Houshang Sepehr
Europe Solidaires Sans Frontières, 8-1-2017
http://www.europe-solidaire.org/
Traducción de Faustino Eguberri – Viento Sur
La clase obrera iraní, mucho tiempo reprimida y brutalmente explotada, ha hecho la irrupción en la escena política, sacudiendo el régimen burgués-clerical iraní. Irán ha sido sacudido estos últimos días por protestas contra la subida de los precios de los productos alimenticios, el paro masivo, las desigualdades sociales crecientes, el brutal programa de austeridad y la represión política. Las manifestaciones comenzaron el jueves 28 de diciembre en la segunda ciudad de Irán, Mashhad (ciudad santa, santuario del Imán Reza), y luego se extendieron a una cuarentena de ciudades y pueblos del país, así como a la capital Teherán.
El alcance y la intensidad de este movimiento, la adopción rápida de consignas contra el gobierno y el sistema político autocrático han sorprendido a las autoridades iraníes y a observadores internacionales. Sin embargo, esta irrupción ha estado precedida por meses de protestas de los trabajadores y trabajadoras contra las supresiones de empleos, los cierres de fábricas así como los salarios y subsidios sociales impagados.
Según fuentes gubernamentales, 21 personas han muerto y alrededor 2000 ha sido detenidas en enfrentamientos entre manifestantes y fuerzas del orden. Un responsable de Teherán ha admitido que 450 personas estaban detenidas en esta ciudad desde el sábado 30 de diciembre y que 70 personas han sido detenidas el domingo por la noche en Arak, una ciudad industrial situada a 300 km al suroeste de la capital. Según una responsable del régimen, entre el millar de personas detenidas, el 95% tiene menos de 25 años. El régimen ha anunciado la muerte en la prisión de Evin de Sina Ghorbani, un manifestante de 23 años.
Desde el comienzo del movimiento el gobierno ha reducido, e incluso bloqueado, las aplicaciones de las redes sociales Telegram e Instagram a fin de suprimir las informaciones sobre las manifestaciones futuras y la importancia del movimiento.
La amplitud y la intensidad de las manifestaciones han sacudido al régimen burgués clerical iraní e incitan ahora a sus facciones rivales a reagruparse para reprimir el movimiento. Durante el fin de semana del 30-31 de diciembre, el presidente iraní Hasán Rohani ha declarado que la ciudadanía iraní tenía el derecho a manifestarse pacíficamente y que su gobierno tomaría pronto medidas para responder a las reivindicaciones socio-económicas de los y las manifestantes, añadiendo: «No tenemos mayor desafío que el paro». Pero sus ministros y portavoz, así como las agencias de seguridad juran ahora querer erradicar el movimiento de protesta. El cuerpo de los Guardianes de la Revolución Islámica se dice dispuesto a utilizar un «puño de hierro».
Los dirigentes del régimen -desde el guía supremo, el ayatolá Alí Jamenei, al general Sanayeee, pasando por el antiguo presidente «reformista» y aliado del movimiento de 2009, Mohammad Jatamí- «justifican» su represión brutal con alegaciones falaces que acusan a la gente que se manifiesta de estar manipulada por Washington y sus aliados regionales, Israel y Arabia Saudita, en el marco de una campaña incendiaria para provocar un cambio de régimen en Teherán.
Pero la ola actual de protestas tiene un carácter de clase bien diferente del de la de 2009 bajo la bandera del autodenominado «movimiento verde». En 2009 el movimiento de protesta contra la reelección fraudulenta del expresidente ultraconservador Mahmud Ahmadineyad había sido violentamente reprimido.
Sobre la base de los informes disponibles que se han filtrado a través de la censura del régimen iraní o aparecidos en los medios occidentales, es evidente que la ola actual de protestas es, en el fondo, una rebelión naciente de la clase obrera. Ciertamente, las manifestaciones son socialmente heterogéneas y hay mucha confusión política entre la gente que participa. Además, como podía esperarse, la corriente monárquica y otros elementos de derechas aliados al imperialismo intentan desviarla en su beneficio.
Pero las manifestaciones, aunque no son aún un movimiento de masas, han estado compuestas principalmente por trabajadores, pobres, parados, jóvenes y mujeres de los barrios pobres. Expresan una cólera de clase profundamente enraizada en un país en el que 3,2 millones de personas, es decir el 12,7% de la población activa, están oficialmente en paro. La tasa de paro real de la juventud es del orden del 40% y, más del 50% vive en la pobreza. Sin embargo, según el World Wealth and Income Database, el 1% de la ciudadanía iraní más afortunada posee el 16,3% de la riqueza, es decir el equivalente a lo que posee el 50% de la población. El 10% más rico tiene el 48,5% de la riqueza nacional (sobre la base de los datos de 2013).
