Por Adán Salgado Andrade
La actividad criminalística, encargada de investigar un delito, como, por ejemplo, un asesinato, ha avanzado mucho desde que se iniciaron los procedimientos para tratar de ubicar al criminal responsable. Aspectos como el análisis del cuerpo, el tipo de heridas, restos orgánicos y, cuando se evolucionó más, la búsqueda de huellas dactilares se han ido dando a la par de la evolución científica (en el Museo del Policía, se halla la exposición permanente sobre los asesinos seriales, en donde se detallan las formas científicas de identificar al culpable de un homicidio. Se los recomiendo ampliamente, ubicado en la calle de Victoria 82, Centro).
Por muchos años, las huellas dactilares fueron una supuesta, infalible prueba en la identificación del o los culpables de un crimen. Aun así, había fallas y a muchos, se les acusaba injustamente, sólo porque sus huellas dactilares, por razones desconocidas, aparecían en el lugar de los hechos (algunas, quizá, hasta “sembradas”, como es práctica policiaca común en México).
Por ello, la criminalística, siguió con su desarrollo, con tal de tener pruebas aún más fehacientes y seguras para acusar al responsable de un crimen. Y la nueva técnica para hallarlo es lo que se conoce como la huella genética de ADN, el material que nos define a cada quien como individuos únicos.
En los principios de los años 1980’s, cuando el análisis forense por medio del ADN estaba aún en pañales, se requería un líquido, tal como la sangre, saliva o semen para realizarlo. Sin embargo, eso cambió cuando el científico forense australiano Roland van Oorschot, publicó un estudio en el que afirmaba que no sólo podía detectarse el ADN mediante fluidos, sino también por medio de las propias huellas dactilares. De acuerdo con van Oorschot, todo lo que tocamos se “contamina” con nuestra huella genética de ADN. Incluso, sin tocar directamente, pues hay personas que tienen su huella genética tan fuerte, que equivaldría a que la fueran “regando” por todos los sitios en donde pasaran.
Y justamente ese nuevo paradigma ha sido el que se comenzó a emplear por la criminalística para hallar al o los culpables de una felonía. Sin embargo, hasta con esta “revolucionaria técnica” hay equivocaciones, como veremos.
En un reciente artículo publicado por la prestigiosa revista Wired, se da un ejemplo de cómo hasta esa “segura” técnica puede dar lugar a graves equivocaciones y, de nuevo, hacer lo que se trató de evitar al emplearla: mandar a prisión o a la pena de muerte, a gente inocente, sobre todo en países como Estados Unidos (EU), en donde es frecuente acusar falsamente a personas inocentes, sobre todo a los no blancos (ver: https://www.wired.com/story/dna-transfer-framed-murder/?CNDID=32248190&mbid=nl_041918_daily_list1_p1).
El hombre que fue acusado falsamente es un afroestadounidense llamado Lukis Anderson, un alcohólico en situación de calle, que tenía 26 años cuando el crimen del que lo acusaron, se cometió. Dicho crimen tuvo lugar la noche del 29 de noviembre del 2012, cuando tres delincuentes asaltaron la casa de Raveesh Kumra, un inversionista de 66 años que vivía en Monte Sereno, un fraccionamiento de Silicon Valley, junto con su compañera Harinder. Los delincuentes los maniataron, les vendaron los ojos y les taparon la boca con gruesa cinta adherible (mustache tape). Luego, se dedicaron a hurgar la casa en busca de joyas y dinero. Por la forma tan descuidada en que le aplicaron la cinta a Raveesh en la boca, abarcándole la nariz, éste, murió asfixiado. Ya, más tarde, cuando los forenses analizaron su cuerpo en busca del ADN de los asesinos, hallaron en sus uñas el de Anderson. El de otros dos hombres, DeAngelo Austin, fue hallado en la cinta adhesiva y el de Javier Garcia, en los guantes usados. Fue suficiente prueba para incriminarlos a los tres.
Lo peor de todo fue que Anderson, al ser entrevistado por su abogada defensora, Kelley Kulick, ni siquiera recordaba en dónde había estado la noche del crimen, pues, por su alcoholismo y la diabetes que padece, sufre muy frecuentemente de lagunas mentales. Además, hace años, al caminar muy ebrio, fue embestido por un camión, lo cual le dejó un fuerte traumatismo craneal, el que también le provoca lapsos de amnesia.
Kulick había revisado su historial y estaba segura de que Anderson no tenía las agallas para asesinar a alguien y que se trataba de un verdadero caso de falsa acusación. El crimen se consideró como muy alevoso y ventajoso, así que Anderson corría el peligro de ser ejecutado, por lo que Kulick se esforzó en demostrar su inocencia.
Recurrió a la ya citada investigación de Oorschot, quien, para probar su tesis de que el ADN de la gente se “desparrama”, hizo un experimento en el que veinte voluntarios compartieron una jarra de jugo y sus respectivos vasos. Al final, se tomaron muestras de vasos, jarra, la mesa, sillas y las manos, y se halló que, aunque nunca se tocaron, 50% de ellos, resultó tener en sus manos ADN de otros, así como un tercio de los vasos, los que tuvieron ADN de voluntarios que tampoco los tocaron. Por otro lado, se halló ADN que no pertenecía a ninguno de los voluntarios, el que se debía al beso dado a sus parejas por la mañana, el apretón de manos de un amigo o el café que la mesera de algún restaurante les había dado ese día. Eso es por la mencionada huella genética de ADN.
