Publicamos la presentación de Salir del Fondo, nueva publicación de Esteban Mercatante (*), que analiza las raíces de la crisis que terminó con Macri golpeando otra vez las puertas del FMI y debate las alternativas para que esta vez la crisis no la paguemos los trabajadores.
Ideas de Izquierda, 23-6-2019
“Veníamos bien, pero pasaron cosas”. Esta es la explicación resumida que ofreció Mauricio Macri de cómo su gobierno terminó en 2018 golpeando las puertas del Fondo Monetario Internacional (FMI), para intentar calmar una corrida cambiaria desenfrenada y evitar la cesación de pagos de la deuda pública.
El ritmo espectacular que tuvo el abandono de los activos financieros del país por parte de los mismos inversores que durante dos años los compraron con voracidad para obtener rendimientos siderales, dejó al gobierno de los CEO sumido en la perplejidad. Si algo no esperaban era un abrupto cierre del chorro del financiamiento. Sin ese combustible, quedaron en evidencia todos los elementos explosivos que había ido generando la administración de Cambiemos. Estos empezaron a producirse desde el primer día. Toda la gestión fue el camino hacia una crisis anunciada.
Mauricio Macri había asumido la presidencia en diciembre de 2015 como el campeón de los intereses de los grandes empresarios. Aunque su campaña electoral había sido todo “revolución de la alegría”, “pobreza cero”, y otras fórmulas cargadas de buena onda y vacías de contenido, sus principales referentes en el área económica transmitieron un mensaje claro a los líderes corporativos de las principales empresas que operan en el país: Cambiemos avanzaría en la agenda económica que estos esperaban.
Y así lo hizo. Desde el primer minuto de su mandato encaró lo que llamó un “sinceramiento” de la economía. Bajo este mote se englobaron toda una batería de medidas, desde la eliminación de las restricciones para la compra de dólares, hasta los tarifazos en los servicios públicos, pasando por la eliminación de las retenciones para la exportación de granos (reducción en el caso de la soja) y despidos a empleados públicos. Muchas de las políticas implementadas entonces apuntaban a dar marcha atrás en aspectos de intervención en la economía implementados durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández, con la pretensión de que el estatalismo (burgués) podría elevarse por sobre las contradicciones del capitalismo [1] sin atacar las causas profundas del atraso y la dependencia. Esta aspiración se vio refutada y obligó a toda una serie de parches para llegar con lo justo a 2015 [2].
La realidad detrás de los globos amarillos
Pero lejos de resolver con facilidad los desequilibrios macroeconómicos que tanto había cuestionado durante la campaña de 2015, como la inflación o el déficit público, Macri mantuvo o profundizó la mayoría de ellos y les sumó otros, como resultado de una política de apertura de capitales, desregulación financiera y dolarización de las tarifas de los servicios públicos. El gobierno estuvo desde el comienzo obligado también a tener una táctica de “prueba y error” para implementar muchas de las medidas socialmente regresivas que tenía en carpeta. En muchos casos lanzó globos de ensayo, y pospuso políticas ante las primeras señales de que no podría imponerlas. Fue la vía para evitar un escenario de confrontación directa y eventual derrota que lo llevara a una irremediable parálisis, algo que pudo lograr hasta diciembre de 2017. Es decir, cuando presentó la ley para modificar la movilidad jubilatoria en perjuicio de los jubilados, que debió ser aprobada en medio de enfrentamientos con las fuerzas represivas de los amplios sectores de la clase trabajadora y la juventud movilizados en rechazo a la medida.