Ascenso de la oposición de la clase obrera
No hay humo sin fuego. La ola actual de protestas ha estallado tras meses de agitación obrera y de manifestaciones populares, en particular contra las supresiones de empleos, la falta de pago de los salarios, la indiferencia de las autoridades hacia los millones personas ahorradoras arruinadas por el hundimiento fraudulento de numerosas instituciones financieras no reglamentadas. El abandono total de las víctimas de los recientes terremotos así como la corrupción astronómica han tenido un papel importante en el desencadenamiento del movimiento.
En septiembre pasado, por ejemplo, en Arak, la gente que trabajaba en dos fábricas privatizadas en los años 2000 se ha enfrentado con la policía durante dos días, después de que las fuerzas de seguridad intervinieran para dispersar las movilizaciones contra la falta de pago de sus salarios. Según un informe de la Agence France-Presse, «manifestaciones menores comenzaron a producirse las semanas que han precedido a los disturbios actuales», «centenares de trabajadores del petróleo y camioneros protestando contra el pago tardío de los salarios, los fabricantes de tractores en Tabriz contra el cierre de su fábrica, y los trabajadores de neumáticos de Teherán contra el no pago de los salarios». Estas protestas han sido tratadas con indiferencia por los medios occidentales, mientras que las autoridades iraníes han hecho todo lo que han podido por ocultarlas.
En los días que precedieron a la ola actual de protestas, se produjo en los medios sociales una discusión intensa y generalizada sobre las desigualdades sociales crecientes. El desencadenante de esta ola de cólera ha sido la publicación del último presupuesto de austeridad del gobierno, que prevé el aumento del precio de la gasolina un 50%, a la vez que reduce aún más las subvenciones a los precios de la energía. Las subvenciones a los productos alimenticios básicos y a los servicios esenciales fueron suprimidas entre 2010 y 2014, durante las presidencias de Ahmadineyad y de Rohani.
El movimiento de 2009 estaba centrado casi exclusivamente en Teherán, en particular en sus barrios más ricos del norte. En cambio, la ola actual de protestas ha sido mucho más amplia geográficamente. Están también afectadas las ciudades más pequeñas y más pobres que han constituido la base política de Ahmadineyad y de la llamada fracción «dura» de la élite política del régimen, que combina la ortodoxia chiita con los llamamientos populistas a los elementos plebeyos de la sociedad iraní.
De forma aún más significativa, y contrariamente al movimiento de 2009, la movilización antigubernaental actual está motivada por la oposición a las desigualdades sociales. Los «Verdes», que apoyaron masivamente la elección de Rohani en 2013 y su reelección en mayo pasado, han evitado las manifestaciones actuales. Eminentes representantes de los «Verdes» han expresado su profunda inquietud en cuanto al carácter «sin jefe», «violento y no democrático» de las manifestaciones.
Por su parte, en las manifestaciones no se ha lanzado ningún llamamiento en favor de los principales dirigentes verdes y de los desgraciados candidatos en las presidenciales de 2009, Mir Hossein Mussavi y Mehdi Karrubi, que siguen en situación de detención domiciliaria. En lugar de ello, se han planteado consignas hostiles al régimen clerical-capitalista en su conjunto.
El acercamiento de Rohani a Washington y la austeridad
La aguda crisis social que conoce Irán es el producto de una presión económica y militar-estratégica de los Estados Unidos así como de las sanciones económicas, de la crisis económica mundial y sobre todo del hundimiento del precio mundial del petróleo, del fracaso de las políticas económicas neoliberales y sobre todo de las medidas de austeridad brutales que Rohani ha puesto en marcha con el objetivo de cortejar la inversión occidental.
Durante años Rohani, siguiendo a su mentor político, el difunto presidente Hachémi Rafsandjani ha sido el defensor del acercamiento a las potencias imperialistas occidentales. En 2013, subrayando las consecuencias socialmente explosivas de las sanciones económicas americanas y europeas sobre Irán, convencieron al ayatolá Jamenei y a las demás componentes clave del régimen de la necesidad de un cambio de dirección. De ahí una nueva tentativa de compromiso con Washington y la Unión Europea.
