El Porteño
por Gustavo Burgos
En estos momentos el paro patronal de camioneros inicia su sexta jornada. Quienes se movilizan Fuerza del Norte y Conductores de Paine tienen ocupadas las principales vías de comunicación desde Santiago hacia el norte. Se trata de una movilización que expresa el choque entre el gran capital y la pequeña burguesía transportista. El conflicto —patronal a todas luces— pone adicionalmente al Gobierno en un terreno especialmente crítico y jabonoso, una disyuntiva que pone en tela de juicio su verdadero poder. Si logra aplastar el movimiento política y físicamente, que es la mejor de sus alternativas, no hará más que postergar esta crisis con insospechadas consecuencias en el inicio de un ciclo económico recesivo. Si no es capaz de hacerlo o bien logra un acuerdo infamante con los camioneros —por ejemplo se ve obligado a retirar las querellas por Ley de Seguridad Interior de Estado— significa que perdió toda oportunidad de transformarse en un factor determinante en el ejercicio de poder. Dicho de otra forma, si Boric no derrota a los camioneros el proyecto bonapartista habrá fracasado definitivamente y deberá conformarse en los tres años que le quedan a ser comparsa del Congreso.
Ya lo hemos dicho, la derrota plebiscitaria del 4 del septiembre se presentó como un término anticipado de su mandato. Tras la derrota del Apruebo el viraje de Boric a transformarse en un gobierno de Derecha —como ha quedado de manifiesto en el último mes— no tiene otro objetivo más que la autopreservación. Sin embargo, el costo de tal determinación es altísimo para el régimen. El sistema partidario chileno está construido sobre la base de la polaridad entre lo que fue la Derecha pinochetista y la centroizquierda de la Concertación. Por ello, el discurso en que se afirmó la transición de los 30 años fue precisamente el de la polaridad democracia y dictadura o bien entre el conservadurismo y el reformismo. Este esquema, cimentado en los grandes acuerdos del Consenso de Washington, dieron cuerpo al patrón neoliberal de acumulación de capital que es el que hoy se encuentra en crisis.
La banalización del discurso reformista tiene un límite y el mismo está dado por la capacidad de la burguesía de dar estabilidad a su propio régimen. Desde Aylwin hasta el primer Gobierno de Bachelet un medido y pausado proceso de reformas fue desarrollándose en un contexto de equilibrio económico en que la hiperconcentración de capital tuvo como correlato, hasta el 2008 de un relativo crecimiento del salario. Ese largo período de expansión económica que termina brutamente con la llamada crisis de la burbuja inmobiliaria en EEUU, fue el sustento de la política de «correr el cerco» y de «unirse contra la Derecha», que es a lo que quedó reducido el reformismo en nuestro país.
Sin embargo, el levantamiento popular del 18 de Octubre de 2019 barrió con dicho paradigma. Tomó casi una década para que los trabajadores se rebelaran y protagonizaran un alzamiento revolucionario sin parangón en nuestra historia haciendo saltar por los aires el pacto político de los 30 años. El Acuerdo por la Paz explícitamente se propuso restablecer el orden público y orientar el proceso a la arena institucional. La cuestión constitucional desde su inicio se encontró limitada a este objetivo general de recomposición del régimen. Al igual que los animales, las cases sociales aprenden de la experiencia y la burguesía chilena aprendió que de la crisis se sale institucionalizando. Sin embargo, el contexto internacional es diametralmente opuesto.
Al comenzar la década de los 90 el capital internacional logró ampliarse económica y políticamente con la restauración capitalista en los Estados Obreros. La unificación de Alemania, la disolución de la URSS y el hundimiento general de las corrientes de izquierda, permitieron ofrecer un contexto —repetimos tanto económico como político— favorable a la transición post Pinochet. La propia Dictadura de Pinochet fue utilizada en su fase final para robustecer la campaña norteamericana por la democracia y la libertad. Amnistía Internacional repasó el Cono Sur latinoamericano con conciertos épicos que anunciaban la apertura de una era democrática cimentada en los DDHH, apoyada en el fin de las Dictaduras militares en Brasil, Argentina y Uruguay. El propio Sting le dedicó una canción a los desaparecidos.
