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La Argentina de Milei: Autocracia, nueva pedagogía de la crueldad y gran piñata

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Maristella Svampa *

Revista Otra Parte, diciembre 2023

¿Va la Argentina camino a convertirse de modo acelerado en una nueva sociedad autoritaria y excluyente bajo el mandato del ultraderechista Javier Milei, recién asumido el 10 de diciembre de 2023?

Esto pareciera indicar a través de las recientes medidas, incluidas en el primer megadecreto 70/2023, anunciado el 20 de diciembre, que abarca 366 artículos que derogan importantes leyes y modifican otras tantas, proponiéndose “refundar al país”, una reestructuración social y económica general de corte negativo. Asimismo, el 20 de diciembre pasado, la ministra de Seguridad (Patricia Bullrich, ex candidata a presidente por la derecha, conocida por sus posicionamientos represivos, también ministra en 2001) inauguraba un agresivo protocolo antipiquetes que pretende restringir la protesta social, acompañado de un despliegue desmesurado de las fuerzas de seguridad nacional en la ciudad de Buenos Aires, para impedir la manifestación (ritual, en esa fecha) de unas cinco mil personas, pertenecientes a organizaciones piqueteras de izquierda. Una estrategia de shock acompañada de una política de disciplinamiento social constituye una receta ya conocida, que viene de tiempos dictatoriales, ambas puestas en marcha en un día simbólico, a veintidós años de un acontecimiento inolvidable para las clases medias argentinas, cuando tronaron las cacerolas y terminaron de tumbar a un presidente débil y aturdido (Fernando de la Rúa), en medio de una gran crisis económica y social y una represión con más de treinta muertos.

Todas las extravagancias conductuales y conceptuales así como los sorpresivos giros discursivos de Javier Milei ya fueron suficientemente relevados y analizados. Incluso se avanzó en un primer y tentacular análisis de sus condiciones sociales de emergencia para explicar qué diablos nos pasó a los y las argentinas como sociedad para llegar a una situación tan peligrosa y demencial como la presente, para que en dos años un economista sin brillo, devenido en panelista prepotente y gritón del prime time televisivo y luego estrella de TikTok, un outsider autodefinido como anarcocapitalista, interpelara a una sociedad en crisis, desplazara la estructura de sentimiento peronista, y llegara al gobierno con el aval del cincuenta y seis por ciento en el reciente balotaje de noviembre.

Aun así, a muchos parece haberlos sorprendido la radicalidad de las primeras medidas de Milei, pero lo cierto es que están en sintonía con sus promesas de campaña, en las que colocó como enemigo fundamental al Estado, auguró un ajuste fiscal más fuerte del que pedía el FMI, cuestionando abiertamente uno de los pilares fundacionales del peronismo (más allá de sus avatares históricos, que no cabe analizar aquí), la justicia social, que dijo considerar “una aberración” en el discurso pronunciado frente a sus seguidores luego de su victoria en las elecciones primarias (agosto de 2023).

Aclaro que no busco volver sobre lo ya dicho, sino que más bien propongo acercar algunos primeros comentarios de orden político e institucional, con perspectiva histórica nacional y global, de cara al megadecretazo del 20 de diciembre y sus consecuencias.

1. Cambio de régimen. La estrategia de shock (ajuste fiscal y liberalización completa de la economía) impulsan un “cambio de régimen”, tal como expresó el asesor económico de Milei Federico Sturzenegger (un dogmático neoliberal, varias veces funcionario en malogrados gobiernos anteriores). El megadecreto 70/2023, comunicado por Milei por cadena nacional, abarca cuestiones nodales como la desregulación económica, un avance en la reforma del Estado, una profunda liberalización de las relaciones laborales, del comercio exterior, de la energía, del espacio aéreo, de la justicia, de la salud, de la comunicación, del turismo, del deporte, algo de minería (tanto más ya no se puede modificar en ese desregulado campo) y hasta del régimen del automotor. El decreto-ómnibus contiene así la suma de otros muchos decretos en su extenso articulado de ochenta y tres páginas, conjugando aspectos más generales en términos de desregulación estatal/regulación en favor del mercado, tales como la desaparición de la figura de las empresas del Estado y sociedades mixtas (con participación estatal) para ser sustituidas por sociedades anónimas (esto es, privatización total), la reforma del código aduanero, la derogación de la Ley de Tierras (que ponía límites a la extranjerización), la restricción del derecho de huelga, la derogación de la Ley de Alquileres, cualquier medida de control sobre el precio de alimentos básicos, entre muchos otros, hasta artículos más específicos, como la desregulación de los servicios de internet “para permitir la competencia de empresas extranjeras, como Starlink” —leído esto último sin pudor alguno por Milei en su cadena nacional; algo así como música especial para los oídos de Elon Musk, propietario de esa empresa—.

