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Distintos rostros, el mismo guion

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por Franklin Machiavelo

En el escenario político chileno, los rostros se alternan, pero el guion permanece intacto. La promesa de transformación, esa que se renueva en cada elección, ha dejado de ser creíble para quienes habitan la realidad desde abajo. Tanto el oficialismo como la oposición se presentan como opciones enfrentadas, pero al examinar sus programas, sus alianzas y sus silencios, la diferencia se vuelve casi decorativa.
 
Ambos bloques —con matices estilísticos y retóricos— siguen administrando un modelo económico que nació en dictadura y se consolidó en democracia: el neoliberalismo. Hablan de derechos sociales mientras mantienen intactas las bases de un sistema que los mercantiliza. Prometen justicia mientras se enriquecen con la misma arquitectura institucional que permite la desigualdad. Declaran la necesidad de una nueva Constitución, pero la vacían de contenido real al no atreverse a cuestionar los pilares del orden económico vigente: la propiedad privada irrestricta, la autonomía del Banco Central, la intocable estructura de las AFP y las ISAPRE, y la privatización de bienes comunes como el agua, el litio o la tierra ancestral.
 
Se ufanan de reformas sociales que no alteran la raíz del problema: reformas tibias, parciales, que más bien buscan calmar el malestar sin afectar los privilegios. Y cuando los pueblos indígenas, especialmente el mapuche, exigen derechos políticos, territoriales y culturales, la respuesta del Estado —gobierne quien gobierne— ha sido la misma: criminalización, militarización y desprecio.
 
En el fondo, la política institucional chilena ha perfeccionado el arte de administrar el conflicto social sin resolverlo. La retórica del cambio se convierte en una herramienta para contener la rabia, mientras los verdaderos beneficiarios del modelo —las grandes empresas, los bancos, las élites económicas— siguen dictando las reglas del juego.
 
Los candidatos, de uno y otro lado, ya no representan alternativas al sistema. Son parte de su engranaje. Cambian los nombres, los colores, las campañas publicitarias, pero no la estructura de poder que garantiza que nada esencial cambie.
 
Y frente a este escenario repetido, frente a este pacto de administración del modelo, solo queda volver a decir, con toda la fuerza que nos quede:
 
¡Arriba los que luchan!
¡¡Venceremos!!

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