Este contexto internacional fue determinante para la articulación de la transición post Pinochet. La preservación del régimen pinochetista, sin Pinochet, legitimado por la restauración del orden democrático burgués —reducido a elecciones periódicas y libertad de expresión— es un rasgo político fundamental, sin el cual es imposible comprender la historia de los últimas cuatro décadas en Chile.
El escenario internacional post 18 de Octubre es opuesto por el vértice al de inicios de los 90. El orden imperialista cruje por los cuatro costados. El agotamiento de las democracias imperialistas caracterizado por la emergencia de figuras bufonescas como la de Trump o Johnson y el fortalecimiento de los Bolsonaro o Meloni en un itinerario abiertamente fascistizante, constituyen una seria limitación para cualquier corriente reformista en el orbe. AMLO en México, Fernández en Argentina, Castillo en Perú, no logran apenas despegarse de las mismas políticas en contra de las cuales construyeron su discurso «progresista». Hace un par de días el propio Lula ratificó la candidatura impulsada por Bolsonaro — la de Ilan Goldfajn— un economista de extrema Derecha.
El referido agotamiento de las democracias imperialistas y del reformismo en general, es la consecuencia necesaria de la feroz crisis que sacude la economía mundial. Una crisis que tiene instalada una guerra convencional con centenares de miles de muertos en el centro de Europa, Ucrania y cuyo desenvolvimiento tensiona tanto las relaciones de EEUU con la OTAN como con China.
Ni en el viejo continente ni en EEUU hay espacio para el más mínimo desplante reformista o iniciativa keynesiana. El alineamiento con la OTAN por parte ya no solo de la socialdemocracia o el laborismo tradicionales, sino que hasta de nuevas corrientes de la pequeñaburguesía de izquierda (Syriza, Podemos, Die Linke, etc) es total y absoluto. El silencio de la burocracia sindical, igualmente, es completo.
Este contexto político explica la derechización de Boric, no solo el triunfo del Rechazo que no pasa de ser un dato doméstico. Boric —no quiero ser majadero con esto porque es algo sabido— se ha alineado con el imperialismo de forma irrestricta. Esto no solo se ha expresado en su insólito apoyo al tratado de vasallaje colonial del TPP11, ha ido más allá. Boric se ha plegado con el ataque a Cuba, Venezuela y Nicaragua; se ha alineado por pura obsecuencia con la OTAN en la guerra de Ucrania; y cada uno de sus pequeños triunfos diplomáticos, como la relación con Canadá —no olvidemos a Boric y Trudeau tomando cerveza— termina en su opuesto: con el propio Trudeau rechazando cualquier carta lateral al TPP11.
Desde hace un mes sintomáticamente al cumplirse un tercer aniversario del 18-O —los chilenos somos hombres de rito y ceremonia— el Gobierno feminista, ambientalista, participativo y renovador ha llevado adelante una implacable campaña de ataque al pueblo. Comenzó con algo simbólico pero muy relevante, propuso una reforma previsional que dejando subsistente el régimen de capitalización individual tiene por único efecto práctico liberar al capital financiero de la gestión de los usuarios. Luego inició una gira de ocupación en el Wallmapu —el mismo que ha mantenido con ocupación de las FFAA desde el inicio de su mandato— en la que actuó como un agente provocador de las forestales y del APRA, insultando a la resistencia mapuche calificándola de cobarde, nazi y terrorista. Finalmente, en su gira por Tailandia el Gobierno dejó en claro que ni tiene espacio internacional ni lo disputará, siendo saludada su intervención por todos los sectores de la burguesía no solo por Heraldo Muñoz e Iván Moreira, el propio Juan Sutil se encargó de dejar establecido que el discurso gubernamental se alinea por completo con los requerimientos de los grupos económicos y las multinacionales, los que se pasean por La Moneda con mucha mayor soltura que con Piñera. Como mayor muestra un botón: el Comité de Ministros acaba de aprobar contra el medio ambiente y la lucha de las comunidades los proyectos «Los Bronces» y «Alto Maipo».
Esta ofensiva patronal —sustentada por el Gobierno— cimbra las estructuras partidarias que le dan sustento y las conduce a un esfuerzo sin precedentes. No solo el Frente Amplio, el PS y el PPD, el propio Partido Comunista han salido a defender la conducta de un Gobierno cuya única respuesta al movimiento social y de masas es la represión. Boric no solo no tiene un discurso de reformas que ha abandonado formalmente aduciendo a un criterio de realidad, sino que por el contrario ha desplegado un sistemático discurso de validación de toda forma de represión, de criminalización de la pobreza, los inmigrantes y de la protesta social como solo lo había sostenido en el pasado la extrema Derecha. Es un lugar común en las redes sociales aducir que ni Piñera llegó tan lejos. Efectivamente, porque en los hechos Boric es Kast.
