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El año cero de los Cordones Industriales: 1972. Parte II

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Convergencia Medios

Por Rafael Kries

[Esta publicación es la segunda parte de «El año cero de los Cordones Industriales: 1972. Parte I»]


En la segunda mitad de los años 60 se agotó en Chile la expansión industrial y de mercados que había generado la 2ª Guerra Mundial y la coalición de Partidos de Izquierda denominada Frente Popular.

Los sindicatos aglutinados en torno a Clotario Blest se sienten cercanos a la gente campesina y éstos respecto a los obreros y población marginalizada por el sistema. Los empleados y gente de servicios se sienten incluidos en un mismo y gran deseo de cambio social. Hay un cambio de sensibilidad de las grandes masas trabajadoras, que se expresaba en torno al FRAP y a la figura de Salvador Allende.

La guerra de Vietnam y la lucha juvenil a todo lo largo del planeta parecen anunciar un cambio global y conducir no sólo a una crisis en el centro del sistema sino, también, en países de su periferia. Son los tiempos de Ho Chi Minh y del Che Guevara. Son los tiempos de la Unidad Popular.

En Chile el acuerdo social desarrollista de la 2ª Guerra está roto. El empresariado y la clase trabajadora han optado por caminos divergentes. La urbanización y la industrialización necesitan ser reorientadas.

¿Cómo hacerlo y en beneficio de quiénes? La Alianza para el Progreso y las Reformas del Gobierno de Eduardo Frei Montalva de la Democracia Cristiana son la respuesta del sistema. La Tricontinental y la Candidatura Unitaria de Allende son la respuesta de las fuerzas sociales de izquierda.

A nivel local y de los ámbitos nacionales del capitalismo el avance de la izquierda parece imparable. El Che proclama: ¡Crear dos tres, muchos Vietnam…!  En Chile no sólo se radicaliza el cuadro político, incluso en los partidos de centro, sino que la Izquierda se amplía a otros sectores ideológicos, sociales y políticos más allá de aliados tradicionales y su líder Salvador Allende Gossens gana electoralmente la Presidencia de la República en un cuadro en que la propia Democracia Cristiana ha debido apelar a un mensaje comunitarista.

Es algo que no tiene precedentes. La derecha política, oligárquica y conservadora, aparece desorientada y exhausta. No se conocía una experiencia anterior en que un declarado marxista ganase en elecciones controladas por un Estado Nacional y Burgués. Ha roto momentáneamente el inmovilismo al que parecía estar condenando la Guerra Fría. Incluso lo hace superando las triquiñuelas de última hora de la CIA que conducen al asesinato del Comandante en Jefe del Ejército René Schneider y al intento de la DC, a través de un denominado Pacto Constitucional, de maniatar a Allende y al grupo de dirigentes de izquierda que lo rodea.

La Unidad Popular allendista había sido creada en torno al Partido Socialista de la época y del Partido Comunista, fiel seguidor de las políticas de la URSS. Pero junto a ellos se aglutinan sectores y grupos cristianos y laicos, así como lo más granado de las expresiones sociales y sindicales del país.

Su programa planteaba reformas democráticas y económicas que permitiesen una mayor autonomía nacional en un enfoque industrializador en que se anunciaba un futuro camino al socialismo, entendido como una versión autónoma, democrática y participativa que mantenía grandes ambigüedades respecto a la confrontación entre China y Rusia, así como a la evidente intervención del imperio americano.

Las 40 Primeras medidas y la nacionalización de la minería del Cobre en manos de empresas norteamericanas, anuncian un nuevo tipo de Gobierno, ante el cual la derecha política se ve en retroceso, en tanto la derecha económica y los aparatos de inteligencia de los gobiernos de los grandes países capitalistas se articulan para conspirar.

Hoy sabemos que el dueño del Diario El Mercurio, Agustín Edwards, partió en esa época – traicionando su ciudadanía y mentado “patriotismo” – a ofrecer sus servicios a una potencia extranjera, los EEUU, para derrocar a cualquier costo el Gobierno de su país. Esos personajes son los mismos que usaron el chovinismo cerril para acusar a Cuba y a los movimientos del Tercer Mundo por su solidaridad y compromiso con el Gobierno de Salvador Allende, y para azuzar a las Fuerzas Armadas contra el pueblo. Los mismos que hablan de la valentía de los araucanos en los desfiles del  19 de septiembre para reprimirlos implacablemente a lo largo de la historia de este país.

