Por Gustavo Espinoza M.
Un día como hoy, el 16 de abril de 1930, pasó a la inmortalidad José Carlos Mariátegui La Chira, el peruano más valioso del siglo XX y el Primer Marxista de nuestro continente. “El prototipo del nuevo hombre americano” como lo definiera Henri Barbusse en su momento, y una de las personalidades más descollantes.
Pensador, ideólogo, ensayista, político, periodista, combatiente social, fue un hombre universal. En todo caso, el más universal de los peruanos de nuestro tiempo. Para decirlo en palabras de Waldo Frank, “es un hombre intacto”
El recuerdo de su partida, coincide esta vez con la celebración de un importante Simposio Internacional convocado por la Casa Museo José Carlos Mariátegui, y orientado a celebrar el centenario de su retorno al Perú luego de su sugerente periplo europeo registrado entre octubre de 1919 y marzo de 1923. Ernesto Romero, Director de la entidad, asumió la tarea y la cumplió con honor.
En el evento, inaugurado el pasado jueves 13, y que tuviera lugar en la Casa que lleva su nombre, distintas personalidades del universo mariateguiano abordaron sugerentes temas referidos a la vida y la obra del Amauta, poniendo especial interés en la asimilación y desarrollo de su pensamiento en esta rica etapa de su vida.
Como es usual, al evocar la trayectoria vital del autor de los “7 Ensayos…” , puede aludirse a tres etapas muy definidas: su proceso de formación, desarrollado desde sus primeros escarceos literarios hasta 1919; su estancia en el viejo continente caracterizada por valiosas experiencias; y sus “años cumbres” –como los denominara Del Prado- registrados desde 1923 hasta su muerte. En ellos, José Carlos concretó el sentido de su vida.
Algunos episodios deben anotarse en su primera etapa. Como se recuerda, en enero de 1918 “asqueado dela política criolla”, Mariátegui se enrumbo resueltamente al socialismo. Percibido por la rancia oligarquía de la época como la expresión de los “bolcheviques peruanos”, nunca rechazó su filiación, aunque se apuntó “más peruano que bolchevique” como una manera de subrayar mirada propia al fenómeno universal que lo llamaba.
Fue en función de esa línea que el joven periodista se sumó a la lucha de los trabajadores y saludó la Jornada de 8 Horas, de enero de 1919; asesoró a organizaciones sindicales y fundó el diario “La Razón”. Afectado en su salud y ciertamente acosado por la clase dominante, debió partir al viejo continente en octubre del 19 con la idea de hacer allí su propia experiencia. Inició de ese modo una nueva etapa, en la que cimentó opciones y perfiló su personalidad, dotándola de altos objetivos humanos.
Diversos fenómenos pudo percibir José Carlos a partir de su arribo allende los mares: la crisis de la dominación capitalista traducida en ciudades destruidas, poblaciones arruinadas, miseria extendida y largas colas de desocupados; en otras palabras, el mundo de Post Guerra.
A la par, el ascenso de los trabajadores alentados por la Revolución Rusa que diera lugar a la tempestuosa Ola Revolucionaria de los años 20, y a expresiones heroicas como la República Húngara de los Consejos, la República Soviética de Baviera, la insurrección de Eslovaquia, y hasta la Revolución Alemana con la inmolación de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo.
Unido a ello, el surgimiento de grandes Partidos Comunistas en Europa Occidental, como el francés, después del Congreso de Tours en 1920; y el italiano, luego de Livorno, en enero 1921, certamen que contó con la presencia de Mariátegui.
Unido a este fenómeno, el surgimiento del fascismo, como herramienta para enfrentar la rebelión de los pueblos. El Almirante Horthy, en Hungría; Tzankov, en Bulgaria; Antonescu, en Rumania y Mussolini, en Italia asomaron como los defensores más sórdidos del Gran Capital y la última carta del sistema de dominación vigente.
Para abordar y conocer estos escenarios, Mariátegui estudió fenómenos y experiencias políticas, pero mostró especial interés por los temas de la cultura y el arte.
Se vinculó con personalidades muy destacadas, como Antonio Gramsci, Piero Gobetti, Benedetto Croce, Luigui Pirandello, Máximo Gorki; y con ellos analizó el proceso social, los cambios de la época, el fracaso de la sociedad imperante y las nuevas perspectivas que la historia abrís para pueblos y naciones. Con ellos, asumió que la vida “más que pensamiento, quiere ser acción; esto es, combate”.
Y a combatir vino de retorno, el 17 de marzo de 1923, cuando reivindicó su compromiso con el proceso peruano. Sus libros de entonces -”La escena contemporánea” y los “7 Ensayos”, a más de los que dejara concluidos y que se publicaran después; la revista inigualada revista Amauta, la edición de “Labor”, la fundación de la herramienta política creada en 1928 con el nombre de Partido Socialista, la creación de la CGTP y la formación de otras organizaciones populares; fueron el signo de su valioso aporte aquel que lo consagró –así lo diría Julio Antonio Mella- “como el orientador de un mundo por nacer”.
De Mariátegui podríamos aprender muchísimo, pero valorar sobre todo su lealtad a la causa del socialismo y su consecuencia en la lucha concreta: “Mi visión de la ´época –nos dijo- “no es bastante objetiva, ni bastante anastigmática. No soy un espectador indiferente del drama humano. Soy, por el contrario, un hombre con una filiación y una fe”.
El Amauta, no tuvo una vida tranquila ni apacible. Fue acosado, perseguido y encarcelado. Atacado, vilipendiado y agredido. Pero supo siempre alzarse por encima de la adversidad; consciente que, más allá de las palabras, estaba la acción, aquella que habría de ubicarlo en lo más alto del pensamiento humano.