Casi todos los sectores empresarios confiaron en que la llegada de Cambiemos al Poder Ejecutivo se traduciría en un reordenamiento de la economía en su beneficio. Apostaban a un ajuste que permitiera recuperar los niveles de rentabilidad que habían conocido en los años previos de auge (después de la salida de la convertibilidad en 2002), y que venían retrocediendo desde 2010. Para la mayor parte de los sectores del empresariado esto quedó en una promesa incumplida. La profundización de los desequilibrios en la macroeconomía, el aumento del costo financiero que trajo la desregulación, los aumentos de costos que generó la política de eliminación de subsidios energéticos y la falta de “reformas estructurales”, defraudaron las expectativas iniciales de mejorar los niveles de ganancias para el conjunto de la clase capitalista. Hubo sectores altamente beneficiados: el agro, la energía, las finanzas, y las prestadoras de los servicios públicos privatizados. Pero fueron casos excepcionales en el marco de la continuidad de un deterioro de la rentabilidad que se siguió profundizando en el conjunto de la economía.
Macri confió en que su llegada al gobierno sería respondida con una “lluvia de inversiones”, pero en este terreno primó la sequía. Solo obtuvo la respuesta esperada en el puñado de sectores privilegiados por sus políticas. El resto de las grandes empresas, lejos de invertir, aprovecharon la eliminación de restricciones cambiarias y la liberación de los movimientos para la entrada y salida de capitales para hacer lo que más saben: fugar recursos. Desde que inició el gobierno de Cambiemos hasta marzo de este año se fugaron capitales por USD 64.000 millones de acuerdo a las estimaciones más conservadoras, lo que equivale al 15 % de la producción nacional anual medida en términos de Producto Bruto Interno (PBI).
El combustible para sostener la economía, a falta de respuesta del empresariado, llegó bajo la forma de otra “lluvia” de dólares: los de la deuda y los capitales especulativos de corto plazo. Así quedó cubierto lo que desde 2011 es el mayor condicionante de la economía argentina: la escasez de divisas. Este problema no es novedoso, sino que surgió de manera recurrente en la historia económica nacional (y en la de la mayor parte de las economías dependientes como es la argentina). Volvió a emerger durante el gobierno de Cristina Fernández como una de las mayores desmentidas a la idea de que se hubiera registrado, desde 2003, un cambio estructural en la economía. Por el contrario, la abrumadora presencia del capital extranjero que obtiene utilidades en el país y las gira al exterior, y la conducta de un empresariado nacional más propenso a fugar activos que a invertir, junto a la persistencia de la desarticulación de la estructura productiva y los “pagos seriales” de la deuda, siguieron determinando la propensión del capitalismo argentino a perder más dólares de los que es capaz de generar con el comercio internacional. Para peor, el superávit comercial empezó a declinar a medida que cambiaron desfavorablemente las condiciones de la economía mundial y cayeron los precios de los granos que el país vende. La falta de dólares fue respondida durante los años de Cristina Fernández con restricciones cambiarias que buscaban limitar la pérdida de reservas necesarias para mantener los pagos de deuda en dólares [3].
Todos estos problemas siguieron vigentes bajo el gobierno de Macri, agravados. El endeudamiento serial y el ingreso de capitales para aprovechar la bicicleta financiera permitieron paliarlos, generando una imagen de abundancia de dólares más que de escasez. Pero esto fue logrado al precio de alimentar desequilibrios explosivos. Los riesgos jamás fueron considerados como tales por la mirada confiada del elenco gubernamental, que opinaba que con los años la cuestión se iría corrigiendo como por arte de magia.
Pero el cambio adverso en la situación financiera internacional que ocurrió desde finales de 2017 dejó expuesto este castillo de naipes sobre el que se apoyaba la estabilidad de la economía. Los inversores globales, propensos a pasar de la “exuberancia irracional” al ataque de pánico, empezaron a mirar con nerviosismo a todos los mercados que entran en la categoría de “emergentes”, justo en el momento en que el país era puesto entre los cinco más vulnerables por la agencia calificadora de riesgo Standard & Poor’s. Este fue el disparador para que huyeran de los activos argentinos.
Se inició así la tormenta financiera que se extendió por seis meses, hizo subir la cotización del dólar casi 100 %, empujó al gobierno a recurrir a la asistencia financiera del FMI y condujo a la economía a la segunda recesión desde que asumió Macri.
