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Irán 1978-79: Una revolución robada a la clase trabajadora

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Robin Clapp

Partido Socialista (CIT en Inglaterra y Gales)

Cuando los expertos de la CIA, redactaron un informe,  en septiembre de 1978, sobre la salud política del régimen monárquico pro-occidental en Irán, concluyeron que a pesar de ser un gobierno autocrático, el Shá encabezaba una dinastía estable que duraría por lo menos otra década.

Apenas cuatro meses después, se vio obligado a huir de una revolución popular que derrotó  a uno de los regimenes mas podridos del planeta. Su policía secreta, la poderosa SAVAK, con 65 mil agentes policiales, había penetrado en todas las capas de la sociedad, imitando y perfeccionando las perversas medidas de la Gestapo.  Incluso el dictador Pinochet envió a sus torturadores a entrenar a Teherán.

A pesar de esos obstáculos colosales, los trabajadores depusieron al Shá e iniciaron un proceso revolucionario que iría a aterrorizar a los regímenes reaccionarios de Medio Oriente como también a las fuerzas imperialistas de Occidente.  Y, no menos importante, este levantamiento popular alarmó a la burocracia estalinista de la Unión Soviética, que estaba acordando lucrativos negocios con Irán.

Sin embargo, los trabajadores no serian los beneficiarios de su revolución cuando el poder pasó del  Shá a las manos de los islamistas de derecha liderados por el Ayatolá Jomeini.  Luego de tres años, todas las leyes seculares fueron declaradas sin sentido y vacías.  Códigos de vestimenta femenina fueron fortalecidos a través de una severa interpretación de las costumbres islámicas. 60 mil profesores fueron despedidos y millares de trabajadores fueron asesinados o puestos en prisión.  El Partido Comunista Iraní, Tudeh, que apoyó entusiastamente a Jomeini en su regreso del exilio en 1979, fue prohibido en 1983.

Entusiasmo Revolucionario

Un régimen totalitario se mantiene a través del terror y la opresión y tiene éxito cuando las masas permanecen temerosas e inertes.  Pero el horror de la vida cotidiana, finalmente lleva a la revuelta.  Una vez que la clase trabajadora pierde su miedo al régimen y se pone en acción, la policía secreta y todo su terrible aparato represivo se muestra, generalmente, impotente.

Las manifestaciones ilegales de las masas envolverán a Irán entre octubre de 1977 y febrero de 1978.   Demandando derechos democráticos y la distribución de la riqueza del país, los estudiantes y más tarde la clase trabajadora desafiaron las balas en las calles.  A raíz del asesinato de centenares de personas en la ciudad sagrada de Qom en enero de 1978, una huelga general de dos millones en Teherán se propagó a Isfaha, Shiraz y la ciudad santuario de Mashad.   Los carteles pedían “Venganza contra el brutal Shá y sus amigos imperialistas norteamericanos”, mientras otros demandaban: “Una republica socialista basada en el Islam”.    Adicionalmente, los soldados comenzaron a fraternizar con las multitudes, gritando: “Estamos con el pueblo”.

Incluso la clase capitalista liderada por el Frente Nacional de Mehdi Bazargan, que anteriormente había limitado sus ambiciones en conseguir del Shá la repartición del poder fue obligada, con el desarrollo de un ambiente revolucionario,  a adoptar un programa “semi-socialista”.

La revolución iraní se desarrolló en un nivel superior al de la revolución rusa de 1905, con la que tuvo mucho en común.     En esta, las masas inicialmente confiaron sus destinos a los demócratas que prometían hacer que el Zar escuchara sus quejas.  Ahora, en Irán, las quejas podían escucharse en cualquier parte y pedían que el Sha fuera derrocado.

Los trabajadores públicos y los bancarios desempeñaron un papel clave en la exposición de las ramificaciones de la riqueza.  Secretarios de los bancos abrieron los libros para revelar que en los últimos tres meses de 1978, un millón de libras habían sido sacadas del país por renombrados miembros de la elite, imitando a su Sha, que había transferido una cantidad similar hacia EE.UU.   Las masas furiosas respondieron quemando más de 400 bancos.

