JACOBIN
TRADUCCIÓN: PEDRO PERUCCA
Tras las crecientes críticas por su inacción, la administración Biden afirma que es impotente para detener la embestida israelí contra Gaza. Se trata de una evasiva enfermiza, dado el gran apoyo militar y diplomático que Estados Unidos proporciona incuestionablemente a Israel.
IMAGEN: El presidente estadounidense Joe Biden y el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se reúnen en Tel Aviv, Israel, el 18 de octubre de 2023. (GPO / Handout / Anadolu via Getty Images)
Más de diez mil palestinos, entre ellos 4.200 niños, murieron en el asalto de Israel a la Franja de Gaza que comenzó hace más de un mes en respuesta al ataque sorpresa de Hamás que mató a 1.400 israelíes. A medida que aumentan la crisis humanitaria y las muertes masiva en Gaza —y mientras 237 israelíes siguen secuestrados por Hamás—, el presidente Joe Biden se enfrenta a una gran presión para que reclame un alto el fuego por parte de millones de manifestantes de todo el mundo, el 80% de los votantes demócratas, más de quinientos antiguos participantes de la campaña de Biden, Oxfam, Amnistía Internacional, Médicos Sin Fronteras, veinticinco grupos pacifistas árabes y judíos de Israel y dieciocho organismos de las Naciones Unidas.
Biden rechazó explícitamente estos llamamientos hace unos días, afirmando que «no hay posibilidad» de un alto el fuego, mientras sigue presionando al Congreso para conseguir 14.300 millones de dólares adicionales en nuevas armas y financiación militar para Israel. Tratando de mantener su marca como defensora de los derechos humanos y el progreso, la administración Biden intenta en cambio una serie de medidas de compromiso para cuadrar el círculo de su autoimagen ilustrada con el apoyo a un asedio violento sin precedentes y una campaña de bombardeos.
Hasta ahora, la Casa Blanca intentó impulsar algunas medidas para salvar la cara. La principal de ellas es la llamada pausa humanitaria, un término indefinido que podría significar cualquier cosa, desde un cese indefinido de la violencia hasta una mera interrupción momentánea de los bombardeos. Esto no aplacó a los activistas que piden un alto el fuego.
La semana pasada supimos cómo serán estas «pausas humanitarias»: Israel planea detener las operaciones militares en el norte de Gaza durante cuatro horas al día, a horas aleatorias, nominalmente para que los residentes puedan huir a un lugar seguro, pero esto también podría describirse como un plan de expulsión de los palestinos de sus hogares. Al parecer, la administración estadounidense también presionó para que se utilicen «bombas más pequeñas» y más «bombas de precisión», pero dadas las pruebas cada vez más numerosas de que Israel está atacando deliberadamente infraestructuras civiles y aplicando un castigo colectivo, no está claro en qué podría ayudar esto.
Enfrentada a una enorme crisis de relaciones públicas, la Casa Blanca está probando ahora un nuevo enfoque: alimentar a los reporteros complacientes con una narrativa según la cual los llamamientos a Biden para que presione a favor de un alto el fuego son de todos modos discutibles, porque el Poder Ejecutivo de Estados Unidos es más o menos incapaz de influir en Israel, aunque quisiera.
Es parte de una táctica más amplia de la Casa Blanca de Biden: cuando quiere hacer algo conservador o no tomar medidas en cuanto a políticas progresistas populares, finge impotencia para evitar el conflicto ideológico.
En el caso de políticas como el aumento del salario mínimo o la regulación de las empresas contaminantes, el gobierno de Biden se declaró impotente antes de molestarse en ejercer la influencia que tiene.
El primer medio que impulsó esta narrativa fue el Washington Post, cuya reportera Yasmeen Abutaleb publicó un artículo en el que ofrecía la imagen de una Casa Blanca torpe, impotente y acorralada políticamente. «La Casa Blanca, frustrada por la embestida israelí, pero ve pocas opciones», se lamenta el artículo, con el corazón encogido.
«A medida que se intensifica la invasión terrestre israelí de Gaza —nos dice la nota— la administración Biden se encuentra en una posición precaria: Los funcionarios de la Administración dicen que el contraataque de Israel contra Hamás ha sido demasiado severo, demasiado costoso en víctimas civiles y carente de un final coherente, pero son incapaces de ejercer una influencia significativa sobre el aliado más cercano de Estados Unidos en Oriente Medio para que cambie su curso».