Tres explicaciones que no explican la crisis
Hay distintas interpretaciones de cómo se gestó la crisis. La explicación que ofrece el gobierno la podríamos sintetizar en el “veníamos bien, pero pasaron cosas” de Macri. Esta apela centralmente al cambio de circunstancias en el terreno internacional. Un escenario menos favorable volvió imposible el llamado “gradualismo”, término con el que el oficialismo caracterizó su política de recorte paulatino del déficit público (en realidad aumentado en 2016 como resultado de las rebajas de impuestos y aranceles para los exportadores y otros sectores empresarios). Su base era el endeudamiento serial y la bicicleta financiera. Siguiendo la línea de razonamiento de Macri, la orientación estaba bien, pero entre 2017 y 2018 se evaporaron las condiciones para continuarla. Las subas de tasas de interés en los EE. UU., que cortaron los flujos de capitales hacia los países “emergentes”, la sequía que redujo el ingreso de dólares por la soja, las turbulencias bursátiles a comienzos de año y la “guerra comercial” entre EE. UU. y China, son algunos de los aspectos a los que recurre esta argumentación.
Es la versión macrista de “el mundo se nos vino encima”, afirmación con la cual los funcionarios de la administración de Cristina Fernández explicaban la declinación económica desde 2012 en adelante, la necesidad de recurrir a medidas como las restricciones a la compra de divisas, la depreciación del peso frente al dólar de 2014, etc.
La segunda explicación para la crisis es la que ofrecen los que se autodefinen como “liberales”, del tipo de Javier Milei, José Luis Espert o Diego Giacomini, y también “expertos” como Miguel Ángel Broda, Roberto Cachanosky e incluso Carlos Melconian, amigo de Macri y ex funcionario durante sus primeros años de gobierno, pero crítico desde el primer día de varias decisiones económicas. Todos ellos cuestionan que Cambiemos no haya encarado un ajuste fiscal más drástico desde el comienzo, junto a otras reformas como la laboral, tributaria y previsional. De acuerdo a esta línea de argumentación, la crisis se produjo porque al no recortar con firmeza los gastos del Estado se generó una espiral de endeudamiento; al mismo tiempo el Banco Central de la República Argentina (BCRA) no pudo domar la inflación a causa de la persistencia del déficit, desembocando entonces en un nuevo atraso del tipo de cambio (peso fuerte en relación al dólar) como el que había cuando asumió Macri. Los “mercados” −entelequia para referirse a los bancos y fondos de inversión que concentran el comercio de los títulos de deuda y sus derivados−, perdieron la tolerancia con esta línea “fallida” desde el comienzo ante la multiplicidad de inconsistencias, y obligaron al gobierno a corregir el rumbo, imponiendo un nuevo ajuste del tipo de cambio y que se redujeran las metas de déficit. Pero esto llegó demasiado tarde y es demasiado poco, en la opinión de la mayor parte de los críticos ortodoxos del macrismo −que entre otras cosas objetan que parte de la reducción del déficit de 2018 y 2019 se haga volviendo a subir algunos impuestos y no con mayor reducción del gasto público−.
Del otro lado de la “grieta” están quienes reducen las causas de la crisis a la “recaída neoliberal” que caracteriza la política económica desde que asumió Macri. Esta caracterización la encontramos en sectores del kirchnerismo. Los desequilibrios serían básicamente el resultado del “modelo” económico implementado por Macri desde que asumió; todas decisiones arbitrarias dirigidas a producir trasferencias de ingresos para determinados sectores. De ningún modo habría relación entre la crisis y algún agotamiento del esquema económico vigente hasta 2015 [4]. La pretensión es que la misma podría haberse evitado con otra política económica menos centrada en el endeudamiento y la especulación. Este diagnóstico es compartido parcialmente por algunos exponentes del peronismo “alternativo” como Roberto Lavagna o Sergio Massa −aunque en este espacio político muchos referentes comparten la inclinación neoliberal de Cambiemos−. La crítica va asociada a la pretensión de que es posible lograr la recuperación llevando adelante una política distinta a la profundización del ajuste que impulsa el gobierno, lo que podría hacerse incluso bajo el estrecho control del FMI y sin cuestionar todas las restricciones que afronta el dependiente y atrasado capitalismo argentino.