Además, de acuerdo con las investigaciones de Oorschot, existen personas cuya huella genética de ADN es más fuerte que otras, incluso, tiende a ser más duradera. Es muy famoso el caso del llamado “Fantasma de Heilbronn”, que mostró cómo el ADN de una mujer es muy fuerte. En una serie de asesinatos y robos, unos 40 en total, sucedidos entre 1993 y 2009, abarcando Austria, Francia y Alemania, los investigadores siempre hallaban el mismo ADN incriminatorio. Por ello, imaginaron que se trataba de un criminal y asesino serial, pero como ese ADN no existía en los archivos criminales, no daban con el responsable. Al final, luego de mucho investigar y deducir, resultó que los casos no habían sido cometidos por una sola persona, sino que se trataba de que las muestras de objetos tomadas de las escenas del crimen, estaban contaminadas por los cotonetes que se usan para recolectar tales muestras. Esos cotonetes estaban contaminados, a su vez, con el ADN de la obrera de una fábrica donde se hacían esos objetos. Eso demostró cuan fuerte y duradero puede ser el ADN de algunas personas en particular, como el de la mencionada mujer, una mujer polaca de la tercera edad (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/Phantom_of_Heilbronn).
Incluso, Peter Gill, un investigador forense inglés, ha demostrado en un análisis del 2016, que tres cuartas partes del equipo forense que sometió a pruebas, estaba contaminado de ADN, incluyendo cámaras, cintas métricas y guantes. Esos objetos pueden trasladar ese ADN a cualquier sitio. Podría, incluso, incriminarse a algún investigador, si su ADN, acarreado en una cámara, contaminara la escena del crimen.
También se ha demostrado que en una lavadora, la ropa de la familia se contamina entre sí con el ADN de ellos. Por ejemplo, no sería concluyente que a un padrastro se le acusara de acoso sexual a su hijastra, tan sólo porque se hallaran huellas de semen de él en pantaletas de ella, dado que hay contaminación en el proceso de lavado, pero si se tratara alevosamente de incriminarlo, sería prueba suficiente.
Y de todos modos, según cálculos de los investigadores, cada persona desecha alrededor de 50 millones de células epiteliales por día. El fiscal Erin Murphy, autor del libro Inside the Cell (Dentro de una célula), calcula que en dos minutos a una persona se le desprenden suficientes células epiteliales, como para cubrir un campo de fútbol. También expulsamos saliva al hablar. Si nos quedamos quietos y platicamos por treinta segundos, nuestro ADN puede ser hallado a más de un metro de distancia. Y un fuerte estornudo puede lanzarlo a la pared más cercana.
Así que en todos lados, como puede verse, hay ADN mezclado de muchas personas, quizá cientos. Sólo pongámonos a pensar cuando subimos a un transporte público, como el Metro, que nos sostenemos de los tubos o nos sentamos. Muy seguramente si se hiciera un estudio genético de uno de tales tubos, se hallaría ADN perteneciente a decenas de personas. Y si lo hicieran a nuestra ropa y piel, allí estaría, sobre todo cuando en horas pico estamos tan fuertemente apretujados entre tantos pasajeros.
Investigadores holandeses investigaron la prevalencia del ADN y tomaron muestras de 105 objetos públicos, como escaleras eléctricas, manijas de baños públicos, agarraderas de bolsas para compras y monedas y hallaron que el 91% tenían ADN de al menos media docena de personas. Incluso, encontraron que la parte de una camisa o blusa que cubre las axilas, que es algo muy íntimo, también puede contener ADN de otra persona.
Ante tanta evidencia, es obvio que no se puede tomar a la prueba de ADN, en la criminalística, como algo irrefutable. Eso lo mostró el caso de un taxista inglés, David Butler. En el 2011, se halló ADN en las uñas de una mujer que había sido asesinada seis años antes. Al compararlo con la base de datos, coincidió con el de Butler, quien juró y perjuró que jamás se había encontrado o conocía a dicha mujer. Su abogado defensor alegó a su favor que Butler tenía una severa condición de descamación en su piel, por la que le habían apodado sus compañeros Flaky (escamoso). La teoría para su defensa era que quizá la mujer había tomado el taxi de Butler el mismo día en que fue asesinada y seguramente había acarreado escamas de la piel del taxista. De todos modos, se la pasó ocho meses en la cárcel y no dejó de señalarles que hacían mal en tomar como ciega evidencia el ADN, pues estarían enviando a la cárcel a personas inocentes, como él. En todo caso, su “culpa”, como la de millones de personas en el mundo, es la de tener una muy fuerte y duradera huella genética de ADN.
Justamente esa característica es la que tiene Anderson y el que su ADN se hallara en el hombre asesinado se debió a circunstancias totalmente ajenas a él (en lo personal, pienso que la gente de piel obscura tiene muy fuerte su huella genética de ADN, que estaría a la par de su olor corporal, también muy penetrante).