2. Inconstitucionalidad del decreto y autocracia. El cambio de régimen no es solo de índole económico-social, aspira también a ser político-institucional. Un amplio arco de constitucionalistas —de derecha a izquierda— considera que el decreto es inconstitucional, por su avance sobre los otros poderes del Estado y porque sus medidas, en gran parte, no lo justifican, ya que no son ni “necesarias” ni de “urgencia”. ¿Acaso alguien podría justificar la transformación de los clubes de fútbol en sociedades anónimas como una medida de “necesidad” y de “urgencia”? ¿O la reducción de días de licencia por maternidad, entre muchas otras modificaciones?

Ha sido dicho de modo reiterado que los decretos de necesidad y urgencia (DNU) con alcance legislativo son utilizados frecuentemente por los presidentes argentinos, sobre todo desde la década de 1990, pero ciertamente nunca tuvieron un alcance tan desdemocratizador como este. De un plumazo se barre con un conjunto de derechos sociales y laborales; de leyes incluyentes que suponen un mejor acceso a servicios básicos y una restricción a los oligopolios, algunas más deficientes que otras, pero que en su intención apuntan a favorecer a los sectores más débiles, mediante un megadecreto que explícitamente entrega todo a las fuerzas económicas más poderosas del mercado.

Si las razones económicas y sociales buscan justificarse con la emergencia (“la única salida es el ajuste”), políticamente hablando, para Milei se trata de algo más. Como es sabido, se trata de un presidente débil en términos parlamentarios, aunque esté “muy empoderado” —como dijera recientemente su vocero presidencial— tras haber recibido el cincuenta y seis por ciento de los votos en el balotaje (si bien en la primera vuelta solo obtuvo el segundo lugar con el treinta por ciento). Aunque el sistema argentino es hiperpresidencialista, su objetivo pareciera ser arrogarse la suma del poder público, para convertirse en un “presidente fuerte”, con lo que lograría una reconfiguración de la escena política en torno a su figura, sin la participación activa de los otros poderes del Estado (que solo convalidarían su voluntad, actuando de inevitable comparsa). De hecho, el hoy procurador del Tesoro, un jurista con pasado nazi y otrora asesor jurídico de la reforma del Estado de Carlos Menem en los noventa, Rodolfo Barra, acaba de declarar que “nuestro Presidente es una figura análoga al Rey”.

En fin, su estrategia del “todo o nada” tiene que ver con la supervivencia de su proyecto. Si Milei fracasa, deberá dar de baja sus ideales de radicalidad pancapitalista. Si triunfa, se verá coronado como un presidente fuerte y puede apostar a la profundización de los cambios. No es imposible que el nuevo presidente llegue a aglutinar un bloque importante con la derecha más conservadora, junto con otros sectores más minoritarios, para avalar este decreto. Tampoco que las fuerzas políticas opositoras en el Parlamento (amplios sectores peronistas, sectores de la Unión Cívica Radical, pequeños bloques “federales” e izquierda trotskista) decidan expresar su rechazo al decreto en ambas cámaras, acompañados y aguijoneados por las crecientes movilizaciones sociales. Pero, más allá de los efectos sociales y económicos, la gravedad institucional es excepcional, por los efectos políticos que su vigencia puede traer. Si este megadecreto termina por imponerse (esto es, si no es rechazado por el Congreso Nacional en sus dos cámaras, ni por la Corte Suprema de Justicia por inconstitucionalidad frente a la catarata de amparos que seguramente serán presentados), la autocracia, esto es, esa forma de gobierno en la que la voluntad de una sola persona es la suprema ley, parece ser el escenario más probable que se abre para un país tan roto, en un fin de ciclo tan convulsionado como el que presenta la Argentina.