Por otro lado, la izquierda apruebista —gubernamental o no— ha quedado reducida a una labor indigna: culpar al pueblo de la derrota electoral y responsabilizarlo de la ofensiva patronal que comanda el Gobierno. Bajo esta premisa se dirigen a los grupos que impugnamos la farsa constitucional —en tanto el mentado texto constitucional no hacía otra cosa que consolidar el régimen— y nos demandan apoyar al Gobierno frente a la Derecha (sic). Esta gente no solo no es capaz de ver qué ocurre en la realidad sino que son impotentes para plantearse siquiera algo distinto de la intervención electoral e institucional. Es frecuente verlos lastimosamente impulsar —me avergüenza hasta decirlo— envío de correos electrónicos o twittazos. Esto confirma una regla de la lucha de clases: ni las instituciones ni las estructuras salen a la calle y es en la calle donde se dirimirá esta cuestión.
Vox populi, el proceso político avanza hacia una nueva crisis. El próximo será un año de recesión aún más intolerable para la mayoría trabajadora que este. El próximo año no hay elecciones ni habrá cómo distraer al pueblo con la farsa constituyente a la que nadie presta atención. Más tarde, más temprano esta alambicada nueva transición caerá como consecuencia de las brutales contradicciones de clase que la atraviesan. El Gobierno ya casi formalmente rendido ante el Congreso, no tendrá capacidad de jugar sino que un papel de agitador de un conflicto permanente, incapaz de erigirse sobre bases bonapartistas o dictatoriales y conducir el proceso. El Gobierno al hundirse en la ignominia de su derechización arrastra a los tradicionales partidos del reformismo, PC incluido. No tiene otro camino.
Ante estos hechos, es imprescindible el agrupamiento del activismo que se reclama de los trabajadores, de los explotados, de la izquierda y de la revolución. Es ineludible en estos momentos levantar una clara e inequívoca posición de clase que gire en torno a la reivindicación de un Gobierno de la Clase Trabajadora y que señale con claridad que el Gobierno de Boric es un Gobierno al servicio de la burguesía y el imperialismo. Resulta impostergable igualmente que es en la lucha de clases, en la acción directa y en la autorganización en donde se irá conformando una nueva referencia política clasista y revolucionaria.
Porque el reformismo de todo pelaje está comprometido con la burguesía y porque son ellos mismos los que dan las órdenes para hambrear, encarcelar y matar. Y es por eso que a Boric le asignamos la simple función de sepulturero, porque la tarea de matar al reformismo, de superarlo como referencia política para los trabajadores solo podrá ser el resultado de la estructuración de una nueva dirección política concebida como partido, como organización de combate de clase. Porque todas y cada una de las «teorías» reformistas se han derrumbado en conjunto. La Lista del Pueblo demostró que las montoneras electorales son el caldo de cultivo para Ancalaos y Pelados Vade; el frenteamplismo demostró en la práctica que la política de minorías solo sirve al gran capital; el propio Boric es la demostración viviente de que el autonomismo es el taparrabos de cobardes y arribistas. No es cierto que «el pueblo unido avanza sin partido», no es cierto que la paridad de género libere a la mujer trabajadora, no es el extractivismo sino el capitalismo el obstáculo para la liberación social y nacional.
Cada conflicto, cada lucha, debe motivar nuestra clara intervención para politizar (hacer colectivo) las movilizaciones. Cada piedra que se levante debe ir dirigida en contra del Gobierno y en contra de los explotadores. La lucha por la libertad del pueblo mapuche, por la libertad de todos los presos políticos, la reivindicación de las organizaciones de base, del derecho a huelga a manifestarse públicamente y enfrentar a la represión, son los pasos que hoy estamos dando. Es necesario avanzar a superiores formas de debate político y de organización, es necesario —por todo lo dicho— volver a levantar el programa socialista y revolucionario de los trabajadores, tal y como lo hiciera Recabarren cuando partió casi de cero en las aguerridas pampas salitreras.