Al parecer, también los criminales ya saben lo del la huella genética, y son más “cuidadosos” al cometer sus delitos. En un estudio canadiense del 2013, se halló que de 350 homicidios, en un tercio de ellos, los perpetradores, tuvieron mucho cuidado y no dejaron huellas genéticas, lo que supondría que prefieren asesinar a sus víctimas de forma más “limpia”, evitando estrangulación o golpizas. Lástima que también los criminales evolucionen.
Volviendo a la historia, el que los ladrones hubieran elegido la casa de Raveesh para asaltarla, fue debido a que Katrina Fritz, sexoservidora que varias veces fue a la mansión de aquél a proporcionarle sus servicios sexuales, era la hermana mayor de Austin, y le hizo detallados mapas de dicha mansión. Seguramente les describió toda la fastuosidad y lujos con los que vivían los Kumra. Por cierto que esta parte me recordó el libro In cold blood (A sangre fría), del escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984), sobre la historia real de dos asesinos que, en 1959, robaron y mataron a toda la familia Clutter, asentada en el tranquilo pueblo granjero de Holcomb, Kansas, tan sólo porque, cuando estaban en la cárcel, habían platicado con otro prisionero, quien trabajó por unos meses como ayudante en labores del campo para el padre de dicha familia, Herbert Clutter. Sólo porque la casa era muy grande, tal prisionero supuso que habría mucho dinero y eso atrajo codiciosamente a los ladrones, Robert Hickock y Perry Smith (ver: https://en.wikipedia.org/wiki/In_Cold_Blood).
En fin, regresando a Anderson, su coartada fue que el mismo día del crimen, un equipo de paramédicos lo había llevado a un hospital público, pues por andar tomando demasiado, veintiún cervezas, se había colapsado de lo ebrio que estaba en un supermercado. El encargado de éste, les avisó que fueran a recogerlo. Los paramédicos le midieron sus signos vitales con un oxímetro, un aparato que sirve para eso, y que cuenta con un pletismógrafo y un sensor. En el pletismógrafo se inserta un dedo de alguna mano del enfermo, y se determina su condición. Una hora y media antes del crimen, fue cuando rescataron los paramédicos a Anderson, insertaron uno de sus dedos en el pletismógrafo y lo llevaron al hospital. Esos mismos paramédicos fueron los que recibieron la llamada de la policía, para que acudieran a la escena del crimen y determinaran la condición de Raveesh. Y, la teoría de Kulick, la abogada defensora, fue que insertaron el pletismógrafo, contagiado por la muy fuerte huella de genética de ADN de Anderson, en uno de los dedos del fallecido y eso sirvió para que ese dedo se contagiara del ADN de aquél.
Por fortuna para Anderson, sí se comprobó que estaba hospitalizado a la hora de los hechos.
Y los que sí se condenaron, sin dudas de por medio, fueron Garcia, Austin y Marcellous Drummer, el tercer participante, a quien un exhaustivo análisis de ADN y de todos sus movimientos de ese día, también mostró como culpable. A Garcia, su abogado defensor quiso aplicar lo mismo, de que se trataba de un contagio de ADN, pero una minuciosa investigación de las llamadas que hizo en su teléfono celular y sus ubicaciones, cerca de la casa del asesinado, consideraron irrefutable su condena a 37 años, en tanto que sus cómplices fueron sentenciados a cadena perpetua. Fritz, gracias a su confesión de que había ayudado a su hermano menor (¡vaya consentidito!), sólo estuvo cuatro años en la cárcel.
Anderson se pasó medio año en prisión, en lo que se demostraba su inocencia. Tuvo suerte, en realidad, pues se especula que muchos inocentes han ido a parar a la cárcel o, peor, han sido ejecutados con crímenes que no cometieron.
Lo peor de todo es que el inestable mental Trump desea que haya un “banco de ADN”, sobre todo de latinos y afroestadounidenses, a los que, absurdamente, dado el llamado “perfil racial”, son a los que se considera los más culpables de crímenes de cualquier índole. De hecho, en Los Ángeles, se ha instaurado un absurdo método computacional para “predecir” en donde habrá crímenes, llamado PREDPOL (predicting policing), en donde, una de las variables, es el tipo de barrio del que se trata, siendo aquéllos en donde predominan migrantes, latinos y afroestadounidenses, los más proclives a la criminalidad, según sus sesgadas premisas.
En cambio, los estudios enfocados a mejorar la técnica forense del ADN, para que no se confunda a inocentes con culpables, como le sucedió a Anderson, al menos en Estados Unidos, tienen muy poca importancia y casi no se les otorga presupuesto.
Vaya si estarán perdidos todos los que no sean blancos en Estados Unidos, pues si a su raza, se aúna su archivo forzoso de ADN, serán los primeros que se culpen de un crimen, si por muy mala suerte su huella genética es hallada en un robo o en una balacera, por eso de que nuestras fugaces células epiteliales muertas, nuestro sudor o nuestra saliva, se desparraman por todas partes.
Contacto: studillac@hotmail.com