Arturo Alejandro Muñoz
El triunfo de la derecha ha sido absoluto en toda la línea. No sólo se trata de un triunfo político, también es un triunfo en lo comunicacional y en lo cultural. ¿Qué ocurrió?
En la elección de consejeros constituyentes el triunfo de la derecha ha sido absoluto en toda la línea; en términos concretos, la derrota de la centroizquierda y de la izquierda ha sido aplastante.
¿Qué pudo sucederles a estos dos sectores para haber llegado a un desastre electoral como el del 7 de mayo de 2023? ¿Qué errores cometieron? ¿Fue un triunfo de la derecha, de la centroderecha o de la extrema derecha? ¿Sólo es posible responsabilizar a la <prensa canalla y al ‘miedo’> desperdigado por vociferantes nacionalistas y conservadores beatos respecto de un éxito de la izquierda en esos comicios? ¿No existen otras causas, otras razones? Yo creo que sí.
Desde hace 30 años los partidos de centroizquierda y de centroderecha han compartido el mismo escenario económico heredado de la dictadura. Eso es innegable. ¿A dónde se llega con esta realidad? Se arriba a un estado de desarrollo socioeconómico mediano en el cual –desgraciadamente- no hacen falta las grandes ideologías, ni los sueños de profundos cambios políticos, pues lo que prima en cualquier gobierno inserto en ese horizonte es lo técnico y no las grandes utopías.
En ello radicó el triunfo de una derecha pragmática y fría, que impuso en la sociedad objetivos que benefician principalmente sus propios intereses, y fue capaz también de entronizarlo en quienes se suponía debían estar situados en la vereda de enfrente. Individualismo, miedo y consumo han sido los pilares fundamentales del sistema que se apoya en una democracia sin pueblo, una democracia de «Mall», donde sólo existen consumidores, clientes y deudores. No existen lazos entre ellos. No hay, como ocurría décadas atrás, una visión de futuro, un sueño de país. Además, la globalización intervino con fuerza, logrando incluso que algunos pueblos deshilacharan y destiñeran su amor por la propia nacionalidad.
La derecha no tiene necesidad de inventar políticamente nada a estas alturas. No lo requiere. Menos aún si la izquierda se fraccionó a nivel de archipiélago partidista en decenas de referentes y grupos, donde algunos de sus líderes se atacan entre sí luchando por obtener la corona del ‘elegido’, del ‘iluminado’ que llevará avante a los millones de fieles seguidores que alguna vez poseyó ese sector.
¿Qué ofrece la izquierda hoy día? ¿Qué puede contraponer ella a la oferta perenne de la derecha como un producto que el pueblo considere altamente deseable? Es la histórica añosa duda política: ¿qué es primero, qué es lo fundamental en todo inicio de acción política?, ¿la educación o el pan? En estas últimas décadas los errores y porrazos nos han señalado que para el pueblo, primero y siempre primero, está el pan. Entonces…
Nuestra querida izquierda nunca leyó concienzudamente el manual de la modernidad instalada en Chile por la derecha económica, a sangre y fuego primero, a tarjetazos y créditos después. En estos últimos 30 años la izquierda ha soslayado el sentido común del pueblo, creyendo que es un terreno demasiado resbaladizo porque allí cohabitan ideas socialistas con ideas progresistas y otras francamente neoliberales.
La mayoría de los chilenos ama el consumo, vive en los «mall» que han trasformado en una especie de ‘horizontes culturales’, y se interesa sólo en su propio devenir, desechando los sueños colectivos y las utopías sociales basadas en la solidaridad (salvo el inefable disfrute televisivo de la Teletón, obviamente). Triunfo de la derecha, sin duda, que supo convencer a la gente de incorporar esos pensamientos en lo que hemos llamado «el sentido común del pueblo».
¿Cuáles serían entonces, para el pueblo mismo, las libertades intransables? La del consumo, la de movimiento, la de religión. El resto es sólo paisaje para muchos chilenos de a pie. No así para quienes se inscriben en el 26% que se informa vía redes sociales. A estos, más temprano que tarde, el sistema neoliberal tratará de quitarles «el derecho a tener derechos» si no se someten al ya mentado ‘sentido común’ del pueblo.
Las cúpulas de la Nueva Mayoría –la centroizquierda- se entrelazaron con el poder económico, su eterno adversario, ayudando gozosamente a administrar y perfeccionar la argamasa neoliberal. ¿Y ahora quiere que ese mismo pueblo que fue bombardeado mediática y políticamente con las ‘maravillas’ del sistema que ella ha administrado durante décadas, luche contra él? ¿Cuál es la nueva oferta que esa centroizquierda pone ante los ojos de la gente? Las últimas ofertas presentadas al electorado no han sido del gusto mayoritario. Esto debería estar suficientemente claro para los dirigentes de la Nueva Mayoría, pues el pueblo hoy no se mueve por la mecánica de las utopías, sino por la mecánica del mercado. Horroroso, pero cierto. Desde ese punto hay que reiniciar el camino.
La pregunta es si esa coalición, que ha tenido cinco gobiernos, será capaz de reinventarse a partir de una profunda autocrítica, cuestión que no ha hecho desde la derrota del año 2009, y tampoco lo hizo luego de conocerse los resultados de las elecciones de consejeros constituyentes. Sus dirigentes no aceptaron tener responsabilidad en el fracaso y siguieron como si nada hubiese ocurrido. El caso de la presidenta del PPD, Natalia Piergentili, es el mejor ejemplo de lo dicho.
En la vieja frase latina: vox populis vox dei, guste o disguste, se trasluce el ‘sentido común del pueblo’, y es en él donde debería centrarse el trabajo de la izquierda de aquí en más.