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Han asesinado a Trotsky

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VÍCTOR ARROGANTE

El 20 de agosto de 1940 caía asesinado Lev Davídovich Bronstein «León Trotsky», un político clave en la revolución bolchevique y segundo al mando de Lenin. Se encontraba exiliado en México, cuando Ramón Mercader perpetró el asesinato clavándole un piolet en la cabeza, cumpliendo las órdenes directas de Stalin  El asesino fue condenado a diecinueve años de prisión en México, liberado en 1960, la URSS le otorgó la condecoración de Héroe de la Unión Soviética.

Trotsky ya había sido objeto de un intento de asesinato, que todo parece fueron fuegos de artificio. Uno de los guardaespaldas permitió la entrada a veinte hombres armados dirigidos por el pintor David Alfaro Siqueiros, Alertados por el ruido que causó la invasión en el domicilio, el matrimonio se había parapetado tras un muro, esperando a que los guardias repeliesen el ataque. Tras esta experiencia, se ordenó doblar la seguridad en el palacete para prevenir otros posibles atentados. Pero fue Jaime Ramón Mercader del Río Hernández, fingiendo noviazgo con Silvia Ageloff, una de las secretarias del líder, vulnerando las medidas de seguridad, quien consumó el asesinato.

Trotsky fue uno de los organizadores clave de la Revolución de Octubre, que permitió a los bolcheviques tomar el poder en octubre de 1917. Fue comisario de asuntos militares durante la guerra civil, lo que le permitió negociar la retirada de Rusia de la Primera Guerra Mundial, mediante el tratado de Paz Brest-Litovsk. Con la creación del Ejército Rojo se consolidaron los logros revolucionarios.

Tras el enfrentamiento ideológico con Iósif Stalin, por su política del «Socialismo en un solo país», lideró la oposición de izquierda, lo que le causó el exilio y la persecución. Fue el líder del movimiento internacional de izquierda revolucionaria identificado con el nombre de Trotskysmo, caracterizado por la idea de la «Revolución Permanente». Fundó la IV Internacional, acusando al estalinismo de proceder en contra de los intereses de la Revolución socialista. El movimiento fue perseguido por el estalinismo en la propia Unión Soviética, de donde Trotsky fue expulsado en 1929 y tildado de traidor y renegado, rescribiendo la historia para arrebatarle su lugar junto a Lenin y los revolucionarios originales. El Trotskysmo, sobrevivió al asesinato de Trotsky en México y forma hoy parte de los movimientos de izquierda más populares en el mundo.

El Trotskysmo se aleja del estalinismo en la medida en que opta por medidas contrarias al burocratismo instaurado en la URSS. Esto llevó a Trotsky y a sus seguidores a organizar una Oposición de Izquierda que formó parte de la Tercera Internacional Comunista (la Komintern) hasta el ascenso de Hitler al poder en la Alemania de la época, cuando decidieron convocar una IV Internacional. Esta organización contó con cierto apoyo de partidos de izquierda y socialdemócratas; fue debilitado con la muerte de Trotsky y disuelta en 1953. «Trotskista sigue siendo hoy el nombre con el que se designa a quien sigue persiguiendo el objetivo de la revolución socialista».

Las diferencias fundamentales que alejaron al Trotskysmo del estalinismo, tienen que ver con las políticas de «Socialismo en un solo país» de Stalin adoptadas por el Partido Comunista Soviético en 1925. Según ellas, un país como la URSS, a pesar de ser atrasado y campesino, era capaz de sostener y defender la Revolución Socialista, sin necesidad de, como prefería Trotsky, extender sus planes al proletariado europeo. Para Trotsky, la URSS era demasiado débil para industrializarse y completar las tareas de la Revolución Socialista, mientras le hacía contrapeso a las potencias de Occidente.

