Pepe Gutierrez-Alvarez
Se cumple un año de la muerte de Julio Anguita, alguien que representó lo mejor de la cultura comunista desde el momento en el que la izquierda practicante cerró un ciclo de historia con la victoria del “Sí” a la OTAN, lograda por el miedo a los militares y “al comunismo”, que en los noventa casi desapareció en el mapa dejando tras de sí el capitalismo sin oposición, empeñado en meter toda la tradición emancipatoria con quienes la habían envilecido. Negando que había un abismo entre el socialismo de Lenin y Rosa Luxemburgo y el de Stalin o Togliatti; como lo habría entre el cristianismo inicial y el del Vaticano, o entre la democracia de Jefferson o la Stuart Mills con la dinastía Bush o la de Kissinger, con toda probabilidad el personaje más siniestro que haya poblado el planeta.
La trayectoria de Julio atraviesa el tiempo de la clandestinidad, para pasar por la la alcaldía de Córdoba en una gestión que le llevó a la secretaria de IU después del esfuerzo de Gerardo Iglesia por recomponer el Partido de la clandestinidad convertido al final en casi testimonial.
Pero sobre todo Anguita encarnó atacada por un miserable campaña mediática, la tentativa de convertir IU en un partido socialista abierto y enérgico en la lucha a favor de la mayoría social y de todas las causas que el peor comunismo (mayorías en el PCI, PCF) habían abandonado. Apostó por reunir un equipo de colaboradores muy amplios, entre ellos amigos tan próximos como Víctor Ríos o Pedro Montes; compañeros de “Mientras tanto” (Paco Fernández Buey especialmente); de El Viejo Topo (Miguel Riera el primero, Gemma Galdón); colegas provenientes del anarquismo y de la LCR, entre los que me cuento junto con Antonio Gil y Diosdado Toledano entre otros y otras. En esta época, Julio estuvo en numerosas ocasiones en Barcelona en actos públicos como el que llenó una de las mayores salas de las Cotxeres de Sants al lado del inolvidable Livio Maitan quien, delante de una amplia peña de antiguos militantes del PSUC repitió unas palabras del mejor Fausto Bertinotti: “el estalinismo es incompatible con el comunismo”. La historia ya había dado su veredicto en los años veinte, pero ahora quedaba tan claro como la luz del día.
En ese tiempo, Julio nos podía provocar entusiasmo aunque también chirriar de dientes. Recuerdo unas declaraciones suyas sobre Cataluña que provocaron serias discusiones. Pero era un militante abierto, que sabía escuchar las críticas, que debatía, y lo tuvo que hacer en numerosas ocasiones. A pesar del declive de la fraternidad, de la apatía dominante, del atraso de las nuevas generaciones todavía cogidas por el “No me cuentes tu vida”, IU consiguió convertirse en una pesadilla para la trama felipista. La misma que desde los medios conservadores, pero sobre todo desde “El País” animó una campaña denigratoria sistemática con la colaboración inapreciable de excomunistas, de personajes como Javier Pradera, Santos Juliá, Antonio Elorza y demás. Pero esto no fue suficiente, y la idea del “sorpasso”, sin duda excesivamente optimista voló sobre el ambiente creando la consiguiente reacción de los que estaban ganando la lucha de clases.
Después de la campaña denigratorio se desarrolló otro movimiento en el que participaron funcionarios de primera de la propia IU (esos que luego entraron en lugares como Bankia), de cargos que meses más tarde ocupaban altos cargos en el entramado PSOE, sin olvidar los burócratas sindicales que no le perdonaron las sucesivas críticas, que lo vieron detrás de la corriente crítica de Comisiones, toda una “peña” que realizaron su jugada conspiratoria al compás Felipe-Cebrián coincidiendo con su primera crisis. Con una crisis grave que se ha vuelto a repetir, pero de la que ahora no ha podido salir.
Retirado en un segundo plano, Anguita ejercitó su docencia con lecciones con las que no siempre estuvimos de acuerdo, pero detrás de la cual subsistía una honestidad a pruebas de bombas y de burocratadas. Cuando se planteó el asunto del acuerdo con el PSOE, Anguita fue de los que abogó por el ejemplo portugués; por el apoyo crítico desde fuera. Una vez el equipo de Iglesias ocupó sus ministerios, Julio se mostró diplomático. Sí lograban hacer lo que decían sería como un milagro del cielo, pero no entró en la batalla. En estos momentos, más allá de afinidades y disonancias, los que trabajamos y los que apostamos por Julio, compartimos la desolación de millones de hombres y mujeres que repetían algo que se podía resumir en estas palabras: “No siempre estamos de acuerdo con Anguita, pero no conocemos en el Ruedo Ibérico a nadie que se haya mostrado más coherente con las ideas que defendía.
Una coherencia integradora que significó un liderazgo abierto e integrador. Justo al revés de los que luego han tratado de hablar en su nombre.