Lo que cada uno no dice
Como suele ocurrir, estas distintas explicaciones señalan elementos parciales de las causas de la crisis, tomándolos de manera unilateral y dejando de lado otros igual de importantes. Ofrecen así un panorama incompleto y por lo tanto falso de cómo llegamos hasta acá. Lo mismo ocurre con las políticas que plantean para enfrentar la situación.
La reversión de los flujos de capitales que perjudicó a los mercados financieros “emergentes” y la sequía que redujo la producción de granos en el país durante la campaña pasada, crearon una situación de “tormenta” tal como afirmó Macri en varias ocasiones. La caída en la exportación de granos contribuyó a aumentar el déficit en las cuentas externas del país restando a la economía USD 7.500 millones, el equivalente a más de 1 % del PBI. Pero estos factores agravaron las vulnerabilidades existentes, no las explican por sí solos.
El llamado “gradualismo” fiscal en el que hacen hincapié los Espert y Milei contribuyó sin dudas al aumento del endeudamiento. Pero estos críticos hacen abstracción de cómo se produjo este resultado. Omiten interesadamente que se debe a los esfuerzos de Cambiemos por producir transferencias beneficiosas para sectores del empresariado bajando impuestos. Por eso, aunque desde que asumió Macri el gasto público cayó, lo mismo ocurrió con los ingresos fiscales. Con la deuda también se agravó el déficit generado por los crecientes intereses, en beneficio de los acreedores. Todo esto no lo dicen los críticos liberales, para los cuales el desequilibrio es muestra de que este gobierno no habría cambiado el rumbo, independientemente de los beneficios que Cambiemos esté produciendo para sectores del capital con sus decisiones sobre impuestos y gastos. Pero hay una falacia más de fondo en el planteo de los liberales cuando afirman que la crisis se habría evitado si el gobierno hubiera sido menos “gradualista”. Se basan en la idea de que la raíz última y excluyente de la misma estuvo en el déficit fiscal y el “exceso de demanda” estimulado por este, cuando en realidad el determinante central de la misma estuvo en la insuficiencia de dólares que viene padeciendo nuevamente la economía argentina desde 2011. El gobierno de Macri no hizo más que agravar esta última, llevando adelante la política de ajuste reclamada por el empresariado, los especuladores y la ortodoxia económica de eliminar las restricciones a la compra de divisas, liberar la entrada y salida de capitales e impulsar la apertura comercial, permitiendo que el rojo comercial se acrecentara por el aumento de las importaciones acompañada por la caída de las exportaciones. Al mismo tiempo, la depreciación del peso frente al dólar en diciembre de 2015 y los tarifazos exacerbaron la inflación durante 2016. La idea de que más ajuste fiscal habría evitado todos los males de la economía de Macri, además de que obviamente muestra su falta de preocupación por los impactos negativos que los recortes de gastos tienen sobre distintos sectores de la sociedad, resulta discutible en sus premisas, ya que mayor austeridad no necesariamente se traduce en alivio del déficit externo. Al afirmar que la inflación es resultado del déficit fiscal, omiten interesadamente que algunos de los recortes de gastos aplicados por Cambiemos contribuyeron a aumentar la inflación. Es el caso de la disminución de los subsidios económicos que fue de la mano de los aumentos de tarifas del transporte, la electricidad, el agua y el gas. Los impulsores más extremos del equilibrio fiscal le reclaman a Macri no haber profundizado la disminución del déficit y afirman que esto habría contribuido a evitar la crisis, pero el recorte fiscal que sí hizo tuvo efectos que son en realidad parte de lo que agravó los desequilibrios.