Como en el caso de los dirigentes del movimiento «Verdes», cuatro años antes, esta política estaba ligada a una nueva tentativa de eliminar lo que quedaba de las concesiones sociales hechas a la clase obrera como consecuencia de la Revolución de 1979. En el curso de los cuatro últimos años, el gobierno de Rohani ha proseguido la privatización y la desreglamentación, como su predecesor Ahmadineyad, siguiendo las prescripciones del FMI en materia de austeridad, así como adaptando las reglas que rigen las concesiones petroleras a fin de seducir a los gigantes petroleros europeos y americanos.
A fin de cuentas, en enero de 2016, las sanciones americanas y europeas más severas fueron levantadas o suspendidas a cambio del desmantelamiento por Teherán de una gran parte de su programa nuclear. Pero en la medida en que el levantamiento de las sanciones ha estimulado la economía, las ventajas han beneficiado casi exclusivamente a las capas más privilegiadas de la población.
La respuesta de Rohani, como muestra el último presupuesto, es acentuar la austeridad para las masas, a la vez que aumentan los presupuestos de las instituciones religiosas y del clero.
Una nueva etapa de la lucha
Las manifestaciones de la primera semana de enero anuncian una nueva etapa en la lucha de clases en Irán. A través de todo Medio Oriente, incluyendo Israel, existen signos de una oposición creciente de la clase obrera. La cuestión crítica es la lucha por armar la naciente oposición obrera con una estrategia socialista internacionalista. Los y las trabajadoras, la juventud iraní deben luchar por la movilización de la clase obrera como fuerza política independiente, en oposición al imperialismo y a todas las fracciones de la burguesía nacional.
Todas las fuerzas de derechas que preconizan en el seno del movimiento antigubernamental una orientación hacia Washington y/o las demás potencias imperialistas deben ser combatidas y políticamente aisladas. Es el imperialismo quien, durante el pasado siglo, ha asfixiado las aspiraciones democráticas y sociales de los pueblos de Medio Oriente. Son las potencias imperialistas quienes ha devastado la región durante un cuarto de siglo de guerras, y amenazan hoy con hundir al pueblo iraní y a toda la región en una conflagración aún más sangrienta.
La burguesía iraní, como muestra más de un siglo de historia desde la revolución constitucional de 1906, es totalmente incapaz de establecer una verdadera democracia y de librarse del imperialismo. Pues para ello sería necesaria una movilización revolucionaria de las masas de una amplitud que pondría en peligro sus propios intereses y ambiciones de clase.
La gente trabajadora y la juventud deberían también rechazar a quienes afirman que el ascenso de las masas resolvería todo, pues en realidad denigran la lucha por un programa revolucionario y su leadership. Hay que sacar las lecciones de la historia, incluyendo la «primavera árabe» de 2011 y de la revolución iraní de 1979.
La revolución iraní de 1979 que, hace cuarenta años, derrocó el régimen tiránico del Sha apadrinado por los Estados Unidos, era una explosión social masiva, antiimperialista. Y fue la clase obrera quien dio el golpe definitivo. Fue una ola creciente de huelgas políticas que rompió la espalda del régimen del Sha. Y en los meses que siguieron, los y las trabajadoras tomaron las fábricas, colocándolas bajo el control de los consejos obreros. Pero la clase obrera estaba sin organización independiente de clase y políticamente subordinada al partido estalinista Tudeh, así como a diferentes fuerzas de izquierda pequeñoburguesas. Desgraciadamente la mayor parte de esas organizaciones corrían detrás del ala supuestamente antiimperialista de la burguesía nacional dirigida por el ayatolá Jomeini y el clero chiíta. Habiendo tomado el control del aparato del Estado, estos reprimieron salvajemente todas las formas independientes de expresión y de organización de clase. Estabilizaron el orden capitalista en el marco de un sistema teocrático inédito.
Hoy, en Irán, una recuperación de la clase obrera debe y puede arreglar cuentas con el sistema político islámico, la burguesía iraní en su conjunto, así como el imperialismo, pero a condición de inscribirse en la perspectiva de una revolución socialista internacional.
La tarea de la gente socialista revolucionaria es dirigirse hacia ese movimiento, y luchar por armar a la clase obrera internacional de una comprensión de la lógica de sus necesidades, de sus aspiraciones y de sus luchas. El capitalismo es incompatible con las necesidades de la sociedad. La gente trabajadora, la clase que produce las riquezas del mundo, deben unir sus luchas a través de las fronteras y los continentes para establecer el poder político de los y las trabajadoras, para emprender la reorganización socialista de la sociedad y poner fin a la guerra imperialista.