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El nuevo partido que puede cambiar la política británica

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JACOBIN

Traducción: Natalia López

El surgimiento de un nuevo partido de izquierda, como respuesta al giro derechista del Partido Laborista, a su complicidad en Gaza y a los fracasos estructurales del capitalismo, anuncia una posible transformación de la política británica.

Más de medio millón de personas han respaldado el llamado de Jeremy Corbyn y Zarah Sultana para fundar un nuevo partido de izquierda. Es un hecho sin precedentes y debemos comprender que este desarrollo político transformará la política británica en los próximos meses y años.

¿Qué lo impulsa? Un acontecimiento político de tal magnitud no surge de la nada. Sin duda, existía una necesidad urgente: desde hace décadas no hay una representación política adecuada para la clase trabajadora, y la marcada deriva derechista del Partido Laborista ha sido responsable de muchos de los ataques más duros contra ella. Esto ha dejado al laborismo fuera de toda credibilidad para millones de votantes obreros y progresistas. Si bien esto era evidente desde hace tiempo, la construcción de un nuevo partido se había visto frenada por factores objetivos: la reticencia de los sindicatos vinculados históricamente al laborismo a cuestionar ese lazo; y el freno estructural que impone el sistema electoral británico, que históricamente ha bloqueado la aparición de nuevas fuerzas políticas. Hoy, el primero de esos obstáculos comienza a ceder y el segundo ha sido roto por la extrema crisis social y económica que atraviesa la población. Crisis generadas por décadas de políticas brutales contra la clase trabajadora, incluidas las aplicadas por el propio Partido Laborista, que han creado las condiciones para el surgimiento de una nueva fuerza política.

Pero el golpe más fuerte contra el Partido Laborista lo ha dado el movimiento de masas que se alzó frente a sus políticas de apoyo al genocidio desde octubre de 2023. La movilización en defensa de Gaza y de la causa palestina ha sido el catalizador que derrumbó certezas profundas en la política británica. Fue lo que permitió la elección de diputados independientes en las generales de 2024, sobre la base de la campaña «Sin alto el fuego, no hay voto», que llamaba a no respaldar a ningún candidato que no apoyara un alto el fuego en Gaza. Iniciada por decenas de exconcejales laboristas que renunciaron en protesta e indignación por la postura de la dirección del partido, ganó un apoyo social significativo en los meses previos a las elecciones generales. Así, la principal línea de fractura de la política británica —entre la abrumadora mayoría social que exigía el fin del genocidio y quienes lo avalaban, militar, política y económicamente— atravesó el corazón mismo del Partido Laborista.

Para muchos, el apoyo del Partido Laborista al genocidio puso fin al período posterior a Corbyn de «agachar la cabeza» para seguir dentro del partido. También dejó en evidencia que, aunque la dirección del laborismo haya dado por cerrada la etapa Corbyn, en el movimiento social más amplio esa experiencia sigue viva, como lo demuestra la respuesta masiva al llamado a fundar un nuevo partido

Al expulsar o empujar fuera del partido a los diputados más consecuentes de la izquierda, junto con concejales y militantes que renunciaron, y al redoblar su apoyo a Israel, la dirección laborista dio el impulso decisivo para fundar esta nueva organización. Cientos de miles de jóvenes han dado sus primeros pasos políticos en defensa de Palestina; muchos querrán ampliar su comprensión sobre la guerra, el imperialismo y la injusticia, y continuar comprometidos con la acción política. Ya hemos visto el impacto político de este proceso en el ascenso de nuevas figuras carismáticas y combativas, como Rima Hassan en Francia, Zohran Mamdani en Estados Unidos y Zarah Sultana o Leanne Mohamad en Gran Bretaña. No cabe duda de que en el próximo período millones de jóvenes para quienes este sistema no ofrece un futuro real se sumarán a la lucha contra él. Este nuevo partido puede convertirse en su hogar político natural.

También será la casa para los cientos de miles que se volcaron al Partido Laborista en 2015 para apoyar la candidatura de Jeremy Corbyn a la dirección. Aquella campaña se convirtió en un polo de atracción para quienes estaban abiertos a respaldar políticas efectivamente radicales; un apoyo que llegó tanto de militantes conscientes de esa agenda como de personas sin alineamiento previo atraídas por las propuestas de Corbyn en clave de clase, movimiento o sindical. El sentimiento antiausteridad y anticapitalista que en aquellos años llevó a la izquierda radical al poder en partes de Europa encontró en Gran Bretaña su expresión en el liderazgo de Corbyn. No fue posible derrotar al establishment dentro y fuera del Partido Laborista, pero sus principios y su programa mantienen aún hoy un amplio respaldo. Muchos de quienes participaron entonces podrán aportar una base sólida para el nuevo partido, que no estará encorsetado por el conservadurismo de la maquinaria laborista.