3. Memoria histórica, corta y mediana. En los últimos cincuenta años hubo en la Argentina tres intentos fuertemente desdemocratizadores. El primero de ellos fue el de la dictadura cívico-militar de 1976, que impuso un programa de reestructuración económico y social, de achicamiento del Estado, indisociablemente unido al terrorismo de Estado. Se trataba de disciplinar a una sociedad movilizada, fuertemente contestataria en sus clases populares y medias. En un contexto autoritario, el resultado fue el asesinato y la desaparición de cientos de militantes armados y de miles de simpatizantes de causas populares.

El segundo intento, que terminó por consolidar el legado social de la dictadura e imponer una sociedad excluyente, no vino de mano de militares sino, con el peronismo triunfante en las elecciones de 1989, con Carlos Menem, que en su campaña electoral había prometido (re)poner un proyecto igualitario y de justicia social. Sin embargo, la osadía de Menem fue dar vuelta como un guante esas promesas ligadas al ideario del primer peronismo e instalar un programa neoliberal radical que sorprendió a una sociedad exhausta y traumatizada por la experiencia de la hiperinflación, en tiempos en que caía el Muro de Berlín y arrancaba el Consenso de Washington. Como me tocó escribir hace casi dos décadas, “tras la imagen de un país devastado, la crisis del vínculo social experimentado durante la hiperinflación dejó la puerta abierta, demasiado abierta, para la realización de transformaciones radicales llevadas a cabo durante la década menemista”.[1] Por otro lado, Menem no necesitó acudir a los DNU todo el tiempo, pues impuso su paquete de reforma del Estado y privatizaciones a través de leyes tratadas por el Congreso, ya que contaba con una mayoría parlamentaria tan obediente como abrumadora.[2] Menem, como ningún otro presidente constitucional, dejaría “los dados cargados” —como diría el politólogo Guillermo O’Donnell— a favor de los sectores más concentrados y consolidaría la gran asimetría social que inauguró la última dictadura militar.

Luego de doce años de kirchnerismo (2003-2015) y en medio de una crisis económica creciente, Mauricio Macri intentó poner en marcha un proyecto de ajuste fiscal y desdemocratizador, pero la adopción de la “gradualidad” lo dejó con menos chances, y pese al agotamiento acelerado de su capital político, pudo imponer a la sociedad el peso de una deuda externa de cuarenta mil millones de dólares que le otorgó el FMI, por fuera de todo reglamento, y que pronto se fugó a las arcas de empresarios amigos y del capital financiero. Para muchos, no hay dudas de que el remedio fue peor que la enfermedad.

Milei encarna un cuarto intento, hiperradical, luego del espantoso gobierno de Alberto Fernández y Cristina Fernández de Kirchner (2019-2023), a través de una estrategia de shock que arrancó con una megadevaluación del sesenta por ciento y ahora con un megadecreto, al que sucederán otros decretos de desregulación y ajuste fiscal. En efecto, el nuevo presidente ya llamó a sesiones extraordinarias del Congreso, entre el 26 de diciembre y el 31 de enero de 2024, para que se convaliden más decretos, medidas que van en el sentido de la profundización de la liberalización de todos los sectores de la economía y la sociedad.

4. Nueva pedagogía de la crueldad. Se trata, de modo prístino, como en tiempos de dictadura, de construir la autoridad política en el altar de una nueva “pedagogía de la crueldad”, para utilizar libremente la categoría acuñada por la antropóloga Rita Segato. La falta de empatía hacia los más débiles y menos favorecidos, hacia “los caídos” (así los llamó el flamante presidente), no solo se ve reflejada en el discurso de Milei. Aparece también en las palabras del asesor Sturzenegger, cuando le preguntaron sobre las primeras protestas de la gente (cacerolazos) contra el DNU y expresó: “La libertad da vértigo”.