Clase, Partido y dirección

Cuando Mohamed Reza Pahevi, el autoproclamado descendiente verdadero del trono real, abandono el país el 16 de enero de 1979, por ultima vez, fue visto como un triunfo por los manifestantes.  Ahora la cuestión estaba en la abolición del Estado absolutista y que forma iría a tomar el nuevo Irán.

La clase trabajadora encabezó la lucha contra el Shá a través de manifestaciones, de una huelga general de cuatro meses y finalmente de una insurrección en los días 10 y 11 de febrero.  El viejo orden fue barrido para siempre.  En esta lucha esta era conciente de su poder, pero no conciente de cómo organizar el poder que ahora estaba en sus manos.

La revolución pone a prueba a todas las clases y para la clase trabajadora la cuestión clave es si esta posee una dirección decidida para hacer de la insurrección popular una construcción socialista.

En Irán, a pesar del heroísmo de los trabajadores, estudiantes y juventud, había ausencia de una dirección marxista y ningún partido de masas capaz de sacar las conclusiones necesarias del camino a la revolución. Era tarea de un partido marxista explicar la necesidad para la clase trabajadora, en alianza con las minorías nacionales y los campesinos pobres, de tomar concientemente el poder estatal en sus manos y asumir la responsabilidad de las tareas de la revolución socialista.

Las mayores fuerzas de izquierda en Irán en la época eran el Partido Comunista Tudeh, la guerrilla marxista Fedayeen Khalq y la guerrilla islámica Mojaheddin.  A pesar de disfrutar de una gran militancia y una fuerte estructura y armamentos, sufrieron de una confusión programática. No poseían una política independiente para la clase trabajadora, en cambio, trataron de unirse a Jomeini atendiendo los intereses de los clérigos y sofocando un movimiento independiente de los trabajadores.

El derrocamiento de la autocracia reveló un vacío político.  Ahora, en un momento critico en el destino de las masas, cuando el poder estaba en sus manos, Tudeh presento el objetivo de establecer una “Republica Musulmana Democrática”.  Esto significa, de hecho, que Tudeh renunció a la dirección de la revolución y, en cambio, siguió la agenda política de los Mullahs – sacerdotes parroquiales.

El ascenso de la derecha política islámica

Las relaciones entre el occidentalizado Shá y la Mesquita Islámica hace mucho tiempo ya eran tensas.   Cuando el Shá expropio las tierras de la iglesia, los clérigos musulmanes reaccionaron con furia y oraron contra el régimen ateo.  El líder espiritual de los xiitas iraníes, Ayatolá Jomeini, fue exiliado a Turquía y posteriormente a Paris, después de participar de una revuelta contra la expropiación de tierras en 1963, cuando cientos fueron asesinados.

Marx una vez describió a la religión como “el signo de la represión”.  Debido a la prohibición de todas las organizaciones opositoras al Shá, los opositores al régimen tendían a reunirse alrededor de las mezquitas, donde eran entregados sermones radicales.  Poco a poco esto fue interpretado como una lucha contra el totalitarismo.

Los mensajes de Jomeini en el exilio se distribuyeron a través de cintas de cassette que entraban clandestinamente a Irán en pequeñas cantidades.  Una vez allí eran reproducidas y propagadas.

Jomeini y otros mullahs construyeron una imagen de libertad y democracia, reivindicando el retorno al fundamentalismo islámico puro, libre de todas las influencias occidentales y no islámicas que, ellos consideraban, habían corrompido la cultura y dejado a la sociedad perdida.

En un país económicamente sub desarrollado, Irán, con gran cantidad de analfabetos y más de la mitad de las personas viviendo en el campo, las palabras de los mullahs se convirtieron en poderosas fuentes de atracción para los campesinos, partes de la clase media e incluso trabajadores.