Un partido de masas de la izquierda se apoyará así en estos cimientos para construir una fuerza política efectiva, capaz de jugar un papel decisivo en las luchas en defensa de la clase trabajadora y de todos los sectores golpeados por este gobierno laborista —y por los anteriores—. El núcleo programático del laborismo hoy es aplicar austeridad, autoritarismo y políticas antimigrantes. Mucho es una continuidad de la agenda conservadora, pero con una escalada visible y pronunciada en todos los frentes. Que esto provenga de un gobierno laborista en el que muchos habían depositado alguna esperanza de cambio positivo ha llevado a millones de votantes históricos del partido a retirarle su apoyo. Algunos han girado hacia Reform, pero muchos simplemente han dejado de votar. Este nuevo partido de izquierda ofrece una alternativa viable, dinámica, activa y con una voz clara en defensa del pueblo, rompiendo de manera abierta con las élites y con un sistema amañado que explota y empobrece a la mayoría. Muchos votarán por esta nueva fuerza, y nuestra tarea es hacer que se convierta en una opción ganadora.

¿Cuál es la situación que enfrentamos?

Estamos en un período de enorme peligro, en el que la barbarie se ha convertido en una experiencia cotidiana para millones. Su expresión más evidente es el genocidio en curso en Gaza, perpetrado con el respaldo pleno del gobierno laborista. No solo ha proporcionado armamento, sino también apoyo logístico. Keir Starmer y David Lammy, por su complicidad y el amparo político que brindan, tienen una responsabilidad directa en ese genocidio; no sorprende que el llamado de Zarah Sultana a que sean juzgados por crímenes de guerra cuente con un amplio respaldo.

La causa de fondo de esta barbarie, en todas sus manifestaciones actuales, es la crisis del sistema económico que domina nuestras vidas —el capitalismo— y de las estructuras políticas que lo sostienen. El capitalismo ha atravesado muchas crisis y ha logrado recomponerse, pero hoy ha ingresado en una fase cualitativamente nueva. Se trata de una crisis total que se manifiesta, de forma simultánea e interconectada, en todos los planos: económico, político, social, ecológico e ideológico. En Gran Bretaña, la crisis económica deja al desnudo la creciente desigualdad social, con múltiples expresiones en la salud, el trabajo, la vivienda y la educación. El sistema ha alcanzado sus límites históricos y se encuentra ante un colapso, incapaz de resolver esta crisis dentro de su propio marco.

En lo que respecta a nuestro nuevo partido, debemos reconocer que las estructuras económicas surgidas tras la Segunda Guerra Mundial, que sustentaron este sistema, se están desmoronando. Las condiciones que alguna vez permitieron cierto ascenso material de la clase trabajadora dentro del sistema ya no existen. El apoyo popular al Partido Laborista se sostuvo durante décadas con la promesa —y a veces la concreción— de reformas graduales y mejoras en el nivel de vida, como la creación del NHS o los ambiciosos planes de vivienda social. Todo ello siempre dentro de los límites del capitalismo, un sistema que el Partido Laborista nunca cuestionó de raíz, sino que buscó gestionar. Pero la etapa histórica en la que el laborismo podía convencer a millones de apoyarlo sobre la base de esas reformas ha terminado: la capacidad de los gobiernos para amortiguar las contradicciones sociales y económicas está prácticamente agotada. Los intentos de gestionar los fracasos del sistema —como hizo Gordon Brown en 2007/2008 rescatando bancos e inyectando enormes sumas al sector financiero mediante la llamada «expansión cuantitativa»— vinieron acompañados de medidas de austeridad que profundizaron la crisis y trasladaron la carga a la clase trabajadora.

