían relación, principalmente, con la buena mesa y el mejor ‘regadío’. No estoy hablando por boca de ganso. Si alguien duda de lo que estoy asegurando, favor preguntarle al diputado Florcita Motuda –curicano de tomo y lomo- respecto de estos concilios, encuentros, reuniones, ampliados o como se hubiesen llamado en aquellos años del buen yantar.
Estoy seguro que usted lo desconoce, apuesto doble contra sencillo a que ni siquiera pispa que así fue la cosa. Por eso se lo cuento. Para que se entere y no quede como pajarón cuando corresponda tocar el tema. ¿Ha escuchado alguna vez hablar del ‘Naranjazo’? ¿No? ¿Y se cree usted ‘informado’ en asuntos políticos? Mire, para no perder tiempo échele un ojo a cualquier documento de Wikipedia que diga relación con el ‘Naranjazo’ de Curicó…y después seguimos charlando.
Entonces, como le decía, esto del ‘Naranjazo’, créalo o no, se acordó en el Centro Español de Curicó y luego fue ratificado en el Club Radical de la misma ciudad. ¿Los actores, o los comensales? Pues ni hablar, radicales, socialistas, comunistas y uno que otro ex agrario laborista de esos que apoyaron a Ibáñez del Campo en 1952. Mi padre participó en esa histórica reunión, contándome luego que los mozos sirvieron fuentes de chunchules con papas cocidas y pebre a destajo mientras la discusión parecía muy lejana de cualquier consenso. Pero, al momento de aparecer las bandejas con longanizas de Chillán y arrollados de la zona, el acuerdo político se produjo como por milagro. ¿Se da cuenta cuán republicana es la cocina criolla?
Seguramente usted me saldrá al paso retrucando que la política es asunto demasiado serio como para centrarla en simples causeos y comilonas. Perdóneme mi amigo, pero creo que estoy en lo correcto. Mire, sáquele molde a esto. Barros Luco y Barros Jarpa inventaron sendos ‘sanguches’ y pasaron a la mera Historia (a la popular, no a la de los académicos) por ese motivo. ¿No fue un plato de lentejas el causante bíblico de la adquisición de una jefatura cuasi divina?
Hasta el año 1964 los viejos estandartes del vetusto Partido Radical de los Matta, los Gallo, los ’don Tinto’ y los Ríos, (convertido hoy en tirillenta banderilla de la socialdemocracia europea, la misma que enfrenta la crisis más grande que el viejo continente ha tenido desde el ascenso de Hitler en Alemania), dominaban la política criolla sin contrapeso. Incluso el sobrio empresario e ingeniero Jorge Alessandri, aún a contrapelo, hubo de recurrir a ellos para modificar su administración (“gobernar con los radicales importa un alto costo para el país –dijo en su época presidencial “el Paleta”- pero gobernar sin los radicales, es imposible”). Y para qué estamos con miriñaques. Los viejos radicales asentaban su fama y su administración en la comida criolla, en esos manjares que hemos mencionado en líneas anteriores.
¿Cómo voy a creer en el ‘republicanismo’ de quienes hoy optan por solicitarle al garzón un strogonoff de camarones, un suchi japonés o una muy francesa quenelle? ¿Cómo quieren que confíe en políticos chilenos que gustan beber tequilas ‘golpeados’, margaritas, mojitos, whisky, martinis, ron jamaicano, etc., despreciando el ’navegado’, el chacolí, el pigüelo, el aguardiente doñihuano y el pipeño? No me vengan con cuentos…esos tipos no son ‘republicanos’. Imposible imaginar a Sebastián Piñera y Andrés Allamand (comiendo un tremendamente yanqui ‘roast beef’ o una chinísima carne mongoliana), como inexcusables republicanos a la chilena. No, no y no. El verdadero demócrata y republicano chileno sólo acepta lo criollo, lo nuestro. El compatriota con los pantalones o las faldas bien puestas, se deja seducir únicamente por aquello que caracteriza a la cocina de nuestro magnífico Pelotillehue.
Para comprobar lo que estoy diciendo, dígale a algún parlamentario derechista que invite a varios ‘progresistas concertacionistas’ a una comida a la chilena en Santiago, Rancagua o Huachalaloma…comprobará más rápido que lento cómo ellos, al calor de la parrillada o a la sombra de un buen tintolio, picando con mayor facilidad que un salmón barato, prontito entregan rabo y oreja convenciéndose de las “maravillas” del neoliberalismo que su anfitrión invitante les propone.
Pero, no se preocupe, pues esta actual derecha –así como sus mayordomos concertacionistas- sigue creyendo que la maravilla politicastra se encuentra en las tarjetas de crédito, en las promesas imposibles y en el lenguajeo inconducente…cuando, a decir verdad, todo, todo, está en la buena mesa…al viejo estilo radical y liberal. Créame…así es.
¿Me acepta entonces el convite a devorarnos por acá, en las riberas del inefable río Cachapoal, un ‘flor de cocimiento a la coltauquina’, con tacas, machas, longanizas, pollo, chorizo, papas, pimentón, zanahoria y vino blanco? Estoy seguro que lo convenceré de votar por mí.