Paul Heideman *
A l’encontre, 6-6-2020
http://alencontre.org/ameriques/
Traducción de Ruben Navarro – Correspondencia de Prensa
Entre los muchos edificios quemados la semana pasada, uno de ellos resulta ser un objetivo extraño: la sede de la AFL-CIO en Washington, DC. Algunos atribuyeron las degradaciones que los manifestantes provocaron en el vestíbulo del edificio, el domingo por la noche (31 de mayo), al fracaso de la federación sindical en la búsqueda firme y decidida de la justicia racial, pero la explicación más probable es que los manifestantes vieron simplemente en la sede de la federación sindical un edificio de lujo más.
Es una tragedia. La sede de la mayor federación de sindicatos de los Estados Unidos debería ser considerada como un símbolo de justicia racial y económica. El hecho de que el hall de entrada de la sede sindical careciera de significado especial para los que provocaron las degradaciones es, de hecho, una denuncia de la AFL-CIO. Como declaró ayer el Sindicato Unido del Transporte (ATU, por sus siglas en inglés) local de Washington DC en un comunicado de prensa: «¿Por qué los jóvenes trabajadores negros y mestizos, frustrados por la continua injusticia, no vieron a la AFL-CIO como su aliado natural con más de un siglo de trayectoria en la lucha por la igualdad? ¿Por qué no reconocieron que este acto era un incendio en su propia casa?»
Algunos sindicatos, entre los cuales la ATU -uno de los primeros en luchar contra todas las formas de opresión- han dado muestras del potencial de la clase trabajadora estadonuidense. En Brooklyn, cuando la policía trató de usar un autobús urbano la semana pasada para transportar a los manifestantes arrestados, el conductor del autobús se bajó y se negó a conducirlo. Su sindicato lo apoyó. En Minneapolis, después de que un conductor de autobús se negara a transportar a la policía, el sindicato local de la ATU emitió una declaración en la que reafirmaba el derecho de los miembros a negarse a colaborar con las operaciones policiales. El Sindicato de Trabajadores del Transporte (TWU, por sus siglas en inglés), que representa a los trabajadores de San Francisco en Nueva York, emitió un comunicado en el que se afirma que sus conductores no están obligados a actuar como conductores de la policía.
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Todos estos trabajadores y sindicatos han tenido su lugar en la larga historia de la acción antirracista de los sindicatos en los Estados Unidos. Mientras que muchos, demasiados, ignoraron la injusticia racial, algunos sindicatos, especialmente los vinculados a la izquierda socialista o comunista, se comprometieron siempre en la lucha de una manera que es hoy un modelo.
En 1946, inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, los sindicalistas de Nueva York se movilizaron en apoyo a los hermanos Ferguson, cuatro hombres negros (incluidos tres veteranos de guerra) que volvían a verse después de la guerra en Freeport, Long Island. Después de que se les negara la entrada a una cafetería blanca, los hombres fueron atacados por un oficial de policía que disparó y mató a dos de ellos (el policía fue inmediatamente felicitado por un juez y un fiscal). Junto con la NAACP (Asociación Nacional para la Promoción de la Gente de Color) local, el Partido Comunista (PC) y otras fuerzas, los sindicatos progresistas desempeñaron un papel central en el movimiento por la justicia en Freeport. El TWU, que cercano del PC en ese momento, abrió el camino. En un mitin, un dirigente del TWU vinculó la lucha contra la brutalidad policial con los movimientos anticoloniales, gritando: «Freeport, el TWU y las luchas en la India son la misma lucha».
En aquellos años, el Sindicato de Maestros de Nueva York (TU-Teachers Union), dirigido por el PC, denunció también a la policía. Una investigación previa había revelado que más de cuatrocientos policías de la ciudad de Nueva York eran miembros del Frente Cristiano, una organización fascista fundada por el Padre Charles Coughlin (1891-1979, tele evangelista católico). Vinculando el antisemitismo y el racismo anti-negro, el TU, que contaba en a muchos judíos entre sus afiliados, hizo campaña para que el alcalde despidiera a los policías vinculados a la organización.
En Los Ángeles, durante la posguerra los sindicatos también se movilizaron contra la violencia policial. En 1948, un agente del Departamento de Policía de Los Ángeles (LAPD) disparó y mató a Augustín Salcido, de diecisiete años, mientras lo detenía por vender presuntamente relojes robados. El consejo del CIO (Congreso de Organizaciones Industriales) de la ciudad, a la vanguardia en la lucha por la justicia para Salcido, emitió inmediatamente una declaración: «Miles de miembros mexicano-americanos de nuestro sindicato pueden testificar sobre las palizas, intimidaciones, redadas policiales, arrestos injustificados y terrorismo contra la comunidad mexicano-americana en Los Ángeles».
