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La fobia a la inflación y el señor Carstens

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por Saúl Escobar Toledo, México

Hace unos días, la prensa nacional e internacional dio cuenta de las opiniones del director
general del Banco de Pagos Internacionales (Bank of International Settlements en inglés,
BIS), Agustín Carstens, con motivo del informe anual de la institución. En un escrito
entregado a los medios de comunicación, Carstens admite que la inflación ha bajado, pero
advierte varios riesgos “que ensombrecen las perspectivas”, entre ellos un resurgimiento
de la inflación debido a que los trabajadores al ver que el poder de compra de sus salarios
ha disminuido podrían intentar su recuperación; igualmente, las empresas siguen
subiendo los precios de sus productos, lo que podría crear una carrera entre salarios y
precios que “es difícil detener”. También ve riesgos para la estabilidad financiera lo que
puede desencadenar quiebras bancarias e incluso un “colapso sistémico”. Además, señala
que se pueden agravar los problemas para el pago de las deudas externas de los
gobiernos. La respuesta que deben dar los Bancos Centrales a todos estos desafíos es muy
simple: restablecer la estabilidad de precios , es decir, seguir aumentando las tasas de
interés. Llama entonces a “cambiar la mentalidad”, dejar a un lado las políticas monetarias
que alienten la producción y llevar a cabo las reformas estructurales “desatendidas desde
hace mucho tiempo”.
Conviene recordar que el señor Carstens fue secretario de Hacienda entre 2006 y 2009 y
luego gobernador del Banco de México entre 2010 y 2017. Todo ese tiempo se distinguió
como enemigo acérrimo de los aumentos al salario mínimo pues, aseguraba, su
incremento por encima de la inflación daría lugar a una escalada de precios incontrolable.
Mas o menos lo mismo que dijo hace unos días. La realidad, sin embargo, ha demostrado
la falsedad de sus argumentos. Desde hace cinco años, los salarios mínimos en México han
aumentado sustancialmente y no puede argumentarse que han provocado brotes
inflacionarios.
Con lo anterior también quedó demostrado que la comprensión de los fenómenos
económicos de Carstens es muy escasa. Sus recientes declaraciones se ajustan bien a lo

que dos economistas distinguidos han calificado como “la fobia a la inflación”. En un
artículo publicado en IDEAs (www.networkideas.org), Anis Chowdhury de la Universidad
de Sidney, Australia y Jomo Kwame Sundaram, del Instituto de Investigación Khazanah de
Malasia , explican que esa fobia se basa en mitos y dogmas, no en investigaciones serias y
datos duros, pero provoca una respuesta excesiva por parte de los gobiernos y los bancos
centrales, causando severos daños, particularmente a los trabajadores de menores
recursos, como sucedió en el caso mexicano.
Anis y Jomo consideran que los riesgos de una hiperinflación (mayor al 50% anual) son
generalmente bajos y ésta ha sido un fenómeno histórico excepcional en la historia del
capitalismo después de la Segunda Guerra Mundial. Los países que han sufrido este
fenómeno no han sido los más avanzados y aquellos que la padecieron fueron los que se
separaron de la URSS y resultaron víctimas de una súbita desregulación de precios y de
brutales terapias de choque para convertirlos en países capitalistas; o han sufrido graves
trastornos políticos como Chile en los años setenta y, ahora, Venezuela.
Este análisis histórico demostraría, dicen estos economistas, que no todo proceso
inflacionario se produce por una “exceso de demanda”, lo que en realidad significa
aumentos salariales, y subrayan que no cualquier brote inflacionario tiene que convertirse
en hiper inflación.
El estudio también discute la idea de que un incremento de precios afecta el crecimiento.
Demuestran que lo anterior sólo sucede cuando la inflación rebasa el 40% anual. Al
realizar un análisis de los estudios publicados al respecto encontraron que “la relación
entre inflación y crecimiento es positiva mientras aquella sea moderada en un rango de
15-30%.”. Además, y de manera destacada, señalan que, a la inversa, una inflación baja
no está necesariamente relacionada con un aumento del producto:
“Con una inflación objetivo de 2% no se ha alcanzado un crecimiento sostenido. El
promedio de aumento per cápita del producto (PIB) ha bajado en Estados Unidos del 2.5%
al 1.5%; en Alemania cayó del 2.5% al 1.2% ; y en Inglaterra del 2.5 al 1.3%.”