Quienes ponen el acento en la inclinación neoliberal del gabinete de Macri, señalan correctamente cómo las políticas de transferencia de ingresos a determinados sectores del empresariado y a los acreedores mediante recortes de impuestos, el endeudamiento y la liberalización financiera, son factores claves para explicar el descalabro del año pasado. Pero si es cierto que Macri le dio al ajuste iniciado en diciembre de 2015 la orientación neoliberal con la que comulga todo su gabinete, también lo es que el ajuste estaba en carpeta de todos los aspirantes a suceder a Cristina Fernández, porque era lo que demandaba el conjunto de los sectores más poderosos de las empresas que operan en el país, incluyendo aquellos sectores que habían apoyado las políticas económicas kirchneristas hasta algunos años antes. El elenco de gerentes, dueños de empresas y economistas del mainstream ortodoxo que pobló el gabinete de Cambiemos le dio una impronta específica a la hoja de ruta de “normalización” de la economía, pero la “necesidad” de la misma era indiscutible desde la mirada de los capitalistas, independientemente de quién sucediera a Cristina Fernández. La demanda de los sectores más poderosos y gravitantes del empresariado era revertir muchas de las decisiones tomadas por la administración anterior como respuesta al agotamiento del esquema económico. Macri se había comprometido a hacerlo, al igual que Daniel Scioli y Sergio Massa, los candidatos a presidente en 2015 del entonces oficialista Frente Para la Victoria y de una alianza peronista alternativa respectivamente. El derrotero hacia la crisis no lo explica la inclinación neoliberal del gabinete de Cambiemos, sino que es el resultado de las contradicciones que tenían las políticas demandadas por los capitalistas. A esto se sumaron las dificultades para avanzar integralmente con el conjunto del programa deseado y las condiciones internacionales adversas que siguieron afectando a la economía argentina tal como lo habían hecho durante los años finales del gobierno kirchnerista.
Atraso, dependencia y FMI
La debacle económica a la que se arrimó Macri hunde sus raíces en las condiciones de atraso y dependencia de la economía nacional, y en el comportamiento cortoplacista y rapaz con el que operan los principales grupos económicos para maximizar beneficios y minimizar riesgos. La interminable corrida cambiaria iniciada en abril del año pasado lo empujó a solicitar la asistencia del FMI y a acelerar el ritmo de ajuste fiscal para alcanzar el “déficit cero” este año, como paso previo a mucho más ajuste en 2020 y 2021, para llegar al superávit. La profundización del ajuste fiscal no asegura que la Argentina pueda evitar el default de la deuda pública, en 2020 o incluso también antes del próximo diciembre. Por eso Mauricio Macri atraviesa el final de su mandato amenazado por el riesgo de perder completamente el control de la economía. Esto podría ocurrir si se acelera la nueva ola de fuga de capitales y se produce otra corrida masiva hacia el dólar de quienes todavía tienen inversiones en pesos, que ya empezó y podría agravarse aún más en los momentos previos a las elecciones. El aval otorgado por el FMI para intervenir en la corrida y tratar de manejar la situación hasta las elecciones tiene un costo: poner en duda las posibilidades de sostener los pagos de la deuda pública el año próximo. Los dólares que se usen hoy no estarán disponibles para cumplir con los acreedores, que es el fin para el cual el FMI los prestó. Por eso, todo el esquema está signado por la precariedad, incluso en el corto plazo que resta hacia el recambio presidencial. Pero incluso si lograra evitar este escenario, se despedirá de estos cuatro años con la economía en recesión, con más pobreza e inflación, dejando desequilibrios explosivos, y con el FMI comandando la economía como mínimo hasta 2021. Los costos que ya venimos sufriendo los trabajadores y sectores populares son apenas un preámbulo de lo que tienen en carpeta para los años por venir si continúa la aplicación de este programa.