Esta nueva pedagogía de la crueldad tiene su complemento en el protocolo antipiquetes que Bullrich busca sobreactuar y aplicar para disciplinar brutalmente a una sociedad históricamente indisciplinada, con brotes plebeyos altamente desestabilizadores para las elites económicas y políticas. Los otros, los “orcos” a los que se refirió Macri en una entrevista en un gesto abiertamente deshumanizante, no tienen derecho a protestar. En el imaginario político de la derecha recargada y de la extrema derecha, la protesta social es delito —como lo fue bajo la dictadura cívico-militar—, y la represión es parte indisociable del nuevo modelo económico-social que se busca imponer.

5. Nada nuevo bajo el sol, aunque los rayos acá en el Sur del planeta peguen de diferente manera. Milei reproduce en clave vernácula lo que en el presente se escribe en el manual de los populismos de derecha, desde Benjamin Netanyahu en Israel, Viktor Orban en Hungría, anteriormente Jair Bolsonaro en Brasil y Donald Trump en Estados Unidos, entre otros, que utilizan las herramientas electorales de la democracia para pulverizar la estructura institucional republicana y erosionar aún más los valores democráticos en declive. A escala global podemos detectar diferentes intentos recientes, fallidos o victoriosos, según los casos. Trump y Bolsonaro no lograron instalar un cambio de régimen en sus (hasta ahora primeros) mandatos presidenciales, aunque llamaron a sus seguidores a la desobediencia civil y a la toma violenta de sedes del Estado. Pero Orban y Netanyahu resultaron airosos en sus respectivos países, luego de obtener revanchas electorales con alianzas más conservadoras, lo que los llevó a consolidarse en el poder y desplegar políticas abiertamente autoritarias.

¿Cuáles son las chances de Milei, ahora que recién empieza su mandato y cuenta con un partido político de creación reciente? La realidad es que la posibilidad de instrumentar una estrategia de shock (prometida en campaña) se monta sobre el explícito afán de revancha social y política de la derecha más dura, que lo apoyó y facilitó su triunfo en el balotaje. Una derecha que lamenta haber apostado a una política gradualista entre 2015 y 2019, cuando Macri fue presidente y el clima político no era favorable, pese a todo, a tanto neoliberalismo salvaje. Había que sentarse y esperar el fracaso estruendoso del kirchnerismo, de manos del binomio Fernández-Fernández, gran catalizador de este proceso de derechización, en un marco global de expansión de las extremas derechas, para tener una nueva experiencia recargada. Así, la derecha más conservadora garantizó el triunfo electoral de Milei en segunda vuelta y proveyó de equipos y ministros, ofreciéndole en bandeja un espacio de potenciación y amplificación política a un líder de escasa vocación democrática. Un presidente “empoderado”, que buscará sacar la máxima ventaja de esta obsesión revanchista de los representantes hoy radicalizados del neoliberalismo conservador, para asentar un liderazgo abiertamente autocrático.

6. Límite a la democracia. Cuando muchos decíamos que Milei era un peligro para la democracia argentina, lamentablemente no nos equivocábamos. Más allá de sus insistentes referencias económicas al anarcocapitalismo o las agresivas críticas al “marxismo cultural”, las constantes apelaciones de Milei a la Constitución argentina de Alberdi del siglo XIX dejan afuera explícitamente otros avances constitucionales, que van en el sentido democratizador (1949, 1994), pero sobre todo deja afuera las experiencias democráticas desde 1916 (con la inauguración del voto universal) hasta el presente. Sus lamentos acerca de la “decadencia argentina” y su invocación trumpista acerca del pasado de grandeza de la Argentina (que Milei nombra como “primera potencia del mundo a principios del siglo XX”, algo rotundamente falso) se asimilan a los de los sectores ultraconservadores y profascistas de 1920-1930, que crearon grupos de choque armados (como la célebre “Liga Patriótica”) para enfrentar al proletariado movilizado de la época y golpearon por primera vez la puerta de los cuarteles militares para romper el orden institucional (los golpes cívico-militares comenzaron en 1930). No es casualidad que en 2020 Milei no quisiera responder a la pregunta de una periodista argentina acerca de si creía o no en la democracia, frente a la cual repitió insistentemente: “¿Conocés el teorema de Arrow?”.[3] Según Milei, ese teorema, aunque se refiere a las preferencias en general, demostraría la imposibilidad de una planificación democrática de la economía y de la sociedad en general y por lo tanto, justificaría un tratamiento no democrático de los grandes temas del país.