Mientras el Frente Nacional buscaba compromisos con la dinastía, Jomeini pedía su destitución.  Las masas interpretaron este llamado para una Republica Islámica como una  republica del “pueblo”, y no de los ricos, donde sus demandas serian atendidas.

Ante el retorno triunfante del exilio de Jomeini el 1 de febrero, el Tudeh inmediatamente dio su apoyo total a la formación del Consejo Revolucionario Islámico y pidió que este se uniese en un Frente de Unidad Popular.

Revolución y Contra-Revolución

Un “doble poder” se impuso en Teherán en febrero de 1979.  Los gobernantes huyeron, mientras los trabajadores, que se tomaron las fábricas y refinerías, organizaron comités democráticos de trabajadores y tomaron las armas de las fragmentadas fuerzas armadas.

Sin embargo, Jomeini fue el beneficiario de esta ola revolucionaria.  Su movimiento, un extraño hibrido que combino contradictorios y opuestos intereses de clase, obtuvo el apoyo de fuerzas seculares y no clericales pues hablaba con la retórica del populismo radical: una republica islámica que estaría a favor de los oprimidos contra las tiranías locales y el imperialismo de EE.UU.

Los clérigos musulmanes estaban en posición para “secuestrar” la revolución pues estos eran la única fuerza en la sociedad con intenciones políticas definidas, organización y una estrategia practica.

El 1 de abril Jomeini obtuvo una victoria abrumadora en un referendo nacional en el cual las personas tenían una simple elección, Republica Islámica: “Si” o “No”.

Sin embargo, fue obligado a dar pasos cautelosos.  Por un lado, estallaron conflictos entre la Guardia Revolucionaria Islámica y los trabajadores que querían mantener las armas adquiridas recientemente.

Entretanto Jomeini acuso a aquellos que querían mantener la huelga general como “traidores,  a los que debemos golpear en la boca”.

Oscilando entre las clases, simultáneamente hizo grandes concesiones a los trabajadores.  Médicos y trasporte gratuitos fueron introducidos, las cuentas de la luz y el agua  condonadas y los bienes esenciales fuertemente subsidiados.

Con las arcas fiscales por el suelo y el desempleo llegando al 25%, los decretos de nacionalización fueron aplicados en Julio. Pero estas medidas fueron acompañadas con otras; la creación de tribunales especiales con poder de imponer penas de dos a diez años de prisión “por tácticas de desorden en las fabricas o conflictos laborales”

Solo gradualmente Jomeini fue capaz de establecer su base de poder.  Cuando Irak invadió Irán en 1980 dando lugar a una sangrienta guerra que duraría 8 años, las masas se unieron en defensa de la revolución.  Sin embargo el entusiasmo revolucionario ya se había enfriado.

El Partido Islámico Republicano establecido por los clérigos del reciente Consejo Revolucionario se basaba en la pequeña burguesía (pequeños capitalistas) y los comerciantes que querían orden y la defensa de la propiedad privada.  Mientras era presionado por los estratos conservadores, Jomeini preparó un golpe contra el imperialismo occidental mediante la nacionalización de la industria petrolera.

Un régimen híbrido

El Estado Islámico de Iraní es un tipo especial de república capitalista – un estado capitalista clerical. Desde el principio, dos tendencias opuestas han surgido con el clero. Un grupo de alrededor de Jomeini argumentó que su gobierno debía mantener el poder a través de un estado capitalista semi-feudal, con numerosos centros poder. El imperialismo norteamericano representaba al «Gran Satán» ante sus ojos y el objetivo era exportar el fundamentalismo islámico a todo el mundo musulmán.

Otras figuras importantes, incluyendo una corriente más pragmática del clero, querían establecer un estado capitalista moderno y centralizado.  Mientras se mantenían firmes en sus denuncias verbales contra los EE.UU., buscaban, sobre todo en la última década, lanzar sus «tentáculos» en occidente.

