Izquierda Revolucionaria, Estado Español
Emmanuel Rodríguez · ctxt.es
Al calor de la decisión tomada por Pablo Iglesias e Irene Montero se han publicado numerosos artículos críticos en la prensa progresista y de izquierdas. A continuación damos a conocer a los lectores de nuestra web uno que nos ha parecido muy significativo y razonado.
De buen ver, entre 30 y 45 años, máster o doctorado en una universidad española, modosito pero sin renunciar a la retórica agresiva de un ejecutivo. Este es el perfil del nuevo político español. Perfil universal que comprende a izquierdas y a derechas. A los Casado, Arrimadas, Rivera y Levy, y a los Sánchez, Garzón, Errejón y Maestre. Si hoy tuviéramos que poner a un político en nuestra mesa, es seguro que padres y abuelos, madres y abuelas, no sentirían incomodidad alguna al lado de semejantes nueras y yernos. ¡Qué educada, qué guapo, qué partido, qué bien! La política en este país se juega en las aspiraciones y deseos confesos de la clase media: carrera, maneras y alguna propiedad. Igual da que unos sean llamados bolcheviques y otros neofranquistas si en el fondo se confirma que aspiraciones y éxitos van de la mano. Por esta regla de tres, uno puede declararse de derechas y ser un verdadero transgresor cultural, o brindar por la lucha de clases y casarse de blanco.
La única excepción a este patrón parecía estar en quien dio entrada a esta nueva generación política. Hasta hace apenas unos días, Pablo Iglesias pasaba por ser otra cosa, quizás no radicalmente distinta, pero en todo caso no homologable al patrón del nuevo político español. Recuerden: el cabeza de Podemos irrumpió en la escena política de este Reino como el látigo de la casta. Iglesias exhibía sin complejos su vecindad vallecana (concretamente en el castizo Parque de Las Tetas), su condición de profesor precario y un lenguaje descarado, ácido, voraz. Algo más de la mitad de su capital político se debía a esta imagen hecha de alardes, de alguien que vestido en el Carrefour acusaba el privilegio con la pureza e intensidad de un Savonarola.
En aquel tiempo (fue su principal mérito) Pablo nos hizo partícipes de una obviedad: la sociedad española no es aquella de la clase media universal. Existen pobres, precarios, desclasados, migrantes, sin papeles, excluidos. Y curiosamente son la mayoría, aunque no tengan ni un solo representante político y su presencia en la televisión se limite a ser objeto de una esporádica compasión, o del escarnio más o menos cruel en los reality que emiten todas y cada una de las cadenas. Pero ¿qué queda del viejo Pablo Iglesias? Nada, o quizás la sensación de que todo fue una mentira.
El chalet de Galapagar ha encendido las redes. Conviene ser sinceros, la leña que pone la prensa y los medios de “derecha” va muy por detrás de la indignación de los sectores afines a Podemos. Entre estos se reconocen elementos de lo más diverso, empezando por los más vergonzantes: el precio del inmueble, la piscina, la ostentosidad… Pero no son estas cuestiones las que más cabrean. Es el gesto.
El «chalet en Galapagar» es un gesto y también un mensaje. Ambos recuerdan demasiado al gran viaje de la nomenklatura socialista de principios de los años ochenta hacia Pozuelo, Majadahonda y Las Rozas: la tierra del chalet unifamiliar, el arco noroeste de la capital, la zona rica de la que Galapagar es su extensión hacia el norte. Entonces, los gerifaltes del gran partido de la izquierda y la progresía española aplicaron sin piedad la doctrina de las «3 Cs»: Coche nuevo, Chica nueva, Casa nueva. En aquel tiempo, el patriarcalismo político se aplicaba sin vergüenza.
Se puede decir que el mensaje de Iglesias tiene varias lecturas. Para los que quieren seguir creyendo, y solo ven en esto la enésima campaña de la derechona contra una decisión privada, y solo privada, Iglesias parece decir «estoy cansado, dejadme un respiro, aunque sea bajo la forma del privilegio del nuevo rico». Pero para la gran mayoría la lectura es otra. Pagar una hipoteca tan elevada a 30 años (seguramente superior a 2.000 mil euros) solo es posible si se da por descontado que tu posición social se va a reproducir hasta el día de tu muerte. ¿Dónde quedan las restricciones salariales, la limitación de mandatos, la crítica a la política profesional? Se reía el otro día Idealista.com con la inversión de la parejita. A los expertos en especulación no les parecía la mejor decisión económica. Al menos sobre el papel, no hay grandes perspectivas de ascenso profesional y la incertidumbre es grande.
Más allá de la broma, Idealista mostraba una de las grandes debilidades de Iglesias, y en general de Podemos. La estrategia populista resultó eficaz en tanto pudo sostener un tajante reparto de roles morales: la casta a la que se criticaba debía aparecer tan corrupta y sucia como inmaculado y coherente era el dedo de Podemos que los acusaba. Iglesias inauguró un estilo en el que el vicio privado ya no podía ser privado. Enhorabuena. Era un avance frente al teatro del privilegio cínico y desacomplejado. Pero esta estrategia no se acompañó de una crítica profunda de las causas: de la materialidad de la corrupción generalizada de la política española.