Se trata de una afirmación extraordinaria. La noción de que Estados Unidos —que proporciona a Israel un veto automático en las Naciones Unidas; apoyo de inteligencia; apoyo de la Armada en el Mediterráneo y el Golfo Pérsico; presencia militar en Siria, Turquía e Irak; y decenas de miles de millones en armas de última generación y suministros militares— es «incapaz de ejercer una influencia significativa» sobre Israel sería, sin duda, una sorpresa para la mayoría de los observadores políticos. ¿Qué pruebas aporta el Post para apoyar esta afirmación? En su totalidad lo dicen ayudantes de Biden que declinan ser nombrados.
El artículo procede casi en su totalidad de funcionarios anónimos de Biden y otras personas «familiarizadas con las ideas de la administración». Se lamentan, ponen excusas y hacen saber al lector que se sienten vagamente mal por el creciente número de muertos, pero insisten, con pocas explicaciones, en que no pueden hacer mucho al respecto.
Abutaleb tiene el mérito de incluir un párrafo en el que cita a Bruce Riedel, investigador de la Brookings Institution, explicando que, por supuesto, el gobierno de Biden tiene una gran influencia en la venta de armas y la cobertura diplomática. Pero esta obviedad es rápidamente rebatida, sin explicación alguna, por otra fuente anónima:
‘Están viendo un choque de trenes, y no pueden hacer nada al respecto, y los trenes están acelerando’, dijo una persona familiarizada con el pensamiento de la administración, que habló bajo condición de anonimato para discutir la dinámica interna. ‘El choque de trenes está en Gaza, pero la explosión está en la región. Saben que incluso si hicieran algo, como condicionar la ayuda a Israel, en realidad no detendría a los israelíes de lo que están haciendo’.
¿Pero por qué condicionar la ayuda no limitaría la embestida israelí? ¿Cómo podrían saberlo los funcionarios de Biden a menos que lo intentaran? Abutaleb deja pasar la afirmación y simplemente sigue adelante. Pero la idea de que la amenaza de Estados Unidos de retirar su apoyo diplomático, de inteligencia y militar «no detendrá realmente a los israelíes de lo que están haciendo» —en absoluto— es difícil de creer.
El siguiente en el género de la «impotente Casa Blanca de Biden» es el New York Times. El veterano reportero David Sanger, metiendo a Ucrania en el redil, nos dice en su título y subtítulo: «Biden se enfrenta a los límites de la influencia de Estados Unidos en dos conflictos: La influencia del presidente Biden sobre Israel y Ucrania parece mucho más limitada de lo esperado, dado su papel central como proveedor de armas e inteligencia».
«Durante 10 días, la administración Biden ha estado instando al primer ministro Benjamin Netanyahu a permitir ‘pausas humanitarias’ en el bombardeo de Gaza», cuenta Sanger al lector, «esperando que los 3.800 millones de dólares anuales en ayuda a la seguridad estadounidense llevaran consigo suficiente influencia sobre las tácticas del líder israelí. No ha sido así. El Sr. Netanyahu rechazó la presión del Sr. Biden para que se hicieran mayores esfuerzos para evitar víctimas civiles en una llamada telefónica el lunes».
Este artículo, como el del Washington Post, se basa en ayudantes anónimos para retratar a un Biden bienintencionado, aunque tembloroso, que intenta desesperadamente reducir las muertes de civiles, pero que es ignorado por un Netanyahu impulsivo y canalla.
El artículo nunca se molesta en explorar la opción de que la Casa Blanca de Biden pudiera amenazar con retirar el apoyo material; simplemente se da por sentado que esta opción está descartada como palanca. Estados Unidos es descrito como un observador pasivo de crímenes de guerra con escaso control.
«Cuando no hablan oficialmente, algunos de los ayudantes de Biden dicen que al presidente le ha sorprendido la falta de voluntad de Netanyahu para ceder en la cuestión de los ataques a zonas urbanas densamente pobladas», informa Sanger. Bueno, ha sacado el tema y parece que es todo lo que puede hacer. Sanger parece totalmente desinteresado sobre si Biden tiene otras opciones para reducir las muertes de civiles, como no financiar y armar al ejército israelí. Esta posibilidad simplemente no se presenta como una opción.