Los conflictos entre estas tendencias y las crisis políticas periódicas que acarreaban, nunca fueron resueltos y, están, actualmente, reforzadas por el Ayatolá Jamenei y el presidente reformista Jatami, elegido con una gran mayoría en 1997.

Conclusiones

Los acontecimientos en Irán iniciaron el crecimiento de la militancia política del Islam a través del mundo musulmán.  En la superficie ellos demostraron el poder de las masas para golpear al imperialismo.

Pero los marxistas deben ser lúcidos. El Islam no es intrínsecamente más radical o reaccionario que cualquier otra religión y el fundamentalismo islámico no es un fenómeno homogéneo.

Fueron los fracasos anteriores de los movimientos nacionalistas seculares árabes y las traiciones de los partidos comunistas lo que definitivamente crearon las condiciones para el surgimiento de una corriente política de derecha islámica. Esto reflejó en Irán y en otros lugares, el impasse del capitalismo en la región y la necesidad de las masas oprimidas en buscar una salida.

Las últimas variantes del Islam político ignoran incluso el poco de radicalismo que Jomeini fue forzado a abrazar en los primeros meses de la revolución iraní.  Los talibanes y los métodos terroristas de Al Qaeda y Osama Bin Laden no ofrecen una solución a los conflictos entre las masas oprimidas por el capitalismo y por los oligarcas sino, al contrario, desintegra a la clase trabajadora, le roba su identidad cultural y combativa.

Hoy en día, un 20% de iraníes son dueños de  la mitad de la riqueza del país. La lucha de clases se presenta con regularidad. Las ridículas leyes clericales a menudo chocan con los deseos de los jóvenes de vivir en libertad. Grandes multitudes salieron a las calles de Teherán para recibir al victorioso equipo de fútbol en 1998. Los Guardianes de la Revolución no podían evitar que las valientes jóvenes desafiaran los códigos restrictivos de la vestimenta.

Estos son pronósticos sobre el agitado futuro de Irán. Un nuevo partido de la clase trabajadora debe ser construido sobre sólidas bases marxistas, capaces de comprender las razones que llevaron a la que la revolución fuera arrebatada a los trabajadores en 1979.

Con la reducción a la mitad de las exportaciones de petróleo desde entonces, la voz de la clase trabajadora tomara la delantera nuevamente, permitiendo que las tareas incompletas de la última revolución sean completadas con éxito.

Desarrollo capitalista antes de la Revolución

Antes de 1979 el imperialismo veía  a Irán como una barrera crucial contra los avances soviéticos en el Medio Oriente y en Asia meridional. Sus fabulosas reservas de petróleo eran vitales para los intereses occidentales.

En 1953 un movimiento nacionalista radical encabezado por el Primer Ministro Mossadeq del Frente Nacional trató de nacionalizar la industria petrolera del país, iniciando manifestaciones en varios lugares, con características de levantamientos populares. El Shá fue obligado al exiliarse a causa del movimiento de las masas en las calles.

La reacción del imperialismo fue decisiva. Los británicos y los norteamericanos pidieron la detención de Mossadeq y enviaron fuerzas clandestinas para infiltrar, generar confusión y obligar al ejército iraní a hacer frente a los riesgos.

El Shá fue reinstalado y gobernó Irán con mano de hierro durante 25 años. A su regreso, todas las organizaciones políticas de oposición y los sindicatos fueron declaradas ilegales. Las fuerzas de seguridad fueron reorganizadas con la ayuda de la CIA.

Después de 1953, Irán se embarcó en un período frenético de industrialización, enterrando el programa económico del capitalista Frente Nacional y por lo tanto destruyendo su popularidad.  La idea era transformar a la nobleza en una clase capitalista moderna, una clase dominante en el modelo occidental.

La reforma agraria fue introducida enriqueciendo a los dueños de la tierra. Ellos recibieron enormes compensaciones con las cuales se animaron a invertir en nuevas industrias.