El dirigente del sindicato United Office and Professional Workers of America escribió una carta al alcalde en nombre de sus miembros, en la que le pedía que fuera procesado: «Si (el oficial de policía) no es llevado ante la justicia, este último ataque armado será una clara señal de la aprobación oficial del terror contra los pueblos minoritarios». Cuando el oficial fue absuelto, el CIO local condujo una delegación a una reunión con el jefe de policía, instándolo a que lo despidiera.
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Los ejemplos más recientes también muestran cómo los sindicatos participan en la lucha contra la violencia policial. En 2014-2015, varios sindicatos apoyaron las reivindicaciones de los activistas de Black Lives Matter (BLM). El National Nurses United estableció un vínculo entre la violencia policial y las disparidades raciales en materia de salud. En California, el Sindicato de Trabajadores de la Industria Automotriz (United Auto Workers, UAW) local presionó a la AFL-CIO para que eliminara de sus filas a los sindicatos de la policía. El sindicato Communication Workers of America hizo pública una declaración de apoyo al BLM (aunque es cierto que las evasivas denotan la reticencia de muchos dirigentes sindicales a enfrentarse con los sindicatos de la policía).
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La participación de los sindicatos en las luchas contra el racismo no es sólo un imperativo ético. Es crucial para el éxito de la lucha contra la violencia policial y el racismo por, al menos, dos razones.
• En primer lugar, los sindicatos de la policía son un enemigo central de los que manifiestan en las calles. Son partidarios de una legislación más reaccionaria; se movilizan para defender a los miembros culpables de los crímenes más atroces y, en general, muestran su desprecio hacia el gobierno civil. Sin embargo, en la mayoría de las ciudades y estados, los sindicatos de policía son tratados como miembros respetables de los consejos y federaciones de sindicatos locales. A menudo trabajan en estrecha colaboración con otros sindicatos municipales, desde los bomberos hasta los maestros, para proteger los derechos de los trabajadores y los presupuestos municipales. Debido a su tamaño y poder, la mayoría de los otros sindicatos municipales no quieren distanciarse de ellos.
Y ese es un gran problema político. Si se quiere que la policía sea financiada y a la vez controlada, esos sindicatos deben estar separados y aislados del resto de los trabajadores organizados. Si los sindicatos de policía son capaces de mantener un frente común con los demás sindicatos de la ciudad, podrán seguramente resistir ante las eventuales tentativas de recortar el presupuesto de la policía.
Para que se produzca una escisión, los propios miembros del sindicato tendrían que tomar medidas. En los sindicatos del sector público en particular, sus miembros tendrán que presionar a las direcciones para que se pronuncien públicamente a favor de la lucha contra la brutalidad policial. Los sindicatos tendrán que ir más allá de las declaraciones, dedicando verdaderos recursos al antirracismo. Ese tipo de acciones ampliaría la brecha entre los policías y otros trabajadores de la ciudad, permitiendo que los sindicatos policiales se queden políticamente aislados y que la institución policial sea más vulnerable a las reformas progresistas.
• En segundo lugar, todavía no está claro de dónde vendrá en última instancia la fuerza para llevar a cabo la reforma de la policía. Si bien la enorme energía empleada en contener a la policía en los últimos setenta años ha hecho que la opinión pública se sensibilice a menudo sobre la opresión racial, el éxito ha sido más que relativo en cuanto a la eliminación del poder institucional de la policía. Es cierto que ha habido victorias contra algunos oficiales de policía en particular, pero pocas victorias contra el sistema en sí mismo.
El debilitamiento significativo de la policía exigirá un enorme poder social, que deberá no sólo superar el poder institucional de los sindicatos policiales, sino también el de los responsables capitalistas que defienden la expansión de la policía. Para hacer frente a estos intereses, el movimiento tendrá que movilizar fuerzas mucho mayores que las que actúan en la actualidad. El movimiento tiene que ser capaz de ejercer su fuerza no sólo a través de actos necesariamente breves, sino también a través de la coerción organizada y no violenta contra el capital y el Estado.
No será ni simple ni fácil construir una alianza entre las luchas obreras y antirracistas. Muchos sindicatos están contentos con el hecho de poder alinearse con los sindicatos policiales, mientras que otros sindicatos va a adoptar múltiples resoluciones, pero sin ninguna acción efectiva que las acompañe. Pero los sindicalistas de base pueden hacer que esas instituciones avancen, aunque sus dirigentes prefieran la inmovilidad. Cuando los incendios empiecen a enfriarse y que surja la pregunta de adónde debe ir el movimiento, esos trabajadores y trabajadoras son una fuerza capaz de aportar una respuesta a esas interrogantes.
* Paul Heideman es titular de un doctorado en estudios estadounidenses de la universidad Rutgers de Newark. Artículo publicado en Jacobin, 3-6-2020 https://www.jacobinmag.com/