por Jano Ramírez
Hablan de derechos para las mujeres y llenan discursos con palabras bonitas sobre igualdad, pero cuando se trata de medidas concretas que realmente impacten la vida de las trabajadoras, la verdad queda al descubierto. Un ejemplo claro es el debate sobre el postnatal de un año, una medida que permitiría a las madres acompañar a sus hijos durante los primeros y fundamentales meses de vida. Sin embargo, cuando se toca este tema, las máscaras caen.
Susana Jiménez, presidenta de la Confederación de la Producción y del Comercio (CPC), resumió perfectamente la postura del empresariado al ser consultada sobre esta propuesta:
“Un postnatal de un año lo que hace es inhibir la contratación de mujeres, aumentar la informalidad y eso va en contra de lo que todos buscamos”.
Estas palabras exponen una verdad incómoda: a los empresarios no les interesa garantizar derechos reales para las trabajadoras. Hablan de igualdad y progreso solo cuando eso no afecta sus ganancias. Pero cuando se trata de priorizar el bienestar de las mujeres trabajadoras, especialmente de las madres, su respuesta siempre será negativa. Prefieren mantener un sistema donde las mujeres sean vistas como una fuerza de trabajo sacrificable, atrapada entre la precariedad laboral y las responsabilidades familiares, sin apoyo ni garantías.
El peso recae doblemente sobre las mujeres migrantes y mapuche.
Para las mujeres migrantes, el acceso a derechos laborales es una batalla constante. Muchas de ellas trabajan en condiciones de informalidad, sin contratos ni beneficios, soportando además el peso de la discriminación racial y cultural. ¿Qué opciones tienen cuando las políticas públicas están diseñadas para ignorarlas?
Las mujeres mapuche enfrentan un escenario igualmente injusto. Desde las comunidades rurales hasta las ciudades, son invisibilizadas y excluidas. Sus luchas por la autonomía y el respeto a su cultura chocan con un sistema que las oprime tanto por ser mujeres como por ser indígenas.
Hablar de igualdad sin considerar estas realidades no es más que una burla. Los empresarios y quienes los representan usan la palabra “inclusión” como un eslogan vacío, mientras perpetúan un sistema que precariza y margina a millones de trabajadoras. Promueven la idea de incorporar mujeres en directorios empresariales y altos cargos, pero jamás están dispuestos a transformar las condiciones laborales de las mujeres de base, aquellas que sostienen día a día las economías del país con su esfuerzo invisible.
¿Por qué el sistema teme a un postnatal extendido?
Un postnatal de un año es más que un beneficio para las madres; es una medida que reconoce el valor del trabajo de cuidado y el derecho de las mujeres a criar a sus hijos sin miedo a perder sus empleos. Pero este sistema capitalista no lo tolera porque, en su lógica, cualquier política que garantice dignidad a las trabajadoras representa un «costo» para las empresas. Este cálculo económico cruel ignora que las trabajadoras no solo producen ganancias, sino que también sostienen la vida misma con su labor no remunerada en los hogares.
El problema no es el postnatal. El problema es el sistema.
Esta resistencia no es casual. Está diseñada para mantener el statu quo: un sistema económico que prioriza las ganancias de unos pocos sobre los derechos de las mujeres y el bienestar de sus familias. Mientras este sistema siga en pie, las trabajadoras estarán condenadas a enfrentar jornadas interminables, sueldos bajos, informalidad y el miedo constante a ser descartadas.
¿Qué se necesita?
Políticas públicas que realmente beneficien a las mujeres trabajadoras, como un postnatal extendido, salarios justos, y condiciones laborales que respeten su tiempo y salud.
Reconocimiento del trabajo de cuidado como una labor esencial, redistribuyendo esta responsabilidad de manera equitativa entre el Estado, las empresas y las familias.
Protección real para las mujeres migrantes e indígenas, garantizando su acceso a derechos básicos sin discriminación.
Pero esto no se logrará pidiendo favores. La transformación requiere cuestionar y cambiar las estructuras que perpetúan esta explotación. Mientras el capitalismo siga siendo la base del sistema, los derechos de las mujeres trabajadoras seguirán siendo negados.
La lucha no es por parches ni medidas superficiales; es por un cambio radical que ponga a las personas, y no a las ganancias, en el centro. Solo así será posible construir una sociedad donde las mujeres, sin importar su origen, puedan vivir y trabajar con dignidad.