7. El megadecreto como gran piñata. Cientos de medidas que contiene el megadecreto no solo benefician a las grandes empresas, aplastando cualquier derecho social, económico y ambiental previo, sino que en determinados casos benefician a “determinadas” empresas. Un rumor bastante fundado y cada vez más extendido dice que varios de los equipos jurídicos de grandes empresas habrían estado involucrados en la redacción de diferentes artículos del DNU, entusiasmados por esta suerte de piñata que gentilmente les ofreció Milei, de la mano de un discurso anarcocapitalista, con el apoyo de sectores de derecha que regresan a cobrar las cuentas pendientes… Medicina privada, sistema bancario y financiero, medios de comunicación, productos farmacéuticos, organizaciones de grandes industriales, supermercadistas, empresas de hidrocarburos o incluso ingenios azucareros, hasta el propio Elon Musk ya citado, se han visto beneficiados por este megadecreto que deja literalmente desamparado al grueso de las clases populares y medias del país, entre las que se encuentra el núcleo duro que ha votado a Milei, así como gran parte de los sectores contestatarios de la Argentina.

8. No venimos del mundo feliz peronista. Una vez más, el fracaso rotundo del kirchnerismo está lejos de ser inocente en esta tremenda derrota política que alejó a buena parte de la sociedad de propuestas incluyentes que apelen a la igualdad y la justicia social. A esto se suma la escasa autocrítica de estos sectores acerca de su responsabilidad en el incremento del empobrecimiento y la alta inflación. El caso es que Milei logró capturar gran parte de este descontento, frente a un Estado extendido y deficiente, que dejaba a mucha gente afuera y toleraba mucha corrupción, agravado por los multiefectos de la crisis y el largo encierro de la pandemia. Pese a que el peronismo continúa controlando parte de la estructura política partidaria, ya no interpela la estructura de sentimiento con que supo movilizar en otros tiempos, en clave de justicia social, a sectores subalternos. Milei rearticuló estos pesares y aspiraciones bajo otra ideología, donde las ideas de “libertad” y de “casta política” supieron ser altamente eficaces contra la idea de una justicia social cada vez más vaciada.

9. Ideología defectuosa o viciada. ¿Quién gana y quién pierde con este ajuste descabellado en la Argentina? Para muchos, la respuesta es obvia, pero para otros no lo es, no todavía. Como muchos han señalado, la defensa de “la libertad” y el ataque desmedido al Estado constituyen algunas de las particularidades de la ideología de Milei dentro del mapa de las extremas derechas globales. De ahí que el megadecreto de shock apunte a quitarle toda capacidad de regulación al Estado, supuestamente dejando en manos del “individuo” la capacidad de actuar y elegir. Por supuesto, se trata de una ideología que desconoce las desigualdades estructurales de base y, por ende, minimiza o directamente desconoce las relaciones de dominación. Este es el núcleo de la ideología ultraliberal que condena el Estado, que a través de regulaciones —sean sociales, ambientales, económicas, políticas o culturales— coarta la libertad de los individuos. No olvidemos que ya en 2018 Milei había comparado la acción del Estado con un acto de violación: “El Estado es el pedófilo en el jardín de infantes con los nenes encadenados y bañados en vaselina. Y los políticos son los que ejecutan el Estado”.

Según la socióloga Eva Illouz, que acaba de publicar un libro muy recomendable sobre “la vida emocional del populismo”, [4] el aspecto de las emociones involucradas en las ideologías siempre ha sido descuidado y hoy, frente al ascenso de los populismos de derecha, amerita un análisis detallado. Illouz lee el desajuste que hay entre la ideología que propone la extrema derecha y seduce a sus votantes, y sus efectos políticos y económicos concretos (que desfavorecen a muchos de sus votantes), en términos de “ideologías viciadas”: “si cumple las siguientes condiciones: si contradice los principios básicos de la democracia mientras que los ciudadanos realmente desean que las instituciones políticas los representen; si sus políticas concretas (por ejemplo, el pretender representar a la gente sencilla y, sin embargo, privilegiar políticas que dificultan enormemente el acceso a la propiedad de la vivienda) entran en conflicto con sus principios ideológicos u objetivos declarados; si desplaza y distorsiona las causas del descontento de un grupo social; y si es ajena o ciega a los defectos del líder (por ejemplo, a la corrupción en beneficio propio o su indiferencia por el bienestar de la nación)”.[5]