Por último, tenemos un artículo publicado en Politico por Nahal Toosi, Alexander Ward y Lara Seligman. Procedente en gran parte de —quién si no— «funcionarios» anónimos de Biden, insiste en que Israel simplemente ignoraría a Biden si intentara detener la guerra, pero nunca explica por qué. Escriben:
Incluso en tiempos más normales, el gobierno israelí no siempre ha escuchado a Washington. Por ejemplo, durante años los funcionarios estadounidenses han instado infructuosamente a Israel a detener la construcción de asentamientos en territorio de Cisjordania reclamado por los palestinos. Cuando Biden era vicepresidente, el gobierno israelí incluso anunció nuevos asentamientos mientras el líder estadounidense visitaba Israel.
A continuación, el artículo continúa sin explicar en ningún momento por qué no funcionaría amenazar con dejar de defender a Israel en la ONU o cortar el intercambio de inteligencia o el envío de armas. Se limita a decir al lector que Estados Unidos nunca ha intentado hacer esas amenazas y salta al siguiente punto. ¿Cómo sabemos que Israel ignoraría tales amenazas materiales a su aparato militar si ninguna Casa Blanca reciente nunca intentó hacerlo?
El artículo deja claro que la Casa Blanca no quiere detener la guerra y que la apoya tanto por razones ideológicas como estratégicas, pero sólo tiene objeciones sobre la táctica. No se tiene en cuenta que este hecho podría motivar la afirmación interesada de ayudantes anónimos de que no tienen poder para conseguir un alto el fuego aunque quisieran.
El mes pasado, en los primeros días de la guerra, el ministro de Defensa israelí, Yoav Gallant, fue presionado por los críticos sobre por qué el gobierno accedió a permitir una ayuda humanitaria limitada a Gaza antes de que se devolvieran los rehenes. Dijo: «Los estadounidenses insistieron y no estamos en condiciones de negarnos. Dependemos de ellos para los aviones y el equipamiento militar. ¿Qué se supone que debemos hacer? ¿Decirles que no?».
Si Estados Unidos no tiene influencia real sobre Israel, alguien debería decírselo al ministro de Defensa israelí.
En un libro reciente sobre Biden, The Last Politician (El último político), el escritor Franklin Foer detalla cómo Biden puso fin a los bombardeos israelíes de Gaza en 2021 con una llamada telefónica.
Después de que Netanyahu «se esforzara por justificar su petición [de más bombardeos] porque no podía señalar nuevos objetivos que debieran ser atacados», dijo Biden, según Foer: «Oye, se acabó la pista de aterrizaje. Se acabó. Y entonces —continuó Foer— así fue. Para cuando terminó la llamada, Netanyahu aceptó a regañadientes un alto el fuego negociado por los egipcios».
Se podría argumentar que 2023 es diferente de 2021, dada la naturaleza singularmente horrible del ataque de Hamás del 7 de octubre, pero la misma lógica sigue siendo aplicable. Un Netanyahu muy motivado y enfurecido —y el establishment de seguridad israelí fronterizo— todavía no puede impulsar una guerra mayor sin el apoyo de Estados Unidos. Al menos, Estados Unidos podría intentar retirar o reducir ese apoyo, en lugar de ignorar preventivamente su influencia e insistir en que no importaría.
Las afirmaciones anónimas de impotencia estadounidense no están respaldadas por pruebas históricas. No tienen ningún sentido y, por supuesto, no se supone que deberían tenerlo. El objetivo de estas piezas es transmitir una narrativa más amplia de lo que la Casa Blanca está tratando de popularizar: que es impotente y se encuentra aturdida e incapaz de controlar los horrores que el público está viendo llegar a través de sus redes sociales cada pocas horas.
Cuando uno no puede explicar o proporcionar ninguna justificación moral creíble para las imágenes ininterrumpidas de los cuerpos inertes de niños que son sacados de los escombros día tras día, sólo queda una opción para los que lo apoyan: actuar como si no fueran participantes sino observadores pasivos y esperar que el público no se dé cuenta de que esta afirmación no tiene sentido.
ADAM JOHNSON
Adam Johnson es copresentador del podcast Citations Needed y redactor en Appeal.