Con una derecha económica conspirando y con un bloqueo económico para quebrar al país – al negarle repuestos y materias primas, así como objetos de consumo – Allende no renunció a su compromiso con el pueblo que había confiado en él después de varias tentativas: nacionalizó el cobre y la banca, y ordenó desarrollar una Nueva Economía basada en un sector Privado, uno Público y uno Mixto de Empresas. Se plantea crear un área de industrias estratégicas cuyo número se ubica en torno a 100 empresas, pero en su entorno se aglutina un número similar como producto de la paralización que intenta realizar una parte de los grandes empresarios.

La Reforma Agraria y la normalización en la industria se realizan utilizando las propias leyes existentes que dejan de ser papel molido cuando favorecen a población. Al lock out patronal se responde con la intervención y paso de las empresas paralizadas a control de CORFO. Yarur, Sumar, Cristalerías Chile y otras pasan a control de nuevas administraciones en las que los trabajadores también tienen mucho que decir.

En ellas se crearon formas inéditas de participación y con ellas se logró inicialmente amortiguar el boicot externo e interno que buscaba una caída rápida del proyecto de la Unidad Popular. Se inicia la devolución de tierras mapuche usurpadas por la colonización de inmigrantes europeos traídos desde el siglo XIX por los Gobiernos chilenos.

La batalla de la producción y el manejo de la institucionalidad existente, adquieren un rol y sentido central para impulsar y posibilitar un cambio que se plantea revolucionario aun cuando algunos sectores de la izquierda las absolutizaban y otros las demonizaban.

El Imperio Norteamericano, embarcado de lleno en la Guerra Fría, sabía que la flexibilidad táctica y la unidad lograda por los partidos de izquierda chilenos eran un peligroso ejemplo para los pueblos latinoamericanos, sobre todo, después del asesinato cobarde del Che en Bolivia, tras hacerlo prisionero.

Una situación transicional requería de una hegemonía. Y nadie más consciente de eso que el alto mando empresarial que ya en 1972 empieza a buscar paralizar el abastecimiento y la producción así como ampliar sus bases de apoyo hacia las empresas pequeñas, y las capas medias.

En tanto la Derecha política busca establecer una situación de caos social y económico que facilite la intervención del Ejército, la Democracia Cristiana está fracturada con una mayoría que se inclina hacia la alianza con la derecha pensando ser la heredera del Golpe militar.

 ¿Qué hacer en una situación como la existente en 1972? Hay un Gobierno asediado por dentro y por fuera, pero con un amplio apoyo de multitudes no organizadas. En la izquierda chilena, Socialistas y Comunistas polarizaban el espectro social bajo su influencia en dos orientaciones contrapuestas, sin conseguir -en su propio interior y en la alianza de fuerzas que habían conseguido- la unanimidad alcanzada anteriormente.

Es la lucha de las clases fundamentales de la sociedad chilena la que busca expresarse directamente en el plano político.

En la CUT (Central Única de Trabajadores) que aglutina en torno a un tercio del total de obreros y empleados del país, se discute si ingresar o no a la institucionalidad del Gobierno – en discordancia con su propia tradición y la opinión de líderes como Clotario Blest – como mecanismo para equilibrar el eventual ingreso de otras fuerzas institucionales en las que se rumorea están las FFAA.

Corre el año 1972, el Gobierno controla los Bancos y parte de la distribución, así como ejerce una visible influencia sobre los niveles de producción.  Junto al bloqueo externo que impulsa el Gobierno de EEUU a través de atrasos de pagos y entregas, retención de órdenes de comercio o negativas de venta, se extiende en el mercado interior el boicot de productos necesarios para el consumo. En los riachuelos aparecen agujas de coser y azúcar, biberones de bebé y artículos de difícil obtención, productos que fueron arrojados por parte de boicoteadores del proceso.

Los diarios de la derecha proclaman su deseo de Golpe en una secuencia que delata el cumplimiento de planes elaborados por Servicios de Inteligencia. Se bloquea la TV nacional y se asesina a un periodista de izquierda en el sur del país en una acción que se relaciona con sacerdotes de la derecha. Se organizan grupos fascistas en los barrios altos y en el campo, pero la izquierda política ha crecido también en militancia y partidos, como el Socialista y el Comunista que tienen al menos 500 mil militantes cada uno y se fortalecen así mismo los partidos y sectores de su alianza que incluye cristianos, laicos y marxistas.

