Arturo Alejandro Muñoz
El de los finales del siglo diecinueve era otro Chile, eran otros hombres. Ni mejores ni peores que la actualidad, sólo algo diferentes. ¿Muy diferentes a los de la actualidad? Me parece que no. Vea usted lo que, de aquella época, se cuenta a continuación.
Me preocupa esto de los consensos. Encuentro que son peligrosos, atentatorios contra la voluntad de las mayorías ciudadanas. ¿Consenso para beneficiar a quién? No al pueblo, eso es seguro. De hecho, esto de los consensos viene ocurriendo en nuestro país desde hace por lo menos un siglo y medio. Además, el consenso también es expresado por las mayorías mediante el silencio, con el no entrometerse en un asunto delicado, lo que significa entonces que ese asunto se aprueba, se autoriza. Quien calla, otorga, reza el viejo dicho.
Parafraseando al escritor italiano Renato Giovannoli (alumno de Umberto Ecco), me atrevo a sugerir que todo consenso en política y en economía es propuesto y definido siempre por Le Grant Roi de la Crocheterie (el gran rey de la ladronería), lo que puede entenderse mejor como una estirpe real que cambia temporalmente de monarca, pero no de grupo asociado o cofradía. Duopolio, le llamaban en Chile.
En realidad, ya todo me suena a sospechoso, a turbio. Me resisto a dar crédito a ciertas teorías conspirativas, como aquellas que circulan en las redes sociales respecto a esta tragedia de la inmigración sin control que, en los hechos concretos, cuenta con el beneplácito del “consenso político de parlamentarios y gobernantes”, aunque varias de esas cofradías lo nieguen en público. Ya no les creo, pues debo reconocer que los duros y fríos hechos otorgan significativo grado de certeza a esas teorías conspirativas. Y cuando ellas llegan a mis manos, no sé por qué regresan a mi mente los perfiles del ’consenso’ y los acuerdos sotto voce protocolizados en las penumbras del secretismo por políticos y mandamases en esta y en otras épocas.
Desconfío, porque todo ello ha logrado finalmente que así lo haga, vale decir, que dude severamente de lo que aseguran y explican dirigentes políticos y empresariales, agregando a ello que tampoco creo lo que publica la prensa oficial. Mi fe y mi esperanzadora credibilidad en el actual mundillo político están seriamente heridas. La barbarie e inmundicia economicista, mediante el conocido ‘consenso’ (de los poderosos y entre ellos), vienen siendo dueñas del escenario público desde hace largas décadas. Incluso en esto de los “incendios forestales”. Vea usted el porqué de mi desazón y desconfianza, las cuales tienen raíces en nuestra propia Historia.
<Hacia 1850, el muy activo e ingenioso Vicente Pérez Rosales era el agente de colonización que debía entregar terrenos a los inmigrantes alemanes que poblarían el sur de Chile. Pero la picardía del chileno, expresada en la más descarada especulación, había subido los precios de los terrenos valdivianos que debían ocupar los colonos hasta lo inalcanzable.
<Urgido por la falta de tierras para los germanos que ya se apelotonaban en Valdivia, Pérez Rosales se lanzó a recorrer el interior de la región. Penetrando en los bosques al sur de Osorno, que de tan espesos “no se podía leer una carta a su sombra”, encontró maravillado la espléndida región del lago Llanquihue. Antes de correr a Valdivia para ofrecer estas nuevas tierras, ordenó que despejaran el milenario bosque de la forma más expedita y económica: con fuego. Estando en Valdivia y como en un prodigio, el cielo se oscureció en pleno día y esa tiniebla duró tres meses. Era el humo de los incendios.
<Sin que la humedad de los bosques y las lluvias constantes pudieran menguar las llamas, desde el sur de Osorno y hasta el Reloncaví, la provincia ardió sin pausa. Apenas amainó el infernal despeje, Rosales cabalgó hacia el quemadero. El bosque era una estepa de cenizas, apto para ser fertilizado; adornado, según relata en su informe, por algunos bosquecillos sobrevivientes a la hecatombe que darían buena madera a los colonos.
<El fuego duraría aún largo tiempo, pero la tierra quedó lista para los tomates y las vacas. Hoy llama la atención la ausencia total de escrúpulos ante la bárbara destrucción, donde, fuera de árboles y animales, habitaban seres humanaos, los huilliches o mapuches del sur>> (Gonzalo Peralta, historiador).
Lo siento, pero no tengo nada más que agregar ni comentar, salvo hacer llamados de alerta para mis conciudadanos, ya que este tipo de gentuza es la que nos ha gobernado desde el siglo dieciocho, siendo de la misma calaña quienes desean gobernarnos en el futuro mediato asegurando que se preocuparán por el desarrollo y bienestar de Chile y su gente.
Permítame guardar silencio y recoger mis razonables dudas para reflexionar en solitario. “Es Chile un país tan largo, mil cosas pueden pasar”, escribió en su Cantata Santa María de Iquique el profesor Luis Advis.
Me sumo a su pensamiento.