Juan era uno de los referentes intelectuales más potentes del antifranquismo, autor de novelas prohibidas, y uno de los animadores del Ruedo Ibérico, alguien que merecía toda nuestra atención y todo nuestro respeto incluso dentro de la discrepancia.
Por Pepe Gutiérrez-Álvarez
En los tiempos en el que escribe –mitad de los sesenta- comenzaba a involucrarse en “la política”, Juan Goytisolo aparecía como uno de los representantes del antifranquismo literario. Las primeras novelas de Juan Goytisolo, producto, según el propio escritor, del influjo de lecturas no asimiladas del todo, buscan retratar el atraso y la opresión en que vive la mayoría de los españoles durante la posguerra y cumplir así con el papel informativo que corresponde a la prensa en los países democráticos. Novelas corales en las que aparecen personajes de la clase baja (trabajadores portuarios, chabolistas, rateros…), soportando sus cotidianas penurias, pero también miembros del pacato y aborrecido espacio burgués
Con todas sus contradicciones -que no fueron pocas-, Juan era uno de los referentes intelectuales más potentes del antifranquismo, autor de novelas prohibidas, y uno de los animadores del Ruedo Ibérico, alguien que merecía toda nuestra atención y todo nuestro respeto incluso dentro de la discrepancia.
Era una época en la que la resistencia organizada estaba dejando atrás las corrientes clásicas del movimiento obrero español –socialistas y anarquistas-, y su lugar era ocupado por un partido comunista muy forjado, parte del movimiento comunista internacional que mantenía una relación privilegiada con el PC francés, pero también con la revolución cubana. Para los esbirros del régimen resulta evidente que la mayoría de los pintores, poetas, escritores o jóvenes cineastas, eran comunistas. Sin embargo, Juan Goytisolo pronto pasó de ser un activo “compañero de ruta” sobre el que se hablaba en los pequeños cenáculos, se le sabía exiliado en París, por razones políticas, nada menos que desde 1956.
Entonces trabajó como asesor literario de la editorial Gallimard, donde conoció a su esposa Monique, novelista y guionista de cine. De los quince libros que publicó antes de la muerte de Franco, sólo seis pudieron aparecer España, ya que estaban prohibidos desde 1963; de manera que sus disidencias con el comunismo oficial se hicieron conocidas. Juan también se relacionó con el exilio libertario pero de una manera más bien esporádica, e incluso fue habitual del local del POUM a principios de los sesenta, entre otras cosas porque estaba situado en el mismo inmueble que el de Ruedo Ibérico.
Su disidencia con el nacional catolicismo fue inequívoca y radical, de alguna manera Juan Goytisolo fue algo así como el contrapunto del Menéndez Pelayo de la “historia de los heterodoxos españoles”, judíos, herejes, “moros” e incluso, “renegados”, de manera que por ahí no pudo haber pacificación ninguna. Durante los primeros años de la democracia, deja de sortear las dificultades impuestas por la censura franquista para atacar ferozmente la realidad global de España (cultura, religión, etc.). El rechazo a la España tradicional y conservadora, con el paso del tiempo, se iría transformando en un rechazo al pensamiento conservador occidental y a los dogmatismos políticos y religiosos, siempre acompañado de la polémica, siempre como francotirador desde revistas tan próximas como “El Viejo Topo”.
Durante la Transición fue el más consecuente de tres hermanos. Recordemos que tanto José Agustín como Luis emergieron como adictos al pensamiento débil felipista con artículos y entrevistas en las que insistían que esta era la mejor de las Españas posibles y lo que había que hacer era a través de un gradualismo socialdemócrata, que en realidad ni tan siquiera existió. Las mejoras sociales logradas se hicieron contra la dictadura, después de los pactos de la Moncloa se marchó socialmente hacia atrás. Sin levantar ninguna bandera, Juan siguió en sus treces, se convirtió en una de los críticos más acerbo de las tradiciones culturales bien pensantes y desarrolló todos sus conocimientos en “defensa de los moros”, de la cultura islámica, en un crítico del colonialismo. Sus páginas de denuncia de los horrores perpetrados en Bosnía se leían como los propios de un outsider al que se le permitía serlo.
Aunque había sido galardonado con los premios europeos más importantes, aquí no había recibido ninguno, ni público ni privado -hasta tener ahora, el dichoso Cervantes-. Goytisolo no había tenido nunca reconocimiento institucional oficialista. No le dieron el Premio de las Letras, ni siquiera el de la Crítica. Su desarraigo y ruptura con la cultura española, han ido acompañadas al mismo tiempo, de una creciente fascinación por el mundo árabe, que le hizo finalmente establecerse en Marraquech en 1997. Publicó en diarios como “El País” con la etiqueta de disidente respetable, un tipo y una pluma singular que se retrata –con una buena dosis de soberbia- en sus novelas y artículos, pero sobre todo sus discutibles y discutidas ′Memorias′ (2002), donde mejor se describe: ′castellano en Cataluña, afrancesado en España, español en Francia, latino en Norteamerica, nesrani en Marruecos y moro en todas partes, no tardaría en volverme a consecuencia de mi nomadeo y viajes en ese raro espécimen de personaje maldito deliberado reivindicado por nadie, ajeno y reacio a agrupaciones y categorías que cuando a algunos les pudo parecer parte del pensamiento cómplice en temas como Cuba, apareció clamando con su brillante castellano las verdades del 15-M donde muchos otros habían lamido el suelo.
Delante de todos esos señores de los que, por decirlo en palabras de Quevedo, llaman a las piedras pan.