por Jano Ramírez
En este nuevo Primero de Mayo, Día Internacional de la Clase Trabajadora, resulta imprescindible volver la mirada hacia Estados Unidos, cuna de una de las luchas obreras más emblemáticas de la historia: la conquista de la jornada laboral de 8 horas. Fue en Chicago, en 1886, donde los obreros se levantaron contra la brutal explotación capitalista, enfrentando la represión con organización y dignidad. De esa lucha emergieron los mártires de Haymarket, ejecutados por el Estado burgués, que vio en ellos el peligro latente de una clase obrera consciente de su papel histórico.
Pese a que la ideología dominante ha intentado sepultar esta tradición bajo capas de patriotismo, consumismo y represión sindical, la clase trabajadora estadounidense ha dado constantes muestras de combatividad. El incendio de la fábrica Triangle Shirtwaist en 1911, donde murieron 146 trabajadoras, en su mayoría migrantes, fue otro hito trágico que empujó la organización obrera, especialmente de mujeres, en un país donde el capital no dudó nunca en sacrificar vidas por sus ganancias.
Durante el siglo XX, los sindicatos industriales como el CIO jugaron un rol clave en la organización de millones de trabajadores, incluso bajo la constante amenaza del macartismo y la criminalización del comunismo. Hoy, en pleno siglo XXI, vuelven a emerger señales de una resistencia latente.
Las huelgas masivas de trabajadores del sector automotriz (UAW), las protestas de trabajadores de Amazon, Starbucks y el sector tecnológico, junto a la marea creciente de sindicalización en sectores antes impensados, muestran que la lucha de clases en EE.UU. no ha desaparecido: ha mutado, se ha reorganizado y está comenzando a golpear las puertas del capital con nuevas herramientas.
Sin embargo, este resurgimiento enfrenta una ofensiva ideológica y material desde las alturas del Estado burgués. Las medidas arancelarias impulsadas por Trump bajo el disfraz de proteccionismo económico no tienen otro efecto que trasladar los costos de la crisis capitalista al bolsillo de las y los trabajadores. El encarecimiento de productos, los despidos en sectores vinculados al comercio exterior y el reforzamiento del nacionalismo chauvinista son solo algunas de sus consecuencias. A esto se suma el uso de discursos anti inmigrantes como forma de dividir a la clase obrera entre «nativos» y «extranjeros», debilitando su unidad de clase en pos del interés burgués.
En las últimas semanas, cientos de estudiantes y trabajadores han ocupado universidades en todo el país, exigiendo el fin del apoyo estadounidense al genocidio en Gaza. Estas protestas, fuertemente reprimidas y censuradas, se han convertido en un punto de convergencia entre la denuncia del imperialismo, la represión interna y la precarización de la vida. El germen de organización y conciencia de clase sigue vivo: quienes se manifiestan hoy son herederos directos de la tradición revolucionaria que comenzó con la huelga por las 8 horas.
Frente a un capitalismo en crisis orgánica, el 1° de Mayo debe volver a ser un día de lucha internacionalista y revolucionaria. Desde el corazón mismo del imperialismo, la clase trabajadora estadounidense puede y debe jugar un rol fundamental en la derrota del capital. Su historia lo demuestra, su presente lo exige.
Como dijera Marx: “Los trabajadores no tienen patria. No pueden perder lo que no tienen. Lo que sí tienen es un mundo por ganar”.