La derecha impulsa el boicot individual de su militancia por los medios de comunicación que mayoritariamente controla haciendo desaparecer por semanas el arroz o el aceite que arroja a las pocetas sanitarias, así como acapara otros bienes esenciales para crear un malestar en las capas medias y la izquierda responde estableciendo cadenas de solidaridad y distribución popular.

Se lucha por la influencia en los medios de comunicación, lo que obliga a otros poderes del Estado (Judicatura y Contraloría) a hacer evidentes sus vínculos con la oligarquía. Se crean medios de comunicación, la izquierda y la derecha se atrincheran en los dos canales de TV Universitarios, de los cuales el aparato Judicial obligará a la izquierda a entregar el suyo.

Los pequeños comerciantes buscan acaparar o participar en un incipiente Mercado Negro, en tanto el Gobierno responde fortaleciendo cadenas de distribución bajo control estatal y los partidos de izquierda impulsan las JAPs (Juntas de Abastecimientos y Precios) y otros mecanismos.

Surge, desde la base y en forma asamblearia, el Primer Cordón Industrial (el Cordón de la zona industrial de Cerrillos en Santiago). Sus antecedentes históricos están, contradictoriamente, en los esfuerzos por realizar un Cabildo Abierto en semanas previas en la zona urbano-industrial de Maipú, el cual fuera inicialmente impulsado por grupos democristianos sobrepasados por sectores populares.

A éste le siguen en las semanas siguientes los Cordones Vicuña Mackenna y San Joaquín donde se reúnen experiencias y dirigentes sociales, poblacionales, estudiantiles y las formas de intervención administrativa del Estado en las empresas y el mercado. Se organizan Mercados Populares y se plantea la necesidad de establecer nexos entre esos agrupamientos y los Consejos Campesinos de la zona metropolitana. Se establecen nexos de esos primeros Cordones con organismos sociales de base en el Sur del país, sin que los Partidos políticos de izquierda se adhieran a esas iniciativas dado que están atentos a las pugnas en la cúspide política del Estado. El tiempo se acelera y se cuenta en semanas.

A fines de septiembre de 1972 gremios de pequeños y medianos empresarios – liderados por Camioneros y Comercio Minorista – con apoyo del gran empresariado, intentarán aglutinar tras de sí a los partidos de la derecha y a la Democracia Cristiana detrás de un Paro Nacional, Indefinido, y sedicioso que intenta una parálisis total del Gobierno y del aparato productivo, de distribución y servicios del país, tal que permita una sublevación del ejército. Se ha iniciado el lock out nacional e insurreccional de la burguesía que se conocerá como el PARO PATRONAL DE 1972.

La respuesta será para ellos, sorprendente. La clase trabajadora se organiza como un reguero de pólvora en los que serán denominados como los cordones industriales, en al menos 55 lugares del país. Tras ellos, el Gobierno se reactiva, así como los partidos de la Izquierda, articulándose una reacción social que impide la paralización que busca la derecha social y política para abrir paso al Golpe.

Es una prueba de fuerzas de la que, desafortunadamente la izquierda y el Gobierno incluso triunfando momentáneamente, no logran aprender las lecciones correspondientes. La salida política obtenida -para continuar el itinerario electoral- por parte de la Unidad Popular consistió en desmantelar parcialmente el poder de los Cordones y hacer ingresar al Generalato y al liderazgo de la CUT al Gobierno, haciéndose rehén del juego institucional formal.

Cuando, con los votos de la izquierda, se aprueba la Ley de Control de Armas que otorgaba a las FFAA la facultad de intervenir, ingresar y reprimir los locales sindicales y las fábricas intervenidas, el cuadro estará ya listo para el futuro control cívico-militar que se ve en lontananza.

Sin armas, sin apoyo explícito de los partidos, execrados por el sector estalinista de la CUT,  y sin tiempo ya para establecer una orgánica política propia, los Cordones serán meros espectadores del derrumbe del Gobierno UP  lo cual pagarán con sangre desde los primeros días de la tiranía pinochetista.

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