Para entender el asesinato de Trotsky, hay que imaginar a Ramón Mercader, un espía de la Unión Soviética de origen español e identidad falsa instalado en México, que había conseguido acercarse a Trotsky gracias a las relaciones de su novia, a la que había conquistado interesadamente en París. El grupo lo formaban con él su madre, Caridad Mercader −a quien se le llegó a conocer como la Pasionaria catalana−, y su amante Leónidas Eitingon. El asesinato había sido ordenado por Stalin, líder supremo de la Unión Soviética, que temía que su viejo compañero en la dirección del Partido, fundador del Ejército Rojo, ahora disidente en el exilio, le pudiera hacer sombra.

«Tengo sesenta años y mi organismo quiere cobrarme los excesos a que lo sometí. Ojalá me regale un fin rápido, que no me obligue a sufrir una larga agonía, como la de Lenin. Pero si ése fuera el caso y me viera imposibilitado de llevar una vida medianamente normal, quiero reservarme la decisión de poner fin a mi existencia: siempre he pensado que es preferible un suicidio limpio a una muerte sucia» escribía Liev Davídovich. «Moriré siendo un revolucionario proletario, un marxista, un materialista dialéctico y un ateo irreconciliable. Mi fe en el futuro comunista de la humanidad no es menos ardiente, sino más firme hoy, de lo que era en días de mi juventud». (El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura)

Stalin había dado la orden de asesinar a Trotsky al agente Kótov de la NKVD, quien se valió de Caridad y Ramón Mercader, para llevar a cabo el plan. Ramón se había trasladado a Nueva York y de allí a México con el pasaporte de un brigadista canadiense fallecido, Frank Jackson, en septiembre de 1939. Aunque la casa en la que vivía Trotsky estaba fuertemente custodiada, Ramón Mercader (conocido con el alias de Jacques Mornard), logra infiltrarse en su círculo. Conoció a Trotsky a finales de mayo de 1940 y visitó a la familia en una decena de ocasiones, haciéndose pasar por un simpatizante algo escéptico.

El 20 de agosto, la tarde del asesinato, Trotsky se encontraba trabajando en su despacho cuando Mercader apareció con mal aspecto alrededor de las 17:20. A pesar de que hacía calor, llevaba sombrero y portaba una gabardina. Solicitó ver a Trotsky para mostrarle un artículo. Entró a la sala de trabajo y, mientras el condenado se hallaba sentado, se acercó a él por la espalda y le clavó salvajemente en la cabeza un piolet que extrajo del bolsillo. El grito de Trotsky se oyó como un estruendo en toda la casa; sus custodios acudieron rápidamente pero no se pudo hacer nada. Trotsky logró derribar a su asaltante, morderle la mano derecha, salir de la habitación y comunicar a su esposa la identidad del asaltante antes de desvanecerse. Cayó en coma y falleció al día siguiente, 21 de agosto de 1940, en un hospital de la Cruz Verde. A sus exequias, celebradas en la capital mexicana, asistieron cerca de trescientas mil personas.

Ramón Mercader sintió que su víctima le había dado la orden. Levantó el brazo derecho, lo llevó hasta más atrás de su cabeza, apretó con fuerza el mango recortado y cerró los ojos. No pudo ver, en el último momento, que el condenado, volvía la cabeza y tenía el tiempo justo de descubrir a Jacques Mornard, mientras éste bajaba con todas sus fuerzas un piolet que buscaba el centro de su cráneo.

Stalin quiso matar a Trotsky no porque fuera un traidor, sino porque lo odiaba; nunca había estado en tratos con los alemanes. Liev Davídovich confiaba, en que las generaciones futuras, libres de los yugos del totalitarismo, podrían hacerle justicia a su sueño y, tal vez, a la obstinación con que él lo había sostenido. Porque la lucha mayor, la de la historia, no terminaría con su muerte y con la victoria personal de Stalin.

La marca de los dientes de Trotsky en su mano y el grito de espanto y dolor del político revolucionario, persiguieron a Mercader hasta la muerte.

(Tomado de Nueva Tribuna, reproducido de El Porteño)


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