Esta disminución, argumentan, se debe al comportamiento de la inversión, la cual no
depende de la existencia de bajos niveles inflacionarios. Lo anterior explicaría, igualmente,
porqué la productividad tampoco ha aumentado con una inflación cercana al 2%. En
cambio, la caída del crecimiento puede asociarse, claramente, con políticas
macroeconómicas contraccionistas, incluyendo las llamadas reformas estructurales.
Ahora bien, por alguna razón que no ha sido claramente explicada, se considera una tasa
de inflación aceptable un 2 por ciento anual (en México, el objetivo del Banco de México
ha sido 3%). Estas tasas objetivo se ha convertido en una norma global, según Jerome
Powell (actual presidente del Banco Central de Estados Unidos) y virtualmente en una
religión económica (según Irwin, un editorialista del NYT).
Para alcanzar esta tasa de 2% , no sólo se desplegaron los esfuerzos de los bancos
centrales, también se llevó a cabo la desregulación de las relaciones laborales (la
“flexibilización”); ayudó, así mismo, el progreso tecnológico y el abaratamiento de las
cadenas de valor a nivel mundial gracias a la recolocación de empresas en aquellos países
donde la fuerza de trabajo era más barata.
La inflación que estamos viviendo, hoy en día, se originó por una cadena de crisis; la
pandemia, la disrupción de las cadenas de valor, y la guerra en Ucrania. Todos estos
fenómenos repercutieron en una afectación de la oferta de bienes y servicios. No fue
resultado, por lo tanto, de un “exceso” o aumento desmedido de la demanda,
particularmente de los salarios. La persistencia de la inflación, a pesar de las subidas de las
tasas de interés, ha obedecido más bien al propósito de aumentar las ganancias por parte
de las empresas (cf. por ejemplo el reportaje de Smith y Rennison,
www.nytimes.com/2023/05/30) , lo que algunos economistas han denominado “profit led
inflation”.
Sin embargo, debido a la fobia antinflacionaria, estudiada por Anis y Jomo, hasta junio de
2022, ochenta bancos centrales habían aumentado las tasas de interés. Para estos
autores, una guerra de clases se está llevando a cabo en nombre de combatir la inflación
ya que estos incrementos afectan a los trabajadores y sus familias. Como hemos visto, de

manera destacada, el BIS, sigue insistiendo en aumentarlas, no obstante que la inflación
ha venido bajando. En el fondo, como dice Carstens en su texto, se trata de doblar a los
trabajadores para evitar que aumenten los salarios. Y abrir el camino, de nueva cuenta,
para las llamadas reformas estructurales que, en las pasadas décadas, sólo trajeron
mayores desigualdades.
El estudio de Anis y Jomo considera que los gobiernos no deben ser presa de los dogmas y
fobias antiinflacionarios. Los gobiernos están perdiendo la oportunidad de acelerar la
productividad, alcanzar las metas de descarbonización, y reducir las brechas sociales. Las
políticas públicas tienen que cambiar el foco de su atención. En lugar de reprimir el
consumo, deberían alentar la producción, generar más inversión y apoyar la
diversificación y la innovación tecnológica, principalmente en aquellos sectores o
empresas que promueven un uso más eficiente de la energía y de los recursos naturales.
La subida de tasas de interés afecta la eficiencia de las empresas ya que inhibe la inversión
en nuevas tecnologías, en la capacitación del personal, y en la adquisición de equipo e
instalaciones. Además, aumenta el peso de las deudas del gobierno, las empresas y los
hogares. Y, al provocar un crecimiento más lento, lleva a una caída de los ingresos
fiscales.
Los bancos centrales consideran que aumentar las tasas de interés es la principal y casi
única política contra la inflación. Sin embargo, aumentar las tasas de interés bajo la idea
de que una sola medida debe aplicarse en todos los casos no ha dado buenos resultados;
en cambio, deben considerar las diversas causas de la inflación y tomar las medidas
adecuadas para resolver cada una de ellas. El incremento de las tasas puede reducir la
inflación al reducir la demanda, pero no lleva a resolver los problemas que afectan el
crecimiento económico.
Los mitos de Carstens ya quedaron al descubierto en México. Se desmoronaron en unos
cuantos años. A pesar de que este individuo dirige el organismo que coordina a los bancos
centrales del mundo, sus recomendaciones no deben ser escuchadas. Carecen de sustento
y no responden a los problemas actuales.

saulescobar.blogspot.com

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