El programa con el organismo de crédito se extiende hasta la mitad del próximo mandato presidencial. Pero el enviado del FMI en la Argentina, Trevor Alleyne, ya dijo que podrían quedarse más tiempo. Como difícilmente la Argentina esté en condiciones de devolver el préstamo del organismo, que concentra vencimientos entre 2022 y 2024, estarían dispuestos a otorgar mayor plazo para realizar los pagos. ¿A cambio de qué podría llegar esta refinanciación? Lo de siempre: más disciplina fiscal y la introducción de “reformas estructurales de mediano plazo”. Por eso, se engañan o quieren engañarnos quienes plantean que alcanzaría con que se vaya Macri, derrotado por un frente “antineoliberal”, para poner fin a la política en curso. Aunque lo que tenemos desde 2018 es una verdadera intervención en la economía, cuyos lineamientos centrales se definen en Washington y no en Buenos Aires, desde estos sectores se pretende que es Macri el responsable exclusivo de las medidas que se toman. De ahí desprenden la conclusión de que sería posible, para otro gobierno con otra postura distinta al actual, renegociar los términos del acuerdo con el FMI. Esta expectativa la alimentan los mismos sectores que desde el año pasado, con la excusa de que “hay 2019”, promovieron la inacción ante la avanzada del ajuste. Es una ilusión que, si la oposición peronista llegara a triunfar y si la crisis no se acelerara en los sinuosos meses que restan hasta las elecciones, se topará el 10 de diciembre con la intransigencia del staff del organismo que preside Christine Lagarde. Basta con mirar cómo actuó el FMI con todos los países a los que otorgó préstamos en los últimos años, o repasar su tormentosa historia con la Argentina, para comprobar que estas expectativas no tienen ningún sustento.
Salir o no salir del acuerdo con el FMI −y también de la membresía del país como socio de este ariete del imperialismo−, es entonces la cuestión fundamental. Solo por la primera vía será posible ensayar otros caminos distintos a la austeridad salvaje, que viene acompañado de los riesgos de una aceleración de la crisis externa y default si el plan fracasa (o, más bien, cuando lo haga).
Salir del Fondo
Ante la radicalidad del ataque que Macri está llevando a cabo siguiendo las directivas del FMI, es necesario responder a la misma altura. Y es necesario hacerlo de manera urgente. La política económica hoy tiene como eje excluyente el cumplimiento irrestricto con los acreedores, aunque sea a costa del hambre y la sed del pueblo trabajador, lo mismo que ya planteara Nicolás Avellaneda en 1875. El FMI es el garante de este compromiso, y no hay forma de cambiar esta orientación para evitar la catástrofe social que conlleva sin rechazar el Acuerdo Stand-by y romper con el organismo. Una salida que no implique que la crisis la paguen los trabajadores y el pueblo, que no fueron los que la crearon, solo podrá imponerse si nos ponemos en movimiento y desplegamos iniciativa y creatividad política. Con este libro queremos aportar al debate de cómo puede llevarse adelante esta alternativa a las políticas de ajuste en curso. Ajuste que persistirá si continúa en el gobierno Macri, pero también con las alternativas que hoy ofrece la oposición peronista, entre ellas el kirchnerismo, que viene acomodando sus planteos a la perspectiva de una continuidad sin término definido del control de la economía por parte del FMI.
* Economista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) desde 2001. Coedita la sección de Economía de La Izquierda Diario, es autor del libro La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo (Ediciones IPS, 2015), y compilador junto a Juan R. González de Para entender la explotación capitalista (segunda edición Ediciones IPS, 2018).
Notas
[1] Ver al respecto “La ilusión estatalista”, capítulo 3 de Esteban Mercatante, La economía argentina en su laberinto. Lo que dejan doce años de kirchnerismo, Buenos Aires, Ediciones IPSCEIP, 2015.
[2] Ver “Donde mueren los relatos: dependencia y ‘restricción externa’”, capítulo 8 de Esteban Mercatante, ob. cit.
[3] Estas medidas no lograron frenar la salida de divisas ni evitaron el recurso a una nueva devaluación en 2014, pero sí contribuyeron a frenar la actividad económica (ver Esteban Mercatante, “Argentina devaluada. La economía en tiempos de ajuste”, Ideas de Izquierda N.º 7, marzo 2014).
[4] Podemos ver estos planteos en el libro de entrevistas publicado por el último ministro de Economía de Cristina Fernández, Axel Kicillof: Y ahora, ¿qué? Desengrietar las ideas para construir un país normal, Buenos Aires, Siglo XXI editores, 2019.