Quizás no venga al caso un análisis siquiera resumido del modelo inmobiliario-financiero español, la especialización exitosa en la atracción de capitales globales sobre sus sectores turístico, financiero e inmobiliario que cada tanto regalan un ciclo de crecimiento rápido seguido de una crisis estrepitosa. No obstante, conviene recordar que a este modelo están atados la corrupción política y empresarial, la privatización de servicios públicos en favor de las constructoras y el imaginario de éxito y logro social de la mayoría de la población española. Imaginario que, ¿adivinen?, encuentra un ejemplo paradigmático en el chalet de Galapagar.
En efecto, el unifamiliar pegado a la autovía de La Coruña (la A6) es una anticrítica práctica a todo aquello que debía ser Podemos. Supone una apuesta por un modelo de ciudad dispersa, en la que unos pocos se permiten localizar la casa de sus sueños en entornos ecológica y socialmente privilegiados. Otorga un ostentoso aval al uso diario del transporte privado y a la saturación de las vías rápidas de una ciudad que tiene ya 1.000 km de autovías y que solo es superada por Singapur y Los Ángeles en la relación km/habitante de este tipo de vías. También estampa su sello antiecológico en el consumo masivo de suministros (agua, electricidad y gas): este tipo de viviendas tiene un gasto dos o tres veces superior al de un piso convencional. Es también un gesto antiecológico, en la medida en que la proliferación de este tipo de viviendas de alto empleo de suelo, tiende a convertir los espacios de mayor valor ecológico de la región (el Parque de la Cuenca Media del Guadarrama y la Sierra) en poco más que jardines traseros de las urbanizaciones de clase media que los rodean.
El chalecito de Galapagar constituye además un particular ejercicio de anticrítica social. No hace falta hacer un censo. Entre los vecinos de Iglesias no encontraremos ni migrantes, ni pobres, al menos no en otra condición que no sea la de chacha o jardinero, que inevitablemente requiere el tamaño y decoro de este tipo de viviendas. De vecinos solo sus semejantes: profesores universitarios con título de funcionarios, profesionales de buen nivel, empresarios y políticos profesionales. Valga repetir la crítica a los suburbios en EE.UU. y Europa: la ciudad del chalet se extiende y multiplica la segregación social contenida en la vieja ciudad compacta. Permite una huida a aquellos que pueden «volar» lejos de la aglomeración urbana y de todos sus efectos negativos supuestos.
Por último, merece la pena considerar las razones educativas que la pareja ha dejado caer ante el futuro de sus mellizos. Entrañable argumento liberal, pero que no resultará extraño a quienes defienden la enseñanza pública. Iglesias-Montero han mostrado sus preferencias por Galapagar también a causa de un colegio público que practica un moderno programa pedagógico «por proyectos». En la elección de colegio se desliza subrepticiamente la aquiescencia al modelo de mercado escolar neoliberal. La defensa de la educación pública implica el compromiso con el colegio público que tenemos más cerca, no la selección de aquel que consideramos mejor por razones muchas veces inconfesables.
Pero el elemento que más cuesta, en esta anticrítica práctica del chaleto de la sierra, es cultural. Elemento inadvertido para sus defensores en el partido, que insisten en que uno hace lo que quiera con su dinero o que balbucean, como Echenique, sobre la «clase media honesta». Lo reflejaba mejor que nadie Esperanza Aguirre cuando, hace unos años, a una política de otro partido le decía algo así: «Mira, al final lo que todas queremos es una ecuatoriana en casa». Estos días, la derrotada Aguirre debe estar con un intenso y agradable dolor de tripa provocado por sucesivas oleadas de carcajadas: «Si ya lo sabía yo, este es como nosotros».
Iglesias tiene una difícil salida de este atolladero. Seguramente esta no consiste en «preguntar» a la «gente» sobre su decisión. La salida plebiscitaria a la oleada de críticas confirmará la secretaría de Iglesias, pero no impedirá el bochorno y la desafección generalizada. De hecho, con la nueva consulta, Pablo nos muestra que no le queda ya otra autoridad que la del plebiscito. Valga decir que en los mentideros del partido se bromea con los Perón y los Ceaucescu. Desgraciadamente estamos ante un final: votar a Podemos se ha convertido en algo indecible, vergonzante.
A Iglesias y a Montero, al fin y al cabo ellos decidieron identificar pareja y dirección, solo les queda una salida honrosa: la dimisión. Quizás esto suponga renunciar al chalet, pero entendemos nada les impedirá disfrutar de una casa de pueblo, algo más austera y barata, y de una vida de descanso y estudio, retiro y familia. Será un logro merecido, bueno para ellos, y todavía mejor para su partido.
Emmanuel Rodríguez es historiador, sociólogo y ensayista. Es editor de Traficantes de Sueños y colaborador de la Fundación de los Comunes. Su último libro es ‘¿Por qué fracasó la democracia en España? La Transición y el régimen de 1978’.
@EMMANUELROG
Artículo publicado originalmente en ctxt.es