Parafraseando a Illouz, no es que sea falsa la huella que dio origen a esta experiencia social (de humillación, de hartazgo, de bronca), pero las ideologías viciadas (como el populismo de derecha) distorsionan, otorgan marcos defectuosos, explicaciones viciadas de los procesos sociales y económicos. Cierto que el desajuste puede ser asociado a múltiples ideologías; no sólo a los populismos excluyentes. Pero este acercamiento interesante puede ayudar a explicar por qué los votantes de Milei creen en “la libertad” que su líder promete (una falsa libertad), visto y considerando que dicha libertad en los hechos beneficia a los mismos de siempre (la casta que dice combatir); una libertad que, al liberar las fuerzas económicas del mercado, favorece a los sectores más concentrados y poderosos (que hacen del DNU una gran piñata, como en tiempos de dictadura y de menemismo) y deja sin protecciones a los más vulnerables, amplía las brechas de la desigualdad y tensiona aún más el espacio de una democracia debilitada.

Corolario. Todo es muy dinámico y volátil en este mundo en el que las placas tectónicas se mueven de modo tan acelerado. Estamos en tiempos de policrisis civilizatoria. Diría, sin embargo, sin el diario del lunes, que en el corto plazo existen tres caminos que ojalá pudieran confluir y potenciarse para detener esta embestida autocrática ante sus enormes y negativas consecuencias (desdemocratización, mayor desigualdad y exclusión social). 1) Que se presenten diferentes amparos y sobre la base de ello la Corte Suprema de Justicia falle en contra del DNU, declarándolo inconstitucional; 2) que las diferentes fuerzas políticas de la oposición en el Parlamento (en ambas cámaras) asuman rápidamente (los tiempos políticos lo exigen) una responsabilidad histórica y rechacen el DNU y otras políticas excluyentes que vendrán; y 3) que las movilizaciones populares en diferentes ciudades del país (marchas, paros generales o parciales, cacerolazos), protagonizados por sectores de la sociedad civil, organizaciones sindicales, territoriales, feministas, ambientales, repudien este intento del Poder Ejecutivo de arrogarse la suma del poder público, empujando e impulsando el rechazo al DNU, y exigiendo que los otros poderes del Estado (sobre todo el Parlamento) asuman esta urgente responsabilidad histórica.

Ojalá las reservas democráticas del pueblo argentino nos lleven a crear “zonas de tejido sano”, como decía el escritor argentino Marcelo Cohen.[6] Ojalá podamos aprender a recuperar esa experiencia social de hartazgo y humillación que hoy padecen amplios sectores sociales, para generar proyectos verdaderamente igualitarios e incluyentes, con el menor desajuste ideológico posible. Lo necesitamos más que nunca.

* Maristella Svampa, licenciada en Filosofía por la Universidad Nacional de Córdoba y Doctora en Sociología por la Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales (EHESS) de París. Es investigadora Superior del Conicet y Profesora Titular de la Universidad Nacional de La Plata. Sus últimas obras son Chacra 51. Regreso a la Patagonia en los tiempos del fracking (2018) y Las fronteras del neoextractivismo en América Latina (2018).

Notas

[1] M. Svampa, La sociedad excluyente. La Argentina bajo el signo del neoliberalismo, Buenos Aires, Taurus, 2006, pp. 29-30.

[2] Aunque, como dice chequeado.com, uno de sus decretos, el N° 2284/91, también planteaba la desregulación de la economía.

[3] Entrevista en “Verdad/Consecuencia”, en Todo Noticias, 12 de agosto de 2021 (véase a partir del minuto 35).

[4] E. Illouz, La vida emocional del populismo. Cómo el miedo, el asco, el resentimiento y el amor socavan la democracia, Buenos Aires, Katz Editores, 2023.

[5] Ibíd., p. 14.

[6] Citado por Graciela Speranza en “La revista cultural ‘Otra Parte’ cumple 20 años”, en Clarín, 14 de diciembre de 2024.

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