En el plano político internacional, la crisis se expresa en el ascenso global de la extrema derecha y en la creciente deriva hacia la guerra impulsada por los Estados imperialistas. Vivimos una nueva carrera armamentista, con Europa en primera línea y decidida a aumentar masivamente su gasto militar bajo el liderazgo de Estados Unidos. Solo Alemania planea destinar 650 mil millones de euros, rompiendo sus limitaciones históricas y más que duplicando su presupuesto militar para fines de esta década. Los gobiernos occidentales preparan sus planes de guerra contra China y Rusia. La OTAN, responsable en gran medida de la guerra en Ucrania, sigue alimentando ese conflicto mientras refuerza su presencia militar en el Mar de China Meridional. El riesgo de una escalada hacia un enfrentamiento nuclear crece, amenazando el futuro mismo de la vida en el planeta.

En Gran Bretaña, a pesar de haber sido electo hace apenas un año con una mayoría parlamentaria aplastante, el gobierno de Starmer ve erosionado su apoyo a gran velocidad. Crece la desconfianza hacia todo el sistema político, y tanto el laborismo como los conservadores pierden afiliados a un ritmo sin precedentes. En los próximos cuatro años es perfectamente posible que Reform —que encabeza las encuestas con ventaja sostenida— llegue al gobierno. En Francia, las elecciones presidenciales de dentro de dos años podrían dar la victoria a un dirigente de extrema derecha.

Ya sabemos, por la experiencia de Trump en Estados Unidos y Meloni en Italia, lo que eso implica para nuestras sociedades: para las personas migrantes, para las comunidades negras y asiáticas, para los derechos de las mujeres y de todas las minorías, para los derechos humanos, laborales y para el derecho a la protesta. En nuestras calles ya vemos ataques organizados por grupos fascistas contra albergues de migrantes; ataques que no han necesitado de un gobierno de Reform para producirse. Han sido alentados por declaraciones del propio gobierno laborista —sumadas a la retórica abiertamente racista de Reform—, así como de los tories y de los grandes medios de comunicación. Frente al avance de la extrema derecha, el laborismo ha intentado disputarle votos endureciendo su política contra migrantes y refugiados, dedicando buena parte de su energía política a hostigar y criminalizar a estas comunidades. Pero lejos de frenar a la extrema derecha, esta estrategia allana el camino a Reform. Además, el gobierno ha adoptado un giro autoritario para reprimir la disidencia, en especial criminalizando la oposición al genocidio en Gaza. A esto se suma que busca resolver la crisis económica —y financiar su programa de rearme— recortando prestaciones sociales a personas con discapacidad y sectores empobrecidos: algunos de los más oprimidos de la sociedad.

Por eso, el llamado de Jeremy Corbyn y Zarah Sultana a construir un nuevo partido de izquierda no solo es bienvenido: es un paso imprescindible para defender a la clase trabajadora de los ataques que sufre. Hoy existe la posibilidad real de que ese nuevo partido rompa el corsé del sistema electoral británico y encabece las grandes luchas necesarias para transformar la sociedad.

Naturalmente, la crisis económica y política no es un fenómeno exclusivamente británico: es internacional. Todos los grandes partidos tradicionales han abrazado la economía neoliberal desde la década de 1980, con consecuencias devastadoras para nuestras sociedades y comunidades. Los partidos socialdemócratas de Europa —incluido el laborismo—, asumieron el neoliberalismo y han infligido daños profundos a la población. Han sido parte del problema, generando penurias y exclusión para millones, en particular en las antiguas regiones industriales. Esto ha abierto el terreno político para el crecimiento masivo de la extrema derecha. Solo nuevas fuerzas políticas de izquierda, capaces de ofrecer soluciones reales a los problemas de la gente, podrán enfrentar con éxito este avance reaccionario.

El crecimiento simultáneo de Reform, por un lado, y el surgimiento de un nuevo partido de masas de izquierda, por otro, expresa algo más que la ruptura del viejo bipartidismo. Representa un cambio social y de conciencia de mucho mayor alcance: los valores, ideologías e instituciones tradicionales de control social se están resquebrajando y siendo cuestionados. La confianza en los antiguos mecanismos de estabilidad se ha evaporado, mientras la seguridad material de millones de personas se ve amenazada. El dilema histórico se plantea con toda claridad: o avanzamos hacia el socialismo y rompemos con este sistema, o seguimos descendiendo hacia la barbarie.

Tenemos por delante una tarea enorme. La crisis no solo es múltiple: es existencial. El nuevo partido debe adoptar un programa que aborde no solo la vivienda, el desempleo, la protección social y la degradación social, sino también el cambio climático, la destrucción ecológica, la nueva carrera armamentista y la guerra imperialista. La lucha contra el racismo, y en apoyo a migrantes y refugiados, debe ser un eje central de ese programa.

