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Gaza: el nuevo Gueto de Varsovia del siglo XXI

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Paulo Slachevsky: editor de LOM ediciones, integrante de la Agrupación Judía Diana Aron.

El 19 de abril de 1943, resistentes judíos se alzaron contra los nazis en el Gueto de Varsovia. Desde fines
de 1940, allí habían sido encerrados y hacinados más de 400.000 judíos de la capital y de otros pueblos y
ciudades polacas. El hambre, las epidemias y las deportaciones a los campos de la muerte habían ya
exterminado a muchos de sus habitantes.

En enero del 43, un primer alzamiento armado contra los nazis logró detener por un breve periodo las
deportaciones. En venganza, estos asesinaron a mil judías y judíos en la plaza principal del gueto. Durante

los meses siguientes, las y los resistentes fueron preparando la defensa de los que quedaban vivos.
Cuando, el 19 de abril, las tropas alemanas entraron con más de dos mil soldados, oficiales, comandos de
las SS y colaboradores polacos para efectuar la deportación final de los que permanecían en el Gueto, se
enfrentaron a una acérrima resistencia que los obligó a retirarse.
Durante un mes los sobrevivientes resistieron en una heroica y desigual batalla. Para el 16 de mayo de
1943, el Gueto ya era un campo de ruinas. Se estima que cerca de 13.000 judíos fueron asesinados en los
combates.
82 años después, cuando somos testigos de lo que viven las y los palestinos en Gaza, tierra histórica hoy
arrasada por las bombas, los tanques y bulldozers, y donde más de 60.000 palestinos han sido asesinados
por las tropas israelíes –en su mayoría niñas, niños y mujeres–, es imposible no ver la dramática relación
entre uno y otro acontecimiento:
Gaza es hoy el nuevo Gueto de Varsovia del siglo XXI.
Las ejecuciones masivas e indiscriminadas: tanto en el Gueto como en Gaza, la muerte acecha en cada
esquina. El ocupante actúa con el omnipotente poder sobre la vida y la muerte como un simple capricho,
la arbitrariedad se impone, así como un sistema sádico que aterroriza y aplasta a los civiles sin aparente
razón, haciéndolos escapar de un lado a otro, exterminando a familias enteras, con los abuelos, padres,
hijos y cercanos con quien se convive.
La hambruna es otra dramática similitud: tanto en el Gueto como en Gaza, ayer los nazis, hoy los
israelíes, han llevado a cabo una política expresa de hambrear a la población, controlando el mínimo
ingreso de alimentos, y cortándolo totalmente en momentos de enfrentamiento directo.
Esa es la realidad que vivieron quienes estaban en el Gueto de Varsovia y que se vive hoy en Gaza hace
más de un mes, donde Israel prohibió todo acceso a la ayuda humanitaria, tras casi dos años de constantes
interrupciones y décadas de suministro mínimo.
A ello, se suma la destrucción y el corte del suministro de agua por parte de Israel, ese elemento básico de
la vida, lo que constituye otro crimen de guerra y crimen contra la humanidad.
La ausencia de acceso a la atención médica: ni para los niños, ancianos, heridos o enfermos es posible la
atención médica por la falta de suministro, como por la destrucción de las instalaciones de salud, la
deportación, el encarcelamiento y asesinato de médicos y personal de salud, realidades en las que el
horror y la crueldad de los ocupantes de ayer y hoy se igualan.
Racismo, supremacismo y crueldad extrema e inhumana en el trato a los otros: aquellos sellos
constitutivos del nazismo, que llevaron al encierro en el Gueto y los campos de concentración a los judíos
de ayer, lamentablemente, se han instalado hace ya mucho en la sociedad israelí, y se expresan con toda
su ferocidad en Gaza y Cisjordania contra los palestinos de hoy.
Tratando de animales, terroristas e infrahumanos al prójimo, se permiten así traspasar todos los límites de
lo que hemos entendido como humanidad, actuando de manera sádica y brutal con quienes consideran sus
enemigos.

Doble tragedia, cuando los que ejercen esa política criminal son descendientes de un pueblo que la vivió
en carne propia, osando además hacerlo en nombre del judaísmo, lo que enloda la memoria de quienes
vivieron igual opresión.
La batalla desigual: piedras, coctel molotov, unas cuantas pistolas, escopetas y ametralladores, contra
tanques, cañones y tropas experimentadas en el campo de batalla de las calles de Varsovia.

