Lafontaine declara sin rubor que para frenar el crecimiento de AfD es necesario reforzar los controles migratorios: “El Estado debe decidir a quién acoge. Es la base de su orden (…) A cualquiera que cruce la frontera ilegalmente se le debe ofrecer retornar voluntariamente. Si no lo acepta, sólo queda la deportación”. Por su parte, Wagenknecht ha criticado la “apertura incontrolada de fronteras”, la “cultura de la bienvenida sin límites” y ha señalado la necesidad de repensar el “derecho de hospitalidad” hacia determinados inmigrantes1. Por cierto, como si algo de esto fuera posible en la Alemania de Merkel. En el manifiesto fundacional se puede leer “la política de asilo ha provocado una inseguridad adicional (…) Muchos ven en la inmigración sobre todo una mayor competición por los trabajos mal pagados”.
El ideario de esta plataforma es claro: competir electoralmente con la misma demagogia racista y xenófoba a la que recurre la extrema derecha, envolviéndola con el celofán de una supuesta defensa del “Estado del bienestar” para la población nacional. Un cálculo político que sólo avalará y fortalecerá a AfD y su discurso, y que por supuesto oculta la muerte y el éxodo de millones de personas a causa de las guerras imperialistas, y el saqueo de Oriente Medio, África o Latinoamérica por parte de las grandes potencias.
En lugar de combatir los prejuicios racistas, Aufstehen les da un barniz supuestamente progresista facilitando que penetren todavía más entre la clase obrera alemana. No sólo renuncian a unir a los trabajadores —independientemente de su origen nacional— con un programa de clase, sino que alimentan el chovinismo nacionalista y la división entre los oprimidos. En realidad, con la represión a los inmigrantes lo que se consigue es debilitar, ideológica y organizativamente, a la clase obrera en conjunto frente a su verdadero enemigo, los capitalistas, facilitando la labor de acoso y derribo de la burguesía contra los derechos sociales y laborales que Aufstehen dice defender. Es la ausencia de derechos laborales, sindicales, políticos y sociales lo que permite al gran capital y a las patronales en todo el planeta imponer condiciones salariales de miseria. Defender plenos derechos para los inmigrantes es el único camino consecuente que tiene la clase obrera para recuperar sus derechos.
El “realismo” de Aufstehen sólo sirve para extender una alfombra roja al avance del fascismo. Es una completa capitulación ideológica ante la reacción, y muestra lo lejos que han llegado estos dirigentes en su degeneración política. Esta posición es doblemente criminal cuando, envalentonada por su ascenso electoral2 y por la completa complicidad e impunidad de la que disfrutan por parte del aparato de Estado, la extrema derecha pretende imponer un clima de terror3 y adueñarse de las calles.
No se puede frenar al fascismo sin internacionalismo
La verdadera respuesta al auge de la ultraderecha se está produciendo al margen de los que defienden estas aberrantes teorías. Centenares de miles, desde abajo y pese a todas las limitaciones de las direcciones de la izquierda, se están organizando y movilizando contra los fascistas. Más de 70.000 personas salieron a las calles en mayo bajo lemas como “nunca más”, en alusión al nazismo. En Chemnitz hubo importantes manifestaciones contra los fascistas y un gran concierto con 65.000 participantes. Merece especial mención la masiva movilización del 13 de octubre en Berlín que reunió a más de 250.000 personas contra la ultraderecha. Que Aufstehen se negara a convocar esta demostración de fuerza de los sectores más combativos y conscientes es la prueba más evidente de la bancarrota política con la que nace, y desenmascara la demagogia de su máxima representante, Sahra Wagenknecht, cuando decía estar cansada “de dejar la calle en manos de la extrema derecha”.
Una izquierda combativa y consecuente con su objetivo de acabar con el capitalismo y todas sus lacras tiene que defender que el arma más poderosa de la clase obrera frente a la burguesía es la unidad por encima de las fronteras y de diferencias nacionales, de raza o de religión. Frente al racismo y los ataques a la inmigración: ¡unidad e internacionalismo contra nuestros verdaderos enemigos! Ni los controles y cierre de fronteras, ni los muros y concertinas, ni las “devoluciones en caliente”, ni las leyes de extranjería, ni el endurecimiento de las condiciones de asilo… van a terminar con las políticas de austeridad, con los recortes sociales ni de los derechos democráticos que estamos sufriendo. El desmantelamiento del “Estado del bienestar”, la brutal devaluación salarial, la desigualdad social rampante…, ya existían mucho antes de la crisis de los refugiados. Tampoco son los inmigrantes los responsables de la privatización de los servicios públicos, de los rescates a la banca y al capital financiero, mucho menos de las guerras imperialistas… Es la burguesía internacional y la crisis de su sistema, basado en la obtención del máximo beneficio para una ínfima minoría social a costa de lo que sea, lo que está haciendo retroceder décadas el reloj de la historia.
Levantar un movimiento antifascista con un programa revolucionario
Para la clase dominante los grupos fascistas y sus planteamientos ideológicos son una palanca importante para la defensa del sistema capitalista frente al movimiento obrero y de la juventud. Como ocurrió en los años treinta, el Estado capitalista protege, financia y arma a estas organizaciones. Lo hace de forma legal e ilegal. Puede modular ese apoyo en función de las circunstancias, pero nunca va a prescindir de ellos. Por eso es completamente erróneo dejar la lucha contra la extrema derecha en manos del Estado capitalista, de sus instituciones, de su policía o su poder judicial. Los trabajadores y la juventud, nativos y extranjeros, debemos basarnos en nuestras propias fuerzas. Hay que impulsar un amplio movimiento en las calles y organizar comités de autodefensa en cada centro de trabajo, barrio, escuela y universidad para responder con nuestra fuerza organizada a la violencia ultraderechista.
Hay que levantar un programa revolucionario para combatir los planes de austeridad y los recortes sociales, que defienda la nacionalización, bajo control democrático, de la banca y de los grandes monopolios para que toda la riqueza que generamos con nuestro trabajo sea empleada para resolver las graves necesidades sociales que nos acucian, poner fin al desempleo de masas y asegurar una vida digna a todas y todos. Hay que derogar todas las leyes que cercenan los derechos democráticos, y depurar la judicatura, la policía y el ejército de fascistas. En definitiva, un programa de acción basado en la movilización, y que ligue estas reivindicaciones fundamentales a la lucha contra el sistema, por la transformación socialista de la sociedad.
- Estas posiciones quedaron en clara minoría en el último congreso de Die Linke celebrado en junio de 2018.
- AfD obtuvo un 12,6% de los votos en las elecciones de septiembre de 2017, convirtiéndose en la tercera fuerza parlamentaria, y en el principal grupo de oposición al gobierno de coalición CDU-SPD. Numerosas encuestas señalan que AfD podría superar al SPD si hoy hubiera elecciones, y que en el este de Alemania sería la fuerza más votada, con un 27%.
- Desde 2015 se contabilizan oficialmente más de mil atentados racistas al año en Alemania.