¿Qué debe ser el nuevo partido?

Estas son nuestras aspiraciones: que el nuevo partido nazca para enfrentar los desafíos del mundo actual y para ganar. Que no reproduzca modelos del pasado, pero que incorpore las experiencias acumuladas y la sabiduría adquirida: ya sea en las grandes batallas de clase de los años ochenta, en la lucha contra la guerra de Irak, en la defensa del NHS frente a la privatización, o en la experiencia de la dirección de Jeremy Corbyn en el Partido Laborista. Sobre la base de esas experiencias, el partido deberá organizarse y movilizarse en tres frentes: electoral, movimientos sociales y sindicatos.

Ganar elecciones será una parte importante del trabajo del partido, ya sea en el plano nacional, regional o local. Buscamos construir una representación política hecha por y para la clase trabajadora y nuestras diversas comunidades. Debemos mostrar en la práctica nuestra política y nuestros principios, demostrar que hacemos política de otra manera y que podemos lograr cambios reales. Pero el nuevo partido no puede limitarse al plano parlamentario o electoral: debe intervenir en todos los ámbitos de la vida social. Porque las personas no se definen únicamente por su lugar de residencia o de trabajo: también se movilizan por principios más amplios, por lo que sucede en el mundo, por cómo se decide el futuro del planeta y por cómo los grandes problemas globales se conectan con lo local.

Por eso, la articulación del partido con los movimientos sociales será fundamental: ya sea en la defensa comunitaria, en la lucha contra la catástrofe climática, en la prevención de guerras, en la conquista de la libertad y soberanía para Palestina, o en la eliminación de las armas nucleares y la desmilitarización. No buscamos reproducir ni duplicar el trabajo de los movimientos, sino apoyarlos y ser parte de ellos. Son fuerzas dinámicas y poderosas de movilización.

Los sindicatos —y otras formas colectivas de organización de la clase trabajadora y de nuestras comunidades— deben recibir todo nuestro apoyo, y no ser vistos como algo ajeno a lo «político». La división entre el ala sindical y el ala partidaria del movimiento ha sido un freno para los avances, hasta el punto de que el Partido Laborista terminó atacando duramente a los sindicatos y a la fuerza laboral. El nuevo partido, como fuerza de masas contra el sistema, será más fuerte si tiene a los sindicatos en su núcleo, porque en esencia son una fuerza política. No solo representan y defienden a millones de trabajadores, sino que constituyen redes organizadas, democráticas y participativas a nivel de base; pueden actuar e incidir en políticas que afectan directamente a nuestra sociedad. Puede que hoy no siempre desarrollen todas las posibilidades que su papel social, político e industrial les otorga, pero el nuevo partido debe trabajar para fortalecerlos y potenciar su papel: empezando por apoyar la derogación total de las leyes antisindicales.

La unidad dentro del partido será clave. Esto no significa que siempre coincidiremos en todo; muy por el contrario. El debate y la discusión son esenciales para llegar a las mejores políticas, por lo que todas las voces deben ser escuchadas. El partido debe estructurarse de manera que garantice la máxima democracia interna, asegurando que se escuchen y decidan colectivamente las distintas posiciones. Una forma de hacerlo es permitir la existencia de «plataformas» dentro del partido, donde miembros que comparten una visión común puedan reunirse y defenderla abiertamente, especialmente en los debates previos a una conferencia de políticas. Una vez que el partido adopte una posición, todos los miembros la respaldarán públicamente. Hay otras maneras de organizarlo, pero lo esencial es que el nuevo partido combine la mayor apertura y democracia internas con la capacidad de unificarse de manera efectiva para presentar una alternativa política creíble, y que la sociedad pueda ver que cumple lo que promete.

Durante décadas, los socialistas dentro y fuera del Partido Laborista han trabajado muchas veces en pequeños grupos, lo que en ocasiones ha derivado en métodos de trabajo aislados y autorreferenciales. En este nuevo partido debemos actuar de otra manera. Necesitamos disciplina para una acción política eficaz, pero no puede imponerse desde arriba, como sucedía de forma implacable en el Partido Laborista. Debe surgir del respeto mutuo y de una comprensión compartida de lo que hay que hacer y de cómo lo haremos, juntos.

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