La brutal desproporción de medios en la batalla librada en el Gueto, como en Gaza, donde las milicias se
enfrentan a misiles, aviones y a la punta de la tecnología armamentística y de vigilancia israelí, no permite
hablar de una guerra, sino de un exterminio genocida al que se enfrenta la resistencia desesperada de las
víctimas.
La expresa voluntad de los opresores –los nazis ayer, el Estado de Israel hoy–, de sacar a todos los
habitantes del territorio martirizado, llevando adelante una criminal limpieza étnica: otro elemento común
de ambos dramas.
Son tristemente innumerables los elementos que sellan la analogía.
Las mismas imágenes se repiten al ver cómo estos ejércitos –entre los más modernos y preparados de su
época– aniquilan pueblos enteros reducidos a la indefensión. Ayer y hoy, son decenas de miles los rostros
marcados por el dolor y la catástrofe. Y, lamentablemente, una y otra vez las potencias internacionales
apoyan al opresor, o bien asumen la inacción cómplice.
Entonces, no existía la Convención contra el Genocidio y la legislación contra los crímenes de lesa
humanidad. Tales regulaciones se instalaron en la justicia internacional para que no se volvieran a repetir,
para ningún pueblo, los crímenes que llevaron a cabo los nazis contra los judíos, gitanos y los resistentes
durante la Segunda Guerra Mundial.
Cuando los nazis aniquilaron la rebelión del Gueto de Varsovia, Szmul Zygielbojm escribió:
“La responsabilidad por el asesinato de toda la nacionalidad judía en Polonia recae en primer lugar
sobre aquellos que lo están llevando a cabo, pero indirectamente recae también sobre toda la humanidad,
sobre los pueblos de las naciones aliadas y sobre sus gobiernos, que hasta el día de hoy no han tomado
ninguna medida real para detener este crimen. Al contemplar pasivamente el asesinato de millones de
niños, mujeres y hombres indefensos y torturados, se han convertido en cómplices de ese crimen.
No puedo seguir viviendo y callando mientras asesinan a los restos de los judíos de Polonia, de los que
soy representante. Mis camaradas del gueto de Varsovia cayeron con las armas en la mano en la última
batalla heroica. No se me permitió caer como ellos, junto a ellos, pero pertenezco con ellos a su fosa
común.
Con mi muerte, deseo expresar mi más profunda protesta contra la inacción con la que el mundo observa
y permite la destrucción del pueblo judío.”
Representante del Bund en el gobierno polaco exiliado en Londres, Szmul Zygielbojm se suicidó en esa
ciudad el 12 de mayo de 1943. Sus palabras podrían perfectamente retomarse para lo que se vive hoy en
Palestina.
El Bund, Unión General de los Trabajadores Judíos, había sacado clandestinamente a Szmul de Varsovia
ocupada tras su férrea y pública resistencia a que los judíos fueran encerrados en un gueto.
Antes de la Segunda Guerra, el Bund era la mayor organización de la izquierda judía en el Yidishland, el
mundo judío de los países del este.
En la Polonia de 1938, el Bund era también la principal fuerza entre los judíos: de los 138 consejeros
municipales judíos elegidos en las elecciones de ese año, 97 eran del Bund. Eran anti-fascistas, anti-nazis
y también anti-sionistas.
Hoy, como una triste ironía de la historia, esos gloriosos judíos rojos y resistentes al nazismo serían
acusados de antisemitas por Israel y por muchos países europeos, por su clara postura anti-sionista.
Marek Edelman, uno de los dirigentes juveniles del Bund, a sus 20 años fue vice comandante del
levantamiento del Gueto de Varsovia. Sobreviviente al nazismo, Edelman mantuvo siempre en alto las

banderas del movimiento, luchando contra toda opresión y, entre ellas, contra el sionismo: “Ser judío
significa estar siempre con los oprimidos, y nunca con los opresores”, señaló.
El Gueto de Varsovia constituye una página más de horror en la Historia, pero, dentro de ese horror, la
resistencia de los partisanos judíos se recuerda con gloria: lo mismo ocurre hoy con Gaza.
Tal como universalmente se reprueba la infamia nazi, como máxima expresión del mal y el horror, y se
enaltece a los resistentes contra el nazismo por su heroísmo, la historia condenará a Israel y sus cómplices
como genocidas y criminales de guerra.
Quedarán en la memoria de la lucha por la dignidad humana, las y los palestinos que heroicamente han
resistido a su maquinaria de muerte.
Solo queda esperar que este justo y necesario reconocimiento no llegue demasiado tarde, y que los
gobiernos del mundo y la justicia internacional pongan fin a su actual pasividad, detengan el genocidio y
la limpieza étnica, y permitan que el pueblo Palestino tenga finalmente la justicia y la paz que se merece.

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