Despiadada explotación

Los principales afectados fueron los campesinos pobres. Más de 1,2 millones sufrieron el robo de sus tierras, llevando al hambre y a un éxodo incesante hacia las ciudades en las que ofrecían mano de obra barata para los nuevos capitalistas. Antes de la revolución, 66% de los trabajadores de la industria del tapete en la ciudad de Mashad tenían entre seis y diez años de edad, mientras que en Hamadam el día de trabajo era de agotadoras 18 horas.  En 1977, muchos trabajadores ganaban 40 libras al año. A pesar de un piso mínimo garantizado por el régimen, el 73% de los trabajadores ganaban menos que eso.

Las fábricas de Irán se asemejaban al «Infierno» de Dante y la comparación con la Rusia pre-revolucionaria es sorprendente. En ambas, un súbito proceso de industrialización fue iniciado por una clase capitalista débil tratando de deshacerse de un pasado feudal, creando, en palabras de Marx, «su propia tumba» a través de una clase trabajadora militante.

Con la migración de campesinos a la ciudad, la población urbana se duplicó hasta alcanzar el 50% del total. Teherán pasó de 3 millones a 5 millones entre 1968 y 1977, surgiendo 40 barrios en las afueras de la ciudad.

En 1947 había sólo 175 grandes empresas que empleaban a 100 000 trabajadores. 25 años después, 2,5 millones de trabajadores en la industria manufacturera, un millón en las industrias de construcción y aproximadamente el mismo número en la industria del transporte y otras industrias.

Irán estaba en transición, medio industrializado y medio colonial. Una poderosa clase obrera forjada en tan solo una generación. En Rusia, la clase obrera sólo llegó a 4 millones de una población de 150 millones. Ya armada con el marxismo, esta se puso al frente de los campesinos y en 1917 rompió el capitalismo en su eslabón más débil.

En comparación, el tamaño de la clase obrera en Irán fue mucho mayor – más de 4 millones de trabajadores en una población de 35 millones.

Nunca invada una revolución

El imperialismo norteamericano vio impotente los últimos días del Shá en Irán.  A pesar de las voces en el Pentágono que urgían el envío de aviones y marines hacia el Golfo, las cabezas mas sabias de la clase gobernante norteamericana alertaban: “nunca invada una revolución popular”.

A parte de esto, los EE.UU. todavía sufrían los efectos de la lesión causada en Vietnam. La lucha social de campesinos y  trabajadores para liberarse de las amarras de la superpotencia tuvo que someterse a ellos. Una invasión liderada por Estados Unidos en Irán tendría consecuencias incalculables en una escala global. Especialmente en el mundo colonial, donde el XA era visto, entre todos, el mas podrido a los ojos de las masas.  La revolución iraní hizo temblar a los Estados Unidos. El presidente de EE.UU. Jimmy Carter fue humillado cuando los ayatolás fomentaron la agitación callejera llevando el tumulto a la embajada de EE.UU. en Teherán con la toma de 66 rehenes.

En 1983, Ronald Reagan se vio obligado a retirarse del Líbano después que las tropas estadounidenses sufrieran pérdidas por parte de Hezbollah, un movimiento respaldado por Teherán.

La creciente brecha

Irán era el segundo mayor exportador de petróleo en 1978 y el cuarto mayor productor mundial. Cuando el precio del petróleo se cuadruplicó entre 1972-1975, como resultado de la guerra árabe-israelí, el PIB de Irán creció un 34% en sólo un año. Varios millones que permitieron al Shah hacer posibles inversiones. Sin embargo, con 45 familias dueñas del 85% de las grandes y medianas empresas y el 10% más rico consumiendo el 40% del dinero, la brecha entre las clases crecía día a día.

Más de la cuarta parte de los iraníes vivían en la absoluta pobreza, sin embargo con la arrogancia característica de los monarcas absolutos, en 1979 el Sha bramó, “No hemos exigido sacrificios al pueblo, más bien lo hemos arropado con suave lana y algodón. Las cosas ahora van a cambiar. Todos trabajarán más duro y tendrán que estar dispuestos a sacrificios por el progreso de la nación.”

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